ACERCA DE LOS SUPERIORES INCÓGNITOS Y DEL ASTRAL
RENE GUENON
Cuando escribíamos nuestro precedente artículo
sobre La Estricta Observancia y los
Superiores Incógnitos, señalando en él la singular obsesión que, para
ciertos escritores masónicos y ocultistas, hace ver por todas partes la acción
de los Jesuitas en la Alta Masonería del siglo XVIII y en el Iluminismo, no
pensábamos ciertamente tener que comprobar semejante obsesión entre los
antimasones mismos. Ahora bien, he aquí que se nos ha señalado un artículo
aparecido en la Revue Internationale des
Sociétés Secretes, en la sección “Antimasónica” del Índice documental1, bajo la firma de
A. Martigue, artículo en el cual leemos esta frase verdaderamente sorprendente:
“No hay que olvidar, cuando se estudia a los Iluminados, que Weishaupt ha sido
alumno, después profesor, con los Jesuitas, y que se ha inspirado mucho en ellos, deformando, entiéndase bien, para
hacerlos servir al mal, métodos que los R. Padres de Ingolstadt aplicaban al
bien con tanto éxito... ¡salvo cuando se han servido de ellos para formar a
Weishaupt y sus primeros discípulos!”
He ahí insinuaciones que, a pesar de todas las
precauciones de las que se han rodeado, revisten un carácter particularmente
grave bajo la pluma de un antimasón; el Sr. Martigue ¿estaría en disposición de
justificarlas? ¿Podría explicarnos en qué los R. Padres del siglo XVIII pueden
ser responsables, incluso indirectamente, de las doctrinas revolucionarias del
H.·. Weishaupt y de sus adeptos? Para nosotros, hasta que tal demostración se
haga, nos parece que es un poco como si se hiciera responsable a los Padres del
siglo XIX de las teorías anarquistas desarrolladas en nuestros días ¡por su ex
alumno y ex novicio, el H.·. Sébastien Faure! Se podría sin duda ir muy lejos
en ese sentido, pero ello no sería ni serio ni digno de un escritor que afirma
poseer “métodos rigurosos y exactos”.
He aquí, en efecto, lo que escribe
Martigue, un poco antes de la frase ya citada, respecto a un estudio titulado Las Trampas de la Secta: el Genio de las
Conspiraciones, publicado en los Cahiers Romains de la Agencia Internacional Roma: “El autor no parece conocer más
que las obras del P. Deschamps, de Barruel, de Claudio Janet y de
Crétineau-Joly. Esto es mucho, pero no es suficiente, y si esos excelentes
trabajos, que deberán, ciertamente, ser siempre consultados con fruto por los
estudiantes en antimasonería, han sido escritos por maestros respetables, cuyos
esfuerzos todo el mundo debe alabar y reconocer, es imposible, sin embargo, no dar fe de que datan de una época en la
cual la ciencia y la crítica históricas no habían avanzado hasta el punto donde
nos encontramos hoy. Nuestros métodos, que tienden a perfeccionarse cada día,
son más rigurosos y exactos. Por ello, es peligroso, desde el punto de vista de la
exactitud científica, desdeñar los trabajos más modernos; aún es más
inoportuno el desdeñarlos a priori.”
Es preciso estar muy seguro de sí mismo
y de todo lo que se dice, para permitirse reprochar una falta de “exactitud
científica” a cuatro autores que están entre los maestros más incontestados del
antimasonismo. Sin duda, el Sr. Martigue tiene confianza en el “progreso de la
ciencia y de la crítica”; pero, como esos mismos “progresos” sirven para
justificar cosas tales como la exégesis modernista y la pretendida “ciencia de
las religiones”, nos es difícil considerarlos como un argumento convincente. No
esperábamos ver al Sr. Martigue haciendo una declaración tan ...
