EL CRISMÓN Y EL CORAZÓN EN LAS ANTIGUAS MARCAS CORPORATIVAS.
RENE GUENON.
En un artículo, de un carácter por lo demás
puramente documental, dedicado al estudio de ”Blasones con motivos astrológicos
y talismánicos” y publicado en la “Revue de l'Histoire des Réligions”
(julio-octubre 1924), W. Deonna, de Ginebra, al comparar los signos que
aparecen en estos blasones con otros símbolos más o menos similares, se refiere
más ampliamente al “quatre de chiffre” que fue “común en los siglos
XVI y XVII1, como marca de familia y de casa para los particulares, quienes
lo incluían en sus lápidas sobre sus blasones”. Él señala que este signo
"se presta a todo tipo de combinaciones, con la cruz, el globo, el corazón,
asociado a monogramas de propietarios, se complica con barras asociadas",
y reproduce unos cuantos ejemplos. Nosotros pensamos que dicho signo fue
esencialmente una “marca de maestría”, común a muchas corporaciones diferentes,
con las cuales los particulares y las familias que se sirvieron de este signo
estaban sin duda unidas por algunos vínculos frecuentemente hereditarios.
Deonna habla a continuación, bastante someramente, del origen y
del significado de esta marca: “Jusselin, dice él, la deriva del monograma
constantiniano, ya interpretado libremente y deformado en los documentos
merovingios y carolingios2, pero esta hipótesis
aparece como totalmente arbitraria, y ninguna analogía la sostiene”. No
compartimos tal opinión, e incluso consideramos que tal asimilación debe ser
por el contrario muy natural, pues, por nuestra parte, la habíamos hecho
siempre sin tener conocimiento de los trabajos específicos que podían existir
sobre el asunto, e incluso no habríamos creído que pudiera ser contestada, de
evidente que nos parecía. Pero sigamos y veamos cuales son las otras
explicaciones propuestas: “¿Será quizá el 4 de las cifras árabes, sustitutas de
las cifras romanas en los manuscritos europeos anteriores al siglo XI?...,¿Hay
que suponer que representa el valor místico de la cifra 4, que se remonta a la
Antigüedad y que los modernos han conservado?”. Deonna no rechaza esta
interpretación pero prefiere otra: él supone “que se trata de un signo
astrológico”, el de Júpiter.
A decir verdad, esas diversas hipótesis no son necesariamente
excluyentes unas de otras: puede muy bien haber habido, tanto en este caso como
en muchos otros, superposición e incluso fusión de varios símbolos en uno sólo,
de muchos símbolos, al cual aparecen vinculados, por ello mismo, múltiples
significados; no hay nada ahí que deba sorprender, pues como antes dijimos esta
multiplicidad de sentidos es como inherente al simbolismo, del que constituye
asimismo una de sus mayores ventajas como medio de expresión. Ahora bien, es
necesario, naturalmente, el llegar a
reconocer el sentido primero y principal del símbolo; y en este caso
persistimos en considerar que dicho sentido viene dado por la identificación
con el Monograma de Cristo, mientras que los demás le están asociados
secundariamente.
Es cierto que el signo astrológico de Júpiter, cuyas dos formas principales (fig. 1), presentan en su aspecto general un parecido con la cifra 4 (fig. 2); y también es cierto que su uso está relacionado con la idea de “maestría”, sobre lo que volveremos más adelante. Sin embargo, para nosotros, este elemento, en el simbolismo de la marca en cuestión, podría solamente ubicarse en tercer lugar. Destaquemos por lo demás que el origen mismo del signo de Júpiter es muy incierto, pues unos quieren ver en él la representación del rayo, mientras para otros es simplemente la inicial del nombre de Zeus.
