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domingo, 25 de mayo de 2014

De Madre Araña a demonio Escorpión: Los arácnidos en la Mitología

De Madre Araña a demonio Escorpión:
Los arácnidos en la Mitología

Antonio Melic
  
Resumen
La Aracnología cultural, a diferencia de la académica y aplicada, se ocupa del estudio de los arácnidos en las diversas manifestaciones artísticas, culturales y religiosas de la especie humana. Con frecuencia constituye una suerte de prehistoria del auténtico conocimiento científico.
El escorpión es un elemento simbólico muy común en la mayor parte de las creencias de las civilizaciones antiguas. Dos aspectos esenciales justifican la intensidad de esta presencia. En primer lugar, la peligrosidad para nuestra especie a consecuencia de la toxicidad de su veneno y de los hábitos de caza de la mayor parte de las especies, lo que facilita la producción de graves accidentes. En segundo lugar, las marcadas preferencias ecológicas de la mayor parte de las especies por estepas y desiertos, convierten al animal en un símbolo de lugares yermos e inhóspitos, poco favorables para el desarrollo de la vida humana. Ambos aspectos han convertido al escorpión en una poderosa fuerza maligna, que con frecuencia ha adoptado la forma de demonio o divinidad malvada directamente enfrentada con los intereses de nuestra especie.
Sin embargo, junto a numerosos casos que apoyan esta interpretación, es posible encontrar ritos y creencias en las que el escorpión es considerado un animal benéfico o aliado que adopta formas protectoras frente a las calamidades naturales y, especialmente, ante las plagas de insectos fitófagos, jugando un papel dual, mucho más rico y complejo que el actual.
Probablemente el artrópodo con presencia más intensa en el conjunto de creencias humanas primitivas es la araña. A lo largo de cinco continentes y de un periodo que abarca 5000 años, la araña ha sido vinculada a importantes divinidades en las que residen a un tiempo tanto poderes creadores como destructores. La araña ha sido símbolo de Vida (Creación, fertilidad y sexo) por su capacidad para la construcción de telas orbiculares a partir de sí misma, pero también de Muerte (Guerra y destrucción) por su capacidad predadora y la toxicidad de su veneno. Esta ambivalencia, basada en la interpretación de la actividad, biología y capacidades generales de las arañas, puede rastrearse en antiguos mitos mediterráneos (Mesopotamia, Egipto, Grecia), pero también en el continente africano, en las culturas mesoamericanas (especialmente en la civilización Maya) y entre las tribus de nativos norteamericanos o en las islas del Pacífico.
La araña además ha atribuido a sus divinidades portadoras otros poderes o facultades como la astucia y habilidad para la caza o las actividades de hilado y confección textil.
Resulta sorprendente la extensión del mito pero, especialmente, en un símbolo de esta complejidad, asombra la coincidencia de interpretaciones entre civilizaciones tan alejadas en el tiempo y en el espacio.
 Introducción

Hogue (1987), en ‘Cultural Entomology’, distinguió tres áreas básicas a las que nuestra especie dedica su energía intelectual: la supervivencia, el conocimiento científico y el conjunto de actividades que hoy son conocidas como ‘humanidades’ (de la religión al arte). La Aracnología, entendida en un sentido amplio, forma parte de cada una de esas áreas adoptando, respectivamente, la forma de aracnología aplicada, aracnología científica o académica y aracnología cultural o etnoaracnología. Sin duda, la aracnología científica es la única que ha alcanzado un cierto grado de desarrollo, muy por delante de la aplicada. La aracnología cultural apenas ha sido objeto de atención. Son muy escasas las referencias disponibles de una cierta entidad y prácticamente inexistentes trabajos amplios sobre el tema. Una de las razones de esta escasez es la dificultad de abordar el papel de los arácnidos desde una perspectiva global que abarque los últimos cinco milenios (al menos) de la historia de la humanidad, a escala planetaria y en cualquier tipo de manifestación cultural, ya sea religiosa, simbólica, artística o de otro tipo. El conjunto se ve incrementado por la frecuente tendencia a mezclar aracnología aplicada primitiva y aracnología cultural. Así, las aplicaciones farmacológicas del uso de arañas y escorpiones en medicinas tradicionales pertenecen al primer rango; sólo cuando su uso está relacionado, por ejemplo, con ritos religiosos, puede considerarse aracnología cultural. Otro tanto puede decirse del uso de arácnidos como alimento o de la araneicultura.

Como antecedentes inmediatos, hemos de mencionar el trabajo de Cloudsley-Thompsom (1986) ‘The Mythology of Scorpions and Spiders’ en el que se pasa revista a los mitos fundamentales relacionados con el escorpión y en menor medida con la araña. Sobre ésta se indica que aparece frecuentemente en supersticiones de la Europa templada, Asia y Norteamérica. Igualmente, se menciona que fue ignorada en el antiguo Egipto (a diferencia del escorpión y, especialmente, de algunos insectos como el escarabajo). Se incluyen breves referencias a la Biblia y el Corán, así como a la cultura griega y al mito clásico de Aracné. Posteriormente se comenta la Historia Natural de Plinio y las tradiciones europeas medievales relacionadas con la araña y el tarantismo en el sur de Italia.

Otra referencia reciente es ‘The Book of the Spider. From Arachnophobia to the love of Spiders’ de Paul Hillyard (1994), dedicado íntegramente a la araña. El capítulo segundo recopila la información sobre la presencia de la araña en el folclore, mitos y literatura. Respecto a la mitología araneológica se recoge el mito griego de Aracné, la mitología de los nativos americanos en relación a Mujer Araña, Anansi en África y diversas tradiciones, leyendas y muestras del uso artístico de la araña y de su simbología.

A pesar de estas referencias históricas, el potencial mitológico-simbólico de la araña parece francamente infrautilizado, especialmente en comparación con otros artrópodos como la mariposa, la abeja y el escorpión. Con ocasión de la preparación de un trabajo general sobre la presencia de los artrópodos en la cultura (Melic, 2002), hemos prestado una especial atención a la figura de la araña, rastreando su presencia en otras culturas antiguas no mencionadas e intentando profundizar en su auténtico papel en las citadas (egipcia, griega y norteamericana). La presentación de los primeros resultados de esa revisión constituyen el objeto de este artículo.
El término cultura es utilizado en un sentido amplio, como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico e industrial, en una época o grupo social. Entendemos, con Leclerq (1999), que aracnología cultural y etnoaracnología son sinónimos.

Para la redacción de este artículo se ha consultado diversa bibliografía relacionada con temas históricos, mitológicos y simbólicos. Además de los textos que se mencionan en cada lugar, es preciso destacar algunas fuentes relacionadas con la interpretación de los símbolos y signos: Cirlot (1997; reedición de 1958), Johnson (1994), Saunders (1996), Bruce-Milford (2000), Cooper (2000) y Grossato (2000).

En el principio...