“evolucionista”, y nos preguntamos si los métodos que preconiza, y que él opone
“ a los métodos y a los hábitos defectuosos de algunos” (¿a quién hace
alusión?), no se aproximan singularmente al “método positivista” del que ya
hemos hablado... en fin, si él conoce “los papeles de Weishaupt mismo”, como lo
da a entender, esperamos que no tardará en comunicarnos los descubrimientos que
ahí ha debido hacer, especialmente en lo que concierne a las relaciones de
Weishaupt con “los RR. Padres de Ingolstadt”; nada podría probar mejor el valor
de sus métodos.
Pero, sin embargo, ¿no valdría más
detenerse con preferencia sobre el papel que los Judíos han podido desempeñar
en el origen del Iluminismo bávaro, así como tras ciertos “sistemas” de la Alta
Masonería? Citemos, en efecto, esta frase del estudio de los Cahiers Romains: “Las combinaciones de
este genio (Weishaupt) fueron sin duda ayudadas por judíos, herederos de los
odios implacables de la vieja sinagoga, pues el famoso Bernard Lazare no ha
retrocedido ante esta confesión: “Hubo
judios alrededor de Weishaupt” (El
antisemitismo, su historia y sus causas, páginas 339-340).
Señalamos esto porque hemos ya tenido
ocasión de hablar de esta influencia de los Judíos, pero habría muchas otras
cosas interesantes que señalar en este trabajo, contra el cual el redactor de
la Revue Internationale des Sociétés Secrètes da prueba de una prevención que
raya en la parcialidad. Tras haberle reprochado “la ausencia de variedad en la
documentación”, aunque reconociendo su “valor real”, añade: “Hay otra laguna
muy lamentable, cuando se quiere estudiar el Iluminismo, y es la ignorancia de la mística y del ocultismo”. Volveremos un poco
después sobre este punto; por el momento, solamente subrayaremos que la
mística, que procede de la teología, es una cosa, y que el ocultismo es otra
totalmente diferente: los ocultistas son, en general, profundamente ignorantes
de la mística, y ésta nada tiene que ver con su seudo misticismo.
Desgraciadamente, algo nos hace temer
que los reproches de M. Martigue sean causados por un movimiento de malhumor: y
es que el artículo de los Cahiers Romains
contiene una crítica, muy justa en nuestra opinión, de la reseña dada por
Gustave Bord en la misma Revue
Internationale des Sociétés Secretes2, sobre el libro de M. Benjamin Fabre, Un
iniciado de las Sociedades Secretas superiores: Franciscus, Eques a Capite
Galeato. Hablando de algunos aventureros masónicos que procuraban
imponerse a los “memos” de las Logias,
haciéndose notar como mandatarios de los misteriosos S. I. (Superiores Incógnitos), centro cerrado
de toda la Secta, M. Bord comprueba que esos aventureros se jactaban; de donde él deduce que esos S. I. no
existían. La deducción es muy arriesgada. Si los aventureros en cuestión se
han presentado falsamente como missi
dominici de los S. I., no solamente nada indica que estos últimos no
existían, sino que sobre todo, ello muestra la convicción general de la
existencia de tales S. I., pues habría sido bien extraño que esos impostores
hubiesen inventado completamente al mandante, además de el mandato. Su cálculo
de resultados debía, evidentemente, basarse sobre esta convicción, y ello no es
prueba contra la existencia de los Superiores
Incogniti, evidentemente”.
En efecto, ello es la evidencia misma
para quienquiera que no esté cegado por la preocupación de sostener a cualquier
precio la tesis opuesta; pero ¿no sería M. Bord mismo el que, poniéndose en
contradicción con los maestros del antimasonismo, niega la evidencia, y desconoce absolutamente (según sus propias
expresiones) “el emplazamiento, la
táctica y la fuerza del adversario”?... Hay antimasones muy extraños”. Y
añadiremos aquí que es precisamente a esta reseña de Gustave Bord, tan poco
imparcial como las apreciaciones de M. Martigue, en la que pensábamos cuando
hacíamos alusión al “método positivista” de ciertos historiadores. He aquí
ahora que M. Martigue, a su vez, reprocha a Benjamin Fabre y Copin-Albanceli “el
deseo de aportar un argumento a una tesis preconcebida sobre la existencia de
los directores desconocidos de la Secta”; ¿no es más bien a M. Bord al que se
podría reprochar una “tesis preconcebida” sobre la no-existencia de los Superiores Incógnitos?
