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domingo, 11 de junio de 2017

La Tierra Que Conoció Jesús

La Tierra Que Conoció Jesús

1. Dos rasgos básicos del territorio de Israel

Es difícil hacerse una idea clara de la geografía de Israel si no se dispone de buenos mapas. Nosotros nos encontramos en circunstancias mucho más favo­rables. Y debemos aprovecharlas, porque el conocimiento de la tierra de Jesús es importante para conocer su vida.

Abordaremos este tema de forma poco convencional. Tras unas nociones elementales, iremos descubriendo el en­torno geográfico de Jesús al ritmo con que él lo descubrió: Nazaret y sus alrededores, los caminos que conducen a Jerusalén, Jerusalén. La vida pública nos pone en contacto especialmente con el lago de Galilea; pero también nos ha­bla de viajes largos de Jesús. En un apéndice hablaremos de las distintas regiones mencionadas en los evangelios.

El territorio actual de Israel es muy pequeño y la mayo­ría de los lugares relacionados con los evangelios no exigen grandes desplazamientos. Andrónico, con su insaciable cu­riosidad geográfica, podría haberse preguntado: ¿cuánto tardaron José y María en ir de Nazaret a Belén? Josefo in­dica en su Autobiografía que el viaje desde Galilea a Jerusalén podía hacerse, a toda prisa, en tres días. El turis­ta actual lo hace en poco más de dos horas; entre Nazaret y Belén sólo hay 162 kilómetros. ¿Y cuánto tardaba Jesús de Nazaret a Cafarnaún? Probablemente un día. Son 46 kiló­metros, casi todos cuesta abajo. Otro dato: cuentan los evangelios que Jesús pasó los últimos días de su vida en Jerusalén, pero se retiraba por las tardes a pernoctar en Betania. Cosa normal; Betania está a cuatro kilómetros. Y de Jerusalén a Belén sólo hay nueve. Pero las distancias cortas no deben engañarnos. En el verano de 1995 sentí cu­riosidad por saber cuánto tardaría María desde Nazaret a Caná para asistir a la boda a la que la invitaron. Hay sólo seis kilómetros; pero tardé, a buen paso, y por la carretera actual, casi dos horas. Es una sucesión ininterrumpida de subidas y bajadas.

Actualmente, el territorio de Israel tiene unos 550 kiló­metros de largo, desde Metalla, en el norte, hasta Eilat, en el Mar Rojo. Pero este tipo de datos sólo sirve para engañar al lector. En tiempos de Jesús no existía “Israel”, sino una serie de diminutos territorios: la provincia romana de Judea, la te­trarquía de Antipas (Galilea y Perea), la tetrarquía de Filipo Samaria, la Decápolis. Más adelante hablaremos de ellas.

Segundo detalle: la geografía de Israel es muy curiosa. Bajando de Jerusalén a Jericó encontramos una señal desconocida en cualquier otra carretera del mundo: “Nivel del mar”. A partir de ese momento nos encontramos por debajo de dicho nivel, adentrándonos en la famosa depresión del Jordán. Todo lo que se conoce como Cisjordania (“a este la­ do del Jordán”) se halla comprendido entre esa depresión y el Mediterráneo. Esto hace de Israel un país muy montañoso, con subidas bastante fuertes y continuas. Las carreteras modernas impiden hacerse una idea de la dificultad del terreno.

Pero basta recorrer unos kilómetros por la antigua carretera de Jericó a Jerusalén (la del wadi Kelt) para advertirlo.

El turista actual sólo ve cuatro o cinco llanuras: la coste­ra, plantada de naranjos y limoneros, muy parecida a nuestro levante español; la de Esdrelón o Yezrael, que va desde las estribaciones del Carmelo hasta el Jordán, sirviendo de am­plia frontera entre Galilea y Samaria; dos llanuras pequeñas, pero preciosas, la de Genesaret y la de Bet Netafa; y si se dirige hacia el norte, para visitar Dan y Cesarea de Filipo (cosa que no hacen las expediciones normales por falta de tiempo), también divisa la extensa llanura situada a la falda del Hermón, junto al curso naciente del Jordán. La más extensa de todas, la costera, parece que Jesús nunca la visitó.

2. Nazaret

Al turista moderno le resulta difícil hacerse una idea de sus alrededores cómo era Nazaret en tiempos de Jesús. Hoy día es una ciu­dad de más de sesenta mil habitantes, extendida a lo alto y a lo bajo de numerosas colinas, animada por un flujo continuo de visitantes.

La Nazaret de tiempos de Jesús era muy distinta. Cuando se viene del lago de Tiberíades, tras contemplar las hermosas llanuras de Genesaret y de Bet Netofa, impresiona el contex­to tan árido y agreste de la aldea primitiva. Encerrada entre tres colinas, en la falda de una de ellas, carecía de horizonte. Ni siquiera se veían la cercana llanura de Esdrelón o el monte Tabor, si bien era posible divisarlos desde un elevado monte situado al sureste. La aldea en cuanto tal la conocemos bien gracias a la espléndida labor arqueológica de los franciscanos: unos doscientos habitantes, con las casas excavadas en ligera pendiente, recordando las cuevas del Sacromonte granadino o de Guadix. Nazaret nunca es mencionada en el Antiguo Testamento, ni en las obras de Flavio Josefo, que tan bien conocía Galilea. No es raro que sus vecinos de Caná dijesen con desprecio: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Aquí se desarrolló durante años la vida de Jesús.

Cuando era niño no le dejarían alejarse mucho de la puerta de la casa. Cuesta arriba, cuesta abajo, escapada a unos olivos cercanos. Tendría que contentarse con ver desde lo alto la majestuosa llanura de Yezrael, plagada de recuerdos históricos que él no podía entender por entonces.

2.1. De visita a Caná

Su primera salida “larga” debió hacerla con sus padres. Si María tenía amistad con una familia de Caná, es lógico que la visitase de vez en cuando. El problema con Caná radica en que no sabemos exactamente dónde localizarla. Hoy día se visita una aldea situada a unos seis kilómetros al nordeste de Nazaret (Kefar Cana), que sigue siendo famosa por sus vinos, como si el poso dejado por el milagro de Jesús hubiese servido para alimentar miles de cabas. Como te he dicho, a pesar de la cercanía, hay que subir y bajar tantas cuestas que se emplean fácilmente dos horas. A Jesús pudo servirle de entrenamiento para sus continuas correrías posteriores.

