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sábado, 21 de septiembre de 2013

ETs antes de nuestra Era – América 6

ETs antes de nuestra Era – América 6 


“Cierto día, Bebgororoti no consiguió dominar su voluntad de partir y abandonó la aldea. El reunió su familia, faltando sólo Nyobogti (su hija), que estaba enferma, y partió de prisa. 

Los días pasaron y Bebgororoti no fue encontrado en parte alguna. En tanto, él reapareció en la plaza de la aldea, lanzando terribles gritos de guerra. Todos pensaron que él habría enloquecido y procuraron calmarlo. Sin embargo, en el instante en que los hombres intentaron aproximarse a él, irrumpió una batalla feroz. Bebgororoti no hizo uso de su arma, pero su cuerpo vibraba completamente, y quien lo tocaba caía muerto. Así, los guerreros murieron uno después de otro. 

”La lucha prosiguió por varios días, pues los guerreros muertos resucitaban y, nuevamente, intentaban vencer a Bebgororoti. Lo persiguieron hasta las cumbres de la sierra, cuando entonces sucedió algo terrible, pavoroso, que dejó a todos sin habla.


”Bebgororoti se dirigió hasta el borde de la sierra de Pukato-ti. Con su ‘kob’, destruyó todo a su alrededor, y, cuando alcanzó el tope de la sierra, los árboles y arbustos quedaron pulverizados. 

En seguida, hubo un estruendo pavoroso, que hizo estremecer a toda la región, y Bebgororoti desapareció en los aires, envuelto en nubes y llamas, fumaradas y truenos. Con esos acontecimientos, que hizo estremecer la tierra, las raíces de los árboles fueron arrancadas del suelo, los frutos silvestres perecieron, la caza sucumbió y la tribu comenzó a sufrir de hambre.” 

Felizmente, la leyenda caiapó tiene un final feliz, Nyobogti, la hija de Bebgororoti se casó con un guerrero y dio a luz un niño. Cuando la situación en la tribu comenzó a ser insostenible, Nyobogti partió con su marido en dirección a la sierra de Pukato-ti, en busca de alimentos.

“Allá, ella buscó un determinado árbol en cuyo ramaje se sentó con su hijo pequeño en el cuello. Después pidió al marido que doblase los gajos del árbol, hasta que las puntas tocaran el suelo. En el instante que eso sucedió, hubo una fuerte explosión y Nyobogti desapareció en medio de nubes, fumaradas, polvareda, rayos y truenos. 

”El esposo esperó durante algunos días. Y ya estaba perdiendo casi toda la esperanza y muriendo de hambre cuando, de repente, oyó un estruendo y vio que el árbol desaparecido volvió a su antiguo lugar. Tuvo entonces una sorpresa enorme, viendo la mujer delante, acompañada de Bebgororoti, trayendo una cesta grande llena de alimentos jamás vistos. 

Poco después, el hombre celeste se sentó de nuevo en el árbol encantado y dio orden de doblar sus gajos hasta que las puntas tocaran el suelo. Nuevamente, hubo una explosión y el árbol subió en los aires.” 

A nuestros cerebros civilizados parece claro, que tal árbol era un aparato de transporte físico o molecular, algo que hacía a las personas ser enviadas hacia lugares desconocidos. “Nyobogti volvió con el marido a la aldea y divulgó el mensaje de Bebgororoti, que era una orden: todos los habitantes debían mudarse, inmediatamente, para construir sus aldeas en el lugar donde recibirían alimentos. 

Nyobogti dijo también que ellos deberían guardar las semillas de los frutos, de las verduras y de los arbustos hasta la próxima época de las lluvias, para entonces dejarlas en la tierra a fin de obtener una nueva cosecha. Y nuestro pueblo se mudó para la sierra de Pukato-ti, donde vivió en paz. 

Las chozas de nuestras aldeas se tornaron más y más numerosas, y podían ser vistas desde las montañas hasta el horizonte…” Es en memoria de Bebgororoti que los caiapós visten su traje ritual. 

La Crónica de Akakor 

Karl Brugger es un periodista alemán que se estableció en el Brasil como corresponsal de la radio y TV alemana, siendo un perito en historia, sociología y asuntos indigenistas. Brugger conoció en Manaus, en el año 1972, un mestizo de la tribu de los uga-mongulala, llamado Tatunca Nara. Grabó 12 horas de declaraciones del mestizo y publicó el material en Düsseldorf, en 1976, con el título “Die Chronik von Akakor” (La crónica de Akakor). 