Es cierto que el signo astrológico de Júpiter, cuyas dos formas principales (fig. 1), presentan en su aspecto general un parecido con la cifra 4 (fig. 2); y también es cierto que su uso está relacionado con la idea de “maestría”, sobre lo que volveremos más adelante. Sin embargo, para nosotros, este elemento, en el simbolismo de la marca en cuestión, podría solamente ubicarse en tercer lugar. Destaquemos por lo demás que el origen mismo del signo de Júpiter es muy incierto, pues unos quieren ver en él la representación del rayo, mientras para otros es simplemente la inicial del nombre de Zeus.
Por otra parte, nos parece innegable que lo que Deonna denomina el
"valor místico" del número 4 ha desempeñado también aquí un papel, e
incluso un papel más importante, pues nosotros le asignaríamos el segundo lugar
en este complejo simbolismo. Puede destacarse, a este respecto, que la cifra 4,
en todas las marcas donde figura, tiene una forma que es exactamente la de una
cruz cuyas dos extremidades están unidas por una línea oblicua; ahora bien, la
cruz era en la Antigüedad, y especialmente entre los Pitagóricos, el símbolo
del cuaternario (o más exactamente uno de los símbolos, pues había otro que era
el cuadrado), y, además, la asociación de la cruz con el Crismón ha debido
establecerse de la manera más natural.
Por consiguiente, esta observación nos lleva de nuevo al Crismón; y, primero, debemos decir que conviene hacer una distinción entre el Crismón constantiniano propiamente dicho, el signo del Lábaro, y lo que se llama el Crismón simple. Este (fig. 3), nos aparece como el símbolo fundamental del que otros muchos derivaron más o menos directamente. Se le considera formado por la unión de las letras I y X, es decir de las iniciales griegas de las dos palabras Iesous Christós y es éste uno de los sentidos que tuvo desde los primeros tiempos del Cristianismo; pero este símbolo, en sí mismo, es muy antiguo, y es uno de aquellos que están difundidos por doquier y en todas las épocas. Este es un ejemplo de la adaptación cristiana de los signos y de las narraciones simbólicas precristianas como ya hemos señalado respecto a la leyenda del Santo Grial; y tal adaptación debe considerarse, no sólo como legítima sino en cierto modo como necesaria, para quienes como nosotros ven en esos símbolos unos vestigios de la tradición primordial. La leyenda del Grial es de origen celta; por una coincidencia digna de ser destacada, el símbolo del que hablamos se encuentra también entre los Celtas, entre los cuales constituye un elemento esencial de la “rodela” (fig. 4). Por lo demás, la rodela se perpetuó a través de toda la Edad Media, y no es inverosímil admitir que se pueda vincular con ella incluso el rosetón de las catedrales3. Existe, en efecto, una conexión segura entre la figura de la rueda y los símbolos florales de significados múltiples, tales como la rosa y el loto, a los cuales hemos aludido en precedentes artículos; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro tema. En cuanto al significado general de la rueda, en la que los modernos en general quieren ver un símbolo exclusivamente “solar”, de acuerdo a la explicación de la que usan y abusan en toda circunstancia, diremos solamente, sin poder insistir todo lo que haría falta, que en realidad es por el contrario y antes que nada un símbolo del Mundo, como se puede determinar particularmente por el estudio de la iconografía hindú. Para ceñirnos a la “rodela” céltica (fig. 5)4, señalaremos todavía que muy probablemente hay que atribuir igual origen y significado al emblema que figura en el ángulo superior de la bandera británica (fig. 6), que no difiere en suma más que por estar inscrito en un rectángulo en vez de en una circunferencia, y en el cual algunos ingleses quieren ver el signo de la supremacía marítima de su patria5.