Otros sitúan Caná algo más lejos, a unos catorce kilómetros, al otro lado de la llanura de Bet Netofa. En cualquier hipótesis sobre su localización, allí se sitúa el primer milagro de Jesús según Juan. Pero hay otro detalle que a menudo se olvida. De Caná era Natanael (Jn 21,2), el que dijo: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). Quedan claras las rencillas entre pueblos vecinos, que no impedirán a Jesús elegir a Natanael como discípulo.

2.2. Séforis

Si situamos Caná al otro lado de la llanura de Bet Netola, para llegar a ella habrían tenido que pasar junto a Séforis.

Unos cincuenta años antes del nacimiento de Jesús, el 57 a.C., el romano Gabinio la había convertido en capital de Galilea. Cosa lógica, dada su espléndida situación geográfi­ca. Pero la historia de Séforis no fue siempre fácil. Recién nacido Jesús, se rebeló contra Roma; los habitantes resistie­ron todo lo posible al ejército de Varo, legado romano de Siria. Como castigo, Séforis fue incendiada y sus habitantes deportados (BJ II, 68). Según esto, cuando Jesús era niño, la visión de Séforis no debía de ser muy agradable. Un montón de ruinas incendiadas.

Sin embargo, a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea des­de que Jesús era niño (4 a.C. ‑ 39 d.C.), no le interesaba que Séforis estuviese en ruinas. La necesitaba como centro mili­tar y administrativo. Por eso, “la fortificó y convirtió en or­nato de toda Galilea” (Ant XVIII, 27). Overman dice que poseía “tribunales, una fortaleza, un teatro con capacidad para tres o cuatro mil espectadores, un palacio, una calle porticada en la cima de la acrópolis, dos recintos amuralla­dos, dos mercados (el de arriba y el de abajo), archivos, el banco real y el arsenal … así como una población de aproxi­madamente treinta mil habitantes” (art. cit., 164). De acuer­do con las últimas excavaciones, el teatro sería bastante pos­terior al siglo I. Pero los restantes datos confirman la idea de una profunda reconstrucción y embellecimiento de la ciudad.

¿No sería en la reconstrucción de la cercana Séforis don­de trabajaron frecuentemente José y Jesús? Una aldea tan pe­queña como Nazaret no debía ofrecerles demasiadas oportu­nidades de trabajo. Mucho más discutido es si Jesús actuó en Séforis durante su vida pública. Para entonces, la capital era Tiberíades, aunque Séforis seguía siendo importante. Un da­to de interés, recogido por Josefo, es que los galileos odiaban a los de Séforis (Vita, 375); es posible que este odio se re­monte a la época de la reconstrucción por Antipas, cuando la orientación política de la ciudad cambió totalmente y se hizo partidaria de los romanos.

2.3. Una escapada a la llanura de Esdrelón

La visita a Caná y Séforis nos ha puesto en contacto con el pasado reciente de Galilea. Pero la mayor ilusión de los niños consiste en ver una caravana de Egipto con destino a Escitópolis y Damasco. Pasan días espiando desde su elevado observatorio vecino al pueblo. Hasta que, una mañana, la di­visan a lo lejos, procedente del paso de Meguido. Corren cuesta abajo, se adentran en la llanura de Esdrelón, se acercan a contemplar ese espectáculo tan novedoso para ellos.

No tienen prisa y acompañan un rato a la caravana, has­ta que pasa entre Yezrael y Sunén. Es una pena que no va­yan con una persona mayor, conocedora de la historia de Israel. De Yezrael más vale no acordarse; fue residencia de los reyes del Norte en siglos pasados y allí tuvo lugar el ase­sinato de Nabot, aquel que no quería venderle su viña al roy Ajab; la reina Jezabel se encargó de eliminarlo con una acusación falsa (1 Re 21).

Pero Sunén trae buenos recuerdos. Nueve siglos antes vivía allí una señora rica, que acogía al profeta Eliseo siempre que pasaba por su casa. Un día, su único hijo se puso enfermo y murió. La mujer fue en busca de Eliseo y casi lo obligó a resu­citarlo. La verdad es que al profeta le costó bastante trabajo. Tuvo que rezar y echarse siete veces sobre el niño hasta que le volvió la respiración (2 Re 4,8‑37). Pero los de Sunén estaban orgullosos del milagro y lo seguían contando siglos más tarde, con gran envidia de los cercanos vecinos de Nain, que no te­nían tradiciones parecidas. Algún día se tomarían la revancha.

Al volver a casa contemplan la redondeada cumbre del monte Tabor (588 m.), donde Débora y Barac concentraron a las tribus para luchar contra Sisara (Jue 4). Un monte sa­grado, de aspecto sorprendente, aislado en la llanura. No es raro que algunos lo considerasen más tarde el lugar de la Transfiguración
Hacia Jerusalén

3. Los caminos

La geografía de Jesús niño se amplió enormemente al vi­sitar Jerusalén con motivo de la Pascua. Los viajes reunían toda clase de incomodidades, aunque una peregrinación festiva se prestaba a que los niños lo pasasen bastante bien.

Sobre la forma de viajar en aquellos tiempos puede consul­tarse el libro de González Echegaray (pp. 104‑109). En cuan­to a la duración del viaje, muchos autores, basándose en un texto de la Autobiografía de Flavio Josefo, indican que de Galilea a Jerusalén se tardaba tres días. Acepto este dato pa­ra la ruta más directa, a través de Samaria, aunque es proba­ble que una caravana con mujeres y niños necesitase un día más. En cambio, si los peregrinos elegían viajar por el valle del Jordán es muy difícil que llegasen a la capital en menos de cuatro días. Una tercera posibilidad sería tomar el camino de la costa, pero no parece que Jesús lo usase nunca.

