La Escuadra
por Masoneria Mixta
La Escuadra es la materialización de la tercera letra del alfabeto griego. Ya que al menos son necesarios 3 puntos para crear la figura geométrica más simple, el 3 se ha convertido en el símbolo del comienzo de toda construcción, y por tanto de la Iniciación. Para el nuevo iniciado se trata en un primer momento de la edificación de su templo interior.
El aprendiz no tiene la capacidad de comenzar su vida con el número 1, ya que él, menos que cualquier otro obrero, podría aproximarse a la percepción de la totalidad. Esto no se permite siquiera a cualquier otro ser humano.
La cifra 2, aquella de la dualidad, de los contrarios a equilibrar, y de los complementarios a conjugar, se halla igualmente fuera de su alcance en una aproximación a lo sagrado. Su único conocimiento, en principio, es el del número 2 del mundo profano, reflejo como mucho y según los casos, de diversidad, enfrentamientos y maniqueísmo.
Se le confía el número 3, y con esta cifra las primeras nociones de esoterismo y exoterismo que no funcionan sobre los mismos modelos. Un mundo nuevo se abre a su sagacidad, universo que podrá llevarle muy lejos.
La escuadra, que es la herramienta simbólica del primer grado, imagen de la conjunción de lo vertical y lo horizontal, encierra todo lo que es conocido (4 escuadras combinadas) y nadie puede escapar a esta valoración: la esvástica, inscrita o no en un círculo, es la medida del mundo en su totalidad desde tiempos inmemoriales.
La escuadra tiene sin duda un origen tan antiguo como la cuerda de 13 nudos egipcia. Ella es necesaria para la verificación de los volúmenes pequeños, a medida que los trabajos van requiriendo ajuste y precisión (la escuadra de 2 brazos desiguales en una relación 3, 4 y 5 son la reducción perfecta de la cuerda de 13 nudos que permite verificar el ángulo recto). Por tanto, de esto se trata: de ajuste y precisión. Muchos prefieren estos sustantivos antes que referirse a la «rectitud», que tiene un sentido rígido y rigurosamente inmutable, poco operativo cuando hablamos de lo humano, ya que sabemos que las leyes son imperfectas, las costumbres variables y la evolución de la norma se lleva a cabo con mucha ¡«regularidad»!
Por otra parte, no siendo la perfección algo de este mundo, referirse a la rectitud tiene por consecuencia inmediata la garantía de un fracaso programado. Esto jamás puede ser bueno para un ser en búsqueda que duda, se equivoca y tiene a pesar de todo necesidad de confianza en sí mismo para volver a abordar su obra.
Aquí reside la dificultad de la ortodoxia: ¿debe estar al servicio de los seres humanos, como faro que aclara e informa sobre una desviación o ser el brazo armado que resuelve las distancias sin ningún discernimiento?
La escuadra decora sólo el collar del venerable maestro, lo que parece indicar que su principal preocupación es el respeto a la ley, se trate de los reglamentos generales, los rituales o de otros landmarks. A pesar de ello, se enfrentará de vez en cuando con el dilema de recurrir a la espada o al corazón para resolver un problema. De hecho, quienes tienen algo de experiencia saben que en ciertos casos, ceñirse a respetar la legalidad no siempre es reflejo de un compromiso moral, y menos del espíritu iniciático.
Si bien la vida de un Aprendiz comienza con el número 3, ésta no se desarrolla de forma natural con el triángulo rectángulo pitagórico. En este caso es obligado marcar los ángulos. Aprendizaje. Hace falta un cierto tiempo para comprender las leyes de la construcción que convierten el ángulo recto verificado por la escuadra en el ajuste universal simple más sólido. Cuando las piedras se sostienen unas contra otras con ajuste y precisión, la construcción ofrece una estabilidad que supera los siglos y los movimientos de tierras. Ella permite además arriesgados devaneos estéticos como esas bóvedas romanas, vertiginosos cruceros de ojivas o naves gigantescas. Es esta conciencia profesional y esta gran exigencia las que sin duda han salvado la torre de Pisa, ejemplo universal de una línea de mando rigurosa que puede contener algún error sin sufrir daños irreversibles.