Por consiguiente, esta observación nos lleva de nuevo al Crismón; y, primero, debemos decir que conviene hacer una distinción entre el Crismón constantiniano propiamente dicho, el signo del Lábaro, y lo que se llama el Crismón simple. Este (fig. 3), nos aparece como el símbolo fundamental del que otros muchos derivaron más o menos directamente. Se le considera formado por la unión de las letras I y X, es decir de las iniciales griegas de las dos palabras Iesous Christós y es éste uno de los sentidos que tuvo desde los primeros tiempos del Cristianismo; pero este símbolo, en sí mismo, es muy antiguo, y es uno de aquellos que están difundidos por doquier y en todas las épocas. Este es un ejemplo de la adaptación cristiana de los signos y de las narraciones simbólicas precristianas como ya hemos señalado respecto a la leyenda del Santo Grial; y tal adaptación debe considerarse, no sólo como legítima sino en cierto modo como necesaria, para quienes como nosotros ven en esos símbolos unos vestigios de la tradición primordial. La leyenda del Grial es de origen celta; por una coincidencia digna de ser destacada, el símbolo del que hablamos se encuentra también entre los Celtas, entre los cuales constituye un elemento esencial de la “rodela” (fig. 4). Por lo demás, la rodela se perpetuó a través de toda la Edad Media, y no es inverosímil admitir que se pueda vincular con ella incluso el rosetón de las catedrales3. Existe, en efecto, una conexión segura entre la figura de la rueda y los símbolos florales de significados múltiples, tales como la rosa y el loto, a los cuales hemos aludido en precedentes artículos; pero esto nos llevaría demasiado lejos de nuestro tema. En cuanto al significado general de la rueda, en la que los modernos en general quieren ver un símbolo exclusivamente “solar”, de acuerdo a la explicación de la que usan y abusan en toda circunstancia, diremos solamente, sin poder insistir todo lo que haría falta, que en realidad es por el contrario y antes que nada un símbolo del Mundo, como se puede determinar particularmente por el estudio de la iconografía hindú. Para ceñirnos a la “rodela” céltica (fig. 5)4, señalaremos todavía que muy probablemente hay que atribuir igual origen y significado al emblema que figura en el ángulo superior de la bandera británica (fig. 6), que no difiere en suma más que por estar inscrito en un rectángulo en vez de en una circunferencia, y en el cual algunos ingleses quieren ver el signo de la supremacía marítima de su patria5.
Formulemos ahora una observación sumamente importante respecto del
simbolismo heráldico: la forma del Crismón simple es una especie de esquema
general según el cual se dispusieron en el blasón las figuras más diversas.
Obsérvese por ejemplo un águila o cualquier otra ave heráldica, y no será
difícil descubrir la citada disposición (la cabeza, la cola, las extremidades
de las alas y de las patas corresponden a las seis puntas de la fig. 3);
obsérvese luego el emblema de la flor de lis, y nuevamente podrá comprobarse lo
mismo. Poco importa por lo demás cuál es el origen real del emblema de la flor
de lis, que ha dado lugar a tan variadas hipótesis: que sea verdaderamente una
flor, lo que nos llevaría de nuevo a los símbolos florales recordados
anteriormente (el lirio natural tiene efectivamente seis pétalos), o que en
cambio se haya tratado primitivamente de la punta de una lanza, o de un ave, o
de una abeja, o del antiguo símbolo caldeo de la realeza (jeroglífico sâr), o incluso de un sapo6, o aún como es mucho más probable que resulte de la síntesis de
varias de estas figuras siempre permanece estrictamente conforme con el esquema
del que hablamos.
Una de las razones de esta particularidad hay que encontrarla en
la importancia de las significaciones vinculadas con el número seis, ya que la
figura que estamos considerando no es, en el fondo, sino uno de los símbolos
geométricos que corresponden a dicho número. Si unimos sus extremidades de dos
en dos (fig. 7), se obtiene otro símbolo senario muy conocido, el doble triángulo
(fig. 8), conocido más comúnmente por el nombre de “sello de Salomón”7. Es una figura usada muy frecuentemente entre los Judíos y entre
los Árabes, pero es también un emblema cristiano; fue incluso, como nos ha
señalado L. Charbonneau-Lassay, uno de los antiguos símbolos de Cristo, como lo
fue también otra figura equivalente, la estrella de seis puntas (fig. 9), que
no es en suma más que una variante, y como lo es también, por supuesto, el
Crismón mismo, lo que es una razón más para establecer entre todos estos signos
un estrecho vínculo. El hermetismo cristiano del Medioevo veía en los dos
triángulos opuestos y entrelazados, donde uno es como reflejo o la imagen
invertida del otro, una representación de la unión de las dos naturalezas,
divina y humana, en la persona de Cristo; y el número seis incluye entre sus
significados los de unión y de mediación, que convienen perfectamente al Verbo
encarnado. Por otra parte, el mismo número seis, según la Kábala hebrea, es el
número de la creación (la obra de los seis días), y, bajo este aspecto,
atribuir del símbolo al Verbo no deja de tener justificación, pues es como una
especie de traducción gráfica del “per
quem omnia facta sunt” del Credo8.