3.1. El camino por Samaria

Si se quería ir rápido, éste era el mejor. Pero nunca se sa­bía cómo podían reaccionar los samaritanos; a lo mejor se negaban a venderles alimentos. De todos modos, en tiem­pos de Jesús no tenemos datos de graves conflictos entre sa­maritanos y galileos como los que ocurrirían años más tarde (BJ II, 232‑240).

Atravesando la llanura de Esdrelón en línea recta se llega a Genua (actualmente la aldea árabe de Jenín), en cuyas cercanías situará Lucas la curación de los diez leprosos. Desde Nazaret, el camino ha sido fácil. Ahora comenzamos a subir (probablemente la que en la Biblia se llama “la cuesta de Gur”); la subida no es excesivamente dura y sirve de entre­namiento para los días siguientes. Al llegar arriba divisamos la llanura de Dotán, donde el patriarca José fue en basca de sus hermanos, sin imaginar que terminaría en Egipto.

Seguimos subiendo las montañas centrales. Según palman, la primera noche se pasaría en Sanar, al norte de Sebaste (nombre griego de Samaria). Al día siguiente, sin pasar por es­ta ciudad, se dirigirían a Nablus (Siquén). El hecho de atrave­sar territorio samaritano no impedía recordar interesantes tra­diciones patriarcales. Siquén fue la primera etapa de Abrahán en su marcha hacia la tierra prometida (Gen 12,6). A Siquén llegó Jacob sano y salvo después de su larga estancia en Padán Aram (Gen 33,18). Y allí celebró siglos más tarde Josué la gran asamblea de las tribus, en la que se comprometieron a servir al Señor dos 24). Entre tantas historias hemos llegado al pozo de Jacob, y la caravana descansa para aprovisionarse de agua.

Pero no podemos detenernos demasiado; esa tarde hay que llegar a Lesona, ya en territorio judío, donde pasaremos la noche. Los niños están cansados. La jornada no fue tan fá­cil como la primera. Pero todos se duermen con la ilusión de que mañana llegarán a Jerusalén.

Durante el tercer día de marcha se atraviesan también im­portantes lugares. Al cabo de un rato pasamos cerca de Silo, un montón de ruinas en las que nadie se fija. Sin embargo, allí estuvo el arca del Señor, allí acudió Ana con la esperanza de tener un hijo y allí pasó su infancia el profeta Samuel, a las órdenes del sacerdote Elí (1Sam 1‑3). Y esa mañana seguire­mos hasta Betel, en cuyas cercanías construyó Abrahán un al­tar (Gen 12,8). Pero la historia más famosa es la de Jacob: en Betel, mientras dormía, vio una escala que unía el cielo y la tierra, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella (Gen 28,11‑19). Hemos llegado al territorio de la antigua tribu de Benjamín, donde Saúl instauró la monarquía. Pasamos por Guibeá. Pero nadie está ya para muchos recuerdos. Por pri­mera vez divisan el monte de los Olivos. Dos horas y media más de camino, y la caravana se detiene en el Monte de los Exploradores (Har Sofim, o Scopus), a dos kilómetros de Jerusalén. La vista de la ciudad es magnífica (en ese monte si­tuará Tito su campamento cuando asedie Jerusalén años más tarde). Pero será más maravillosa al día siguiente, con los pri­meros rayos del sol. Entonces, el mármol y el oro del templo harán que resplandezca a los ojos de los peregrinos “como una montaña cubierta de nieve” (BJ V, 222‑223 ).

3.2. El camino por el valle del Jordán

Según palman, éste sería el último camino que elegiría un galileo para ir a Jerusalén. Edersheim, en cambio, lo con­sidera el habitual. En cualquier hipótesis, este camino pare­ce que lo recorrió Jesús durante su actividad apostólica, aunque con pequeñas variantes. Ahora lo haremos comen­zando en Nazaret, mientras que Jesús podo hacerlo más tar­de comenzando en Cafarnaún.

Si partimos de Nazaret, el viaje se desarrolla inicial­mente de forma parecida al paseo que inventamos con los niños para ver la caravana de Egipto: baja a la llanura de Esdrelón, pasa entre Yezrael y Sunén. Más tarde queda a la derecha la fuente de En Harod, donde Gedeón selec­cionó a los trescientos hombres que lo acompañarían a lu­char contra los madianitas (Jue 7). Luego los montes de Gelboé, donde murieron Saúl y sus tres hijos luchando con los filisteos (1Sam 31).

Sin darnos cuenta nos hemos introducido en la Decápolis, una región que se extiende mayoritariamente al otro lado del Jordán, pero que en Cisjordania cuenta con la importante ciu­dad de Escitópolis. Se trata de la antigua Bet Seán, en cuyas murallas colgaron los cadáveres de Saúl y de sus tres hijos. Ahora, en tiempos de Jesús, es una ciudad independiente, donde se habla griego.

El segundo día de viaje seguimos hacia el sur, pasando junto a Salín y Enón; Enón, lugar de aguas abundantes, será uno de los sitios elegidos por Juan Bautista para bautizar (Jn 3,23). Poco después cruzaremos el Jordán, para evitar el te­rritorio samaritano y seguir por Perea, que pertenece a Herodes Antipas, igual que Galilea. Actualmente es una de las zonas más fértiles de Jordania. La jornada de hoy nos lle­vará hasta Sucot, junto a la impresionante hendidura del to­rrente Yabboq. Los peregrinos han encendido fuego y, des­pués de cenar, cuentan antiguas historias patriarcales. Cerca de donde están, en Penuel, pasó la noche Jacob cuando se le apareció un ángel que luchó con él hasta la aurora y lo dejó cojo; también lo bendijo y le cambió el nombre por el de Israel (Gen 32,26‑33). Un buen momento también para re­cordar el encuentro entre Jacob y Esaú, en el que el herma­no engañado perdona al que le robó la primogenitura y lo abraza con afecto (Gen 33).

Pero no podemos alargar la velada. Mañana hay que ma­drugar. Con las primeras luces del alba divisan al otro lado del Jordán la fortaleza de Alexandriam, que recibe su nom­bre de Alejandro, hijo de Aristóbulo II. Fue él quien la forti­ficó hacia el año 60 a.C. y allí se refugió perseguido por Gabinio (BJ I,161).

