La resurrección de Lázaro
Siendo
el primero en la resurrección de los muertos, había de anunciar la luz al
pueblo y a los gentiles.
Hechos,26, 23
Acabamos de ver que Andrés, apóstol, no
es otro que Eleazar, cuyo abreviatura es Lázaro. Él es el “resucitado” célebre.
Sin duda los espíritus desconfiados hace mucho tiempo que hicieron observar que
ese viaje al más allá no le había dado a conocer nada nuevo, y que, todo lo
más, se había comportado como un hombre corriente, emergiendo de un profundo
sueño, natural o provocado. Veamos un
poco más de cerca el relato de los hechos.
Éste no nos lo aporta más que el
evangelio llamado de Juan. Antes había aparecido el episodio de la hija de
Jairo, jefe de la Sinagoga (Lucas, 8, 41), pero como se nos precisa que la niña
dormía y no estaba muerta (Jesús dixit, Lucas,
8, 52), no se trata sino de un fenómeno de catalepsia, y no de una
resurrección.
En el caso de Lázaro, alias Eleazar,
alias Andrés,[1] la
cosa es muy distinta. Este episodio sólo figura en Juan, 11, 1 a 44. aquí está:
“Había un
enfermo, Lázaro, de Betania, de la aldea de María y de Marta, su hermana. Era
esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus
cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo. Enviaron, pues, a las hermanas a
decirle: “Señor, el que amas está enfermo”. Oyéndolo Jesús, dijo: “Esta
enfermedad no es de muerte, sino para Gloria de Dios, para que el Hijo de Dios
sea glorificado por ella”.
“Jesús amaba a
Marta y a su hermana y a Lázaro. Aunque oyó que estaba enfermo, permaneció en
el lugar en que se hallaba dos días más, pasados los cuales dijo a sus
discípulos: “Vamos otra vez a Judea”.[2]
Los discípulos le dijeron: “Rabbi, los
judíos te buscan para apedrearte, ¿y de nuevo vas allá?”. Respondió Jesús: “¿No
son doce las horas del día? Si alguno camina durante el día, no tropieza, porque
ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque no hay luz
en él”. Esto dijo, y después añadió: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero
yo voy a despertarle”. Dijéronle entonces los discípulos: “Señor, si duerme,
sanará”. Hablaba Jesús de su muerte, y ellos pensaron que hablaba del descanso
del sueño. Entonces les dijo Jesús claramente: “Lázaro ha muerto, y me alegro
por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vamos allá”. Dijo,
pues, Tomás, llamado Dídimo, a los compañeros: “Vamos también nosotros a morir
con él”.
“Fue, pues,
Jesús, y se encontró con que llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Estaba
Betania cerca de Jerusalén, como a unos quince estadios,[3]
y muchos judíos habían venido a Marta y a María para consolarlas por su
hermano.
Marta, pues,
en cuanto oyó que Jesús llegaba, le salió al encuentro; pero María se quedó
sentada en casa. Dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no
hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios lo otorgará”.
Díjole Jesús: “Resucitará tu hermano”. Marta le dijo: “Sé que resucitará en la
resurrección, en el último día”. Díjole Jesús: “Yo soy la resurrección y la
vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí,
no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”. Díjole ella: “Sí, Señor, yo creo que
tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo”.[4]
“Diciendo
esto, se fue y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: ‘El Maestro
está ahí, y te llama’. Cuando oyó esto, se levantó al instante y se fue a Él,
pues aún no había entrado Jesús en la aldea, sino que se hallaba aún en el
sitio donde le había encontrado Marta. Los judíos que estaban con ella
consolándola, viendo que María se levantaba con prisa y salía, la siguieron
pensando que iba al monumento a llorar allí.
“Así que María
llegó donde estaba Jesús, viéndole, se echó a sus pies, diciendo: “Señor, si
hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano”. Viéndola Jesús llorar, y
que lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y
se turbó, y dijo: “¿Dónde la habéis puesto?”. Dijéronle: “Señor, ven y ve”.