Fig. 1. Muestra de arte rupestre Levantino (de Bellés, 1997b). En la ilustración aparece abajo (izquierda) una colmena y abejas revoloteando a su alrededor. Arriba (derecha) aparece una supuesta araña rodeada de moscas. La interpretación no es pacífica.
Las primeras representaciones que pueden ser razonablemente asignadas a artrópodos pertenecen a utensilios del Magdaleniense con una antigüedad estimada de unos 10.000 años. Entre ellos, destacan diversos amuletos colgantes que parecen representar coleópteros (aunque su interpretación no es pacífica). Durante el Mesolítico aparecen numerosas pinturas rupestres relacionadas con la recolección de miel silvestre y representaciones esquemáticas de abejas. Existen ejemplos de este tipo en la Península Ibérica, Zimbabwe, Sudáfrica, la India, etc. Probablemente el sentido de las escenas mesolíticas de recolección de miel eran rituales mágico-religiosos de tipo propiciatorio. Mucho más intrigante es el caso de un ortóptero grabado en un hueso de bisonte hallado en la Gruta de los Tres Hermanos (Francia). Bellés (1997b) recuerda que los saltamontes son un alimento consumido en algunas culturas y, por tanto, la representación podría tener el mismo sentido. Un caso especialmente complicado de interpretar son las representaciones de lo que parecen ser arañas y/o telas de arañas con moscas revoloteando a su alrededor (fig. 1) (Beltrán Martínez, 1993; Bellés, 1997b). Lo cierto es que difícilmente puede considerarse a la araña un ‘recurso alimenticio’ en la Iberia meridional, lo que hace pensar en manifestaciones de carácter religioso o simplemente naturalista. Otra posibilidad es la idealización de la actividad de la caza en la araña, pues ésta debió resultar una escena común en la vida cotidiana del hombre prehistórico, básicamente un cazador-recolector. La escena de la araña, sin embargo, no es accidental. Recientemente ha sido descubierta otra muestra de arte calcolítico en Guadalix de la Sierra (Madrid) con representaciones de numerosas figuras antropomórficas (llamadas en forma de ‘phi’ por los arqueólogos) y un arácnido (fig. 2).

Fig. 2. Figuras antropomórficas en forma de ‘phi’ y lo que los arqueólogos identifican con una araña. Guadalix de la Sierra, Madrid.
Mesopotamia

Mesopotamia fue habitada hace unos 35.000 años, desarrollando durante parte del Paleolítico y Mesolítico diversas culturas de las que quedan muy pocos vestigios. Aproximadamente hacia el 3.500 a. C. puede datarse el comienzo de la auténtica Historia de la Humanidad a partir del desarrollo de la escritura, la ciencia y el urbanismo.

La entomología cultural de la época sumeria es de carácter fundamentalmente aracnológico. Los dos artrópodos más importantes en su mitología son el escorpión y la araña. Cloudsley-Thompsom (1986) recoge diversas referencias en las mitologías de la región (hasta los Persas) relacionadas con el escorpión. Este fue una de los primeras constelaciones reconocidas en el firmamento por los astrónomos de Babilonia entre el IV y el II milenio a. C. A pesar de esta identificación, los escorpiones son considerados elementos malignos y con frecuencia el escorpión recibió el trato de ‘demonio’ (así aparece en la Biblioteca de Asurbanipal, s. VII a.C.). Además de ser animales agresivos y un peligro directo por sus hábitos de caza por contacto, probablemente fueron considerados animales malignos asociados a lugares duros, yermos e inhóspitos, simbolizando la sequía y el desierto. Así, por ejemplo, el pueblo qutu, ‘bárbaros del norte’ de los que apenas hay noticias, eran conocidos por los sumerios como los ‘escorpiones de las motañas’. En las figs. 3 y 4 pueden verse fragmentos de ‘kudurrus’ o documentos reales de tiempos de Nabucodonosor con más de 3.000 años de antigüedad que eran utilizados para demarcar límites y fronteras y en la fig. 5 cilindro-sellos, todos ellos con ejemplos de escorpiones. Los escorpiones parecen jugar un papel ‘amenazante’ hacia los potenciales invasores, y por tanto, serían un símbolo protector frente a los nativos. Otra muestra de estas ideas es el personaje Pazuzu (fig. 6), un importante demonio mesopotámico y una criatura de cabeza deformada, con alas de águila, dientes y garras de león y cola de escorpión. Se trata de la personificación de la tormenta que causa desastres y, por supuesto, es un habitante de los desiertos. Sin embargo, es el protector de las plagas y de otras fuerzas del mal. Resulta bastante evidente que los sumerios y asirios temían a los escorpiones por las razones anteriormente indicadas, pero al mismo tiempo, percibían el servicio ecológico que brindaban en su lucha contra los fitófagos. Por tanto, los escorpiones jugaron un papel dual, complejo, mucho más rico en matices que el actual. Eran seres poderosos, malignos, pero que podían resultar beneficiosos en ciertas circunstancias (al menos en sociedades agrícolas).


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Fig. 3. 3a. Los kudurrus son documentos que se usaron en Mesopotamia para dejar constancia de las cesiones reales de tierras, por lo que aparecían señalando fronteras o límites. En la figura se muestra uno de tiempos de Nabucodonosor I (hacia 1.140 a.C.), con dos representaciones diferentes del escorpión. 3b. Detalle, una figura antropomórfica, relativa al demonio escorpión o al pueblo quto, conocido como escorpiones de las montañas. 3c. Detalle, abajo aparece otro escorpión (de Roaf, 2000 y elaboración propia).


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Fig. 4. 4a. Otro kudurru, conocido como Eanna-Sum-Idina, de la misma época (1.120 a.C.). La inscripción inferior era una advertencia para los que osaran transgredir las fronteras del territorio delimitado. 4b. Detalle (de Lara Peinado et al., 2000 y elaboración propia). El escorpión aparece, pues, como poderoso aliado o protector frente al invasor.
Fig. 5. Impresión de cilindro-sello mostrando la fachada de un palacio o templo con diversos animales a su derecha, incluidos dos escorpiones (de McCall, 1994).
La ambivalencia del escorpión se ve ratificada en los mitos más antiguos sumerios, en los que se relaciona directamente con la diosa Inanna, una divinidad creadora, madre de los dioses. Es preciso señalar que el número de divinidades entre estos pueblos no tiene nada que envidiar en densidad y mestizaje al panteón egipcio, quien probablemente importó algunos elementos y que con frecuencia el nombre de estas diosas fue cambiando, aunque manteniendo en esencia sus poderes y facultades. Inanna fue conocida entre los acadios como Isthar y como Atargatis por los asirios. Las diosas mencionadas son un arquetipo que se repite en muchas otras culturas posteriores relacionadas con la diosa madre o diosa de la fertilidad. Esta parece una tradición que arranca en el Neolítico y que se extendió por casi todo el Mediterráneo (Gimbutas, 1989; Gimbutas & Marler, 1991; Husain, 1997, entre otros). En los orígenes, la diosa es representada inicialmente como una figura de pechos enormes, grandes caderas y abdomen, bien como exponente de carnalidad femenina, maternidad o todo a un tiempo. El agua es un elemento estrechamente vinculado a la diosa, como fuente de vida. Las fig. 7, 8 y 9 muestran varios ejemplos de esta relación entre escorpiones y fertilidad. Probablemente el sentido conjunto pretende enfrentar los símbolos de vida y muerte como un todo.
Fig. 6. Pazuzu, un poderoso demonio sumerio habitante de los desiertos y con rasgos de diferentes animales, incluyendo una cola de escorpión. Aunque maligno, podía ser un importante aliado frente a las plagas y otros desastres naturales (¿Reconocían los antiguos sumerios el poder de los escorpiones como controladores biológicos?) (de Roaf, 2000).