La vivencia principal de esta tercera jornada de camino tiene lugar en las últimas horas, cuando vuelve a cruzarse el Jordán a la altura de Jericó. Los peregrinos pueden identifi­carse con sus antepasados dispuestos a entrar en la Tierra Prometida después de la larga marcha por el desierto. No los guía Josué ni las aguas del Jordán van a secarse ante ellos; tampoco dejarán un monumento conmemorativo de doce piedras (Jos 3‑4). Pero son recuerdos que vienen a la mente de cualquier israelita piadoso, recuerdos capaces de entrete­ner y entusiasmar a los niños que hacen por primera vez este camino.

Los peregrinos se encuentran ya en las inmediaciones de Jericó, donde pasarán la noche. Jericó trae el recuerdo de Josué, del arca rodeando la ciudad durante siete días, de la caída milagrosa de las murallas (Jos 6). Pero es posible que nadie recuerde estas viejas historias y todos se limiten a ha­blar de Jerusalén. Mañana llegaremos a sus inmediaciones. En dos días de camino, el grupo ha llegado de Escitópolis a Jericó, vadeando dos veces el Jordán

La última jornada será muy dura. En veinte kilómetros hay que salvar un desnivel de casi mil metros, siguiendo inicial­mente el tortuoso wadi Kelt, paisaje admirable y desolado, al que se añade el peligro de bandidos. Hoy día, a mitad de la subida, el autobús de peregrinos acostumbra detenerse para que vean desde lo alto el monasterio de San Jorge, adosado a la roca. En tiempos de Jesús habría que hacer también un al­to para descansar. Hasta que se llegaba a Betania, a solo cua­tro kilómetros de Jerusalén. Desde allí no se ve la capital. Pero considero más probable que los peregrinos se detengan a pasar la noche, a fin de entrar en la ciudad a plena luz del día. Aunque sea simple hipótesis, quizá de estas paradas noc­turnas en Betania, antes de entrar en Jerusalén, le viniese a Jesús años más tarde la amistad con María, Marta y Lázaro, y su costumbre de pernoctar en este pueblo. Según el Talmud (Pes. 53), Betfagé y Betania eran especialmente célebres por la hospitalidad con que acogían a los peregrinos.

4. Jerusalén

Por cualquiera de las dos rutas anteriores hemos llegado a Jerusalén, “con mucha diferencia la ciudad más distinguida no sólo de Judea sino de todo Oriente” (Plinio, Historia natural 5,14). Este testimonio de un romano del siglo I resulta bastan te imparcial. El esplendor de Jerusalén le venía del puesto central que ocupaba para todos los judíos, incluidos los de la Diáspora, y de las grandes construcciones de Herodes. Como dice Wilkinson: “La Jerusalén que Jesús conoció tenía un trazado urbano avanzado y elegante (…) Su ingeniería y arquitectura monumental la hacían tanto más impresionante puesto que en tiempos de Jesús tales obras tenían menos de cincuenta años” (o.c., p. 68). Sin embargo, no la imaginemos como una gran ciudad moderna. Cuando Joachim Jeremías publicó en 1923 su primera edición de Jerusalén en tiempos de Jesús, cal­culó el número de habitantes en unos 55.000. Pero en un ar­tículo de 1943 piensa que esta cantidad es excesiva, y así lo re­coge en la tercera edición de su obra: “En la época de Jesús hay que calcular la población de Jerusalén, dentro de sus mu­rallas, en unos 20.000 habitantes; y fuera de ellas habría de unos 5.000 a 10.000. Esta cifra de 25.000 o 30.000 podría constituir el tope máximo” (o.c., p. 102).

El mapa nos ofrece una panorámica de Jerusalén en tiem­pos de Jesús. A la derecha (E) está limitada por el torrente Cedrón y el monte de los Olivos. A la izquierda (O), por el torrente Hinnón. Por medio de la ciudad, junto al muro oc­cidental del templo, se halla el Tiropeón. Es fácil advertir el gran espacio que ocupa el Templo. Para la vida posterior de Jesús, los puntos claves son:

· al nordeste, fuera del recinto de las murallas, la pisci­na de Betesda, donde el cuarto evangelio sitúa la cu­ración del paralítico;

· al noroeste del recinto del templo, la torre Antonia, donde residía la guarnición romana y donde se sitúa actualmente el comienzo del Vía Crucis; bajando por el moro occidental, donde forma casi un ángulo recto, se encontraba el monte de la Calavera, el lugar de la crucifixión; entonces quedaba fuera de las murallas;

· poco más abajo, en un recinto rectangular amuralla­do, estaba el palacio de Herodes, con tres torres muy llamativas (Hípico, Fasael y Mariamme);

· desde el norte del palacio de Herodes hasta el templo corre la primera muralla norte; a mitad de camino se encuentra el palacio de Herodes Antipas, donde el tetrarca interrogó a Jesús (Lc 23,8‑12);

· el barrio que se extendía en el ángulo suroeste de la ciudad estaba habitado, según piensan algunos, por esenios; en una de sus casas celebró Jesús la última ce­na y allí se formó la primera comunidad cristiana; muy cerca se encontraba el palacio de Caifás;

· en el ángulo sureste se halla la piscina de Siloé, adonde Jesús envió al ciego de nacimiento para que se lavara (Jn 9); muy cerca, la torre de Siloé, que se derrumbó aplastando a dieciocho personas (Lc 13.4).

Galilea

El día que Jesús decidió abandonar Nazaret y trasladase a Cafarnaúm pudo hacerlo en una sola jornada, si dedicó todo el día a caminar. Ya dijimos que son 46 Km., asequibles una persona fuerte. Según el Talmud (Pes. 93b), una jornada normal es de cuarenta millas romanas, es decir, 59 Km.; aunque esta cifra me parece exagerada, con quince años hice una excursión de 51 Km. por montes cercanos a Málaga. Actualmente, la carretera pasa por Caná, deja a la izquierda a los famosos “Cuernos de Hattim” (donde en 1187 los cruza­dos sufrieron una terrible derrota a manos de Saladino), ba­ja hacia Tiberíades, a orillas del lago de Galilea, y bordea el lago hacia el norte. A Jesús, su condición de judío piadoso le impedía pasar por Tiberíades, ciudad moderna y paganiza­da, construida por Herodes Antipas en el año 19 de nuestra era como su nueva capital. Si nos atenemos a los evangelios, Jesús nunca la visitó, aunque le quedaba tan cercana.