En el plano individual y profano, la transposición nos permite comprender que todo acto debe o deberá ser concebido y verificado según los preceptos de la escuadra y resumirse en estos términos: ¿Cuál es la coherencia de lo que hago, aquí y ahora?
Aunque nuestra escuadra sea una construcción personal, donde cada uno hace la propia selección de las reglas a respetar, a veces con ciertos olvidos o aproximaciones, es deseable que ésta se parezca más a la escuadra de ajuste que a la falsa escuadra, que es aquella que podemos manipular dándole la forma que queramos.
Desde el principio de nuestra existencia formamos parte de un tejido de relaciones e interacciones cruzadas que se sobreponen unas a otras y por momentos nos dejan poco tiempo para respirar al final del día. Cada cual tiene sus propios ejemplos. Todos trabajamos en el mundo profano, todos estamos en movimiento, comprometidos en proyectos de vida propios, con hijos, padres, imposiciones y limitaciones de todo tipo; en fin, la vida.
¿Por qué no recuperar y utilizar nuestra escuadra de vez en cuando para verificar si todo ello se realiza y se vive conforme a las reglas del arte adecuadas a cada situación? ¿Las relaciones con mis hijos son satisfactorias? ¿Mis encuentros con tal o cual vecino, compañero de trabajo, conversación con un superior jerárquico? ¿Mi elección profesional se encuadra en una perspectiva que es resultado de mis deseos o aspiraciones? Tal o cual compra, inversión, empleo, ayuda social, viaje, etc…, ¿se corresponde con la lógica propia y ajustada de la escuadra, esa jueza independiente?
La pregunta es simple: nuestra vida nos resulta adecuada en general o bien algunos aspectos deben perfeccionarse. La escuadra nos ha sido confiada para permitirnos saberlo.
Esta herramienta nos devuelve al ángulo recto, nos invita a la coherencia. En su origen ¿cuál fue el ángulo recto íntimo que a veces nos recuerda los sueños infantiles, nuestro proyecto de vida, nuestras aspiraciones profundas?
La utilización habitual de la escuadra arroja luz sobre nuestras distorsiones y nos permite retomar las cosas antes de que empeoren. Afortunadamente, jamás es demasiado tarde en materia de evolución personal, si se encuentra la voluntad para buscar el acuerdo y atrapar las contradicciones que sentimos como perjudiciales.
De este modo, la escuadra, testigo maniqueo de nuestra vida, puede ser la jueza imparcial, el árbitro, el valor fijo y objetivo. Todas estas razones fundamentan la simbología de la logia azul, del taller de primer grado, el de Aprendiz.
La primera etapa adopta la forma de la determinación de nuestro ángulo recto de referencia, es decir nuestro plan de vida. Para ello existe un método universal: el «conócete a ti mismo», que fue enunciado hace mas de 25 siglos y que cada masón por fuerza ha escuchado una vez en su vida. ¿Cuáles son nuestras cualidades, defectos, talentos, límites? ¿Qué hacemos en la Tierra? ¿Qué perseguimos? ¿Medimos nuestras fuerzas? ¿Qué objetivos nos hemos marcado en el ámbito personal, familiar, profesional, colectivo, masónico, cultural, etc.?
La segunda etapa parece ser la del dominio, al menos parcialmente, del tiempo. El Iniciado ha vislumbrado profusamente el reloj de arena en un momento de soledad, un reencuentro con el Tiempo en el que debe convertirse en relojero, cronometrarse.