Ahora bien lo que es especialmente interesante desde el punto de
vista donde nos situamos en este estudio, es que el doble triángulo fue
escogido en el siglo XVI, y posiblemente antes aún, como emblema y como
contraseña de ciertas corporaciones. Igualmente, sobre todo en Alemania, se
convirtió en la divisa habitual de las tabernas o cervecerías donde dichas
corporaciones mantenían sus reuniones9. Era en cierto modo una
marca general común, en tanto que las figuras más o menos complejas en las que
se encontraba el “cuatro de cifra” eran marcas personales, particulares de cada
maestro; y ¿no es lógico suponer que entre estas últimas y la anterior, debió
de haber cierto parentesco, el mismo parentesco existente entre el Crismón y el
doble triángulo cuya realidad acabamos de demostrar?
El Crismón constantiniano (fig. 10), que se compone de dos letras
griegas reunidas, la X y la P, las dos primeras de “Christos”, parece a primera vista como derivado inmediatamente del
Crismón simple, del que conserva exactamente la disposición fundamental, y del
cual no se distingue más que por el agregado de un lazo, en la parte superior,
que transforma la I en P. Ahora bien, si se considera al “cuatro de cifra” en
sus formas más simples y corrientes, la similitud, podríamos inclusive decir la
identidad, con el Crismón constantiniano es innegable; y es especialmente
sorprendente cuando la cifra 4, o el signo que imita su forma y que al mismo
tiempo puede ser una deformación de la P, está vuelta hacia la derecha (fig.
11), en lugar de estarlo hacia la izquierda (fig. 12), pues se encuentran
ejemplos indistintamente de las dos orientaciones10. Además aparece aquí un segundo elemento simbólico que no estaba
en el Crismón constantiniano: nos referimos a un signo en forma de cruz que se
introduce muy naturalmente por la transformación de la P en 4. Frecuentemente,
este signo está como subrayado por el agregado de una línea suplementaria, sea
horizontal (fig 13) sea vertical (fig.
14), que constituye como una especie de duplicación de la cruz11.
Se observará que en la segunda de estas figuras, falta toda la
parte inferior del Crismón y la
substituye un monograma personal, así como diversos símbolos en otros casos.
Tal vez de aquí surgieron ciertas dudas sobre la identidad del signo que se
conserva constantemente el mismo bajo todos estos cambios: pero pensamos que
las marcas que contienen el Crismón completo son las que representan la forma
primitiva, en tanto que las otras son modificaciones posteriores las cuales
tuvieron como consecuencia que la parte conservada fuera tomada por el todo,
probablemente sin perder de vista jamás el sentido.
Sin embargo nos parece que en ciertos casos el elemento de cruz
del símbolo llegó a ocupar el primer plano; al menos así nos parece
desprenderse de la asociación del “cuatro de cifra” con determinados signos, y
este es el punto que nos queda por examinar.
Entre los signos en cuestión hay uno que figura en la marca de una
tapicería del siglo XVI que se conserva en el museo de Chartres y cuya
naturaleza no presenta duda alguna: se trata evidentemente, en una forma apenas
modificada, del “globo del Mundo” (fig. 16), símbolo constituido por el signo
hermético del reino mineral coronado por una cruz; aquí el “cuatro de cifra”
pura y simplemente ha tomado el lugar de la cruz12.