El rechazo que los judíos experimentaban hacia Tiberíades se comprende por un dato que ofrece Josefo. Cuenta que Herodes, para construir la capital, “eligió la mejor localidad de Galilea, la orilla occidental del lago de Genesaret, junto a las caldas de Emaús. Pero la selección del lugar fue, en este sentido, desafortunada. Como resultó evidente por las ope­raciones de desescombro, durante las que aparecieron varios monumentos funerarios, se trataba de un antiguo cementerio y, en cuanto tal, estaba prohibido como lugar de vivienda pa­ra los Judíos observantes: cualquier contacto con tumbas los hacía ritualmente impuros durante siete días” (Ant. XVIII 2, 3 [38]). Para poblar la ciudad, Herodes se vio obligado a colonizarla por la fuerza con extranjeros, aventureros y mendigos, convirtiéndola en una mezcolanza de razas. Por una ironía de la historia, más tarde se convertiría en uno de los principales centros del judaísmo.

Jesús tenía dos posibilidades: desviarse al NO, para to­mar el camino de Séforis a Magdala; o desviarse al E para usar la Via Maris. En ambas hipótesis, debió llegar al lago por Magdala. Un novelista romántico podría imaginar un primer encuentro con María Magdalena. Pero la ciencia bí­blica y el romanticismo se llevan mal. Es preferible no in­ventar datos.

5.1. El lago de Genesaret y sus alrededores

El lago de Genesaret, llamado también lago de Tiberíades y mar de Galilea, tiene unas dimensiones capicúas, muy fáciles de recordar: 12‑21, 12 kilómetros en su zona más ancha por 21 en la más larga. Porque el lago, lógicamente, no es un rectángulo perfecto; recuerda la forma de un arpa, que según algunos le da el nombre (jinneret en hebreo significa “arpa”). Tres peculiaridades tiene el lago: 1) se halla a 208 metros bajo el nivel del mar; 2) es de una belleza impresionante, desde cualquier sitio que se lo contemple; 3) en sus orillas hace un calor húmedo enorme en cuanto se mete la primavera; a finales de abril he padecido allí 38° de temperatura.

Jesús ha llegado al lago por Magdala. No sabemos si se tuvo en ella. Es probable. En cualquier caso, la visitará más tarde. Según algunos autores, a este pueblo se refiere Mt 15, con el nombre de Magadán, y Mc 8,10 con el de Dalmanuta. En esta hipótesis, habría sido en Magdala donde los fariseos pidieron “una señal del cielo”. Aunque el nombre de Magdala sugiere una primitiva fortaleza, quizá para controlar aquella zona de la llanura de Genesaret y el camino del lago, en tiempo de Jesús debía haber progresado mucho con la reciente cc tracción de la cercana Tiberíades. Siglos más tarde, el Talmud habla de sus tiendas y sus tejedurías de lana; también de la corrupción de sus habitantes. No todos siguieron el ejemplo de María Magdalena.

Continuamos hacia el norte, bordeando el lago. La lla­nura de Genesaret es tan bella que algunos rabinos pensaban que allí estuvo situado el paraíso. La vista es espléndida desde la Basílica de las Bienaventuranzas. Genesaret aparece mencionada en Mc 6,53; Mt 14,34. Allí atracan Jesús los discípulos viniendo de la otra orilla y recorren la región realizando numerosas curaciones. Actualmente existe un kibutz en el que enseñan la barca del siglo I encontrada por unos pescadores hace pocos años; a algunos les faltó tiempo para identificarla con la barca de Pedro.

5.2. Cafarnaún

Hemos llegado a una bifurcación. El camino principal, a Via Maris, se aleja del lago en dirección norte. La otra ruta , con aspecto de haber mejorado mucho en los últimos tiempos, lleva a Cafarnaún. Wilkinson piensa que su población en tiempos de Jesús pudo ser de unos nueve mil habitantes (igual número que indica Josefo para el pueblo de Giscala). Mertens, en cambio, habla de mil o dos mil; ésta es también la opinión de Bosen. Más radical es Loffreda, que calcule l.500 habitantes para la época de máximo esplendor, duran te el período bizantino; con respecto al tiempo de Jesús no se atreve a hacer cálculos, pero queda claro que debería se en torno a los mil habitantes, o incluso menos. Esto coincide con lo que afirma Bagatti: “una aldea muy modesta”. Lo confirma un dato de Josefo que generalmente pasa desaper­cibido. Cuenta en su autobiografia que, durante uno de sus múltiples viajes por Galilea, “fui llevado a un aldea llamada Cafarnaún” (Vita, 403). Esta forma de expresarse sólo co­rresponde a la de un pueblecillo insignificante; y han pasado más de treinta años desde que Jesús actuó allí.

La población, aunque escasa, es muy variada: pescado­res, agricultores, comerciantes y artesanos. La aldea ha me­jorado bastante desde que el año 4 a.C. se convirtió en fron­tera entre Galilea (administrada por Herodes Antipas) y los territorios de su hermano Filipo. El pago de impuestos a las mercancías ha hecho que ahora cuente con un puesto de aduanas y una guarnición romana de unos cien soldados. En esa misma fecha (4‑2 a.C.) comenzó Filipo la construc­ción de la ciudad de Julia, a muy pocos kilómetros de dis­tancia; con ello, la carretera adquirió mucha más vida. De todos modos, el esplendor de Cafarnaún llegaría varios si­glos después de Jesús (III‑IV), de los que data la sinagoga que actualmente contemplan los turistas.