Veamos pues lo que responde al respecto
M. Martigue: “En cuanto a la tesis opuesta a M. Bord a propósito de los Superiores Incógnitos, es necesario
distinguir: si el director de los
Cahiers Romains entiende por tales a
hombres en carne y hueso, nosotros creemos que está en el error y que M. Bord tiene razón”. Y,
tras haber enumerado algunos de los jefes de la Alta Masonería del siglo XVIII,
continua: “... Si fueran presentados como mandatarios de hombres vivos, como se
tiene el derecho de hacer en nuestros días, por ejemplo, para Mme. Blavatsky,
Annie Bessant y otros jefes de la Teosofía, cuando nos hablan de los Mahâtmâs, viviendo en una logia del
Tíbet”. A ello, se puede muy bien objetar que los sedicentes Mahâtmâs han precisamente sido
inventados sobre el modelo, más o menos deformado, de los verdaderos Superiores Incógnitos, pues hay pocas
imposturas que no reposen sobre una imitación de la realidad, y es además la
hábil mezcla de lo verdadero y de lo falso lo que los hace más peligrosos y más
difíciles de desenmascarar. Por otra parte, como hemos dicho, nada nos impide
considerar como impostores, en ciertas circunstancias, a hombres que sin
embargo han podido ser realmente agentes subalternos de un Poder oculto; hemos
dicho las razones de ello y no vemos la necesidad de justificar a tales
personajes de esta acusación, incluso por la suposición de que los superiores
Incógnitos no fueran hombres de carne y hueso”. En ese caso, ¿qué eran pues
según M. Martigue? La continuación de nuestra cita va a enseñárnoslo, y no
será, en su artículo, nuestro motivo menor de sorpresa.
“Pero eso no es de eso de lo que se
trata (sic); esta interpretación es
totalmente exotérica para los profanos y los adeptos no iniciados”. Hasta aquí,
habíamos creído que el “adeptado” era un estadio superior de la “iniciación”;
pero sigamos. “El sentido esotérico ha sido siempre muy diferentes. Los famosos Superiores Incógnitos, para los
verdaderos iniciados, existen perfectamente,
pero ellos viven... en el Astral. Y es de ahí de donde, por la teúrgia, el
ocultismo, el espiritismo, la videncia, etc., dirigen a los jefes de las Sectas, al menos al decir de éstos”. Luego ¿es a concepciones tan
fantásticas a lo que debe conducir el conocimiento del ocultismo, o al menos el
de cierto ocultismo, a pesar de todo el “rigor” y de toda la “exactitud” de los
“métodos científicos y críticos” y de las “pruebas históricas indiscutibles que
se exigen hoy (!) por los historiadores serios y los eruditos?
De dos cosas una, o M. Martigue admite
la existencia del “Astral” y de sus habitantes, Superiores Incógnitos u otros, y entonces estamos en el derecho de
admitir que “hay antimasones muy extraños” distintos a Gustave Bord; o él no
admite, como queremos creerlo según la última restricción, y, en ese caso, no puede
decirse que los que la admiten son “los verdaderos iniciados”. Pensamos, al contrario, que no
son más que iniciados muy imperfectos, e incluso es demasiado evidente que los
espiritistas, por ejemplo, no pueden de ningún modo ser considerados como iniciados.
