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domingo, 10 de diciembre de 2017

NAPOLEÓN BONAPARTE Y LA MASONERÍA

NAPOLEÓN BONAPARTE Y LA MASONERÍA
Agustín Celis

Para los historiadores que se afilian a la leyenda negra de la masonería como sociedad secreta conspiradora, la historia de Napoleón Bonaparte, Le Petit Cabroncete que puso en jaque a toda Europa, es una de las preferidas, y nos la refieren como si se tratara de un cuento para niños. De nuevo es la masonería, esa oscura sociedad secreta que nadie conoce, pero que todos saben de buena mano que existe porque hay mucho masón suelto por el mundo, la culpable de los logros de Napoleón y de toda su expansión. Pero también es la culpable, fíjense qué caso tan curioso éste, de su caída.

Ya no son los pueblos los que juegan la partida, ni los ejércitos los que luchan en los campos de batalla, ni la estrategia militar la que impone sus condiciones. Ya no juega un papel relevante el fanatismo, ni los orgullos nacionales, ni los intereses de unos y otros, ni la ambición de los corruptos, ni el hábil uso del erario público y las riquezas del país por parte de gente poco recomendable. Tampoco cuenta nada la aristocracia, ni el clero, ni la población que se echa al monte o a las calles y enfrenta a los invasores con los medios a su alcance. Según estos representantes del disparate histórico, es la masonería, ¡los malditos masones!, los que movieron los hilos que propiciaron primero los triunfos y luego los desastres de Napoleón. Y para que nadie dude de las terribles venganzas de que son capaces estos individuos peligrosísimos, fueron también los masones quienes lo desterraron, primero a Elba y después, definitivamente, a Santa Elena. Pero veamos ya cómo transcurre esta interesante historia.

Se ha dicho que Napoleón fue iniciado en la masonería en una logia italiana hacia 1798, pero no existen pruebas concluyentes de este hecho, afirmación que es aceptada mayoritariamente por casi todos los estudiosos. Lo que sí se sabe con seguridad, y de lo que nadie duda, es de que la mayoría de sus mariscales fueron masones, además de cuatro de sus hermanos, a los que Napoleón supo colocar en casillas estratégicas del mapa conquistado: a José lo hizo rey de España; a Luis, rey de Holanda; a Jerónimo, rey de Westfalia; y a Luciano, príncipe de Cannino.

¿Qué se colige de todo esto?, nos preguntan algunas mentes preclaras de la historia de la humanidad. Pues que Napoleón quiso controlar la masonería y la convirtió de hecho en un poderosísimo instrumento político para su expansión imperial. Era un matrimonio perfecto: los masones ayudan a Napoleón a conquistar Europa y el resto del mundo y, a cambio, los ejércitos napoleónicos llevan la masonería a todas partes, la extienden como pólvora encendida. ¿Se dan ustedes cuenta? ¿Comprenden ahora hasta dónde llega la astucia masónica? Los masones, sinuosamente y siempre en secreto, prepararon el camino del emperador en todos los países a los que accedieron. ¿De qué modo? Creando logias en esos países, ganándose adeptos, integrando a lo mejor de cada casa en esta oscura trama, precisamente a las élites, que así quedaban sometidas al poder del Imperio.

Hay una única verdad en todo esto, y es la siguiente: si entre el ejército de Napoleón había masones, es lógico pensar que las ideas de la masonería se extendieran por los lugares conquistados. Lo que ya no es cierto, lo que es imposible que sea cierto, es que en aquella época, cuando la masonería especulativa llevaba en activo todo un siglo, hubiera algún país europeo que no tuviera ya en su territorio logias masónicas ni atisbos de masonería ninguna. Pero es necesario creer tal cosa, es decir, es fundamental pensar que existe un país puro, sin contaminación masónica alguna, si se quiere ensalzar la actuación heroica de ese país y seguir manteniendo la tesis de la conspiración. Y algunos historiadores no tienen el menor escrúpulo en falsear la memoria de un país con tal de seguir defendiendo el cuento para niños (los buenos buenísimos contra los malos malísimos) en que quieren convertir la Historia.