Jesús adopta a Cafarnaún como “su ciudad”, un centro de operaciones desde la que tendrá rápido acceso a los pueblos cercanos. Las excavaciones de 1972 ayudan a conocer cómo eran las casas de Cafarnaún en aquellos tiempos. Los muros estaban construidos de modo desigual, con bloques de basal­to, y no eran lo bastante resistentes como para soportar el pe­so de un piso superior. Las escaleras que hoy se observan no llevaban a un segundo piso, sino al tejado. Ninguna de las ha­bitaciones descubiertas mide más de cinco metros y medio, probablemente por el tamaño de la madera y de los juncos disponibles. Los suelos están desnivelados, debido al enlosa­do con piedras de basalto grandes y lisas, y a que entre una y otra queda un espacio bastante considerable. Se ha excavado una manzana de casas y esto nos permite conocer la forma de vida. En ella habitaban cuatro familias, de unos ocho miem­bros cada una, dando a un patio central. La intimidad era desconocida para los habitantes de Cafarnaún.

“Los pescadores de Cafarnaún eran probablemente prós­peros en comparación con los granjeros de Galilea, puesto que sus mercancías ‑el pescado fresco y seco y la salsa de pescado‑ eran menos corrientes. No obstante, las casas de Cafarnaún nos muestran que su vida no era nada lujosa. En parte, esta particularidad se debe a que Cafarnaún era un lugar muy cálido, con días bochornosos a causa de la eva­poración del lago de Galilea, y de que las noches eran de­masiado calurosas durante cuatro largos meses. También se debe a que las casas estaban apiñadas, atestadas, y al haber sido construidas con basalto, resultaban demasiado oscuras,’ (Wilkinson, o c, 32).

Para más datos sobre Cafarnaún véase J. González Eche­garay, Arqueología y evangelios, 79‑87.

5.3. Otras localidades

Bordeando el lago, completamente al norte, junto a la desembocadura del Jordán, se encontraba Betsaida, excavada recientemente. En tiempos de Filipo, “el poblado de Betsaida, al lado del lago de Genesaret, fue elevado a la dignidad de ciudad por el número de sus habitantes y recibió el nombre de Julia, en honor de la hija del César” (Ant XVIII, 2,1). Era la patria de los apóstoles Felipe, Andrés y Simón (Pedro), aun­que éstos habían trasladado su residencia a Cafarnaún. En Betsaida sitúa Marcos la curación de un ciego (Mc 8,22‑26).

La subida a Corozaín era dura, pero breve, de dos a tres ki­lómetros; para no sudar mucho, Jesús, al que gustaba madru­gar, elegiría horas tempranas. Hasta hace pocos años, Corozaín era sólo un montón de ruinas de negras piedras basálticas, que traían a la memoria la maldición evangélica. Actualmente, las ruinas han sido excavadas y ofrecen una imagen muy intere­sante de cómo sería la aldea en los siglos II‑III de nuestra era.

De la orilla oriental del lago no conocemos ningún pue­blo por el relato del evangelio, aunque allí se encontraba Hipos y quizá Gergesa. Jesús cruzaba a aquella orilla con frecuencia para descansar ‑cosa que no conseguía casi nunca‑ o para entrar en rápido contacto con territorio pa­gano. De hecho, gran parte de la orilla oriental constituía la frontera de la Decápolis (véase más abajo).

Para más datos sobre Galilea, véase el Apéndice.

6. Los viajes largos de Jesús

Los viajes “largos” de Jesús se orientan en tres direcciones. El más frecuente es la subida a Jerusalén; según los evan­gelios sinópticos sólo realizó una, al final de su vida, pero Juan indica que fueron varias. No consta que Jesús usase nunca el camino de la costa; en cambio, el del Jordán pudo usarlo en sus dos versiones (al este o al oeste del río); también se consigna su paso por Samaria.

Los evangelios nos hablan también de una huida hacia el norte (ante la amenaza de Herodes), que termina en la re­gión de Cesarea de Felipe; son unos 40 kilómetros, pero con fuerte subida inicial, que hay que tomar con calma.

El otro viaje largo es al noroeste, hasta Tiro, que le debió suponer varios días de camino. Según Marcos, Jesús estaba en Genesaret (Mc 6,53) cuando marchó a la región de Tiro (Mc 7,24). Tenía para ello dos posibilidades: una, dirigirse a Tolemaida, pasando por Séforis, y desde allí ir al norte por la costa; el segundo itinerario, que la mayoría de los autores consideran más probable, sería caminar en línea recta desde el lago hasta Tiro, pasando por Giscala. Pero que nadie ima­gine un camino fácil. Había que salvar grandes desniveles. En cuanto al viaje de vuelta, dice Mc 7,31 que lo hace llegando al lago por la Decápolis; para ello tendría que haber bajado por la costa, introducirse en la llanura de Esdrelón y, al llegar a la colina de Moré, en vez de dirigirse hacia Escitópolis, coger el camino que lleva directamente al lago.

Apéndice:

Regiones mencionadas en los evangelios

Siguiendo la dirección norte‑sur, entre el Jordán y el Mediterráneo encontramos Fenicia, Galilea, Samaria y Judea. Al este del Jordán, también en dirección norte‑sur, Abilene, Gaulanítide, Decápolis y Perea.

Fenicia

Comenzaba un poco al norte de Cesarea Marítima, abar­cando la llanura de Dor, el Carmelo y la costa hasta Trípoli. Aunque a veces se extendía bastante hacia el interior, sus principales ciudades eran costeras: Tolemaida (Acco), Tiro, Sarepta y Sidón. Por entonces formaba parte de la provincia romana de Siria.

Galilea

Quedaba comprendida entre el Jordán, el Líbano, la lla­nura fenicia, el monte Carmelo y la llanura de Yezrael. Sus dimensiones eran 70 Km. de largo por 40 de ancho. Según Josefo, estaba dividida en dos regiones, la Alta y la Baja, de­limitadas geográficamente por el valle que corre hacia Tolemaida (Acco). La Alta Galilea se sitúa entre los 600 y los 1.200 m., con el Jermak como altura máxima. En cambio, la Baja Galilea está entre los 300 y los 600 m.: el monte más alto, el Tabor, tiene 588 m.