Tampoco habría que olvidar que el espiritismo no data sino de las
manifestaciones de Hydesville, que comenzaron en 1847, y que era desconocido en
Francia antes del H. ·. Rivail, llamado Allan Kardec. Se pretende que éste:
“fundó su doctrina con ayuda de las comunicaciones que había obtenido, y que
fueron recogidas, controladas, revisadas y corregidas por “espíritus superiores”3
ello sería, sin duda, un notable ejemplo de la intervención de Superiores Incógnitos según la
definición de M. Martigue, si no supiéramos desgraciadamente que los “espíritus
superiores” que tomaron parte en ese trabajo no estaban todos “desencarnados”,
e incluso no lo están todavía: si Eugène Nus y Victorien Sardou han, desde esta
época, “pasado a otro plano de evolución”, para emplear el lenguaje
espiritista, M. Camille Flammarion continúa celebrando siempre la fiesta del
Sol cada solsticio de verano.
Así, para los jefes de la Alta
Masonería en el siglo XVIII, no podía ser cuestión de espiritismo, que no
existía todavía, como tampoco de ocultismo, pues, si había por entonces
“ciencias ocultas”, no había ninguna doctrina llamada “ocultismo”; parece que
sea Eliphas Lévi el primero en haber empleado esta denominación, acaparada,
tras su muerte (1875), por cierta escuela de la cual, desde el punto de vista
iniciático, lo mejor es no decir nada. Son esos mismos “ocultistas” los que
hablan corrientemente del “mundo astral”, del cual pretenden servirse para
explicar todas las cosas, sobre todo las que ignoran. También es Eliphas Lévi
quien ha extendido el uso del término “astral”, y, bien que esta palabra se
remonte a Paracelso, parece haber sido casi desconocida de los Altos Masones
del XVIII, que, en todo caso, no la habrían sin duda entendido totalmente de la
misma manera que los ocultistas actuales. ¿está M. Martigue, del cual no
contestamos sus conocimientos en ocultismo, bien seguro de que sus
conocimientos mismos no le llevan a “una interpretación “totalmente exotérica”
de Swedenborg, por ejemplo, y de todos los demás que cita asimilándolos, o
casi, a los “médiums” espiritistas?
Citamos textualmente: “Los Superiores Incógnitos, son los Ángeles que dictan a Swedenborg sus
obras, son la Sophia de Gichtel, de
Boehme, de Martinez Pasqualis (sic),
el Filósofo Incógnito de Saint Martin,
las manifestaciones de la Escuela del Norte, el Guru de los Teósofos, el espíritu que se encarna en el médium,
levanta el pie de la mesa parlante o dicta las elucubraciones de la oui-ja,
etc, etc.” No pensamos, por nuestra parte, que todo eso sea lo mismo, incluso
con “variaciones y matices”, y eso es quizás buscar a los Superiores Incógnitos
allá donde es inútil. Acabamos de decir lo que hay de los espiritistas, en
cuanto a los “Teósofos”, o más bien teosofistas, se sabe bastante bien lo que
hay que pensar de sus pretensiones. Notemos además, a propósito de estos
últimos, que anuncian la encarnación de su “Gran Instructor” (Mahâguru), lo que prueba que no es del
“plano astral” de donde cuentan con recibir sus enseñanzas. Por otra parte, no
pensamos que Sophia (que representa
un principio) se haya jamás manifestado de manera sensible a Boehme o a
Gichtel. En cuanto a Swedenborg, él ha descrito simbólicamente unas “jerarquías
espirituales” de las que todos los escalones podrían muy bien estar ocupados
por iniciados vivos, de manera análoga a lo que encontramos, en particular, en
el esoterismo musulmán.