Fig. 7. Diosa sumeria de la fertilidad (Inanna) rodeada de escorpiones. Ur, hacia 2400 a. C. (de Johnson, 1994).
Fig. 8. Reproducción de un sello real donde dos escorpiones rodean otro símbolo de Inanna, la roseta. Sumer, hacia 3300 a. C. (de Johnson, 1994).
Fig. 9. Cerámica sumeria (hacia 5.000 a. C.) con cuatro mujeres formando una esvástica rodeadas de ocho escorpiones (de Johnson, 1994).
La presencia de la ‘araña’ en estas culturas resulta bastante más oscura e indirecta. La información disponible procede de fuentes escritas y apenas cuenta con iconografía (fig. 10). Por algún motivo la araña no suele disponer de representaciones gráficas, o son muy escasas, a pesar de jugar un destacado papel en los sistemas mitológicos. Este fenómeno se repite, misteriosamente, en otras culturas.

Los ritos religiosos sumerios estaban muy relacionados con la muerte (incluían sacrificios humanos), pero también con el sexo, transunto de la fertilidad. Muchos de sus textos alcanzan un elevado grado de sensualidad explícita. Es habitual que creación y fertilidad formen una pareja indisoluble. A su vez, existe una relación biunívoca entre fertilidad, por una lado y sexo y agua, por otro. La fertilidad animal depende del sexo como mecanismo de reproducción; la vegetal es función del agua, especialmente en culturas agrícolas primitivas. Por esta razón los símbolos del complejo Inanna son conjuntamente la araña y el pez (además del escorpión). La araña crea un universo geométrico, ordenado, a partir de sí misma, extrayendo hebras de seda de su propio cuerpo y formando estructuras de una maravillosa perfección. El pez representa el agua, el elemento esencial para la obtención de la cosecha. Inanna/Ishtar es además de Gran Madre y diosa de fertilidad, tejedora del destino, en el que quedan entrelazados los hombres. Hay otros elementos que caracterizan a la araña y que difícilmente pueden pasar desapercibidos: su capacidad para inocular veneno a través de la mordedura y su habilidad para capturar presas gracias al uso de telas como trampas. La asociación de la araña a la diosa resulta ratificada precisamente por estas capacidades. Un poema sumerio dice respecto a Inanna: ‘Cual un temible león con tu veneno aniquiliste a los hostiles y a los desobedientes’.

Fig. 10. Sello cilíndrico en el que una araña gigante protege las plantas de Inanna del ataque de los insectos. Ur, Iraq, hacia 3000 a. C. (de Johnson, 1994).

La antigua Inanna y sus derivaciones son siempre la diosa de la guerra para los pueblos mesopotámicos. Amor (maternal y carnal) y guerra conforman una unidad que confluyen en la diosa y sus símbolos (ya sea el escorpión o la araña).

Por tanto, aunque la iconografía disponible de la época es relativamente limitada, creo que existen pocas dudas sobre la vinculación entre la araña y la principal deidad mesopotámica. El complejo Inanna fue origen de otros mitos, tal vez gracias a los Fenicios que la exportaron a otros lugares.

 Egipto

La civilización egipcia se prolongó durante más de tres milenios, desde el periodo predinástico tardío hasta el Grecorromano. La mitología e iconografía del Egipto faraónico son unas de las más ricas y variadas del mundo antiguo. Los egipcios llenaron sus hogares, templos y tumbas de obras artísticas de todo tipo: pinturas, esculturas, ornamentos, utensilios, joyas, amuletos.... pero ellos no deben ser considerados como simples objetos o elementos decorativos; al contrario, se trata de un fenómeno totalmente religioso o al menos mágico, a través de los cuales se representaban sus creencias e ideas sobre la naturaleza del cosmos y éstas llegaban a confundirse de tal modo que en ocasiones era preciso alterar los símbolos para evitar su picadura (es el caso del escorpión sin cola o la serpiente con un puñal clavado en su espalda).

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Fig. 11. 11a. Amuleto de bronce de la XXVIª dinastía representando a Selket (de Grossato, 2000).11b. Símbolo de la constelación del escorpión (de Description de l’Egypte, publiée sous les ordres de Napoleón Bonaparte. Grabados publicados por Inter-Livres, 1995).

Fig. 12. La diosa escorpión Selket, ‘la que hace respirar las gargantas’ (título que parece aludir a la sensación de ahogo que produce el envenanimiento por picadura de escorpión). Sobre la cabeza, un adorno que simboliza al escorpión.
Los egipcios utilizaron ampliamente a los insectos en su iconografía y mitología, así como al escorpión. Como todos los animales peligrosos el escorpión recibió en Egipto una veneración divina (figs. 11). Representaba junto a la serpiente una encarnación de las potencias del caos amenazantes del orden del mundo. Sin embargo, si se podían dominar resultaban beneficiosos. Tal vez por ello se llevaban pequeños amuletos en el periodo Arcaico, posiblemente como protección. El escorpión era ya previamente conocido como signo zodiacal. Inicialmente fue asociado a un rey –denominado Rey Escorpión–, aunque posteriormente sus poderes fueron asociados a la diosa Selket (fig. 12), protectora de nacimientos y de los cadáveres momificados durante el enterramiento. Existen varias leyendas sobre el tema. Los halcones (representación del dios Horus) eran venerados en Egipto porque se alimentaban de escorpiones, así que su destrucción resultaba ser un acto benéfico. El mito del escorpión ha sido abordado recientemente en Monzón & Blasco (1995, 1996).

Fig. 13. La diosa Neith, madre de los dioses y representación de la fertilidad, pero también de la guerra y la caza. Sobre la cabeza lleva su símbolo, aunque no existe unanimidad en la interpretación del mismo. Por su origen mitológico como diosa guerrera/cazadora, el símbolo ha sido considerado un escudo cruzado por dos flechas, pero también una lanzadera de tejedor, pues Neith era también patrona de las hilanderas.
Junto al escorpión, la araña jugó un papel poco conocido pero fundamental como símbolo de la diosa Neith, ‘madre de los dioses’ (fig.13). Al igual que en el caso de Mesopotamia las representaciones de la araña son prácticamente inexistentes a pesar de ser un símbolo destacado y de la extraordinaria productividad de los artistas egipcios. El culto a esta diosa es muy antiguo y se remonta al periodo Predinástico (finales del V milenio-3200 a. C) en la región del delta del Nilo. En la ciudad de Esna es representada en ocasiones con el Pez Lates. Sus atributos eran el arco, las flechas y el escudo. Al igual que en las culturas mesopotámicas, la araña/Neith terminó convertida en mito creador, primero como Madre de Ra, luego como madre de todos los dioses y por último ‘creadora del semen de los hombres y los dioses’, y asociado a la fertilidad además de a la caza y a la guerra. Esta ambivalencia vida-muerte está presente en sus títulos: ‘amamantadora de cocodrilos’ y ‘la Terrorífica’, es decir, tierna madre y monstruo feroz. Es también una divinidad funeraria, una de las guardianas de los vasos Canopes y quien ofrecía los vendajes para el cuerpo del difunto. Fue considerada también la inventora del tejido y patrona de las hilanderas. Con todos estos atributos parece evidente la relación de Neith con la araña en sus múltiples facetas de divinidad creadora, experta cazadora/guerrera y consumada tejedora. Como simple hipótesis, es curioso que un animal cuya característica más destacable es su capacidad para construir telas y, por tanto, para predar sobre otros invertebrados sea nombrado guardián de los vasos donde se introducían las vísceras más importantes del difunto. Parece inevitable que las moscas y otros necrófagos debían sentirse atraídos hacia estos lugares y, por tanto, que debía ser vista con muy buenos ojos la actividad de las arañas como aparentes defensoras de los restos. Selket –el rey escorpión, otro gran depredador de insectos– era también guardián de los vasos Canopes. La diosa Neith es también la ‘tejedora del mundo’ en alusión directa a la capacidad de las arañas para construir telas.