En la Baja Galilea comienza Jesús su actividad y en ella reside la mayor parte del tiempo. No debemos imaginarla como una zona pobre y marginada. La antigua alusión que encontramos en el libro de Isaías (“Galilea de los paganos”) ha jugado una mala pasada a muchos lectores del evangelio. Es cierto que en el Antiguo Testamento Galilea cuenta muy poco. Pero en tiempos de Jesús era una zona rica, importan­te y famosa, como descubrió Teófilo leyendo el libro tercero (BJ III, 41‑43).

Wilkinson admite para Séforis una población de 50.000 habitantes; Josefo indica 40.000 para Tariquea y Jotapata; y para Jaffa, el “pueblo” más grande de Galilea, muy cercano a Nazaret, 17.130 personas. Según Wilkinson, ya que Josefa habla de 204 pueblos, admitiendo un promedio de 500 ha­bitantes, tendríamos unos 365.000 para toda Galilea.

Más importante que el número es la población en sí misma. Galilea, tras numerosas vicisitudes, en tiempo de Jesús se ha estabilizado como región judía. Sólo en Séforis y Tiberíades abunda el elemento pagano. Sin embargo, los judíos del sur no sentían gran estima de los galileos: “Si alguien quiere enrique­cerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).

Samaria

Flavio Josefo la describe de la siguiente manera, un tanto idílica en mi opinión.

“La región de Samaria se halla entre Galilea y Judea (…) y por su naturaleza no se distingue en a1bsoluto de Judea. Porque ambas son montañosas y tienen llanos, como terreno fácil pa­ra las labores agrícolas, y muy fértiles, están bien arboladas y llenas de frutos tanto silvestres como de cultivo; y ello porque en ningún sitio están requemadas por la naturaleza, sino que las bañan abundantes lluvias. Todas las corrientes de agua que hay en ella son extremadamente suaves; debido a la abun­dancia de buenos pastos, el ganado produce más leche que en parte alguna; pero la mejor prueba de la bondad del suelo es que ambas regiones están llenas de gente” (BJ III, 48‑50).

La capital fue fortificada por Herodes el Grande, que la convirtió en una de las ciudades más hermosas de su reino. En honor de Augusto le cambió el nombre en Sebaste (Augusta) y construyó un templo pagano dedicado al emperador. Cuenta Josefo:

“… en la región de Samaria construyó una ciudad rodeadas por magníficas murallas de veinte estadios de largo [cuatro kilómetros] y asentó en ella seis mil colonos, dándole tierras muy fértiles. En el corazón de la nueva ciudad erigió también un amplio templo cerrado, en un terreno de unos trescientos metros, dedicado a César. A esta ciudad se lla­mó Sebaste, y concedió a sus vecinos leyes muy favorables” (BJ I, 403).

No tenemos noticia de que Jesús visitase Sebaste. En cambio pasó cerca de Sicar, entre los montes Ebal y Garizín, donde sitúa Juan el encuentro con la samaritana.

Políticamente, en tiempos de Jesús Samaria formaba parte de Judea y estaba administrada por el prefecto romano.

Judea

Es la denominación helenística y romana de la parte de Palestina poblada por judíos, aunque su sentido exacto varía según las épocas. Antes de los Macabeos era una región rela­tivamente pequeña, incluida entre el Jordán, Idumea, Lidda y Arimatea. Más tarde se judaizaron otras zonas y el término ad­quirió un sentido más amplio. A veces designa el reino de los Asmoneos y de Herodes, y a veces la parte de la provincia ro­mana de Siria que fue gobernada por procuradores romanos entre los años 6‑41 d.C.

Durante la actividad pública de Jesús, Judea era la re­gión más amplia. Al oeste limitaba con el Mediterráneo, desde Cesarea Marítima hasta Asdod (Azoto). Al norte con Galilea y la Decápolis. Al este con el Jordán (al sur de Enón y Salín) y el Mar Muerto. Por el sur llegaba casi al final del Mar Muerto. Pero adviértase que esta descripción es políti­ca: abarca regiones muy distintas, todas ellas bajo el mando del prefecto romano.

De las poblaciones de Judea aparecen mencionadas en los evangelios Belén, Jerusalén, Jericó, Betania, Arimatea y Emaús, aunque sólo consta que Jesús actuase en Jerusalén, Jericó y Betania. El mayor problema arqueológico lo plantea Emaús. Unos la sitúan a 30 Km. De Jerusalén, en la Sefela, en un lugar llamado más tarde Nicópolis y hoy día Amwas, donde se han descubierto restos de una basílica cristiana de comienzos del siglo III; esto coincidiría con los “ciento se­senta estadios” que ofrecen algunos manuscritos de Lc 24,13. Sin embargo, otros piensan que la lectura original es “sesenta estadios” y sitúan Emaús en Colonia Amasa, mucho más cerca de Jerusalén.

Abilene

Región en el Antilíbano, al NO de Damasco. Hasta el año 34 a.C. formó parte de Iturea, luego fue independizada de ella. De su historia en tiempos de Jesús sólo sabemos, por Lc 3,1 y ciertas inscripciones, que el tetrarca era Lisanias.
Iturea

Pequeña región al O de Abilene; formaba parte de la tetrarquía de Filipo (ver Lc 3,1).

Gaulanítide

Toma su nombre de la región del Golán (la tan disputada actualmente entre israelitas y sirios). En tiempos de Jesús pertenecía a la tetrarquía de Filipo. En esa región se encon­traban Betsaida‑Julia (la patria de Pedro, Andrés y Felipe) y Cesarea de Filipo, donde tendrá lugar la confesión de Pedro.
Traconítide

Región entre Damasco y los montes Jaurán, limitada al O por la Gaulanítide y Batanea y al E por el desierto siroarábigo. Hasta la llegada de los romanos estaba poblada por nómadas salteadores y por judíos y sirios. Julio César regaló este terri­torio a Herodes el Grande, quien, en adelante, tendría la obli­gación de procurar que los de la Traconítide no perjudicaran a las zonas vecinas.

