MASONES ENFRENTADOS EN LA LUCHA POR LA
INDEPENDENCIA DEL PERU Y LATINOAMERICA.
Herbert Oré Belsuzarri.
El virrey José de
la Serna (masón), veterano de las campañas alto peruanas, traslada la capital del
virreinato al Cuzco, y trata de auxiliar el Callao, y con dicho propósito envió
a las fuerzas de Canterac, que arriban a las afueras de Lima el 10 de septiembre de 1821, y
sin que las tropas patriotas detengan su avance, llegó hasta el Callao y se
unió a las fuerzas sitiadas del general José de La Mar (masón), en el
Castillo del Callao o Fortaleza del Real Felipe. Luego de dar a conocer las
órdenes del virrey y de avituallarse, regresó a la sierra el 16 de septiembre de ese
año. El mando patriota que contaba con 7,000 efectivos y 3,000 montoneros,
reaccionó tarde. Las tropas patriotas al mando del general Guillermo Miller
persiguieron la retaguardia del ejército realista, produciéndose escaramuzas
principalmente por la acción de los montoneros patriotas. Canterac y La Serna (masón),
lograron reunirse en Jauja el 1 de octubre de 1821.
En abril de 1822 se produce la destrucción de un ejército patriota en la Batalla de Ica.
En el bando
patriota, el almirante Lord Cochrane (masón) por indisposición contra San Martín, se
retiró del Perú el 10 de mayo de 1822, siendo
reemplazado por el vicealmirante Martín Guisse (masón) en el
mando de la escuadra. El motivo del retiro de Lord Cochrane, fue que este
almirante consideraba que “el protectorado que estaba ejerciendo San Martín
carecía de decisión, se mostraba dubitativo y su contribución no era realmente
apreciada ni aprovechada”. Tras la Entrevista de
Guayaquil José de San Martín (masón) terminaría retirándose del Perú el 22 de septiembre de 1822.
Tras la
independencia del norte peruano y de Lima por José de San Martín, el virrey La
Serna estableció su sede de gobierno en el Cuzco. Así, mientras la costa y el
norte del Perú eran independientes, la sierra peruana y el Alto Perú seguían
siendo realistas. La conclusión de la independencia del
Perú vendría con la intervención de la Gran Colombia.
Luego de la batalla de Pichincha, la Gran
Colombia había eliminado la mayoría de los contingentes realistas en su
territorio y la amenaza mayor paso a ser el Perú, donde en la sierra se
encontraba el último ejército realista superviviente y donde el gobierno del
Protector José de San Martín había
sentado las cimientos independizando Lima y el Norte Peruano. El Libertador Simón Bolívar había
logrado aprovechar la poderosa base de la Gran Colombia que le
permitiría cerrar el proceso emancipador en el Perú que luego del impulso que
significo las campañas de San Martín en Chile, lucía estancado por los
conflictos internos en que se sumergió el gobierno de la República del Perú, y
más tarde por la inestabilidad del protectorado tras la retirada de San Martín.
Simón Bolívar sabía que el último reducto realista se encontraba en el Perú y
que, si quería asegurarse la independencia, no podía ignorarse a los realistas
acantonados en el sur peruano y Alto Perú.
En la Entrevista de
Guayaquil los dos libertadores trataron el tema de a quien
correspondía la soberanía sobre la Provincia Libre de Guayaquil, pero más
importante aún cuál sería la solución para la independencia del Perú y cual sería
el sistema político que se instalaría: uno monárquico constitucional como
deseaba San Martín, o Republicano como lo quería Bolívar. Pero siempre ambos
sistemas independientes de España. La
entrevista se saldó favorablemente para los intereses de la Gran Colombia que
ratificó su anexión de Guayaquil. Ante el retiro del Protector y las
desafortunadas derrotas militares durante el gobierno del presidente Riva
Agüero (masón), el Congreso peruano decidió solicitar la intervención del libertador
Simón Bolívar (masón). Bolívar ya había enviado antes al general Antonio José de
Sucre (masón),
quien mantuvo la autonomía de las agrupaciones militares de Colombia.
