INICIACIÓN
FEMENINA E INICIACIONES DE OFICIO
RENE GUENON
Se
nos ha dicho repetidas veces que, en las formas tradicionales occidentales
actualmente subsistentes, parecería no haber ninguna posibilidad de carácter
iniciático para las mujeres: muchos se preguntan cuáles pueden ser las razones
de tal estado de cosas, que es ciertamente muy lamentable, pero que sin duda
sería muy difícil de remediar. Además esto debería llevar a la reflexión a los
que se imaginan que Occidente ha otorgado a la mujer un sitial privilegiado que
no ha sido jamás logrado en ninguna otra civilización. Tal vez sea verdad en
ciertos aspectos, pero especialmente en el sentido de que Occidente, en los
tiempos modernos, la sustrajo de su papel normal permitiéndole acceder a
funciones que deberían pertenecer exclusivamente al hombre, de manera que
estamos aquí en presencia de otro caso particular del desorden de nuestra
época. Desde otros puntos de vista más legítimos, la mujer en Occidente, por el
contrario, se encuentra en una situación mucho más desventajosa que en el caso
de las civilizaciones orientales, en las cuales particularmente le ha sido
siempre posible encontrar una iniciación que le conviniera, siempre y cuando
poseyera las cualificaciones requeridas. Así por ejemplo, la iniciación
islámica ha sido siempre accesible a las mujeres, lo que, digámoslo de paso, es
suficiente para refutar algunos absurdos que en Europa se acostumbra a atribuir
al Islam.
Volviendo
al mundo occidental, está claro que no nos referimos aquí a la Antigüedad,
cuando con toda seguridad existieron iniciaciones femeninas y donde incluso
algunas lo eran excluyentes de los varones, así como hubo otras exclusivamente
masculinas. Pero ¿cuál era la situación en el Medioevo? Sin duda no es
imposible que las mujeres hayan sido admitidas en ese entonces en algunas
organizaciones poseedoras de una iniciación propia del esoterismo cristiano, e
incluso ello es perfectamente verosímil1;
pero como tales organizaciones están entre aquellas de las que ya desde hace
mucho tiempo no quedan rastros, es muy difícil tratar de las mismas con certeza
y precisión y, en todo caso, es muy posible que no hubiese nunca más que posibilidades
muy restringidas. En cuanto a la iniciación caballeresca, es más que evidente
que por su misma naturaleza no podría absolutamente convenir a las mujeres. Lo
mismo puede decirse respecto a las iniciaciones de oficio, o al menos de las
más importantes entre ellas y de aquellas que, de una u otra manera, se
continuaron hasta nuestros días. Ésta es precisamente la razón verdadera de la
ausencia de toda iniciación femenina en el Occidente actual: todas las que
subsisten se basan esencialmente sobre oficios cuyo ejercicio pertenece
exclusivamente a los hombres, y es ésta como decíamos la razón por la que no
vemos muy bien como podría superarse tan fastidiosa laguna, a menos que se
encuentre algún día el medio de realizar una hipótesis que pasamos a considerar
a continuación. Sabemos bien que algunos de nuestros contemporáneos han pensado
que en el caso en el cual el ejercicio efectivo de un oficio haya desaparecido,
la exclusión de las mujeres de la iniciación correspondiente había perdido por
ello mismo su razón de ser; pero eso es
un verdadero sinsentido, pues la iniciación no está por ello cambiada, y, como
hemos ya explicado en otro lugar2, este
error implica un total desconocimiento del significado y del real alcance de
las cualificaciones iniciáticas. Como decíamos entonces, la conexión con el
oficio, totalmente independiente de su ejercicio exterior, permanece inscrita
necesariamente en la forma misma de la iniciación, y en aquello que la
caracteriza y constituye esencialmente como tal, de modo que en ningún caso
podría ser válida para quienquiera no fuera apto para ejercer el oficio en
cuestión. Naturalmente, nos estamos refiriendo en particular a la Masonería, ya
que por lo que hace al Compañerazgo, el ejercicio del oficio no ha dejado jamás
de considerarse como condición indispensable; por lo demás no conocemos ningún
otro ejemplo de una desviación de este tipo más que la "Masonería
mixta", que por tal razón no podrá nunca ser considerada
"regular" por nadie que al menos comprenda mínimamente los principios
de la Masonería. En el fondo la existencia de esta "Masonería Mixta"
(o Co-Masonry como se la denomina en
los países de habla inglesa) constituye simplemente una tentativa de introducir
en el ámbito iniciático mismo, que por sobre cualquier otro debería estar
exento, aquella concepción "igualitaria" que, rehuyendo ver las
diferencias de la naturaleza existentes entre los seres, llega hasta atribuir a
las mujeres una función propiamente masculina , y que está además
manifiestamente en la raíz de todo el "feminismo" contemporáneo3.
Ahora
bien, el problema que se plantea es el siguiente: ¿por qué todos los oficios
que están incluidos en el Compañerazgo son exclusivamente varoniles, y por qué
ningún oficio femenino parece haber dado origen a una iniciación de este tipo?