Aracné o Atenea ¿Quién es la araña?

La presencia de insectos en el arte griego quedó ampliamente recogida en el libro Greek Insects de Davis & Kathirithamby (1986). Bellés (1997a) y Moret (1997a) han complementado esos resultados. El arte y mitología griegos recoge un número amplio de referencias artrópodas. No obstante, resulta un tanto pobre en relación a antecedentes tan extensos como el mundo egipcio, especialmente ante la amplitud de los temas tratados en la cultura griega. Con los griegos se inicia realmente el desarrollo de los conocimientos zoológicos gracias a Aristóteles, pero también un paulatina humanización (y masculinización) del panteón mitológico y, con ella, un cambio cualitativo en materia de creencias.

Fig. 14. Aracné, joven lidia convertida en araña y origen etimológico del término ‘araña’ (y derivados).
Fig. 15. Una de las representaciones clásicas de Atenea, una divinidad con muchos de los atributos de otras diosas previas mesopotámicas y egipcias relacionadas con la araña. Curiosamente, Atenea fue la ‘creadora’ de la araña al transformar a Aracné como castigo.

La referencia clásica de la cultura helena en materia aracnológica es la leyenda de Aracné en la que una doncella lidia es convertida por la celosa diosa Atenea en araña y condenada a tejer etermanente (figs. 14 y 15). Todo comenzó como una apuesta entre la diosa y la joven, una auténtica artista en el arte de tejer. Aracné se mofó de la diosa y la retó a un concurso de tapices. Atenea preparó el suyo (relativo a la ciudad de Atenas) pero Aracné usó su habilidad para representar escenas de las infidelidades de Zeus. A pesar del aparente éxito de Aracné, Atenea tocó la frente de la muchacha y ésta se arrepintió de haberse burlado de los dioses. Inmediatamente después se suicidó, pero Atenea se apiadó y le devolvió la vida convertida en araña. El mito parece tener una función de tipo moralizante: no es conveniente molestar a los dioses. Ahí parece acabar todo. Sin embargo es posible rastrear otras pistas que relacionan esta historia marginal con el auténtico mito de la araña. Atenea es una de las diosas más poderosas de la mitología griega (entre otras cosas, porque nació de la cabeza de Zeus). Casi siempre es representada con coraza y diversas armas en su calidad de figura militar y gran consejera. Es una divinidad asociada directamente a la guerra, pero también a la sabiduría y la astucia (tanto por su origen como por su actividad). La relación entre Atenea y la araña no es simplemente accidental. Algunos autores, desde Herodoto (484-420 a. C.) a Rober Graves (1980) opinan que Atenea es la versión griega de Neith, lo que resulta reforzado si consideramos que Atenea era la diosa griega de las artes y la habilidad. Junto a Hefestos, era la protectora de los oficios y de las actividades domésticas tradicionalmente femeninas como hilar y tejer (de ahí que Aracné retara a Atenea y no a otras divinidades: se quiso medir con la diosa del hilado). Lo que sí parece faltar en la mitología griega son las referencias a la creación y la fertilidad. Atenea, aun siendo protectora de las actividades de las mujeres casadas, era considerada virgen y soltera, pero ello no debe representar un problema. Las mitologías antiguas convertían en divinidades guerreras a diosas vírgenes o no casadas. Pero además, el acto creador de la araña es ciertamente singular. La fertilidad del animal no está relacionada con la cópula con el macho (habitualmente más pequeño, menos perceptibles en sus costumbres y contrucciones y de vida mucho más breve), ni con la puesta. La creación araneológica es un acto aparentemente asexuado, pues su obra es la tela, el cosmos. Virgen y Madre celestial, incluso en las religiones modernas, son estados perfectamente complementarios. No obstante, los mitos de la creación helenos son bastante confusos. De hecho, existen varias versiones enfrentadas en los textos clásicos. En uno de ellos, ateniense (Atenea, además de dar nombre a la ciudad, era su protectora), relativo a los orígenes de la humanidad, aparece la figura de la diosa como protagonista indirecta. El dios Hefestos intentó violar a Atenea, que lo rechazó. Hefestos eyaculó sobre el muslo de la diosa, quien limpió el semen con un trozo de lana (otro tejido, como la seda) y lo tiró al suelo, asqueada. Del trozo de lana nació Erectonio, futuro rey de Atenas. Un hombre, pues, nacido de la tierra. Atenea no creó a los dioses en este caso, pero sí a un rey ateniense. Por tanto, la araña ‘es’ en realidad Atenea y no Aracné, quien sólo padeció una transformación como castigo.

Los distintos mitos antiguos mediterráneos y los mesopotámicos sin duda estuvieron relacionados entre sí bien por contactos directos o bien gracias a contaminaciones mitológicas producidas a través de otros pueblos. Los Fenicios, por ejemplo, debieron actuar como elemento dispersador de este tipo de creencias (fig. 16).


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Fig. 16. 16a. Relieve procedente del palacio del monarca asirio Sargón II, en Khorsabad, datado en el s. VIII o VII a.C. Representa unas naves fenicias transportando troncos de árboles (los fenicios utilizaban la madera del Líbano para la fabricación de sus naves). Entre ellas aparecen representados muchos animales, en su mayoría acuáticos, pero también otros terrestres como el escorpión (de Tarradell, 1984).16b. Esquema.
Los romanos apenas realizan aportaciones significativas a la iconografía artrópoda. Las principales hay que buscarlas en textos escritos como los de Plinio y Claudio Eliano, que no obstante tienen más de obra enciclopédica o recopilatoria, que de investigación novedosa. La expansión del cristianismo y otras religiones monoteístas fue un elemento importante, esencial, en la erradicación de las zoolatrías previas y el paganismo, así como en la restricción en el uso de motivos alegóricos y simbólicos. Los libros sagrados (la Biblia, el Corán) incluyen referencias a los artrópodos pero suelen ser escasas y profundamente negativas.

Oriente

Fig. 17. Pintura china de una fecha indeterminada entre finales del s. XVII y principios del XIX en el que se representa una escena de recolección de morera para alimentar larvas de Bombyx mori. La serie comprende otras láminas en el que se describe todo el proceso de la elaboración de la seda.
La impresionante civilización china es imposible de condensar en unas pocas líneas. Por suerte, no lo pretendemos, pero su gigantismo y duración hacen difícil la búsqueda y selección de algunos ejemplos que puedan ilustrar la presencia de los artrópodos en su cultura. Es preciso comenzar destacando el papel de los insectos desde el punto de vista de la entomología aplicada. China fue el primer pueblo en utilizar la seda de Bombyx mori(‘gusano de seda’), al menos en el 2.600 a.C. Al parecer fue una emperatriz la que se interesó por el asunto (Si-Lung-Chi), de tal modo que este insecto llegó a afectar seriamente a la historia económica del imperio durante muchos siglos. Tan importante llegó a ser el comercio de la seda que estaba prohibido sacar de China los huevos o las orugas y arrancar una ‘morera’ era castigado con la muerte (fig. 17). Junto a Bombyx mori, son destacables el grillo, la cigarra y la mariposa en la cultura china. Apenas son conocidas supersticiones y menciones a arácnidos.

