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sábado, 15 de agosto de 2015

LA INDIA.

LA INDIA.
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La civilización del valle del Indo

Este valle, a caballo de la frontera entre India y Pakistán, es la cuna de la civilización del subcontinente indio. Sus primeros pobladores fueron tribus nómadas que cultivaban la tierra y tenían animales domésticos. A lo largo de varios milenios, fue surgiendo una cultura urbana, sobre todo desde el 3500 a.C. Hacia el 2500 a.C. ya se habían fundado grandes ciudades, cuyos núcleos se conocieron como cultura harappa, que florecería durante más de mil años.

Las principales ciudades del período harappa maduro eran Moenjodaro y Harappa (en el Pakistán actual) y Lothal, cerca de Ahmedabad. Esta última puede visitarse, y gracias al preciso y cuidado diseño de sus calles, aún resultan evidentes ciertos aspectos de esta sofisticada civilización con 4500 años de historia. Las ciudades harappa solían tener una acrópolis independiente, que posiblemente cumplía una función religiosa; por su parte, el gran estanque de Moenjodaro quizá fuera utilizado para abluciones rituales. Las metrópolis principales también destacaban por su tamaño, y se estima que la población de Moenjodaro alcanzaba los 50000 habitantes.

A mediados del tercer milenio antes de Cristo, la cultura del valle del Indo posiblemente estaba a la altura de otras grandes civilizaciones. Los harappa comerciaban con Mesopotamia y desarrollaron un sistema de pesos y medidas. Los objetos recuperados, como maquetas de carretas de bueyes y joyas, constituyen la prueba más antigua de una cultura india propia. De hecho, muchos elementos de la cultura harappa serían asimilados posteriormente por el hinduismo. Asimismo se han hallado columnas de piedra negra (asociadas al culto fálico de Siva) y figuras de animales; la más destacada es la del toro encorvado, posteriormente Nandi, la montura de Siva).

Primeras invasiones y nacimiento de las religiones

La civilización harappa entró en decadencia al comienzo del segundo milenio antes de Cristo. Algunos historiadores atribuyen el fin del imperio a las inundaciones y sequías, que amenazaron su base agrícola. Aun así, la teoría más imperecedera, aunque no exenta de polémica, vincula el fin de los harappa a una invasión aria, pese a las escasas pruebas arqueológicas o menciones escritas en los antiguos textos indios que lo acrediten. No obstante, algunos historiadores nacionalistas sostienen que los arios (cuyo nombre deriva de un vocablo sánscrito que significa “noble”) eran en realidad los habitantes originarios de la India y que la teoría de la invasión fue inventada por conquistadores extranjeros interesados. Otros afirman que la llegada de los arios fue más bien una lenta migración que fue absorbiendo paulatinamente la cultura harappa.

Quines defienden la teoría de la invasión creen que desde el 1500 a.C. diversas tribus arias procedentes de Afganistán y Asia central comenzaron a llegar al noroeste de la India. Pese a su superioridad militar, su avance fue gradual, con sucesivas tribus luchando por el territorio y los recién llegados adentrándose más al este por la llanura del Ganges. Con el tiempo, estas tribus dominaron el norte de la India, llegando incluso hasta las colinas de Vindhya. Según esta teoría, muchos de los dravídicos –los habitantes originarios del norte de la India– fueron desplazados hacia el sur.

Durante este período de transición (1500-1200 a.C.), fueron redactadas las Vedas, sagradas escrituras hindúes, y se formalizó el sistema de castas.

A medida que las tribus arias fueron extendiéndose por la llanura del Ganges a finales del s. VII a.C., muchas se integraron en 16 reinos principales, amalgamados a su vez en cuatro grandes estados. De ellos surgió la dinastía Nanda, que llegó al poder en el 364 a.C., y gobernó grandes franjas del norte de la India.

Durante este período, el centro del país evitó por muy poco dos invasiones procedentes del oeste que, de haber triunfado, podrían haber alterado significativamente el curso de su historia. La primera fue impulsada por el soberano persa Darío (521-486 a.C.), que se anexionó el Punyab y Sind (a ambos lados de la actual frontera indopaquistaní). Por su parte, Alejandro Magno llegó a la India procedente de Grecia en el 326 a.C. pero tuvo que regresar sin poder incorporarla a su imperio.

La época destaca asimismo por el ascenso del budismo y el jainismo, dos de las religiones más significativas del país, surgidas alrededor del 500 a.C. Tanto Buda como Mahavir cuestionaron los Vedas y fueron críticos con el sistema de castas.