En lo concerniente a Martinez de
Pasqually, sin duda es bastante difícil saber exactamente lo que él llamaba “la Cosa”; pero, por todas partes donde
hemos visto esta palabra empleada por él, parece que no haya querido designar
así otra cosa que sus “operaciones”, o lo que se entiende más ordinariamente
por el Arte. Son los modernos ocultistas quienes han querido ver ahí
“apariciones” pura y simplemente, y ello conforme a sus propias ideas; pero el
H.·. Franz von Baader nos previene que: “sería erróneo pensar que su física (de
Martinez) se reduce a los espectros y a los espíritus”4. Había ahí, como por lo demás en el
fondo de toda la Alta Masonería de esta época, algo mucho más profundo y más
verdaderamente “esotérico”, que el conocimiento del ocultismo actual no basta
de ningún modo para poder penetrar.
Pero lo que es quizá más singular, es que M.
Martigue nos habla del “Filósofo Incógnito de Saint-Martin”, mientras que
Saint-Martin mismo y el Filósofo Incógnito eran el mismo, no siendo el
segundo más que un seudónimo del primero. Conocemos, es cierto, las leyendas
que circulan al respecto en ciertos medios; pero he aquí cómo pone
admirablemente las cosas en su punto: Los Superiores
Incogniti o S. I. Han sido atribuidos, por un autor fabulador, al teósofo
Saint-Martin, quizá porque este último firmaba sus obras: un Filósofo Incógnito, nombre de un grado
de los Filaletos (régimen del que por
otro lado nunca formó parte). Es cierto que el mismo fabulador ha atribuido el
libro De los Errores y de la Verdad, del Filósofo
Incógnito, a un Agente Ignoto; y
que se titula él mismo como S. I. Cuando uno se engancha a lo incógnito ¡no se
podría enganchar demasiado!”5
Se ve así bastante bien cuán peligroso es quizás el aceptar sin control las
afirmaciones de ciertos ocultistas; en semejantes casos conviene sobre todo
mostrarse prudente y, según el consejo de M. Martigue mismo, “no exagerar
nada”.
Así, sería muy equivocado el tomar a
esos mismos ocultistas en serio cuando
se presentan como los descendientes y los continuadores de la antigua
Masonería; y sin embargo encontramos como un eco de tales aserciones
“fantásticas” en la frase siguiente de M. Martigue: Esta cuestión (de los Superiores Incógnitos) levanta problemas
que estudiamos en el ocultismo, problemas de los cuales los Francmasones del
siglo XVIII perseguían con ardor la solución” sin contar que esta misma frase,
interpretada demasiado literalmente, podría hacer pasar al redactor de la Revue Internationale des Sociétés Secrètes por un “ocultista” a
los ojos de “los lectores superficiales que no tengan tiempo de profundizar en
esas cosas”.
“Pero, continúa él, no se puede ver claro en esta cuestión más que si se
conoce a fondo las ciencias ocultas y la mística”. Tal es lo que quería probar
contra el colaborador de la Agencia
Internacional Roma; pero ¿no ha probado sobre todo, contra sí mismo, que
este conocimiento debería extenderse aún más lejos de lo que había él supuesto?
“Es por lo que tan pocos antimasones llegan a penetrar esos arcanos que no
conocerán nunca los que pretenden permanecer en el terreno positivista”. Esto
es, en nuestra opinión, mucho más justo que todo lo que precede; pero ¿no está
un poco en contradicción con lo que M. Martigue nos ha dicho de sus “métodos”?
Y entonces, si no se adhiere a la concepción “positivista” de la historia, ¿por
qué toma frente a y contra todos la defensa de M. Gustave Bord, incluso cuando
éste es menos defendible?
“Es imposible comprender los escritos
de hombres que viven en lo sobrenatural y se dejan dirigir por él, como los
teósofos swedenborgianos o martinistas del siglo XVIII, si uno no hace el
esfuerzo de estudiar la lengua que hablan y la cosa de la que tratan en sus cartas
y en sus obras. Todavía menos si, de antemano, se pretende negar la existencia
de la atmósfera sobrenatural en la cual estaban sumergidos y que respiraban
cada día“. Sí, pero, además de que eso se vuelve contra M. Bord y sus
conclusiones, no es una razón para pasar de un extremo a otro y atribuir más
importancia de la que conviene a las “elucubraciones” de las tablillas
espiritistas o a las de algunos seudo-iniciados, hasta el punto de remitir todo
lo “sobrenatural” en cuestión, cualquiera que sea por otro lado su cualidad, a
la estrecha interpretación de lo “Astral”.