Así pues, pongamos un ejemplo. ¿Qué pasa con España? España fue un grano en el culo de Bonaparte. “La úlcera española”, dejó dicho él en su Memorial de Santa Elena. Eso fue España para Napoleón. Por tanto, como la actitud mayoritaria de los españoles fue de enfrentamiento y hasta de hostilidad hacia los invasores, y éstos eran precisamente los que traían las ideas masónicas, o eso quieren hacernos creer, entonces en España no había masones, no podía haber masones, no conviene que se sepa que había masones. ¿Masones en España? España no, España es pura, purísima, y aquí no se sabe nada de masonerías. De esta opinión es don César Vidal, que en su libro Los Masones llega a afirmar que no hubo masones en todo el siglo XVIII español, e incluso que no los hubo en las Cortes de Cádiz de 1812. Y bueno, no entraré a corregir tal equivocación histórica porque no es el momento. Como sin duda tal afirmación se debe a un descuido de don César, yo le recomendaría que se leyera el magnífico ensayo de José María García León La Masonería gaditana, donde trata la cuestión desde sus orígenes hasta 1833. En cuanto al lector interesado, podrá comprobar por sí mismo, en los Apéndices que incluyo al final del libro, lo que se decía sobre los masones en la prensa del Cádiz de la época.

Como se comprenderá, si esto no fuera así toda la hipótesis de la conspiración masónica de Napoleón se vendría abajo. Sin embargo, los primeros datos que se conocen sobre la actuación de la masonería en España datan de 1728, con una logia fundada en Madrid. De no existir las logias en España, no hubiese sido necesaria su represión mediante decreto en 1740, reinando entonces Felipe V, ni se hubiese insistido en ella en 1751, bajo el reinado de Fernando VI. De modo que sí hubo masones españoles en el XVIII. Las prohibiciones, e incluso la represión, nunca consiguieron acabar del todo con la masonería, que siguió actuando en riguroso secreto desde la clandestinidad. Lo que sí es cierto es que la masonería española no despegó hasta el siglo XIX, aunque de forma intermitente, coincidiendo los periodos de florecimientos masónico con aquellos en los que había mayor libertad. Pero de la historia de la masonería en España nos ocuparemos en otros epígrafes.

Retomemos ahora a Napoleón, a quien dejamos por tierras europeas, y cuyo caída está próxima.

Los historiadores serios consideran la trágica derrota de las tropas francesas en Rusia como el principio del fin de la hegemonía napoleónica. Tras esto, Europa se unió para combatirlo y, aunque Bonaparte aún lucharía con maestría, al final se impuso la superioridad de sus enemigos y acabaron venciéndole. Él quiso abdicar en su hijo y se lo negaron. No tuvo otro remedio que renunciar a sus propósitos y partió hacia la isla de Elba, cuyo gobierno le otorgaron, al igual que el derecho de conservar el título de Emperador. Esto ocurre en 1814, pero en marzo de 1815 protagoniza una escapada, llega a Francia y marcha sobre París tras vencer a las tropas que pretendían capturarle, iniciándose de este modo el periodo que se conoce como los “Cien Días”. Lo que resta es la derrota en la batalla de Waterloo durante la campaña de Bélgica y su destierro definitivo a Santa Elena, una pequeña isla en el Océano Atlántico, lo más alejada posible de Europa y donde moriría en 1821.

Éstos son, sintetizados, los hechos históricos. Veamos ahora su leyenda negra. Hace falta un argumento para sostener la conspiración masónica. ¿Cuál es este argumento tan inquietante? Muy sencillo. Ya hemos comentado que la mayoría de sus mariscales eran masones; pues bien, como éstos se negaron en 1814 a seguir combatiendo ante la inevitable derrota de sus ejércitos, en esta decisión encuentran algunos el foco de la conjura. Supuestamente, la Gran Logia de Francia, pese a que José Bonaparte era su Gran Maestre, le retiró su apoyo a Napoleón y ahí se acabó todo. Si además tenemos en cuenta que el general Wellington y el mariscal Blücher, los dos estrategas que lo vencieron, fueron masones en algún momento de sus vidas, la leyenda está servida.

http://www.agustincelis.com/id65.htm

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