Tal “globo del Mundo” es esencialmente un signo de potencia, y al
mismo tiempo signo del poder temporal y del poder espiritual, ya que si bien es
verdad que es una de las insignias de la dignidad imperial, también se la
encuentra constantemente en la mano de Cristo, y no sólo en aquellas
representaciones que evocan más particularmente la Majestad divina, como las
del Juicio final, sino incluso en las representaciones del Cristo niño. Así,
cuando este signo substituye al Crismón, (y aquí hay que recordar el vínculo
que originariamente une a dicho signo con la “rodela”, otro símbolo del Mundo),
puede decirse que en suma es inclusive un atributo de Cristo que ha substituido
a otro; igualmente la idea de “maestría” está ligada directamente a este nuevo
atributo, como en el caso del signo de Júpiter, en el cual nos puede hacer
pensar especialmente la parte superior del símbolo, pero sin que por ello
pierda su valor de cruz, respecto de lo cual no queda la menor duda cuando se
comparan las dos figuras.
Llegamos así hasta un grupo de marcas que son el motivo directo de
este estudio: la diferencia esencialmente estas marcas y aquellas de que
hablábamos en último término es la substitución del globo por un corazón.
Curiosamente ambos tipos de símbolos están estrechamente ligados entre sí,
(figuras 17 y 18), pues en algunos el corazón está dividido por líneas que
siguen exactamente la misma pauta que caracteriza al “globo del Mundo”13, lo cual ¿no está indicando una como equivalencia, por lo menos
en cierto aspecto, y no sería ya suficiente como para sugerir que se trata del
“Corazón del Mundo”? En otros ejemplos, las líneas rectas trazadas en el
interior del corazón están substituidas por líneas curvas que parecen dibujar
las aurículas del mismo y donde están inscritas las iniciales (figuras 19 y
20); pero dichas marcas parecen más recientes que las anteriores14, de modo que con toda verosimilitud se trata de una modificación
bastante tardía, y posiblemente destinada simplemente a dotar la figura con un
aspecto más o menos geométrico y ornamental.
Finalmente hay variantes más complejas en las que el símbolo
principal está acompañado de signos secundarios, los cuales manifiestamente no
cambian en nada su significado e incluso en la que reproducimos (fig. 21), nos
permite pensar que las estrellas no están sino para destacar más decididamente
el carácter celeste que hay que reconocerle15. Con esto queremos decir que en nuestra opinión, en todas estas
figuras debe verse el Corazón de Cristo, y que no es posible ver otra cosa,
puesto que tal corazón está coronado por una cruz, e incluso, en lo que
respecta a todas las que tenemos a la vista, por una cruz duplicada con el
agregado de una línea horizontal a la cifra 4.
Abramos ahora un paréntesis para señalar otra curiosa
aproximación: esquematizando estas figuras se obtiene un símbolo hermético
conocido (figura 22), que no es sino la posición invertida del símbolo del azufre
alquímico (fig. 23). Reencontramos así el triángulo invertido cuya equivalencia
con el corazón y la copa ya hemos indicado en nuestro precedente artículo. Aislado, este triángulo sólo es el signo
alquímico del agua, mientras que el triángulo con el vértice hacia arriba, lo
es del fuego. Ahora bien, entre los diversos significados constantes del agua,
en las más antiguas tradiciones, hay uno que es más particularmente interesante
destacar aquí: se trata del símbolo de la Gracia, y de la regeneración que
provoca en el ser que la recibe. Recordemos el agua bautismal, las cuatro
fuentes de agua viva del Paraíso terrenal, así como el agua vertida por el
Corazón de Cristo, manantial inagotable de la Gracia. Finalmente y como
refuerzo de la explicación, el símbolo invertido del azufre significa el
descenso de las influencias espirituales en el “mundo de aquí abajo”, vale
decir, en el mundo terrestre y humano; en otras palabras, se trata del “rocío
celeste” del cual ya hemos hablado16. Estos son los símbolos herméticos
antes aludidos, y se convendrá que su verdadero significado ¡está muy alejado
de aquellas interpretaciones falsificadas que pretenden asignarle ciertas
sectas contemporáneas!