Otra observación: M. Martigue habla de
los “teósofos swedenborgianos o martinistas”, como esas dos denominaciones
fueran casi equivalentes; luego ¿estaría tentado de creer en la autenticidad de
cierta filiación que está sin embargo muy alejada de todo “dato científico” y
de toda “base positiva”? “A este respecto, creemos deber decir que, cuando
Papus afirma que Martinez de Pasqually ha recibido la iniciación de Swedenborg
en el curso de un viaje a Londres, y que el sistema propagado por él con el
nombre de rito de los Elegidos-Cohen
no es más que un Swedenborgismo adaptado, este autor abusa o busca abusar de
sus lectores en interés de una tesis muy personal. Para librarse a semejantes
afirmaciones no basta, en efecto, haber leído en Ragon, que él mismo había en
Reghelini, que Martinez ha tomado el rito de los Elegidos-Cohen al sueco Swedenborg. Papus habría podido abstenerse
de reproducir, amplificándola, una afirmación que no reposa sobre nada serio.
Habría podido buscar las fuentes de su documento y asegurarse de que hay muy
pocas relaciones entre la doctrina y el rito de Swedenborg, y la doctrina y el
rito de los Elegidos-Cohen... En
cuanto al precedente viaje a Londres, no tuvo lugar más que en la imaginación
de Papus”6. Es enojoso, para
un historiador, dejarse atrapar por su imaginación... “en Astral”; y,
desgraciadamente, las mismas observaciones pueden aplicarse a muchos otros
escritores, que se esfuerzan en establecer las comparaciones menos verosímiles
“en interés de una tesis muy personal”, ¡frecuentemente incluso demasiado
personal!
Pero volvamos a M. Martigue, que nos
advierte aún una vez más que, “sin el socorro de esas ciencias, llamadas
ocultas, es del todo imposible comprender la Masonería del siglo XVIII e
incluso, lo que sorprenderá a los no iniciados, la de hoy”. Aquí, uno o dos
ejemplos nos habrían permitido aprehender mejor su pensamiento; pero veamos la
continuación: “De esta ignorancia (del ocultismo), compartida no solamente por
profanos, sino también por Masones, incluso revestidos de los altos grados,
provienen errores como aquel del que nos ocupamos. Este error ha lanzado a la
antimasonería a la búsqueda de Superiores
Incógnitos que, bajo la pluma de los verdaderos iniciados, son simplemente
manifestaciones extranaturales de seres vivientes en el Mundo Astral”. Como hemos dicho, no creemos por nuestra
parte, que los que puedan sostener esta tesis sean “verdaderos iniciados”;
pero, si M. Martigue, que lo afirma, lo cree verdaderamente, no vemos demasiado
el porqué se apresura a añadir: “Lo que no prejuzga nada de su existencia (de
esos Superiores Incógnitos), como tampoco, además, de dicho “Mundo Astral”, sin
parecer darse cuenta de que pone así todo en cuestión. Incluso “no pretendiendo
indicar más que lo que pensaban los Altos Masones del siglo XVIII” ¿está bien
seguro de interpretar fielmente su pensamiento, y de no haber simplemente
introducido una complicación nueva en uno de los problemas de los cuales esos
HH.·. “perseguían con ardor la solución”, porque esta solución debía ayudarles
a devenir los “verdaderos iniciados” que aún no eran, evidentemente, en tanto
que no lo hubieran encontrado? Es que los “verdaderos iniciados” son todavía
más raros de lo que se piensa, pero eso no quiere decir que no los haya, o que
no existan más que “en Astral”; y ¿por qué, bien que viviendo sobre tierra,
esos “adeptos”, en el sentido verdadero y completo de la palabra, no serían los
verdaderos Superiores Incógnitos?