«No era fácil impedirlo, pues su único trabajo consistía en robar, y no conocían otro medio de vida. No disponían de poblaciones ni campos, sino solamente de lugares subterrá­neos y cuevas, donde llevaban un método de vida similar al de las bestias. De antemano se aprovisionaban en abundan­cia de agua y alimentos, para poder permanecer ocultos mu­cho tiempo. La entrada de los escondrijos era angosta y per­mitía el paso de una sola persona por vez, pero el interior era de gran amplitud y podía dar cabida a mucha gente; el piso, por encima, no era muy alto, estaba al mismo nivel de la tie­rra. El lugar estaba lleno de piedras y era de difícil acceso, salvo con un guía, porque los caminos no eran rectos, sino tortuosos. Cuando estos hombres no podían robar a la gen­te de las zonas vecinas, se atacaba, y robaban mutuamente acudiendo a toda clase de crímenes. Sin embargo, Herodes, favorecido por César con estas tierras, se hizo conducir al lugar por personas que lo conocían y logró poner fin a los latrocinios, asegurando paz a los vecinos. (Ant. Xl: x 1).

Para pacificar el territorio, Herodes estableció allí tres mil idumeos y fomentó la helenización, aunque con esto no se acabaron definitivamente los problemas (ver Ant. XVI, ix, 1 ) Tras su muerte fue gobernada por su hijo Filipo. Sólo se menciona en Lc 3,1.

Decápolis

El nombre hace referencia a las diez ciudades que la formaban, que según Plinio eran: Damasco, Filadelfia, Rafaná, Escitópolis, Gadara, Hipos, Dión, Pela, Gerasa y Canata. Pero González Echegaray advierte que, en tiempos de Jesús, a pesar del nombre de Decápolis, sólo comprendía ocho: Hipos, Gadara, Dión, Abila, Escitópolis, Pella, Gerasa y Filadelfia (ver Arqueología y evangelios, 35‑37). Estas ciuda­des, fuertemente helenizadas, en las que se habla griego, con­siguen de Pompeyo en el año 63 a.C. que les permita formar una confederación con fines comerciales y defensivos, bajo el dominio directo del gobernador romano de Siria. Según Mateo, la fama de Jesús se extendió hasta aquella región: muchos de la Decápolis acudían a él (Mt 4,25).

El episodio más famoso relacionado con esta región es la curación de un endemoniado, que luego anuncia su sanación por toda la zona (Mc 5,20). Pero no tenemos seguridad sobre dónde ocurrió el milagro. Mc 5,20 lo sitúa en la región de los gerasenos (con variantes textuales que ofrecen gadarenos y gergesenos); Mt 8,28 habla de la región de los gadarenos (variantes: gergesenos y gerasenos); y Lc 8,26 lo sitúa en la región de los gergesenos (con Gerasa y Gadara como variantes textuales). Debemos excluir “gergesenos”, porque no existe la ciudad de “Gergesa”. Entre Gadara (Mt) y Gerasa (Mc) habría que inclinarse por la primera. Gadara se encontraba a unos 10 Km. al SE del lago. En cambio Gerasa estaba a 48 Km. al E del Jordán, a mitad de camino entre el lago de Galilea y el Mar Muerto.

Marcos da también otro dato que hace caer en la cuenta de la peculiaridad geográfica de la Decápolis. Dice que Jesús “de vuelta de la región de Tiro, pasó por Sidón y llegó al lago de Galilea atravesando la Decápolis” (Mc 7,31). Quiénes imaginan la Decápolis sólo a oriente del lago no entienden este itinerario de Jesús. Pero la región se extiende también al sur del lago. Jesús debió bajar hasta la llanura de Esdrelón, pasar por Escitópolis o sus cercanías, y subir al lago.

Perea

Situada al otro lado del Jordán, constituye una estrecha franja que va desde el torrente Carit (por el norte) hasta el Arnón (por el sur). Al Este limitaba con la Decápolis y el Reino nabateo; al Oeste, con el Jordán y el Mar Muerto. Al morir Herodes (4 a.C.), Perea, junto con Galilea, quedó en manos de Herodes Antipas. En ella se encontraba la fortaleza de Maqueronte, donde fue encarcelado y muerto Juan Bautista.

Conocer el entorno geográfico es importante para enten­der los evangelios. Pero los evangelistas tenían unas nocio­nes muy imprecisas, incluso inexactas, de la geografía. Lucas habla de un despeñadero en Nazaret, que no existe. Marcos se inventa otro despeñadero en la orilla oriental del lago pa­ra precipitar por él a dos mil cerdos. El mensaje está siempre por encima de la geografía.

Bibliografía

Aunque incluyo algunos mapas, es conveniente usar un Atlas Bíblico. Es muy bueno y el de Oxford, editado en España por Verbo Divino. Un complemento esencial a este capítulo se encuentra en J. González Echegaray, Arqueología y evangelios (Verbo Divino, Estella 1994), especialmente en los capítulos 5 y 6. La mejor Geografía bíblica es la de George Adam Smith, Geografía histórica de Tierra Santa (EDICEP, Valencia), aunque ha cumplido ya el siglo de existencia (fue publicada en 1894). Mucho más breve, pe­ro también interesante, es la obra de H. Haag, El país de la Biblia. Geografía ‑ Historia ‑ Arqueología (Herder, Barcelona 1992).

Sobre Galilea hay dos estudios muy completos: W. Bosen, Galila’a als Lebensraum und Wirkungsfeld Jesu (Herder, Friburgo‑Basilea Viena 1985); S. Freyne, Galilee. From Alexand~er the Great to Hadrian (University of Notre Dame Press 1980). En la obra en colaboración editada por L. I. Levine, The Galilee in Late Antiquity (Harvard University Press, Nueva York 1992) hay también algunos artículos de interés. Y en volumen de SLB 1994 Seminar Papers (Atlanta 1994) hay diversas colaboraciones sobre Jesús y Galilea.

Sobre Séforis: A. Overman, Who Were the First Urtan Christians? Urbanization in Galilee in the First Century, en SBLSP 27 (Atlanta 1988), 160‑168; $. S. Miller, “Sephoris, the Well

https://centauro996.wordpress.com/la-tierra-que-conocio-jesus/

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