Dicho esto, retornemos a nuestras marcas corporativas para
formular en pocas palabras las conclusiones que nos parecen desprenderse de lo
que venimos de exponer.
En primer lugar, creemos haber establecido de manera suficiente
que el Crismón es el tipo fundamental del que derivan todas estas marcas, y de
donde, en consecuencia, extraen su principal significado. En segundo lugar,
cuando en ciertas marcas se ve al Corazón tomar el lugar del Crismón y de otros símbolos que, de manera
inequívoca, se refieren directamente a Cristo, ¿no se tendría acaso el derecho
de afirmar decididamente que dicho corazón es efectivamente el Corazón de
Cristo? Agreguemos que, como ya fue señalado, el hecho de que el corazón esté
coronado por una cruz, o por un signo seguramente equivalente, o también y
mejor aún por uno y otro juntos, apoya lo dicho de la mejor manera posible, ya
que en cualquier otra hipótesis no vemos cómo podría ofrecerse una explicación
plausible.
Finalmente la idea de inscribir el propio nombre, con iniciales o en monograma, en el mismo Corazón de Cristo, ¿no es acaso muy propio de la piedad de nuestros ancestros?17.
Con esta última reflexión, damos por terminado este estudio contentándonos por esta vez con haber aportado, con datos precisos sobre algunos puntos interesantes del simbolismo religioso en general, a la antigua iconografía del Sagrado Corazón una contribución que nos viene de una fuente un poco imprevista, y auspiciando solamente que entre nuestros lectores haya alguno que pueda completarlos con aportes documentales del mismo tipo, pues pensamos que puedan ciertamente existir en número considerable aquí y allá, y bastaría con reunirlos para formar un conjunto de testimonios verdaderamente impresionante18.
Finalmente la idea de inscribir el propio nombre, con iniciales o en monograma, en el mismo Corazón de Cristo, ¿no es acaso muy propio de la piedad de nuestros ancestros?17.
Con esta última reflexión, damos por terminado este estudio contentándonos por esta vez con haber aportado, con datos precisos sobre algunos puntos interesantes del simbolismo religioso en general, a la antigua iconografía del Sagrado Corazón una contribución que nos viene de una fuente un poco imprevista, y auspiciando solamente que entre nuestros lectores haya alguno que pueda completarlos con aportes documentales del mismo tipo, pues pensamos que puedan ciertamente existir en número considerable aquí y allá, y bastaría con reunirlos para formar un conjunto de testimonios verdaderamente impresionante18.
Publicado
originalmente en Regnabit, noviembre
de 1925. Retomado en Etudes
Traditionnelles, enero-febrero de 1951. Recopilado posteriormente en Etudes sur la Franc-Maçonnerie II y en Ecrits pour “Regnabit”.
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
Publicaciones Masonicas Herbert Oré Belsuzarri
1 El
mismo signo ha sido muy usado en el siglo XV al menos en Francia, y
especialmente en las marcas de impresores. Hemos recogido los siguientes
ejemplos: Wolf (Georges), impresor-librero de París, 1489; Syber (Jean),
impresor de Lyon, 1478; Remboldt (Bertholde),
impresor de Paris, 1489.
3 En
un artículo precedente, Deonna reconocía por su cuenta propia la existencia de
una relación entre la “rodela” y el Monograma de Cristo (“Quelques reflexions
sur le Symbolisme, en particulier dans l’art préhistorique”, en la Revue de l’Histoire des Religions,
enero-abril 1924); por tanto, nos sorprende más verle negar a continuación la
relación, sin embargo más visible, entre el Crismón y el "cuatro de
cifra". (N. d. T.: El significado es también evidente en la iconografía de
los discos de la tradición de los mapuches, donde la rueda y su cruz simbolizan
el mundo) .