Veamos algunos párrafos del relato de Tatunca Nara: “Al comienzo todo era un caos. Los seres humanos vivían como animales, de manera irracional, sin saber, sin ley, sin labrar la tierra, sin vestirse, sin siquiera cubrir su desnudez. Ignoraban el misterio de la naturaleza. 

Vivían en grupos de dos o tres individuos. No andaban derechos, pero gateaban. Así fue hasta la llegada de los dioses, que les llevaron la luz.” Según Tatunca Nara, esos hechos habrían ocurrido en una época localizada hace 15 mil años, en el 13.000 a.C.: “Fue cuando, de repente, surgieron del cielo naves que brillaban como el oro. Enormes señales de fuego iluminaban la planicie. 

La tierra tembló y el trueno resonó sobre las colinas. Los hombres se curvaron en humilde reverencia delante de los poderosos forasteros, que vinieron para apoderarse de la Tierra. ”Los forasteros hablaron que su tierra natal quedaba en Xuerta, un mundo remoto, perdido en las profundidades del cosmos. Allá vivían sus ancestros y de allá ellos vinieron para transmitir sus conocimientos a otros mundos. 

Nuestros sacerdotes dicen que era un reino poderoso, de muchos planetas, numerosos como los granos de arena en la playa. Y hablan también de que los dos mundos, el de nuestros antiguos dueños y la Tierra, se encuentran de 6.000 en 6.000 años. 

Entonces, los dioses retornan.” Según el relato de los antepasados de los uga-mongulala, esos “dioses” conocían el “pasaje de los astros y las leyes de la naturaleza. En verdad, sabían de la ley suprema que gobernaba al mundo (…). Gobernaron a los hombres y la Tierra. Sus naves eran más veloces de lo que vuela un pájaro. 

De día y de noche, sus barcos, sin vela ni timón, llegaban a su destino. Y poseían piedras mágicas para mirar a lo lejos. Mirando por esas piedras, se podían distinguir ciudades, ríos, colinas, lagos. 

Ellas reflejaban todo lo que pasaba en la tierra y en el cielo. En tanto, la mayor de todas las maravillas eran sus habitaciones subterráneas”. 

Un día en el “año cero” (10481 a.C.), los dioses abandonaron la Tierra. Y los mongulala, instruidos por sus visitantes, se abrigaron en los subterráneos de Akakor. En 10468 a.C. ocurre una terrible catástrofe que casi eliminó a todos los seres vivos. 

“¿Qué sucedió en la Tierra? ¿Quién la hizo temblar? ¿Quién hizo que las estrellas bailaran? ¿Quién mandó las aguas brotar de la roca? 

Hizo un frío terrible y un viento helado barrió la tierra. 

Hizo un calor tremendo y las personas murieron calcinadas con su propio hálito. Hombres y animales huyeron de pánico. 

Intentaron subir en los árboles, mas estos los repelían, llevándolos para las cavernas, que caían sobre ellos. El que quedó por debajo, venía para arriba. 

El que estaba por encima, caía en las profundidades”. Tatunca Nara cuenta que sus antepasados mongulala se protegían con éxito en los escondrijos subterráneos. 

En seguida, otra hecatombe todavía más violenta se abatió sobre el planeta, pero los mongulala sobrevivieron para salir a la superficie y contemplar un paisaje muy diferente de lo que ellos conocían. 

“La penumbra todavía estaba sobre la faz de la Tierra. El Sol y la Luna estaban cubiertos. Entonces en el cielo aparecieron naves imponentes, del color del oro. 

Grande era la alegría de los siervos electos. Sus antiguos señores estaban de vuelta. De rostro resplandeciente, descendieron en la tierra. Y el pueblo electo les ofreció sus presentes: plumas del gran pajaro de la floresta, miel de abejas, incienso y frutas. 

Todo eso los electos colocaron a los pies de los dioses… Todos, hasta los más humildes, subieron de sus valles y miraron a sus ancestros. No en tanto, fue pequeño el número de los que vinieron para saludar a sus antiguos señores…” 

La crónica de Akakor llega a los detalles de señalar las naves usadas por esos “señores”: “El disco es de color oro, es hecho de un material desconocido. Tiene la forma de un cilindro de arcilla, la altura de dos hombres, uno colocado encima de otro. (…) No posee vela ni timón. (…) Podía volar más de prisa que el águila más fuerte y pasar por las nubes con la facilidad de una hoja danzando al viento”. 

La crónica todavía registra un “vehículo exquisito” de siete piernas, “que puede andar sobre las montañas y las aguas…”.


Artículo publicado en MysteryPlanet.com.ar: ETs antes de nuestra Era – América http://www.mysteryplanet.com.ar/site/?p=1487&page=6

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