La entomología cultural de otros países del sur y este asiáticos es también muy mal conocida. En Japón hay referencias a diversos insectos (incluyendo una tradición o cultura de la seda similares a la de China) y a múltiples ‘arañas gigantes venenosas’ con las que tienen que enfrentarse algunos héroes (Kintaro, Kumo, Reiko, Tawara, etc.), así como a uno de los más enigmáticos dioses japoneses (Inari, hombre y mujer al mismo tiempo), quien adopta la forma de araña y, a pesar de ello, es considerado un símbolo de prosperidad y amistad. También existe una mujer-araña que atrapa y enreda a los viajeros incautos. En la fig. 18 se muestra un ejemplo de iconografía de Indonesia.

Fig. 18. Diseño de ornamento para arma javanesa en forma de escorpión.
En general, Oriente no ha destacado por las referencias artrópodas en su mitología. Las razones pueden estar relacionadas con sus creencias respecto a la reencarnación o retorno. Recordemos que el peor destino posible para un alma era volver como invertebrado, especialmente en el caso de insectos de vida efímera que nacen y mueren en un solo día y que, en consecuencia, no tienen tiempo de producir un ‘karma’ capaz de permitirles un renacimiento mejor. Ello daba lugar a una serie de renacimientos sucesivos e inútiles, un infinito laberinto del que difícilmente se podía escapar.

África

Más que ningún otro continente, África, es una amasijo de culturas, lenguas y religiones. Es prácticamente imposible abordarla como unidad, ni siquiera en un tema tan puntual como la mitología aracnológica. A ello deben sumarse dos problemas prácticos: una tradición fundamentalmente oral y la tendencia al uso de materiales poco duraderos en muchas de sus manifestaciones artísticas. Todo ello complica el rastreo etnoaracnológico y no es de extrañar que, realmente, apenas existan antecedentes serios y documentados.

De nuevo, como en el caso de Asia (pero también del Pacífico), existen multitud de referencias aisladas, datos o iconografías puntuales y personajes artrópodos en leyendas más o menos locales, pero dos de ellos son especialmente importantes. Los Pueblos Koisán, que incluyen a los ‘hotentotes’ y a los san o bosquimanos, entre otros, disponen de una mitología muy relacionada con los animales salvajes y, entre ellos, uno de los más importantes es la mantis, quien trajo el fuego a la humanidad tras habérselo robado al avestruz, e inventó las palabras (tal vez, en esencia, sea el mismo acto). El otro es Anansi, un mito muy popular en África central y occidental. Es una araña u hombre-araña con varios significados, en ocasiones, perfectamente simultáneos. Por un lado está íntimamente relacionado con el mito de la creación del mundo. Por otro, juega un papel destacado en momentos clave relacionados con la salvación del hombre. Por último, representa a la figura del embustero o héroe bribón protagonista de relatos con moraleja, cuentos y otro tipo de enseñanzas. Anansi es hija es Nyame y es considerada la creadora del sol, la luna y las estrellas y es quien instituye la sucesión del día y la noche. También creó al primer hombre, cuya vida fue insuflada por Nyame. Entre las facultades otorgadas por Nyame a Anansi se cuentan traer la lluvia cuando el bosque se incendia y determinar los límites de océanos y ríos cuando diluvia. Resulta sorprendente que de nuevo la figura de la araña sea entidad creadora como en Mesopotamia o Egipto (pero ver también más adelante). Las coincidencias van más allá: por extraños caminos, tal vez simplemente accidentales, araña y agua resultan emparejadas. Neith, la diosa-madre egipcia cuyos símbolos eran el pez y la araña, contaba entre sus títulos la de señora de los mares primordiales; Anansi fija los límites de los mares y los ríos... Otro elemento que resulta significativo es la vinculación entre el hilo (de la tela) y el papel de interlocutor (o hilo conductor) entre la divinidad superior, Nyame, y los hombres, lo que se pone de manifiesto especialmente en los mitos relacionados con la salvación humana a través de la intermediación arácnida.

Pero hemos citado otros papeles. Anansi asume el de animal astuto capaz de vencer con su inteligencia a otros mayores o, incluso, a ciertos demonios y divinidades. Una de las leyendas más extendidas es el robo del fuego a alguna entidad superior y su entrega a los hombres. En África Oriental, la ladrona es Anansi; en las praderas norteamericanas, Mujer-Araña hace lo mismo con los dioses. La leyenda es idéntica, como lo es la capacidad creadora o la dualidad del personaje como divinidad-embaucador. Aunque el mito de Anansi ha sido localizado igualmente en Carolina del Sur (como ‘Miss Nancy’) o el Caribe (‘Anency’) a consecuencia del tráfico de esclavos africanos en siglos recientes, las leyendas nativas indias tienen una antigüedad muy superior a la llegada de los esclavos, así que las coincidencias no son una simple contaminación mitológica.

Los dos artrópodos mencionados en la mitología africana tienen además la condición de esposos según diversas leyendas. En efecto, Koki, la mantis, es la esposa de la araña en los mitos de algunas regiones. No deja de sorprender que los dos animales cuyas prácticas sexuales incluye el canibalismo terminen formando pareja estable.

El Pacífico

Fig. 19. Dibujo aborigen australiano de un escorpión sobre corteza de árbol. Siglo XX. Por desgracia el tipo de materiales utilizados en el arte de África y Oceanía impiden acceder fácilmente a diseños antiguos (de Saunders, 1996).
La etnoentomología australiana y, por extensión, la de los archipiélagos del Pacífico, ha sido también poco estudiada. En principio, presenta problemas muy similares a los comentados para el continente africano. La diversidad cultural (y su fragmentación), la tradición oral de sus leyendas y mitos y las relativamente escasas muestras de su arte constituyen una barrera difícil de saltar (fig. 19). Cherry (1993) recoge diversas relaciones entre los aborígenes australianos y los artrópodos. En su mayor parte, constituyen muestras de entomología aplicada primitiva.
Existen un buen número de fábulas, leyendas y cuentos en los que aparecen insectos, incluyendo algunos en los que se reconoce la metamorfosis de la mariposa como trasunto de salvación / resurección. Otras leyendas convierten a la araña en héroe celestial. Sin embargo, en las islas del océano Pacífico es donde la araña vuelve a surgir como un poderoso mito creador. La Araña Anciana, o Areop-Enap, es la divinidad creadora en Nauru (Micronesia). Al principio sólo existía Aerop-Enap y los mares. A través de un singular proceso que incluye el uso de una concha gigante de mejillón, caracolas y algún tipo de gusano marino terminó creando los cielos y la tierra. Utilizando unas piedras hizo al hombre y unas criaturas aladas a partir de la ‘suciedad de las uñas’ (extraño concepto que, sin embargo, ya fue utilizado en la mitología sumeria en relación a Isthar, diosa araña, en su descenso a los Infiernos, así como por los egipcios en su medicina).