El Imperio maurya y sus repercusiones

Si la cultura harappa fue la cuna de la civilización india, Chandragupta Maurya fue el fundador de su primer gran imperio. Llegó al poder en el 321 a.C. tras conquistar el trono de los Nanda, y no tardó en ampliar sus dominios al incorporar el valle del Indo previamente conquistado por Alejandro Magno.

Desde su capital en Pataliputra (la actual Patna), el Imperio maurya ocupaba gran parte del norte de la India, extendiéndose al sur hasta la actual Karnataka. Su apogeo llegó bajo el reinado del emperador Asoka, cuya habilidad para liderar y unir era tal que a su muerte en el 232 a.C., nadie fue capaz de mantener unidos los distintos elementos del imperio, que se desintegró a gran velocidad hasta desplomarse en el 184 a.C.

Ninguno de los imperios que le sucedieron inmediatamente pudo igualar su estabilidad ni su imperecedero legado histórico, aunque hubo al menos una dinastía que destacó por su patrocinio de las artes y por su capacidad para mantener un grado de cohesión social relativamente alto. Los Satavahana acabaron controlando la totalidad de Maharashtra, Madhya Pradesh, Chhattisgarh, Karnataka y Andhra Pradesh. Bajo su dominio, entre el 230 a.C. y el 200 d. C., florecieron las artes, sobre todo la literatura y la filosofía, se difundieron las enseñanzas de Buda y el subcontinente gozó de una época de gran prosperidad. El sur de la India carecía de vastas y fértiles llanuras agrícolas como las del norte, pero lo compensó estableciendo estratégicos vínculos comerciales a través del océano Índico. De hecho, durante este período creció el comercio por el subcontinente: con el Imperio romano (por tierra y por mar a través de los puertos del sur) y por tierra con China.

La edad de oro de los Gupta

Los imperios que sucedieron a los maurya reivindicaban grandes zonas del territorio indio como propias, pero muchas ejercieron solo un poder simbólico sobre sus reinos. En todo el subcontinente eran las pequeñas tribus y reinos los que controlaban su territorio y los asuntos locales.

En el 319 d. C. Chandragupta I, tercer rey de una de estas tribus (los poco conocidos Gupta), cobró importancia al contraer matrimonio con la hija de los liccavi, una de las más poderosas del norte. El Imperio gupta creció rápidamente, alcanzando su mayor extensión bajo el mandato de Chandragupta II [375-413]. El peregrino chino Fahsien, que visitaba la India en esa época, describía al pueblo como “rico y contento”, gobernado por reyes ilustrados y justos.

La poesía, la literatura y las artes florecieron, y algunas de las mejores obras se realizaron en Ajanta, Ellora, Sanchi y Sarnath. Los gupta eran tolerantes e incluso apoyaron las prácticas budistas y el arte. Sin embargo, hacia el final del período, el hinduismo se convirtió en la fuerza religiosa dominante, y su renacimiento eclipsó al jainismo y budismo.

Las invasiones de los hunos a comienzos del s. VI señalaron el fin de esta época, y en el 510 el ejército gupta fue derrotado por el jefe huno Toramana. El poder en el norte de la India pasó de nuevo a diversos reinos independientes.

El sur hindú

El sur de la India ha reivindicado siempre su propia historia. Aislado de los acontecimientos políticos del norte por la distancia que los separaba, surgieron allí un conjunto de poderosos reinos, como los Satavahana, así como los Kalinga y los Vakataka. Pero fue en los territorios tribales de las fértiles llanuras costeras donde los mayores imperios sureños –los Chola, Pandya, Chalukya, Chera y Pallava– alcanzaron su mayor poder.

Los Chalukya gobernaron sobre todo la región del Decán, en el centro-sur del país, aunque su poder se amplió en ocasiones más al norte. En el extremo sur, los Pallava gobernaron entre los ss. IV y IX y promovieron la arquitectura dravídica, con su estilo exuberante, casi barroco. Las cimas arquitectónicas existentes se hallan por todo Tamil Nadu, incluida Kanchipuram, la antigua capital Pallava.

La prosperidad del sur se basaba en sus vínculos comerciales tradicionales con otras civilizaciones, como Egipto y Roma. A cambio de especias, perlas, marfil y seda, los indios recibían oro romano. Los mercaderes indios ampliaron también su influencia al sureste asiático. En el 850 los Cholas ascendieron al poder y reemplazaron a los Pallava, convirtiendo pronto la trascendental influencia comercial del sur en conquistas territoriales. Bajo el mandato de Rajaraja Chola I [985-1014] controlaron casi todo el sur de la India, la meseta del Decán, Sri Lanka, zonas de la península malaya y el reino de Srivijaya, en Sumatra.