“Por consiguiente, escribiendo las
palabras Superiores Incógnitos, S. I.
, los Iluminados, los Martinistas, los miembros de la Estricta Observancia y
todos los Masones del siglo XVIII hablan de seres
considerados como teniendo una existencia real superior, bajo la dirección de
los cuales cada Logia y cada adepto iniciado (sic) están colocados”. Haber hecho de los Superiores Incógnitos
unos “seres astrales”, después asignarles tal papel de “ayudas invisibles” (invisible helpers), como dicen los
teosofistas ¿no es querer aproximarlos un poco demasiado a los “guías
espirituales que dirigen igualmente desde “un plano superior”, a los médiums y
los grupos espiritistas? Luego no es quizás totalmente que “en ese sentido
escriben Eques a Capite Galeato y sus corresponsales”, a menos que
se quiera hablar de una “existencia superior” pudiendo ser “realizada” por
ciertas categorías de iniciados, que no son “invisibles” y “astrales” más que
para los profanos y para los seudo-iniciados a los cuales hemos ya hecho
algunas alusiones. Todo el ocultismo contemporáneo, incluso añadiéndole el
espiritismo, el teosofismo y los otros movimientos “neo-espiritualistas”, no
puede con todo, diga lo quiera M-. Martigue, conducir más que a “una
interpretación totalmente exotérica”. Pero, si es difícil conocer exactamente
el pensamiento de los Altos Masones del siglo XVIII, y, por consiguiente,
“interpretar sus cartas como las comprendían ellos mismos”, ¿es indispensable
que tales condiciones sean cumplidas íntegramente para no equivocarse
completamente prosiguiendo esos estudios, ya tan difíciles, incluso cuando se
está en la buena vía”? Y ¿Hay alguien, entre los antimasones, que se pueda
decir que está “en la buena vía” con exclusión de todos los demás? Las
cuestiones que han de estudiar son demasiado complejas para eso, incluso sin
hacer intervenir el “Astral” allá donde nada tiene que hacer. Por ello es
siempre “fastidioso desdeñar a priori”,
incluso en nombre de la “ciencia” y de la “crítica”, unos trabajos que, como lo
dice muy bien el redactor de los Cahiers
Romains, “ no son definitivos, lo que no impide que sean muy importantes,
que lo son”. Sin duda, M. Gustave Bord tiene pretensiones de imparcialidad;
pero ¿posee verdaderamente esta cualidad en el grado que debe necesitarse,
suponemos al menos, para realizar el ideal de M. Martigue, “el historiador
advertido que sabe encontrar lo mejor en todas partes, y a quien la sana
crítica permite juzgar el valor de los documentos”? Aún más puede haber varias
maneras de estar “en la buena vía”, y basta estar en ella, de una u otra
manera, para no “equivocarse completamente”, sin incluso que sea “indispensable
iluminar la buena ruta a las tenebrosas luces (? !) del ocultismo”, ¡lo que
está desde luego muy claro!
M. Martigue concluye en estos términos: “En la
espera, reconocemos de buena gana que, si comprende el poder oculto en el
sentido que acabamos de indicar, el redactor de los Cahiers Romains tiene razón al escribir, como lo hace: “Comprobamos
que ningún argumento probatorio ha sido presentado, hasta aquí, contra el poder
central oculto de la Secta”. Pero si entiende, por tales palabras,
contrariamente a los Francmasones iniciados del siglo XVIII, un comité de
hombres de carne y hueso, estamos obligados
a redargüir: “Comprobamos que ningún documento probatorio ha sido
presentado hasta ahora, a favor de ese comité director desconocido. Y
corresponde a los que afirman esta existencia el aportar la prueba decisiva.