Un mito muy similar aparece en las islas Gilbert (Kiribati, al este de Papúa Nueva Guinea). En Melanesia, la araña-diosa recibe el nombre de Marawa, pero en este caso la divinidad asume un papel de engañadora. En resumidas cuentas, la araña vuelve a ser mito creador y también símbolo de la astucia (y, por tanto del engaño).

Arácnidos americanos

La historia de los pueblos americanos es mucho menos conocida que la europea, pero en algunos casos la información disponible es relativamente amplia (por ejemplo, en la cultura Maya y Azteca).

El Pueblo Nazca (200 a. C.-700 d. C.) fue una civilización aislada que vivió en los valles fluviales contiguos a la franja desértica del sur del Perú y que alcanzó un cierto desarrollo. Fue una civilización dedicada al comercio, cazadora y agrícola, con una cultura muy relacionada con el agua. El legado más importante que nos dejaron son sus famosos geoglifos (llamados líneas Nazca) grabadas directamente sobre el suelo en la Pampa (fig. 20). Son excavaciones someras en la capa superior de las rocas y su función es un misterio, así como su significado. Habitualmente consisten en figuras geométricas o en la representación esquemática de algunos animales. Los más frecuentes fueron el colibrí, la ballena y la araña. Su tamaño es colosal (supera los 50 m de longitud), pero lo más enigmático es que sólo son perceptibles desde el aire (en un terreno que carece de alturas relevantes). No podemos saber qué significan esos geoglifos de artrópodos gigantes, pero teniendo en cuenta su tamaño (y repetición), éste debió ser ciertamente importante.


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Fig. 2020a. Geoglifo nazca, sur de Perú. La longitud de la imagen, sólo visible desde el cielo, es superior a 50 m. 20b. Esquema de una típica araña nazca. Su significado es desconocido, aunque probablemente esté relacionado con la astronomía.

Los antiguos mejicanos desarrollaron una serie de culturas de alto contenido entomológico, tal vez sólo comparable en su riqueza y variedad a la egipcia. Incluyen la cultura Tolteca (del 900 al 1200 d.C.), Maya (entre 1200 y 1700 d.C.), y Azteca (1300-1500 d.C.), entre otras.

La cultura Tolteca practicaba ritos sangrientos, con sacrificios de animales y hombres. Entre los animales, se contaban vertebrados, pero también langostas, mariposas, etc. Varios códices de la época hacen referencias a ofrendas de serpientes, pájaros y mariposas. A medio camino entre la entomofagia y el ritual mágico, existió una ‘comida divina’, denominada Teotlacualli, que era preparada por los sacerdotes. Sus ingredientes eran toda clase de sabandijas ponzoñosas (arañas, alacranes, ciempiés, víboras, etc.). Con todo ello, hacían un ungüento demoníaco, hediondo y mortífero que ofrecían a sus dioses, pero que también servía para otorgar poderes a los sacerdotes frente a las fuerzas de la noche, o de medicina.

La Maya fue una gran civilización que cuenta actualmente con más de cuatro millones de descendientes. Presenta ejemplos soberbios de arquitectura, escritura jeroglífica y amplios conocimientos matemáticos y astronómicos. El centro de sus motivos ‘artrópodos’ fue la mariposa. Pero no faltan notables referencias a otros animales (fig. 21 y 22), especialmente en antiguos códices (fig. 23).
Fig. 21. Araña maya tallada en altar de piedra del periodo postclásico, Méjico (de Heyden & Baus Czitrom, 1991).
Fig. 22. Detalle de una vasija maya en la que aparece un escorpión y, fuera de imagen, una serpiente. Ambos animales se relacionan con la lluvia, el viento y las tormentas, tres elemento de destrucción y muerte (de Saunders, 1996).

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Fig. 23. 23a. Detalle del códice Borbónico en el que aparece un escorpión junto a una tumba. ¿Un guardián como el egipcio Selket?. 23b. Araña, según el códice Tro-Cortesiano (ambos de Soler, 1991). Otros ejemplos de artrópodos mayas pueden verse en Tozzer & Allen (1910).
Los dos arácnidos clásicos, el alacrán y la araña, también juegan un importante papel entre los mayas. El primero, identificado perfectamente con la constelación de escorpión, es el dios de la caza entre los mayas (su nombre significa ‘Signo de Dios Muerte’, fig. 22). Los aztecas lo dedicaban al ‘Señor de los Infiernos’ y lo representaban por el fuego, ya que su picadura era como una quemadura. Se conocen varias divinidades antropomorfas que portan a su espalda una ‘cola de escorpión’. En la fig. 24 aparece un bailarín masculino con esta apariencia.

Otra figura curiosa es la araña y especialmente su tela. Esta última representa la placenta de Ix Chel (fig. 25), diosa maya del parto, pues la araña crea el hilo de la vida de sí misma, uniendo a toda la humanidad a través de este cordón umbilical. Los mayas distinguían varios tipos de arañas, a las que bautizaron. Algunas de ellas estaban relacionadas directamente con el tejido –algo perfectamente previsible– y la hechicería. Ix Chel era patrona de las tejedoras. Era también uno de los tres animales vinculados con el Señor de los Muertos (Mictlantecuthtli; fig. 26) y con los monstruos tzitzimime que, según se creía, tenían como misión devorar a la humanidad cuando llegara el fin del mundo. De nuevo nos encontramos ante un conjunto de símbolos y relaciones que parecen ser, con ligeras diferencias, prácticamente universales. Antes es preciso comentar que el panteón maya resulta sumamente complejo, debido entre otras cosas a los múltiples aspectos y títulos que podía adoptar una misma deidad, pero también al hecho de que muchos de ellos tenían un equivalente de sexo opuesto y/o un trasunto maligno o infernal. La mitología de los antiguos mejicanos es pródiga en ejemplos de significación de lo doble y lo enfrentado (el día contra la noche, el tema obsesivo de los gemelos o, por ejemplo, el mito de la creación azteca como resultado de la oposición y el conflicto). El dios principal maya era Itzama, supremo creador y protector de la escritura. Su esposa, o contraparte, es la diosa Ix-Chel, ‘Señora del Arco iris’, diosa de los partos y, por tanto, mito estrechamente relacionado con la fertilidad. La placenta de Ix Chel es una telaraña de la que cuelga la vida a través del cordón umbilical. Hilo o cordón, han relacionado siempre la tela con el hilado y las tejedoras, en femenino, pues siempre son mujeres las encargadas de esta labor, en la que subyace la propia idea de identificación de la araña con la mujer o la feminidad. El símbolo funciona, porque encierra también la idea de ‘voracidad sexual’ de la mujer –femme fatal, meretriz, devoradora– que debe ser controlada por el hombre, y la de actividad misteriosa, oculta, engañosa para con éste. En el fondo expresa la teoría de que el hombre debe controlar a la mujer, un ser instintivo, y defenderse de sus maniobras y tretas. En el juego de roles separados de ambos sexos en las culturas primitivas, las mujeres hilaban en conciliábulo, ocultas a los ojos de los varones, en una suerte de reuniones secretas de las que sólo podían resultar conspiraciones y engaños. Algo así como los invisibles hilos de la tela en que quedan enredadas las desprevendias presas de la araña. Y por si quedaban dudas, las referencias al agua también están presentes. Dice una leyenda que en los tiempos de Haiyocacab, Ix-Chel inundó y rehizo la tierra, enviando grandes olas del océano. Vacío su vaso gigante desde los cielos para que la Tierra pudiera limpiarse y para que la vida pudiera comenzar nuevamente (¿metáfora del flujo menstrual femenino que limpia y permite el inicio de un nuevo ciclo creador? Posiblemente).