Sin embargo, no toda su atención se dirigió al exterior, y los Chola dejaron tras de sí algunos de los mejores ejemplos de arquitectura dravídica.

En todo momento, el hinduismo siguió siendo la base de la cultura del sur de la India.

El norte musulmán

Mientras el sur mantenía firmemente su carácter hindú, el norte era sacudido por las invasiones de los ejércitos musulmanes desde el noroeste.

Al frente de la expansión islámica se hallaba Mahmud de Ghazni, quien a comienzos del s. XI convirtió Ghazni (en el Afganistán actual) en una de las más espléndidas capitales del mundo, que se aprovechó del saqueo de los territorios vecinos. Entre el 1001 y el 1025, Mahmud llevó a cabo 17 incursiones en la India, entre las que destaca la del famoso templo de Siva de Somnath (Gujarat). Estas incursiones acabaron con el equilibrio de poder en el norte de la India, permitiendo a posteriores invasores reclamar el territorio para sí.

Tras la muerte de Mahmud en el 1033, Ghazni fue ocupada por los selyúcidas y más tarde por los gur, procedentes del oeste de Afganistán y que también tenían los ojos puestos en la gran riqueza india.

En 1191 Mohammed de Ghur penetró en la India. Aunque fue derrotado en una importante batalla contra una confederación de soberanos hindúes, volvió al año siguiente y aplastó a sus enemigos. Uno de sus generales, Qutb ud-din Aibak, conquistó Delhi y fue nombrado gobernador. Durante su reinado se construyó el emblemático complejo de Qutb Minar. En Bengala se creó un imperio islámico independiente, y en poco tiempo casi todo el norte de la India se hallaba bajo control musulmán.

A la muerte de Mohammed en 1206, Qutb ud-din Aibak se convirtió en el primer sultán de Delhi. Iltutmish, su sucesor, volvió a colocar a Bengala bajo el control central y defendió el imperio de un intento de invasión por parte de los mogoles. Ala-ud-din Khilji llegó al poder en 1296 y extendió las fronteras del imperio al sur, a la vez que rechazaba las nuevas ofensivas de los mogoles.

Encuentro entre el norte y el sur

Ala-ud-din murió en 1320, y Mohammed Tughlaq ascendió al trono en 1324. En 1328 Tughlaq se apoderó de los bastiones meridionales del Imperio hoysala. Sin embargo, aunque el dominio musulmán anterior a los mogoles alcanzó su mayor extensión bajo el gobierno de Tughlaq, su ambición desmedida también sembró las semillas de su desintegración. A diferencia de sus antepasados, Tughlaq soñaba no solo con ampliar su influencia indirecta en el sur, sino con integrarlo como parte de su imperio.

Tras una serie de victoriosas campañas Tughlaq decidió trasladar la capital desde Delhi a un emplazamiento más céntrico. La nueva capital se llamó Daulatabad y estaba cerca de Aurangabad, en Maharashtra. Tughlaq intentó poblarla obligando a todos los habitantes de Delhi a marchar 1100 km hacia el sur. Sin embargo, pronto se dio cuenta que esta medida dejaba el norte desprotegido y por tanto volvió a trasladar la capital allí. La magnífica fortaleza elevada de Daulatabad se alza hoy como el último monumento a su visionaria megalomanía.

Los días del imperio de los gur estaban contados. Firoz Shah, el último de los grandes sultanes de Delhi, murió en 1388 y el destino del sultanato quedó sellado cuando Tamerlán realizó una devastadora incursión desde Samarcanda (en Asia central) en 1398. El saqueo de Delhi fue despiadado; algunas versiones afirman que sus soldados asesinaron a todos los habitantes hindúes.

Tras la retirada de Tughlaq del sur, surgieron varios reinos escindidos. Los dos más relevantes fueron el sultanato islámico de Bahmani, que surgió en 1345 y fijó su capital en Gulbarga y posteriormente en Bidar, y el imperio hindú vijayanagar, fundado en 1336 y con capital en Hampi. Las batallas entre ambos fueron los episodios más sangrientos de violencia comunitaria de la historia de la India.

Los mogoles

Mientras Vijayanagar vivía sus últimos días, surgía el siguiente gran imperio indio. El Imperio mogol era enorme, y abarcó en su apogeo casi todo el subcontinente. Su trascendencia, sin embargo, no residía solo en su tamaño. Los emperadores mogoles presidieron una época dorada para las artes y la literatura, y su pasión por construir dio parte de la mejor arquitectura de la India, como el sublime Taj Mahal de Shah Jahan.