Nosotros esperamos. La cuestión permanece pues abierta”. En efecto, está
siempre abierta, y es cierto que “es de las más importantes”; pero ¿quien ha
pues jamás pretendido que los Superiores
Incógnitos, incluso “de carne y hueso”, constituían un “comité”, o incluso
una “sociedad” en el sentido ordinario de la palabra? Esta solución parece muy
poco satisfactoria, al contrario, cuando se sabe que existen ciertas
organizaciones verdaderamente secretas, mucho más próximas al “poder central”
de lo que está la Masonería exterior, y cuyos miembros no tienen ni reuniones,
ni diplomas, ni medios de reconocimiento. Es bueno tener respeto por los
“documentos”, pero se comprende que sea más difícil descubrirlos “probatorios”
cuando se trata precisamente de cosas que, como escribíamos anteriormente, “ no
son de naturaleza que pueda ser probada por un documento escrito cualquiera”.
Ahí aún, es preciso pues “no exagerar”, y se precisa sobre todo evitar dejarse
absorber exclusivamente por la preocupación “documental”, hasta el punto de
perder de vista, por ejemplo, que la antigua Masonería reconocía varios tipos
de Logias trabajando “sobre planos diferentes”, como diría un ocultista, y que,
en el pensamiento de los Altos Masones de entonces, ello no significaba en modo
alguno que la “tenidas” de algunas de esas Logias tuvieran lugar “en el
Astral”, cuyos archivos, por lo demás, apenas son accesibles más que a los
“estudiantes” de la escuela de Leadbeater. Si hay hoy S. I. “de fantasía” que pretenden reunirse
“en Astral”, es para no confesarse simplemente que no se reúnen, y, si sus “grupos
de estudios” han sido, en efecto, transportados “a otro plano”, no es más que
de la manera común a todos los seres “en sueño” o “desencarnados”, ya se trate
de individualidades o de colectividades, de “comités” profanos o de
“sociedades” sedicentemente “iniciáticas”. Hay, en estas últimas, muchas gentes
que querrían hacerse pasar por “místicos” mientras que no son más que vulgares
“mistificadores”, y a quienes no importa juntar el charlatanismo al ocultismo,
sin incluso poseer los “poderes” ocasionales que han podido exhibir a veces un
Gugomos o un Schoepfer. También, quizá valdría más estudiar un poco más de
cerca las “operaciones” y la “doctrina” de estos últimos, por imperfectamente
iniciados que hayan sido, que las de los pretendidos “Magos” contemporáneos,
que no son del todo iniciados, o al menos que no lo son en nada serio, lo que
viene a ser lo mismo.
Todo ello, entiéndase bien, no quiere decir que no sea
bueno estudiar y conocer incluso el ocultismo y “vulgarizador”, pero no dándole
más que la importancia muy relativa que merece, y mucho menos para buscar en él
lo que no se encuentra, que para mostrar si hay ocasión toda su inanidad, y
para poner en guardia a los que estuvieran tentados a dejarse seducir por las
tramposas apariencias de una “ciencia iniciática” totalmente superficial y de
segunda o de tercera mano. No hay que hacerse ninguna ilusión: si la acción de
los verdaderos superiores Incógnitos existe un poco, a pesar de todo, hasta en
los movimientos “neo-espiritualistas” de que se trata, cualesquiera que sean
sus títulos y sus pretensiones, no es más que de una manera tan indirecta y
lejana como en la Masonería más exterior y más moderna. Lo que acabamos de
decir, lo prueba ya, y tendremos ocasión, en próximos estudios, de aportar al
respecto otros ejemplos no menos significativos.
Publicado en La France
antimaçonnique, París, 18 de diciembre de 1913, firmado Le Sphynx y retomado en Etudes Traditionnelles, París,
septiembre de 1952.
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri.
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri.
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