A decir verdad es ésta una cuestión bastante compleja y no pretendemos
resolverla por entero aquí; dejando de lado la investigación de contingencias
históricas intervinientes, diremos solamente que puede haber ciertas
dificultades particulares, de las cuales una de las principales posiblemente se
deba al hecho que, desde el punto de vista tradicional, los oficios femeninos
deben normalmente ejercerse en casa, y no como en el caso de los masculinos,
fuera de ella. Sin embargo, una dificultad de este tipo no es insuperable, y
podría solamente requerir algunas modalidades especiales en la constitución de
una organización iniciática; y, por otra parte, no hay duda alguna que hay
oficios femeninos perfectamente susceptibles de servir de soporte para una
iniciación. Podemos citar, a título de ejemplo, el tejido, del cual hemos
expuesto en una de nuestras obras su simbolismo particularmente importante4; este oficio es además de los que
pueden ejercerse a la vez por hombres y por mujeres; como ejemplo de un oficio
más exclusivamente femenino, citaremos el bordado, al que se refieren
directamente las consideraciones sobre el simbolismo de la aguja, del que ya
hemos hablado en diversas ocasiones, así como algunas de las que conciernen al sûtrâtmâ5.
Es fácil entender cómo podrá haber por este lado, en principio al menos,
posibilidades de iniciación femenina que
no serían desdeñables; pero decimos en principio porque desafortunadamente, en
las condiciones actuales, no hay de hecho ninguna transmisión auténtica que
permita realizar tales posibilidades; y no nos cansaremos de repetir, visto que
se trata de algo que muchos parecen perder siempre de vista, que a falta de tal
transmisión no puede haber iniciación valida, ya que ésta no puede ser de
ninguna manera constituida por iniciativas individuales que, cualesquiera que
sean, no pueden, por sí solas, originar sino una pseudo-iniciación, puesto que
falta necesariamente el elemento suprahumano, vale decir, la influencia
espiritual.
De
todos modos podría tal vez entreverse una solución considerando lo siguiente:
los oficios que pertenecen al Compañerazgo tuvieron siempre, habida cuenta de
sus afinidades más particulares, la facultad de afiliar tales
o cuales oficios, y conferir a éstos una iniciación de la que antes
carecían, iniciación que es regular por el hecho mismo de ser una adaptación de
una iniciación preexistente: ¿no habría algún oficio que sea susceptible de
efectuar tal transmisión con relación a determinados oficios femeninos? El
asunto no parece enteramente imposible, y quizá no carece de antecedentes en el
pasado6. Sin embargo no hay que ocultar que
habría grandes dificultades respecto de la necesaria adaptación, que
evidentemente es mucho más delicada que si se tratara de oficios masculinos: ¿dónde
podrían encontrarse hoy hombres suficientemente competentes como para lograr
tal adaptación en un espíritu rigurosamente tradicional y guardándose de
introducir la menor fantasía que arriesgaría comprometer la validez de la
iniciación trasmitida7? De
cualquier manera, no podemos obviamente hacer otra cosa que formular una
sugerencia, ya que no nos toca a nosotros ir más lejos en este sentido; pero
oímos tan frecuentemente deplorar la inexistencia de una iniciación femenina
occidental que nos ha parecido que valía la pena indicar al menos lo que, en
este orden, nos parecía constituir la única posibilidad actualmente
subsistente.
Publicado
originalmente en Etudes Traditionnelles,
julio-agosto de 1948.
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
1 Un
caso como el de Juana de Arco parece muy significativo a este respecto, a pesar
de los múltiples enigmas de los que está
rodeado.
3 Entiéndase
bien que hablamos aquí de una Masonería donde las mujeres son admitidas al
mismo título que los hombres, y no de la antigua "Masonería de
adopción", que tenía solamente como fin el dar satisfacción a las mujeres
que se lamentaban de estar excluidas de la Masonería, confiriéndoles un
simulacro de iniciación que, si era totalmente ilusorio y no tenía ningún valor
real, no tenía al menos ni las pretensiones ni los inconvenientes de la
"Masonería mixta".
5 Ver
especialmente "Encuadres y laberintos", en el número de
octubre-noviembre de 1947: los dibujos de Durero y de Vinci de los que se trata
podrían ser considerados, y lo han sido además por algunos, como
representando modelos de bordado. (Véase
Symboles de la Science Sacrée, cap.
LXVI).
6 Hemos
visto mencionar en alguna parte que, en el siglo XVIII, una corporación
femenina al menos, la de las
alfileteras, habría sido afiliada así al Compañerazgo; lamentablemente,
nuestros recuerdos no nos permiten aportar más precisiones al respecto.
7 El
peligro sería en suma hacer en el Compañerazgo, o a su lado, algo que no
tendría más valor real que la "Masonería de adopción" de la que antes
hablábamos; y aún los que instituyeron
ésta sabían al menos a qué atenerse, mientras que, en nuestra hipótesis, los
que quisieran instituir una iniciación "compañónica" femenina sin
tener en cuenta ciertas condiciones necesarias serían como consecuencia de su
incompetencia, los primeros en hacerse vanas ilusiones.
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