El fundador del linaje mogol, Babur [1526-1530], era descendiente de Genghis Khan y Tamerlán. En 1525 partió de su capital en Kabul y conquistó el Punyab. Gracias a la superioridad tecnológica aportada por las armas de fuego, y a su consumada destreza para emplear a la vez la artillería y la caballería, Babur derrotó a los ejércitos del sultán de Delhi, muy superiores en número, en la batalla de Panipat (1526).

Pese a este éxito inicial, Humayun [1530-1556], el hijo de Babur, fue derrotado en 1539 por Sher Shah, y forzado a retirarse a Irán. A la muerte de Sher Shah en 1545, Humayun volvió para reclamar su reino y acabó conquistando Delhi en 1555. Sin embargo, murió al año siguiente y fue sucedido por su joven hijo Akbar [1556-1605], que durante sus 49 años de reinado logró ampliar y consolidar el imperio hasta gobernar una gigantesca extensión de territorio.

Fiel a su nombre, Akbar (que significa “grande” en árabe) fue quizá el más destacado de los mogoles: no solo poseía la destreza militar que se exigía a un gobernante en esa época, sino que además era justo, sabio y culto. A diferencia de los anteriores soberanos musulmanes, vio que el número de hindúes en la India era demasiado grande para someterlos a todos. Pese a no ser un santo, aún se le conoce por integrar a los hindúes en su imperio y emplearlos hábilmente como consejeros, generales y administradores. Akbar tenía además un profundo interés por los asuntos religiosos y pasó muchas horas debatiendo con expertos religiosos de todas las creencias, incluidos cristianos y parsis.

A su muerte, Jahangir [1605-1627] ascendió al trono. Pese a sufrir varios desafíos a su autoridad, el imperio se mantuvo más o menos intacto. En períodos de estabilidad Jehangir pasaba tiempo en su querida Cachemira, y de hecho murió en 1627 camino de esa región. Fue sucedido por su hijo, Shah Jahan [1627-1658] que aseguró su posición ejecutando a todos los parientes varones que se interpusieron en su camino. Durante su reinado se construyeron algunos de los ejemplos más vívidos y perdurables del esplendor mogol; además del Taj Mahal, supervisó la construcción del imponente Fuerte Rojo (Lal Qila) de Delhi y convirtió el fuerte de Agra en un palacio que acabaría siendo su prisión.

Aurangzeb [1658-1707], el último de los grandes mogoles, encarceló a su padre (Shah Jahan) y subió al trono tras dos años de lucha con sus hermanos. Aurangzeb utilizó sus recursos para ampliar las fronteras del imperio, cayendo así en la misma trampa que Mohammed Tughlaq unos 300 años antes. La combinación de decadente vida cortesana y el descontento entre la población hindú por los elevados impuestos, junto con la intolerancia religiosa debilitaron el dominio mogol.

El imperio se enfrentaba además a serios retos por parte de los marata en el centro de la India y, sobre todo de los británicos en Bengala. A la muerte de Aurangzeb en 1707, el imperio se debilitó rápidamente y Delhi fue saqueada por el soberano persa Nadir Shah en 1739. Los emperadores mogoles siguieron gobernando hasta la I Guerra de Independencia (el Motín Indio) en 1857, pero eran emperadores sin imperio.

Los rajputa y los marata

Durante todo el período mogol existían poderosas fuerzas hindúes, entre las que destacaban los rajputa. Con base en Rajastán, eran una orgullosa casta de guerreros con una apasionada creencia en los dictados de la caballería, tanto en la combate como en los asuntos de estado. También se oponían a cualquier incursión extranjera en su territorio, pero nunca se mantuvieron unidos. Cuando no luchaban contra la opresión extranjera, malgastaban sus energías enfrentándose entre sí, por lo que sus territorios acabaron siendo estados vasallos del Imperio mogol. Sin embargo, su destreza en la batalla era notoria, y varios de los mejores militares de los ejércitos mogoles eran rajputa.

Por su parte, los maratas eran menos pícaros, aunque en última instancia resultaron más efectivos. Adquirieron importancia por primera vez gracias a su gran líder Shivaji, también conocido como Chhatrapati Shivaji, que se ganó el apoyo popular defendiendo la causa hindú contra los soberanos musulmanes. Entre 1646 y 1680 Shivaji llevó a cabo actos heroicos al hacer frente a los mogoles por todo el centro de la India. Capturado por estos, fue trasladado a Agra, pero, naturalmente logró huir y siguió con sus aventuras. Los relatos sobre sus impresionantes hazañas siguen siendo populares entre los narradores ambulantes. Es un héroe sobre todo en Maharashtra, escenario de muchas de sus aventuras más disparatadas; de hecho, el nombre de Shivaji es omnipresente por todo Bombay. Además, es venerado por pertenecer a la casta inferior de los sudras y demostrar que los grandes líderes no tenían necesariamente que ser de la casta de los chatrias (soldados).