Fig. 24. Bailarín maya masculino con cola de escorpión. Levanta en su mano el símbolo de la media estrella, que era conocido como ‘estrella avispa’.
Fig. 25. Imagen de Ix-Chel, diosa Maya del parto cuya placenta se representa como una tela de araña, de cuyo centro surge el cordón umbilical, o hilo, que une al hombre con el resto del universo. Lógicamente, Ix-Chel, es también la diosa de las tejedoras, así como de la caza y la guerra.
Fig. 26. El demonio azteca Mictlantecuthtli, uno de los tres animales vinculados al Señor de los Muertos y cuyo símbolo era la araña (de Taube, 1996).

Las culturas nativas norteamericanas surgieron hace entre 10.000 y 8.000 años, pero su conocimiento moderno (fuera de su propio contexto) no se remonta más allá de un siglo. Carecen de escritura y sus tradiciones son orales, lo que dificulta su estudio. Practicaban el Totemismo, es decir, religiones que convertían a animales o plantas en divinidades. Estas zoolatrías servían además como elemento de unión del clan o tribu. El tótem une al hombre y sacraliza al animal. Los miembros no pueden matar al tótem ni mucho menos comerlo (lo que representa una suerte de tabú similar al incesto). La palabra ‘tótem’ proviene de la lengua algonquina de las tribus de los Grandes Lagos de América del Norte. Entre los tótem conocidos son raros los artrópodos (fig. 27), pero uno de ellos juega un papel esencial en la mitología de diversas tribus. Se trata de Madre Araña, también conocida como Mujer Araña, creadora de la Tierra (figs. 28 y 29) (Taylor, 1995; Tobert & Pitt, 1995). En otras tradiciones próximas asume el papel de divinidad que guía a los hombres hacia los mundos superiores. También juega un papel fundamental en un mito que se repite entre las diversas culturas: el robo del fuego a los dioses. La astuta araña se lo entregó a los hombres, a pesar de que Cuervo, Culebra, Buho y Caballo habían fallado previamente (mito Cheroquee). Entre los Zandé y otros pueblos africanos, la araña triunfa allá donde Elefante, León y otros animales fracasaron. En la fig. 30 se muestran conchas con una antigüedad de unos 1.000 años atribuidas a tribus norteamericanas. La tradición oral de algunas tribus meridionales de las praderas norteamericanas ha sido recopilada y estudiada por diversos autores (Mullet, 1919; Patterson-Rudolph, 1997). Los indios Hopi cuentan con un espíritu poderoso como aliado, la Mujer Araña. Es un animal considerado como medicina viviente, fuente de consejos y auxiliador de gente en peligro. El primer cuento recopilado por G. M. Mullett (1919) comienza: ‘Al principio solo existían Tawa, el Dios Sol, y Mujer Araña, la Diosa Tierra. Todos los misterios y el poder del cielo pertenecían a Tawa, mientras que Mujer araña controlaba la magia de la tierra...’. Por supuesto, Mujer araña enseñó a las mujeres navajo a tejer. La araña juega otros papeles. Para las tribus de California es un espíritu vengador que castiga el mal; en las llanuras centrales (por ejemplo, Cheyenes, Lakotas) asume el papel del ‘embustero’, una figura más o menos heroica, astuta pero bromista o poco fiable. Lo extraordinario es la presencia de la araña, de una u otra forma, en casi todas las mitologías nativas, con papeles que parecen repetirse de una a otra cultura.
Fig. 27. Diseño de un escorpión de las tribus de nativos norteamericanos (S.O., hacia 1.000 d. C.) (de Johnson, 1994).
Fig. 28. Diseño de una araña, tribus del S.O. de Norteamérica, hacia el 1.000 d. C. (de Johnson, 1994).

Fig. 29. Petroglifo en el que figura una tela orbicular de araña, Utah, hacia el 1.100 d. C. (de Patterson-Rudolph, 1997).
Fig. 30. Dos conchas grabadas con el símbolo de Madre-Araña. 30a. Gorjales de la cultura del Sureste (Cheroquee), hacia 1450 d. C. (de Carden, 1995). 30b. Concha amuleto de un tribu del Misisipí, en Ilinois, EE. UU, de unos 1000 años de antigüedad (de Saunders, 1996).

Comentarios finales

Las coincidencias entre las mitologías africanas y norteamericanas son enormes. Incluso el doble sentido del mito (divinidad creadora y héroe embustero) se repite de forma enigmática e inexplicable en el caso de la araña. ¿Es posible que algunos mitos formen parte de una suerte de patrimonio primigenio o fundador que subsistió durante miles de años para emerger de nuevo en los registros mitológicos y artísticos de sociedades posteriores repartidas por todo el planeta? ¿O es que los mitos –algunos al menos– son realmente universales, algo así como un atributo genético? ¿Tal vez forman parte de una suerte de memoria social, similar a la del hormiguero como grupo? ¿O son sólo coindencias? Es previsible que en sociedades vinculadas directamente a la naturaleza en las que se produce la aparición de zoolatrías, como formas elementales o primitivas de religión, resulten llamativos algunos animales concretos y otros pasen perfectamente desapercibidos y no transciendan. Pero ello no explica las similitudes de detalle comentadas. Por ejemplo, la abeja, gracias al recurso de la miel, sólo puede ser objeto de bendiciones y enaltecida en los Olimpos de la mayor parte de las mitologías. Aunque en ocasiones pueda picar y producir dolor, su dulce ofrenda sólo puede ser objeto de veneración. Por contra, el escorpión, fuente de accidentes, dolor o incluso muerte, habitante de páramos y estepas infernales, está condenado a la condición de demonio y representación del Mal, aunque en ocasiones el temor termine convirtiéndolos en dioses (tal vez como medida profiláctico-preventiva). Este sistema de asignación de papeles derivado directamente de la ‘oferta’ (o del valor de uso inmediato) funciona bien en estos dos casos (tal vez en alguno más) y puede justificar su universalidad. Pero hay otros artrópodos en los que la explicación no parece tan sencilla.

La araña constituye el artrópodo más intensamente utilizado en el terreno de la mitología y simbología. Lo ha sido además con una manifiesta –incluso inquietante– concordancia en la mayor parte de los términos y en sus elementos más profundos o ambivalentes. La araña es un animal capaz de elaborar construcciones de extraordinaria complejidad (especialmente para un hombre primitivo) en forma de telas orbiculares de aspecto perfectamente geométrico. Ello ocurre en mitad de la naturaleza, una ‘entidad’ armoniosa y bella para los poetas, pero escenario salvaje de dramas intensos, fuente de temores y problemas para sus moradores, en la que residen fuerzas poderosas, indomables, y en las que acecha el peligro y la muerte. En el caos abigarrado de lo Natural, en el que se entremezclan vegetación, bestias y alimañas, inundaciones, tormentas y climas dramáticos (junto a demonios, monstruos y sombras...), surgen como por encanto símbolos perfectos del orden del cosmos en forma de perfectas telas geométricas. Sólo pueden ser un símbolo divino.Y las construye un pequeño y misterioso animal con una sustancia que extrae de su interior, creando el orden dentro del caos a partir de sí mismo. No sorprende que la araña sea un mito prácticamente universal porque la escena anterior debió producirse en todo el planeta.

