La religión en la que todos los hombres están de acuerdo.
El Delta, un símbolo omnipresente en templos cristianos.
La indagación sobre conceptos como “religión civil” o “religión positivista”, de un lado, o como “religión de la Humanidad” o “religión natural”, de otro, tropieza, si es honesta consigo misma, con las Constituciones de los Francmasones de 1723, cuya autoría se atribuye al pastor James Anderson, bajo el impulso de un hugonote francés refugiado en Londres, Jean-Teophile Desaguliers. Al enumerar los deberes de un francmasón, Anderson describe en primer lugar la obediencia a la Ley moral y la adscripción a la religión en la que todos los hombres están de acuerdo, dejando a cada uno libre en sus individuales opiniones. Cuando en 2017 van a cumplirse trescientos años de la fundación en Londres de la Francmasonería especulativa puede resultar oportuno revisitar algunas ideas sobre la Orden al hilo de su adscripción, de un modo u otro, a la religión de la Humanidad.
La Francmasonería no es una religión, por lo que no cabe decir que sea la Orden la que encarna esa religión en la que todos los hombres están de acuerdo. Tal religión es un deber que el Francmasón cumple de acuerdo con uno de los principios basilares de la institución en la que se ha iniciado, el respeto a la más absoluta libertad de conciencia.
Entiéndase bien, los símbolos para el francmasón no constituyen nunca una finalidad en sí misma o un dogma, sino un medio de inspiración de la libertad interpretativa, una sugerencia para avanzar en el conocimiento y en la ética. Esta es la razón de que los cuatro pilares del Templo, junto a los tres tradicionales de la Sabiduría, la Belleza y la Fuerza, incorporen al propio masón individual, comprometido en la búsqueda permanente de los valores representados por los otros tres pilares. De la combinación de los cuatro elementos, se espera un ser diferencial con identidad propia, que sería el referente cualitativo de la quinta esencia alquímica.
La iniciación de los aprendices masones, y con ella la de los demás grados, hasta el 33º en el Rito Escocés, está ligada, precisamente a la interiorización paulatina del carácter paciente, tolerante y abierto de los hijos de la viuda. Ésta es la aportación masónica al humanismo o a la religión de la humanidad, que tienen la virtud de unir en lugar de separar a los seres humanos en torno a una espiritualidad liberal.
Pero la búsqueda de lo sagrado en el interior del ser humano en la que se esfuerzan los Francmasones, no se opone a las religiones positivas. Del mismo modo, el principio de laicidad no interfiere, de entrada, con el contenido sustantivo de las convicciones y de las creencias, sino con las prácticas de las respectivas jerarquías, pastores, imanes, rabinos o titulares de cualquier potestad eclesiástica, autoridad y potestad auto otorgada que no delegada por los ciudadanos, en el sentido más amplio de este término. La laicidad es respetuosa hasta el extremo con la religión, la laicidad no es antirreligiosa en ningún caso, porque nace del reconocimiento de la libertad en esta materia.
La laicidad es exigente, sin embargo, con las condiciones en las que cada ciudadano desarrolla su vida espiritual, para que esta dimensión tan importante del ser humano se halle siempre exenta de imposiciones o servidumbres. Son la arrogancia, la intolerancia, la tiranía del dogma, de la imposición prepotente las que no se contemplan en la masonería
Resalta de nuevo el que he llamado vector interno de la libertad en esta materia, es decir, el derecho a ejercer la misma en el seno de la intimidad personal, aquella dimensión del ser humano que éste puede vivir solo o acompañado, pero que le es propia y que está protegida de cualquier intromisión indeseada. La intimidad es uno de los frutos de la Ilustración y uno de los caracteres definitorios de la Modernidad, hasta el extremo que ha merecido protección constitucional. Por si hiciera falta, recuerdo nuevamente que el derecho a vivir la ideología, la religión o las creencias en la intimidad es, como su nombre indica, un derecho que anida en su liberad de conciencia, y no un deber.
La exteriorización de la ideología, de la religión o de las creencias es un derecho asociado al vector externo de esta libertad, al mismo tiempo que tampoco es un deber. Que nadie interprete, por tanto, que el principio de laicidad arrincona la religión en las sacristías –una acusación frecuente del clericalismo-, sino que permite vivir la ideología, la religión, las creencias y, por tanto, las increencias, del modo que cada persona o que cada grupo desee.
Lo que puede llamarse religión de la masonería, la religión a la que se refería el pastor Anderson, no predicaría, ni afirmaría, ni negaría, al dios o a los dioses de las religiones de las que la humanidad se ha dotado en su peregrinar por la tierra. La religión de la masonería sería la libertad de cultos, el respeto a la autonomía moral de cada persona, la independencia del poder civil respecto de los poderes religiosos, la capacidad de dialogar con las opciones religiosas y filosóficas del ser humano que sean capaces de dialogar entre ellas, en lugar de predicar la guerra santa, para hallar los cimientos de un edificio imaginario, pero posible, de paz y de concordia. La religión de la masonería es la defensa de la laicidad concebida como el resultado de ese común esfuerzo constructor, de un esfuerzo colectivo donde reina la esencia del Arte Real por antonomasia: la gran fraternidad en la que se integran, como señala un ritual del Supremo Consejo fechado en 1907, todos los hombres sabios, donde desde una sabiduría serena se aceptan todas las posibles emanaciones de la libertad de conciencia.
Joan-Francesc Pont Clemente
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