Su hijo fue capturado, cegado y ejecutado por Aurangzeb. Su nieto no poseía su resistencia y tenacidad, por lo que el dominio marata prosiguió gracias a los peshwa, ministros con cargo hereditario que se convirtieron en los auténticos gobernantes y que paulatinamente fueron invadiendo más zonas de poder del debilitado gobierno mogol.

La expansión el poder marata se detuvo abruptamente en 1761 en Panipat. En la misma ciudad donde Babur había ganado la batalla que fundó el Imperio mogol más de 200 años antes, los marata fueron derrotados por Ahmad Shah Durrani, venido de Afganistán. Su avance hacia el oeste se detuvo, y aunque consolidaron su control en el centro, acabaron cediendo ante los británicos, el último poder imperial de la India.

Ascenso del poder europeo

En 1498 Vasco da Gama llegó a la costa de la actual Kerala tras surcar el cabo de Buena Esperanza. La apertura de esta ruta otorgó a los portugueses un siglo de monopolio comercial con la India y el Lejano Oriente. En 1510 tomaron Goa y en 1531 Diu, dos enclaves que controlaron hasta 1961. En su momento álgido, se decía que el comercio que pasaba por “la dorada Goa” era comparable al de Lisboa. Sin embargo, los portugueses no disponían de los recursos para mantener un imperio a escala mundial y se vieron pronto eclipsados y aislados tras la llegada de británicos y franceses.

En 1600 la reina Isabel I concedió mediante una cédula el monopolio del comercio británico en la India a una empresa comercial de Londres. En 1613 los representantes de la Compañía de las Indias Orientales crearon su primer puesto comercial en Surat (Gujarat), al que se sumaron los de Madrás (1639), Bombay (1661) y Calcuta (1690), administrados y gobernados por representantes de la empresa. Durante casi 250 años la India británica fue dirigida por una empresa comercial y no por el gobierno.

En 1672 los franceses se habían establecido en Pondicherry (Puducherry), un enclave que conservaron incluso tras la marcha de los británicos y donde quedan restos arquitectónicos de esa época. El escenario ya estaba listo para más de un siglo de rivalidad entre británicos y franceses por el control del comercio indio. En cierto momento los franceses parecían dominar la situación e incluso tomaron Madrás en 1746. Sin embargo, los británicos les superaron tácticamente, y en la década de 1750 habían perdido gran parte de su influencia en el subcontinente. De hecho, sus aspiraciones acabaron en 1750, cuando los directores de la Compañía Francesa de las Indias Orientales decidieron que sus representantes estaban demasiado inmersos en la política y poco dedicados al comercio. Se despidió a cargos importantes y se cerró un acuerdo con los británicos para poner fin a todos las disputas políticas en curso, una decisión que descartó a Francia como poder relevante en el subcontinente.

La subida al poder los británicos

La transformación de los británicos de comerciantes a gobernadores comenzó casi por casualidad. Tras obtener una licencia de los mogoles para comerciar en Bengala y fundar un nuevo puesto comercial en Calcuta en 1690, los negocios se ampliaron rápidamente. Bajo la recelosa mirada del nabab (gobernante local), las actividades mercantiles de los británicos se expandieron y las “fábricas” asumieron un aspecto cada vez más permanente (y fortificado).

Llegado un momento, el nabab decidió que el poder británico había crecido demasiado. En junio de 1756 atacó Calcuta y, tras apoderarse de la ciudad, recluyó a los prisioneros británicos en una diminuta celda. En un espacio tan reducido y con una ventilación tan escasa, muchos habían muerto a la mañana siguiente.

Seis meses más tarde, Robert Clive, empleado en el servicio militar de la Compañía de las Indias Orientales, lideró una expedición para recuperar la ciudad y llegó a un acuerdo con uno de los generales del nabab para derrocar a este. Así ocurrió en junio de 1757 en la batalla de Plassey (hoy llamada Palashi); el general que le había ayudado fue situado en el trono. Con Bengala en manos británicas, los agentes de la compañía vivieron un período de cuantiosas ganancias. Cuando un nabab posterior se levantó en armas para defender sus intereses, fue derrotado en la batalla de Baksar (1764), una victoria que confirmó a los británicos como máxima potencia del este de la India.

ARQUITECTURA DE LA ÉPOCA COLONIAL

En 1771 Warren Hastings fue nombrado gobernador de Bengala. Durante su mandato la empresa amplió notablemente su control, a lo que contribuyó el vacío de poder en el país, motivado por la desintegración del Imperio mogol. Los marata, el único poder auténticamente indio capaz de cubrir ese hueco, se hallaban divididos. Hastings firmó varios pactos con gobernantes locales, uno de ellos con el principal líder marata. A partir de 1784, el gobierno de Londres asumió un papel más relevante en la supervisión de los asuntos indios, aunque el territorio siguió administrado simbólicamente por la Compañía de las Indias Orientales hasta 1858.

En el sur la situación era confusa, debido a la gran rivalidad entre británicos y franceses y a que se fomentó el enfrentamiento entre los distintos soberanos, algo muy evidente en las guerras de Mysore, en las que Hyder Ali y su hijo, el sultán Tipu, libraron una valerosa y decidida campaña contra los británicos. Durante la cuarta guerra de Mysore (1789-1799), el sultán Tipu murió en Srirangapatnam, y el poder británico avanzó un paso más. La larga lucha con los maratas finalizó varios años más tarde, dejando solo el Punyab (en manos sijs) fuera del dominio británico, aunque el territorio cayó finalmente en 1849 tras las dos guerras Sijs.

Al comienzo del s. XIX la India se hallaba de facto bajo control británico, pese a seguir siendo un mosaico de estados, muchos teóricamente independientes y gobernados por marajás y nababs. Aunque estos ‘estados principescos’ administraban sus propios territorios, se creó un sistema de gobierno centralizado. Los modelos burocráticos británicos se copiaron en el gobierno indio y en la administración pública, un legado que sigue hoy vivo.

El comercio y los beneficios eran aún el principal objetivo del dominio británico en la India, con trascendentales efectos. Se desarrolló la minería del hierro y el carbón, y el té, el café y el algodón se convirtieron en los principales cultivos. Además, se inició la construcción de la vasta red ferroviaria utilizada todavía hoy, se emprendieron proyectos de irrigación y se estimuló el sistema de los zamindar (terratenientes) de la época de los mogoles, lo que contribuyó aún más al aumento de un campesinado empobrecido y desprovisto de tierras.

Los británicos además impusieron el inglés como idioma de la administración, algo esencial en un país con tantas lenguas distintas, pero que mantuvo las distancias entre los nuevos gobernantes y el populacho indio.

El camino a la independencia

La oposición a los británicos creció a principios del s. XX, encabezada por el Congreso Nacional Indio, el partido político más antiguo del país, también conocido como el Partido del Congreso y el Congreso (I).

Se reunió por primera vez en 1885 y no tardó en reclamar su participación en el gobierno. En 1905 un polémico plan británico para dividir Bengala motivó manifestaciones masivas y dejó al descubierto la oposición de los hindúes; la comunidad musulmana creó su propia liga e hizo campaña por la defensa de sus derechos en cualquier acuerdo político futuro. A medida que aumentaba la presión, en círculos hindúes surgió una escisión entre moderados y radicales; estos últimos recurrieron a la violencia para publicitar sus objetivos.

Con el estallido de la I Guerra Mundial, la situación política se serenó. La India contribuyó enormemente a la guerra: más de un millón de voluntarios fueron reclutados y enviados al extranjero, y más de 100000 cayeron en la contienda. Esta contribución fue aprobada por los líderes del Congreso, en gran medida con la esperanza de ser recompensados después de la guerra. Tales recompensas no se materializaron y la desilusión se extendió. Los disturbios fueron especialmente intensos en el Punyab, y en abril de 1919 un contingente del ejército británico fue enviado a sofocar la rebelión. Bajo órdenes directas del oficial al mando, los soldados dispararon despiadadamente contra una multitud de manifestantes desarmados. Las noticias de la masacre se propagaron por todo el territorio, convirtiendo a muchos indios apolíticos en partidarios del Congreso.

Fue en esa época cuando el Congreso halló a un nuevo líder en Mohandas Gandhi. No todos los implicados en la lucha estaban de acuerdo ni seguían su política de no violencia, pero el Partido del Congreso y Gandhi se pusieron al frente de la independencia del país.

Como el reparto de poderes políticos parecía cada vez más probable, y el movimiento masivo liderado por Gandhi iba cobrando velocidad, los musulmanes reaccionaron pensando en su propio futuro inmediato. A la amplia minoría musulmana no se le escapaba que una India independiente estaría dominada por los hindúes y pese al enfoque imparcial de Gandhi, otros miembros del Congreso eran más reacios a compartir el poder. Hacia la década de 1930 los musulmanes ya planteaban la posibilidad de un estado islámico independiente.