4 Hay
dos tipos de “rodela”, uno de seis radios (fig.4) y otro de ocho (fig. 5), y
cada uno de los números tiene naturalmente su razón de ser y su significado. El
Crismón corresponde al primer tipo; en cuanto al segundo es interesante notar
la similitud sorprendente que tiene con el loto hindú de ocho pétalos.
5 La
forma misma de la “rodela” se encuentra de nuevo más claramente aún cuando el
mismo emblema está trazado sobre el escudo que lleva la figura alegórica de
Albión.
6 Por
más extraño que resulte, esta opinión ha debido ser admitido muy antiguamente,
porque en las tapicerías del siglo XV de la Catedral de Reims, el estandarte de
Clodoveo tiene tres sapos. Es muy posible además que primitivamente este sapo
fuera en realidad una rana, antiguo símbolo de
resurrección.
7 A
veces esta figura se la llama también “escudo de David” o también “escudo de
Miguel”, esta última designación podría
llevar a consideraciones muy interesantes.
8 (N.
del T. = “por quien fueron hechas todas las cosas”). En China seis trazos dispuestos de otra forma
son también símbolo del Verbo; asimismo representan el término medio de la Gran
Tríada, es decir el Mediador entre el Cielo y la Tierra, el que reúne en sí
mismos las dos naturalezas, celeste y terrestre.
9 A
este propósito señalemos de paso un hecho curioso y muy poco conocido: la
leyenda de Fausto, proveniente más o menos de la misma época, era parte
constitutiva del ritual de iniciación de los impresores.
10 La fig. 12 reproducida por Deonna
incluye la siguiente mención: “Marca de Zacarias Palthenio, impresor,
Francfurt, 1599”.
11 Fig.13:
“Marca de fecha 1540, Ginebra; atribuida a Jacques Bernard, primer
pastor ‘reformado’ de Satigny”. Fig.14:
“Marca del impresor Carolus Marellus, Paris, 1631”.
12 Hemos visto igualmente el signo del
“globo del Mundo” en numerosas marcas de comienzos del siglo XVI.
13 Fig. 17: “Marca de tapicería del siglo XVI, Museo de
Chartres”. Fig.18: “Marca de Maestro Samuel de Tournes, en vaso de peltre de
Pierre Rayaume, Ginebra, 1609”.
14 Fig. 19: "Marca de Jacques Eynard,
mercader genovés, sobre un vitral del siglo XVII". Fig. 20:
"Marca de Maestría, sobre un plato
de estaño de Jacques Morel, Ginebra, 1719".
16 La figura 24, que es el mismo símbolo
hermético, acompañado de iniciales,
proviene de una losa funeraria de
Ginebra (colecciones lapidarias, nº 573). La fig. 25, que es una modificación
suya, es mencionada en estos términos por M. Deonna: "Clave de bóveda de
una casa en Molard, Ginebra, demolida en 1889, marca de Jean de Villard, con la
fecha 1576".
17 Es de destacar que la mayor parte de
las marcas que hemos reproducido, estando tomadas de la documentación de
Deonna, son de procedencia ginebrina y han debido de pertenecer; pero no ha
lugar quizás a sorprenderse demasiado, si se piensa además que el capellán de
Cromwell, Thomas Goodwin, dedicó un libro a la devoción al Corazón de Jesús.
Hay que felicitarse, pensamos, de ver a los protestantes mismos aportar así su
testimonio a favor del culto del Sagrado Corazón.
18 Sería particularmente interesante el
investigar si el corazón se encuentra a veces en las marcas de maestros
constructores y tallistas de piedra, surgidas en la catedral de San Pedro de
Ginebra, entre las cuales se encuentran triángulos invertidos; algunas
acompañadas por una cruz emplazada debajo o en el interior; no es por tanto
improbable que el corazón haya también figurado entre los emblemas usados en
esta corporación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario