LA AMISTAD.
Por Cortesía de Enrique Melgar Moscoso del Valle de Tacna.
En la antigua Uruk, vivía y reinaba Gilgamesh, aquel que lo sabía todo para guiar a todos, era muy fuerte, diestro en armas, valiente y de amigos leales.
Gilgamesh, representaba lo civilizado, lo cultural, lo inteligente, sin embargo como todo humano cometía errores y como todo aquel que ostenta poder, también cayo en la desmesura. Los súbditos, hartos de la opresión y descontento, elevaron su queja al cielo y por ello los dioses decidieron que, así como habían creado al hombre a su imagen y semejanza, crearían a otro hombre que sea su fiel reflejo; tan solo alguien tan fuerte como Gilgamesh, podría combatir su tiranía.
Y crearon a Enkidu, de espíritu guerrero y completamente salvaje, habitaba en las estepas, las montañas y los bosques, en perfecta armonía con los animales, se alimentaba como las bestias, a quienes defendía de los cazadores y tramperos. Enkidu representaba lo natural, como los animales solo percibía el instante, no le importaba el pasado, ni tenía conciencia del futuro.
Los mismos súbditos que se quejaron al cielo, acudieron entonces al rey Gilgamesh para pedir consejo, dado que un hombre salvaje les impedía cazar y poner trampas para alimentarse. El rey Gilgamesh enterado de la fuerza y bravura de Enkidu, planeó como estrategia enviarle a una prostituta que lo sedujera, distrayéndolo de su defensa de la naturaleza y que por sus artes lo civilizara, haciendo que abandone su estado primitivo, sin presagiar así que más adelante encontraría en él a su más acérrimo enemigo.
En efecto Enkidu sucumbió ante el placer que nunca antes había conocido, cuando pasaron los días y se hubo saciado, volvió al mundo salvaje, pero los animales huían de él. Al ver que las bestias lo abandonaban, pasó un tiempo aterrado, pero fue entonces cuando su inteligencia se despertó. Así la prostituta continuó su cometido, le enseño a llevar vestiduras y a vivir como la gente civilizada, a comer y a beber como todos los otros humanos. Antes de abandonar el monte, Enkidu incluso mató algunas fieras para demostrar a la gente que estaba de su lado.
Pero cuando llegó a la antigua ciudad de Uruk, Enkidu quien fue creado para defender los valores naturales, terminó por conocer de los desmanes del rey Gilgamesh y de cómo su actitud despótica desmerecía toda buena obra. Si Enkidu ya era famoso de salvaje, ahora lo fue más por no someterse a la tiranía. El pueblo lo admiraba y creyeron que sería el único capaz de derrotar a Gigamesh.
Así llegó el día en que se cruzaron, justo cuando el rey Gilgamesh consumaría una de sus tantas infamias, se batieron en una lucha encarnizada. Gilgamesh fue abatido por Enkidu, el rey vencido no solo reconoció, sino admiró el valor de Enkidu. Así el rey Gilgamesh decidió cambiar su actitud. Ambos hombres fuertes y valientes contrastaron sus diferencias y hallaron coincidencias, forjaron una amistad indisoluble y decidieron combatir juntos los males del mundo.
Gilgamesh en su deseo de trascender todas las generaciones del futuro, propuso combatir a Huwawa cara de felino, el guardián del bosque de los cedros y de los corazones, cuya mirada representaba la muerte de los seres humanos. Y así ambos amigos emprendieron el camino hacia esta lucha. Los habitantes de Uruk trataron de persuadir a su rey de tan peligrosa misión y Enkidu dentro de si también llevaba una duda, pues había conocido al temible y destructor Huwawa cuando fue un salvaje. Era cierto, Gilgamesh estaba dispuesto a vencer a la misma muerte, entre ambos vencieron y descabezaron al monstruo de la muerte. Ante las evidencias, uno de los dioses, Enlil (Alá o Yavé), enfureció y abrió las puertas del cielo, para que la vida del humano siga siendo efímera.