Los acontecimientos políticos se vieron parcialmente interrumpidos por la II Guerra Mundial, ya que un gran número de partidarios del Congreso fueron encarcelados para evitar impedimentos al esfuerzo bélico.

Mahatma Gandhi

Una de las grandes figuras del s. XX, Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en Porbandar (Gujarat). Tras estudiar en Londres (1888-1891), ejerció como abogado en Sudáfrica, donde adquirió conciencia política, combatió la discriminación y no tardó en convertirse en portavoz de la comunidad india y en defender la igualdad para todos.

Gandhi volvió a la India en 1915 con la doctrina de la ahimsa (no violencia), fundamental para sus planes políticos, y adoptó una forma de vida sencilla y disciplinada. Fundó el Sabarmati Ashram de Ahmedabad, muy innovador porque admitía a intocables.

En menos de un año ya había logrado su primera victoria, al defender a los campesinos de Bihar de la explotación. Fue entonces cuando se dice que recibió de un admirador (quizá el poeta bengalí Rabindranath Tagore) el título de mahatma(alma grande). La aprobación en 1919 de las discriminatorias Leyes Rowlatt, que permitían juzgar determinadas causas políticas sin jurados, lo animó a emprender nuevas acciones y a organizar una protesta nacional. En los días que siguieron a estahartal (huelga), se exaltaron los ánimos, y tras la matanza de manifestantes desarmados en Amritsar, un Ghandi profundamente conmocionado suspendió inmediatamente la protesta.

En 1920 Gandhi era una figura clave del Congreso Nacional Indio. Su campaña nacional de no cooperación o satyagraha (protesta no violenta) contra el dominio británico acabó por alentar el nacionalismo y ganarse la enemistad eterna de los británicos. A principios de 1930 Gandhi captó la atención del país, y del mundo, al liderar una marcha de varios miles de sus seguidores desde Ahmedabad hasta Dandi, en la costa de Gujarat. Al llegar, con gran ceremonia obtuvo sal evaporando agua del mar, y desafiando así públicamente el odiado impuesto que gravaba este producto; fue encarcelado, y no era la primera vez. Liberado en 1931 para representar al Congreso Nacional Indio en la segunda ronda de conversaciones celebrada en Londres, se ganó el corazón de muchos británicos, pero no logró concesión alguna del gobierno.

Desilusionado con la política, renunció a su escaño en 1934. En 1942 volvió espectacularmente a la brecha con la campaña “Quit India”, en la que instaba a los británicos a abandonar el país de inmediato. Sus acciones fueron consideradas subversivas, y fue encarcelado junto con la mayoría de los líderes del Congreso.

En las frenéticas negociaciones por la independencia que siguieron al final de la II Segunda Guerra Mundial, Gandhi se vio en gran parte excluido y asistió impotente a los preparativos para la partición del país, lo que a sus ojos representaba una gran tragedia. Gandhi se quedó casi solo en la exaltación de la tolerancia y la preservación de una única India, y su labor en nombre de miembros de todas las comunidades provocó el resentimiento de algunos extremistas hindúes. El 30 de enero de 1948, cuando se dirigía a un encuentro para orar en Delhi, fue asesinado por el fanático hinduista Nathuram Godse.

Independencia y Partición

En julio de 1945, la victoria del Partido Laborista en las elecciones británicas alteró completamente el paisaje político. Por primera vez, la independencia de la India era aceptada como una aspiración legítima. Aún así, este clima favorable no aportó planteamientos nuevos para reconciliar los deseos divergentes de los dos principales partidos indios. Mohammed Ali Jinnah, líder de la Liga Musulmana, abogaba por un estado islámico independiente, mientras el Partido del Congreso, liderado por Jawaharlal Nehru, defendía la creación de una India unida e independiente.

A comienzos de 1946, una misión británica fracasó en el intento de acercar posiciones entre ambos bandos, y el país se halló más cerca de la guerra civil. Una “jornada de acción directa”, convocada por la Liga Musulmana en agosto de 1946, provocó la matanza de hinduistas en Calcuta y las represalias posteriores contra los musulmanes. En febrero de 1947 el inquieto gobierno británico tomó la trascendental decisión de conceder la independencia en junio de 1948. Entretanto, el virrey Lord Archibald Wavell fue reemplazado por Lord Louis Mountbatten.

El nuevo virrey animó en vano a las facciones rivales a aceptar una India unida. Al final se tomó la decisión de dividir el país, con Gandhi como único oponente incondicional. Enfrentado a una escalada de la violencia civil, Mountbatten decidió adelantar precipitadamente la independencia al 15 de agosto de 1947.

La división del país en territorios hinduistas y musulmanes era una tarea extremadamente ardua, y la línea divisoria resultaba casi imposible de trazar. Algunas zonas estaban claras, pero otras tenían poblaciones mixtas y existían comunidades aisladas en zonas predominantemente pobladas por otras religiones. Además, las dos regiones con una abrumadora mayoría musulmana se hallaban en extremos opuestos del país y, por lo tanto, Pakistán tendría inevitablemente una mitad oriental y otra occidental separada por una India hostil. La inestabilidad de este acuerdo resultaba evidente, pero pasaron 25 años antes de que la división se consumara y el Pakistán oriental se convirtiera en Bangladesh.

Un árbitro británico independiente recibió el odioso encargo de trazar las fronteras, muy consciente de que sus efectos serían catastróficos para un número ingente de personas. Las decisiones estaban repletas de dilemas imposibles. Calcuta, con su mayoría hindú, instalaciones portuarias y fábricas de yute, fue separada de Bengala Oriental, que tenía mayoría musulmana, y producción de yute a gran escala, pero que carecía de fábricas e instalaciones portuarias. Un millón de bengalíes se convirtieron en refugiados con el desplazamiento masivo hacia el otro lado de la nueva frontera.

El problema fue peor en el Punyab, donde los antagonismos entre comunidades estaban ya al rojo vivo. El Punjab, una de las regiones más fértiles y prósperas del país, albergaba numerosas comunidades musulmanas, hinduistas y sijs. Los sijs ya habían luchado sin éxito por un estado propio y ahora veían su tierra natal dividida por la mitad. La nueva frontera pasaba entre Lahore y Amritsar, las dos principales ciudades de la región.

El Punyab reunía todos los ingredientes para un desastre de grandes proporciones, pero el baño de sangre fue mucho peor de lo previsto. Se produjeron intercambios masivos de población. Trenes repletos de musulmanes que huían hacia el oeste fueron asaltados y sus pasajeros masacrados por hordas de hindúes y sijs. Los hindúes y sijs que huían hacia el este corrieron la misma suerte a manos de los musulmanes. El ejército enviado para mantener el orden se mostró totalmente inoperante y, en ocasiones muy proclive a unirse a las matanzas sectarias. Cuando acabó el caos en el Punyab, más de 10 millones de personas habían emigrado y un mínimo de 500000 habían sido asesinadas.

Según lo previsto, India y Pakistán se convirtieron en naciones soberanas integradas en la Commonwealth en agosto de 1947, pero la violencia, las migraciones y la integración de varios estados, especialmente Cachemira, continuaron. La Constitución de la India se aprobó finalmente en noviembre de 1949 y entró en vigor el 26 de enero de 1950, y después de luchas sin fin, la India independiente se convirtió oficialmente en república.

Después de la Independencia

Jawaharlal Nehru intentó conducir a la India hacia una política de no alineación, combinando unas cordiales relaciones con Gran Bretaña y la pertenencia a la Commonwealth con aproximaciones a la antigua URSS, en parte debido a los conflictos con China y el apoyo de EE UU hacia su eterno enemigo Pakistán.

Los años sesenta y setenta fueron tumultuosos para el país. Una guerra fronteriza con China en la que entonces era conocida como North-East Frontier Area (NEFA; actualmente los Estados del Noreste) y Ladakh, ocasionó la pérdida de Aksai Chin (Ladakh) y zonas más pequeñas de la NEFA. Además, las guerras con Pakistán en 1965 (por Cachemira) y 1971 (por Bangladesh) fomentaron en muchos indios la idea de que había enemigos en todas partes.

En mitad de todo ello, el enormemente popular Nehru murió en 1964 y su hija Indira Gandhi fue elegida primera ministra en 1966. Al igual que su padre, ocupó un lugar preponderante en el país que gobernó, pero a diferencia de Nehru fue una figura muy controvertida y su legado histórico sigue siendo muy polémico.

En 1975, para hacer frente a una fuerte oposición y descontento popular, declaró el estado de emergencia. Liberada de las trabas parlamentarias, Gandhi impulsó la economía, controló la inflación sorprendentemente bien e incrementó la eficacia. En el aspecto negativo, los políticos de la oposición eran encarcelados a menudo, el sistema judicial se convirtió en una farsa y se coartó a la prensa.

Su gobierno fue desalojado del poder en las elecciones de 1977, pero en 1980 regresó con una mayoría más amplia que nunca, estableciendo los cimientos de la dinastía Nehru-Gandhi que seguiría al frente de la política nacional hasta la actualidad.

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