Tras acabar con la
resistencia de los pastusos en la batalla de Ibarra, Bolívar
se embarcó para el Perú y arribó a Lima el 10 de septiembre.
Desarticulado el ejército realista por la rebelión de Olañeta en el Alto
Perú, la campaña militar del año 1824
sería favorable para los patriotas.
Batalla
de Junín.
El Ejército Unido Libertador del Perú triunfó en
la Batalla de Junín a las
órdenes del Libertador Simón Bolívar y en la Batalla de Ayacucho a las
órdenes del general Antonio José de
Sucre.
La capitulación de Ayacucho puso fin al virreinato peruano y concluyó con el Sitio del Callao en enero de 1826, terminando el proceso de
independencia del Perú.
Masones: San Martín, Bolivar y Sucre.
La Capitulación de Ayacucho es el tratado
firmado por el jefe de estado mayor José de Canterac y el General Antonio José de
Sucre
después de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Sus condiciones
fueron: La capitulación únicamente del ejército bajo su mando, la permanencia
Realista en el Callao y el nacimiento de
Perú a la vida
independiente, con una deuda económica a los países que contribuyeron militarmente
a su independencia.
Tras la batalla, el teniente general
Canterac quedó sin fuerzas realistas disponibles a sus órdenes, sin posibilidad
de replegarse a ningún sitio y con el virrey preso. Por ello, cuando a media
tarde se presentó en el campamento un emisario del general La Mar con
proposiciones de una honrosa capitulación, no tuvo ningún reparo en aceptar la
rendición de todo el ejército español y la evacuación del territorio peruano.
A las cinco y media de la tarde el
comandante Mediavilla, ayudante de campo del mariscal Valdés, se presentó en el
campamento del general Sucre para proponer la capitulación. Tras él se
presentaron los generales Canterac y Carratalá, acompañados por el general La
Mar (masón), quienes ajustaron con Sucre las condiciones del tratado, que se firmó a
las 14:00 horas del día siguiente, 10 de diciembre. Sin embargo, aunque la
capitulación se firmó en Huamanga entre Sucre y Canterac, al documento se le
puso fecha del día 9, como si hubiese sido firmado inmediatamente después de la
derrota en el mismo campo de batalla.
La
Batalla de Ayacucho.
El número de
soldados naturales de España que
combatieron en Ayacucho ha sido acotado por los mismos testimonios posteriores
a la contienda. En el año 1824 los europeos que combatieron en todo el
virreinato ascendían a 1,500 según el brigadier García Camba, mientras que
según el comisario regio Diego Cónsul Jove Lacomme el número total de europeos
era de 1,200, y de los que solo 39 hombres formaban en la división del Alto
Perú.
Para el 9 de
diciembre, día en que se libró la batalla de Ayacucho, conforme a
publicaciones, los europeos en el ejército del virrey aproximadamente eran 500
hombres según García Camba, mientras que Bulnes cita 900 "desde el virrey
al último corneta", apoyándose en el diario del capitán Bernardo F.
Escudero y Reguera, oficial del Estado Mayor de Valdés. Pero el testimonio del
general Jerónimo Valdés le refuta corroborando la cifra de 500 hombres "de
soldado a jefe".
Del número exacto
de prisioneros realistas capturados tras la batalla de Ayacucho, 1,512 eran americanos, mientras que 751 eran españoles.
Virreyes masones: Ambrosio O´Higgins, Pezuela y La Serna.
El texto de la capitulación tenía 18 artículos. Se referían a la entrega
que los españoles hacían de todo el territorio del Bajo Perú hasta las márgenes
del Desaguadero, con todos los almacenes militares, parques, fuertes,
maestranzas, etc; al olvido de los rebeldes de todas las opiniones en favor del
Rey; a la obligación de costear los rebeldes el viaje a todos los españoles que
quisieran regresar a España; a la de permitir a todo buque de guerra o mercante
español, por un periodo de seis meses, de repostar en los puertos peruanos y
retirarse al Pacífico tras ese plazo; a la entrega de la plaza del Callao en un
plazo de veinte días; a la libertad de todos los jefes y oficiales prisioneros
en la batalla y en otras anteriores; al permiso para que los oficiales
españoles pudieran seguir usando sus uniformes y espadas mientras permanecieran
en el Perú; al suministro de algunas pagas atrasadas a las tropas realistas; y
al reconocimiento de la deuda que el Perú tenía contraída con el gobierno español.