El reloj de arena no entra en la panoplia del masón. Tal vez sólo el arquitecto toma consciencia de él, ya que tiene la obligación de construir y no tiene ante sí un tiempo indefinido. Él sabe que, cuanto más dure la construcción, más costará a la comunidad; que cuanto más lenta, más tardará en prestar el servicio que se espera de ella. Incluso si [el arquitecto] tiene presente mentalmente la noción de transmisión, sabe que necesita pasar a su sucesor una cantera ordenada y lo más avanzada posible, ya que ha visto muchas obras inacabadas que jamás fueron recuperadas ni terminadas.
El masón de hoy en día sabe que cuanto más tiempo y menos entusiasmo invierta en rectificar su piedra, mayores son los riesgos de abandonar, incluso desintegrarse.
El tiempo ha sido establecido, pero el aprendiz ignora cuál es su duración. Además, la toma de conciencia que se corresponde con el tiempo de su aceptación en franc-masonería supone que ya ha transitado el principio del camino. Entonces no debe perder ni un minuto más para convertir el tiempo que le queda en largos períodos de equilibrio y serenidad.
La meditación es necesaria a quien quiere detenerse a ver si la Estrella aún es visible y verificar a dónde le conduce la perspectiva. ¿Experimentará la gravedad, que lleva a las mentes más audaces al nivel del suelo materialista? ¿Se unirá a las generaciones partidarias de tener, más que de ser? La geometría, ¿no será parte de sus estudios primarios? El genio en masonería, que no es más que el sinónimo de trabajo ilustrado, y la gnosis, el estudio esotérico serio y perseverante de los símbolos ¿los dejará para otros?
Incluso si nos oponemos a esta época cronófaga en que debemos estar disponibles al mundo permanentemente, debemos persuadirnos de la necesidad de pedir al Tiempo que suspenda su vuelo, ya que para hacer verificaciones necesitamos… parar. Se precisa un mínimo de coraje para decidir interrumpir un momento la huída inexorable y escoger la confrontación consigo mismo. ¡Pero este es el precio de la clarividencia!
No hay alternativa. No busquemos excusas, no hay otra forma. La programación y la preservación de momentos de aislamiento donde estamos solos frente a nosotros mismos, donde podemos, sin precipitación ni presiones evaluar, medir nuestras acciones es absolutamente fundamental al masón, al ser humano que quiere progresar, al que quiere acceder a una re-generación; no hablemos de aquellos que ven cómo se les escapa el control de sus vidas, pues ¿a dónde irán sin una brújula?
La vida solo es interesante si tiene sentido, si se desarrolla en el buen sentido, y recurrir a la escuadra regularmente es indispensable para verificarlo. Es muy útil reservarse momentos vacantes, no para dejarnos llevar por el ocio, sino para encontrarnos con nosotros mismos y reaprender el gusto por lo esencial.
La escuadra encierra una noción de precisión, de exactitud. Tomar conciencia de la utilidad de llevar la escuadra con nosotros mientras esperamos integrarla, puede materializarse en pequeñas decisiones como simplemente dejar de llegar tarde cuando cuentan con nosotros, para un encuentro, un acto solidario, pagar algún impuesto o cotización. Ser exacto, y como consecuencia descubrir el respeto al otro, individual o colectivo. Querer ser exacto conduce necesariamente a la anticipación, a la previsión, a retomar progresivamente la vida en nuestras manos y mantener una buena parte de las incertidumbres a distancia.
Partiendo de esta noción de precisión, de exactitud, continuamos nuestra evolución que nos conduce progresivamente a la noción de justicia. Nuestros actos, efectivamente, deben
ser justos y perfectos, según la formulación ritual.
Si bien la Perfección se halla más allá de lo abordable, nuestros actos pueden sin duda acercarse a la Justicia en lo que ésta tiene de menos subjetivo, perfeccionarse día a día, es decir acercarse al ideal propio o grabado en el mármol de los Grandes Principios.
Una vez más, la herramienta nos hablará sobre el progreso conseguido, dado que las mismas situaciones se repiten constantemente, aunque tratemos de ignorarlo y creamos que no nos inquietan las verdaderas razones. La escuadra puede también, como si se tratara de una varita mágica, hacer desaparecer una serie de fuentes de disgregación recurrentes que perjudican nuestra armonía vital, para poder recuperarla.
La escuadra es, a fin de cuentas, nuestra consciencia, y no debemos jamás entenderla como factor que nos acusa. En lugar de mantenerla en una esquina oscura, dejémosla aparecer a plena luz, dándole un papel importante, ya que si es bien comprendida se revelará como una herramienta benevolente, eminentemente útil y esclarecedora sobre nuestra construcción y progresión en el camino.
En el plano colectivo, y particularmente en la logia, si la escuadra revela algún mal funcionamiento –como no podría ser de otra manera en un espacio ante todo humano–, lejos de nosotros la idea de denunciarlo con fuerza y vigor. Esto sería una actitud profana. La maestría nos enseña la serenidad, la reflexión, el análisis, la relatividad y la superación. La serenidad nos enseña a equilibrar los contrarios, la reflexión a extraer lecciones personales o colectivas, el análisis nos orienta hacia la comprensión, la relatividad nos enseña la moderación y la superación nos invita a gestionar las susceptibilidades y a mirar más allá.
La escuadra es una herramienta sin concesiones, por tanto manipulémosla con circunspección. Cada cual en nuestro entorno está sujeto a sus imperfecciones, constatemos quién necesita ayuda y mostrémosle la escuadra… aportémosla tendiéndole la mano. Fraternidad.
El Aprendiz hereda una escuadra para verificar el tamaño de su piedra. Aprende pronto la necesidad de evaluación. Utiliza la herramienta con más frecuencia de lo que imagina: cuando camina, cuando se desplaza por el templo, cuando saluda, cuando contempla el collar del venerable maestro, el ara, la disposición de las luces en torno al pavimento mosaico o los sitiales de los vigilantes y del venerable en el REEA, sólo por poner algunos ejemplos.
Estas son formas de grabar en su mente que el progreso está hecho más de orden que de caos y que solo la rectitud moral y su respeto pueden permitirle construir su vida de forma resolutiva, descartando entornos que le ponen en peligro constantemente y de forma aleatoria. Estamos en el grado 1o, en la primera etapa.
¿Por qué el compañero encuentra aún utilidad a la escuadra?
Este obrero, que ha dado algunos pasos, utiliza la escuadra para asegurarse de su trabajo. Él ha asimilado su manejo y se sirve de la escuadra con frecuencia pero sin el esfuerzo del aprendiz que descubre a la vez el símbolo y la práctica. Jamás se aleja de la escuadra, a la que confía menos sus dudas que la verificación de un entusiasmo que puede llevarlo a equivocarse. Ella forma parte de su equipaje; no puede avanzar sin ella por más que ésta se ha convertido con el paso del tiempo en herramienta virtual, una vez intelectualizada.
¿Por qué y cómo utiliza aún la escuadra el maestro?
El maestro no tiene necesidad de utilizar la escuadra ya que tiene la experiencia y el ojo. Él no verifica la rectitud de su acción, ya que este valor está integrado desde el principio en el proyecto. La escuadra es para él una forma de estar desde el respeto. El no puede trabajar de otra forma. Si guarda una escuadra simbólica junto a él será por humildad, bien para la instrucción o la transmisión.
Las rectificaciones a realizar no lo movilizan de modo inmediato como a un compañero porque, a su nivel de responsabilidad, reflexiona más sobre las causas que sobre los efectos y prioriza la reforma del sistema que produjo el error más que la rectificación de una irregularidad puntual, que bien podrá repetirse mañana. El templo que construye es la edificación colectiva, asegurando el buen respeto a los principios, testimonio de la continuidad del progreso del taller, y mucho más.
http://masoneriamixta.es/la-escuadra/#.V_JoEPnhCM8
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