De cualquier modo Gilgamesh y Enkidu habían vencido a Huwawa cara de felino, el rey Gilgamesh relucía, tanto por su cambio de actitud, como por su triunfo. Luego de un rito de purificación, de bañarse y cambiar vestiduras, lucía tan hermoso, que Ishtar, la diosa del amor y de la guerra, se sintió atraída y le propuso una unión, que Gilgamesh rechazó, sabiendo que tal diosa había vuelto desgraciados a cuanto hombre y animal se le unieron.
En su despecho, la diosa Ishtar pidió al dios Anu, enviar al Toro celeste (la constelación de tauro) a la tierra para atemorizar a los humanos y acabar con la altanería de Gilgamesh. Así fue que el Toro celeste hizo muchos destrozos entre los humanos, hasta que ambos amigos fuertes en si mismos y en su profunda amistad, vencen al Toro celeste, desafiando la ira de Ishtar y los demás dioses.
La condena del cielo se hizo presente en forma de una larga y penosa enfermedad para Enkidu.
Consciente de su final y ya en el lecho de su muerte, Enkidu reniega de haber dejado su vida salvaje y maldice a la prostituta, pero Shamash, el dios de lo justo, calma sus palabras y le hace ver las virtudes de su cambio, así Enkidu muere reconfortado.
Gilgamesh sufre mucho y no acepta la muerte de su mejor amigo, desconcertado acompañó el cuerpo de Enkidu en su lecho, hasta que la descomposición de la muerte no le mostró otra realidad, entonces Gilgamesh lloró amargamente sobre el rostro de su amigo, se tiró de los cabellos y destrozó sus propias vestiduras, se ciño una piel de león al cuerpo y partió en busca de la inmortalidad que pudiera vivificar a su amigo. En el camino también sintió miedo a su propia muerte, se dio cuenta de la finitud del ser.
En su camino venció muchas dificultades y hasta la persuasión de una bella diosa, que le sugirió contentarse en los placeres humanos, antes de ambicionar la inmortalidad vedada a todos los hombres. Sin embargo como lo vio tan resuelto, se compadeció de él y le indicó el camino hacia el mar de la muerte, tras del cual vivía la última pareja sobreviviente al gran diluvio universal, únicos humanos poseedores de la inmortalidad. Gilgamesh había llegado a su destino, narró su tragedia y preguntó sobre cómo obtener el favor de los dioses para la inmortalidad de los hombres. Le fue dado consuelo y escucha, pero también una única respuesta: La inmortalidad es solo para los dioses, todo lo demás que intenten los hombres será inútil.
Gilgamesh reflexionó y comprendió su destino, como el de su amigo y el de todos los hombres. Cuando decidió volver a la antigua Uruk, el consejero sobreviviente del diluvio, lo mando bañarse y vestirse con decencia para que no desluciera nunca su buen aspecto y le confió el secreto de una planta con espinas que renueva la juventud, solo que tendría que conseguirla con sus manos, muy en el fondo en el lecho profundo de un lugar de agua. Así Gilgamesh cumplió otra hazaña, consiguiendo la preciada planta que pensó llevar y compartir en su querido pueblo de Uruk, devolviendo juventud a los viejos, pero en el camino se detuvo a refrescarse y en su distracción una serpiente le robó la planta, desde entonces las serpientes mudan su piel vieja por una nueva y reluciente.
Volvió a la antigua Uruk todavía atormentado por la muerte y decidió invocar al espíritu de su amigo, al cual también los dioses dieron permiso para salir del sol, a donde había sido llamado. Así el espíritu de Enkidu se reveló ante Gilgamesh, este le preguntó qué sucedía con los hombres después de la vida y el espíritu de Enkidu le respondió que todo se vuelve polvo, pero que sin embargo aún cuando los humanos nunca alcanzaren la inmortalidad de los dioses, no todos los mortales correrían la misma suerte de ser olvidados en el polvo del tiempo, pues aquellos que lucharon por ideales elevados serían siempre los primeros entre otros y que su memoria sería fuente de inspiración para otros guerreros.
Así Gilgamesh encontró paz en su corazón, procedió siempre de manera noble y cuando murió, sus súbditos y amigos hicieron la mayor obra para guardar los restos de un digno Rey. Desviaron todo el cauce de un río completo para depositar en el mismo fondo, el cuerpo de quien supo ser noble entre los nobles.
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