También se estipuló que todo español o soldado realista podía pasar al
ejército peruano con el mismo empleo y cargo que tuviera en las filas
realistas; y que cualquier duda en la interpretación del convenio se resolvería
siempre a favor de los españoles.
La capitulación afectó al virrey La Serna, al teniente general Canterac, a
los mariscales de campo Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, a los
brigadieres Ferraz, Bediya, Pardo, Gil, Tur, García Camba, Landázuri, Atero,
Cacho y Somocurcio; y a 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y
más de 2.000 soldados prisioneros. Solo quedaron el general Olañeta en el Alto
Perú y el general Rodil en El Callao defendiendo la causa realista española en
América del Sur.
Después de la batalla de Ayacucho, los derrotados regresaron a España. El 2
de enero de 1825 el virrey La Serna se embarcó rumbo a España en la fragata
francesa Ernestina, junto con los mariscales Valdés, Villalobos, Maroto
y otros. Días después el teniente general Canterac embarcó hacia España con Las
Heras. Una vez llegados a España fueron acusados de traidores y cobardes.
Fernando VII y sus consejeros no podían explicarse de la derrota, sino es
achacando a estos infelices la responsabilidad de la catástrofe.
Aun cuando no fueron ellos los que determinaron la caída del imperio
español en América, desde ese momento se conoce como “Ayacucho” a todo aquel cobarde
que en el último momento no enfrenta con gallardía y valentía la batalla
crucial.
La capitulación es llamada por el historiador español Juan Carlos Losada,
como "la traición de Ayacucho" y en su libro "Batallas decisivas de la Historia de España" afirma
que el resultado de la batalla fue pactado de antemano. El historiador señala
al mariscal de campo Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo, afirma
que este general se presentó en el campamento patriota a las 08:00 horas del 9
de diciembre; allí conversó con el general Córdoba, mientras sus oficiales
confraternizaban con oficiales independentistas. Para el historiador fue el
último intento de acordar la paz, que Monet no pudo aceptar pues le exigían
reconocer la independencia. Losada afirma que Monet regresó al campamento
español a las 10:30 horas para anunciar el comienzo de la batalla.
Losada escribe que la batalla fue una comedia urdida por los generales
españoles; perdida toda esperanza de recibir refuerzos desde la Metrópoli, sin
fe en una victoria sobre los rebeldes independentistas, imposibilitados para
firmar la paz sin reconocer la independencia del virreinato, y defraudados por
el fracaso de los liberales constitucionalistas en España y por el regreso del
absolutismo, pues los generales y oficiales españoles del virrey La Serna no
compartían la causa de Fernando VII, un monarca acusado de felón y tiránico,
símbolo del absolutismo.
Los jefes
españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual
que otros líderes militares independentistas, no siempre compartían las ideas
del rey español Fernando VII.
Por esta razón el historiador Losada dice que los generales urdieron la
comedia para regresar a España en calidad de vencidos en una batalla, no como
traidores que se rindieron sin luchar. Por ello afirma que “los
protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto,
sólo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos”. Una
capitulación, sin batalla, se habría juzgado indudablemente como traición.
Por el contrario el comandante Andrés García Camba refiere en sus memorias
que los oficiales españoles apodados más tarde "ayacuchos" fueron
injustamente acusados a su llegada a España: "señores, con aquello se
perdió masónicamente" se les dijo acusatoriamente, -"Aquello
se perdió, mi general, como se pierden las batallas", respondieron los
jefes españoles.
Tomado del Libro: Las Gestas Libertarias en el Perú.
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