Tal vez puede preguntarse por qué la vieja Asia no percibió con igual intensidad este símbolo. No cabe sino la simple especulación, pero resulta terriblemente curioso el hecho de que China y Japón fueran las dos grandes civilizaciones explotadoras de la otra seda, la de Bombyx mori, durante muchos siglos. ¿Fue en este caso la araña relegada a un segundo plano? Es posible. Difícilmente la China antigua, que ya orquestaba su monopolio de la seda, pudo verse impactada por las creaciones de la araña. Otro tanto cabría preguntar respecto a la cultura griega (y posteriores, derivadas de ésta de una u otra forma). Ya hemos comentado el breve mito de Aracné y la existencia de un transfondo subterráneo, aparentemente oculto, en el que puede detectarse la pervivencia de gran parte del entramado mitológico relacionado con la araña. La paulatina debilidad de este mito en las culturas del Mediterráneo a partir de los griegos posiblemente tenga mucho que ver con el progresivo deterioro del mito principal: el de la divinidad femenina creadora a la que estuvo estrechamente vinculada la araña (y con menor intensidad, la mariposa). Los orígenes de la mitología mesopotámica y egipcia están íntimamente relacionados con la diosa madre neolítica. Este conjunto de creencias fue derrocado durante el II milenio a. C., fecha en la que las mitologías citadas se encontraban en plena madurez. Los mitos griegos son posteriores y su origen se remonta a ese milenio, si bien a lo largo de su evolución fue perdiendo numerosas referencias, especialmente relacionadas con la zoolatría (la mariposa en Micenas; el escarabajo en Creta; la araña en Atenas, etc.). La cultura griega emergió en un momento de decadencia (o derrocamiento) del mito de la diosa creadora y contó con precedentes mucho más elaborados que las mitologías previas. Se trata de una nueva fase en la paulatina humanización de los dioses (y, de paso, en la masculinización de las divinidades, tendencia observada por diversos historiadores; Gimbutas, 1989), cada vez más alejados de la pura y simple representación de los poderes de la naturaleza. Romanos y otras civilizaciones posteriores mantuvieron este camino y sólo consideraron a los artrópodos personajes de fábulas y elementos de algunas supersticiones imposibles de exterminar, especialmente en el mundo rural. Al menos en el Viejo Mundo próximo al Mediterráneo. América, África y Oceanía tan tenido un calendario histórico bien distinto. En realidad, no sorprende la proximidad de algunos mitos compartidos por culturas africanas o micronésicas de hace cinco siglos con las egipcias o sumerias de hace cuatro milenios. La razón no está relacionada con algún tipo de jerarquía cultural (más atrasadas o más adelantadas), sino con la clase de relación establecida con el medio natural. La forma de vida, la relación con el entorno, la estructura de su mitología, su grado de conocimiento técnico (astronómico, arquitectónico, económico...) parecen pertener a una misma categoría. De ser así, resultaría bastante lógico el mapamundi de la mitología araneológica, y su cronología. El mito de la araña surgiría en lo más profundo de los tiempos en múltiples sociedades primitivas, adoptando la forma de zoolatrías y mitos creadores a partir de una determinada percepción del animal en la naturaleza (el escorpión como fuente de problemas y daños; la araña, creadora y hábil cazadora, aunque venenosa). A este estadio corresponderían los mitos de Anansi en África, los de Aerop-Enap y otras formas en Oceanía o los de Mujer-Araña norteamericanos. El desarrollo de algunas culturas dió lugar a tradiciones escritas y otras formas de expresión, así como a una mayor elaboración del sistema de mitos en teogonías más o menos complejas. A este segundo estadio corresponderían las mitologías de Mesopotamia, e inmediatamente después, Egipto, junto a las culturas mejicanas antiguas (Tolteca, Maya, Azteca). Probablemente los elementos fundadores de estas mitologías fueron similares a la de aquellas que nunca superaron el primer estadio y aunque evolucionaron, no perdieron todavía el contacto con sus raíces. El siguiente paso dió lugar a una humanización (y masculinización) de las divinidades y, con ella, al paulatino deterioro del papel privilegiado de los animales en el corpus mitológico-simbólico (como en el caso de Grecia y especialmente de las culturas derivadas).

Sea como fuere, lo cierto es que la mayor parte de las civilizaciones antiguas han convertido a la araña en símbolo de la diosa creadora y, después, en madre de los dioses, lo que implica un sutil deterioro de su importancia intrínseca. Como ya hemos visto, la relación entre creación y sexo es evidente en el caso de los animales. El agua equivale al sexo en el mundo vegetal. Fertilidad y lujuria son, pues, componentes de la divinidad arácnida. Otras asociaciones de la araña surgen también de forma natural. La construcción de telas, la forma en que algunas especies se deslizan por los hilos, y la estructura geométrica de esas construcciones relacionan a la araña con el hilado y con el destino, o la convierten en medio de comunicación –hilo conductor– entre el hombre y el universo o los dioses. La araña debe ser necesariamente mujer. Por un lado, es Madre y sólo las mujeres son capaces de parir. Por otro, la araña es hilandera, actividad tradicional exclusiva de las mujeres. En muchos sentidos, la araña es la esencia de lo femenino, incluido el lado oscuro del sexo, por lo que tiene de irresistible y de debilidad para el varón teóricamente dominante; placer y peligro a un tiempo. Peligro, por que la araña es una experta cazadora, un ser capaz de diseñar trampas invisibles y engaños invencibles. Es la personificación de la astucia, de la sabiduría ancestral aplicada a la obtención del placer (sea una presa a la que devorar o un encuentro sexual... que puede acabar del mismo modo). Y es venenosa, como pronto debió descubrir el hombre primitivo. Un perfecto artefacto para matar. Un aliado frente a las plagas y sabandijas, pero también un doloroso enemigo capaz de producir la muerte. Como tantos animales venenosos, la araña deviene motivo bélico y diosa guerrera. Como hábil trampera, se convierte en diosa cazadora pero también en embustera, tramposa y engañadora. Es un animal listo capaz de conseguir lo que no puede el tamaño o la fuerza (¿el hombre?): el fuego o la propia sabiduría esencial.

La historia natural de la araña es digna de figurar en la más alta categoría simbólica. Dificilmente otro animal, planta o fenómeno natural puede hacer converger en su seno tal cantidad de elementos míticos y sicológicos, tantas ansias, temores y deseos. Creación, Muerte y Sabiduría constituyen las piezas esenciales de cualquier mitología y, al tiempo, la mejor expresión de los interrogantes fundamentales de la humanidad desde sus orígenes. Las múltiples facetas de la araña justifican sobradamente sus antiguos esplendores en cinco continentes y al menos cinco mil años de historia, aunque en la actualidad las cosas hayan cambiado. Sin embargo la araña guarda todavía un asombroso misterio: la explicación de cómo todos esos mitos se han presentado, cual copias, una y otra vez, sin apenas variación, sin cambio, a pesar de la materia resbaladiza con la que están construidos los dioses y los símbolos, o la propia cultura.

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