“Lloró Jesús.
“Y los judíos
decían: “¡Cómo le amaba!”. Algunos de ellos dijeron: “¿No pudo éste, que abrió
los ojos del ciego, hacer que no muriese?”.
“Jesús, otra vez conmovido en su
interior, llegó al monumento, que era una cueva tapada con una piedra. Dijo
Jesús: ‘Quitad la piedra’. Díjole Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya
hiede, pues lleva cuatro días’. Jesús le dijo: ‘¿No te he dicho que, si
creyeres, verás la gloria de Dios?’. Quitaron, pues, la piedra, y Jesús,
alzando los ojos al cielo, dijo: ‘Padre, te doy gracias porque me has
escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea
lo digo, para que crean que tú me has enviado’. Diciendo esto, gritó fuerte:
‘¡Lázaro, sal fuera!’. Salió el muerto,
ligados con fajas pies y manos, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús
les dijo: ‘Soltadle y dejadle ir’.” (Juan, 111, 1 a 44).
Aquí plantearemos una pregunta
embarazosa:
¿Cómo un hombre, con la cara envuelta,
los miembros atados con vendas, y reducido al estado de momia impotente, pudo
levantarse, caminar, dirigirse a ninguna parte?
Volvamos ahora atrás, y tomemos de nuevo
a Juan, en el capítulo 10, y leámoslo entero, hasta el versículo 39. Todo lo que cuenta se desarrolla en
Jerusalén: “... Se celebraba entonces en Jerusalén la Dedicación. Era
invierno. Y Jesús se paseaba en el Templo por el pórtico de Salomón”. (Op.
cit., 10, 22-23).
Ahora pasemos a los versículos 39 a 42
del mismo capítulo: “(Jesús) Partió de nuevo al otro lado del Jordán, al sitio
en que Juan había bautizado la primera vez, y permaneció allí”. (Op. cit., 10,
40-41).
El lugar “en que Juan había bautizado la
primera vez” es el vado “de Betania, al
otro lado del Jordán” (Juan, 1, 28), es decir, un lugar situado en Perea, territorio llamado,
efectivamente, “más allá del Jordán” (véase el mapa nº 8 del Atlas biblique pour tous, del R.P.
Grollenger, O.P., Editions Sequoia). Pero no es la Betania de los alrededores
de Jerusalén, que está situada en Judea
... Así pues, la “Betania, al otro lado del Jordán” (Juan, 1, 28) es
desconocida, y Ainón (más o menos: “regiones de fuentes”), donde Juan bautizaba
“porque había mucha agua”, “cerca de Salim” (Juan, 3, 23), tampoco puede
localizarse con certeza, según nos dice el R.P. Grollengerg. Pero una vez más,
y de todos modos, no es la que está situada a unos dos kilómetros de Jerusalén,
sino que esa otra está al menos a cuarenta kilómetros, a vuelo de pájaro, del
otro lado del citado Jordán.
Juan el Bautista, por lo tanto, se
encontraba en Perea, y eso está bien establecido. Ahora saltemos de Juan 10, 42
al capítulo 12,1:
“Seis días antes de la Pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a
quien Jesús había resucitado de entre los muertos”. (Juan, 12, 1). ¡Pero si ya estaba allí! ¡Si todo el
capítulo precedente lo muestra precisamente en Betania! Decididamente, esa
localidad se convirtió para nuestros piadosos falsificadores en una verdadera
obsesión, y no sabiendo ya cómo salirse del fárrago de mentiras que elaboraron
de manera tan imprudente, cayeron por último en la incoherencia.
Y, en efecto, del mismo modo que el
episodio de la mujer adúltera (Juan, 8, 3) no fue introducido en ese Evangelio
hasta que accedió al pontificado el papa Calixto (217-222), la
pseudo-resurrección de Lázaro tampoco apareció en los “arreglos” de los monjes
copistas hasta los siglos IV y V.[5]
Porque es de todo punto evidente que si Mateo, Marcos, Lucas y los Hechos de
los Apóstoles, así como todas las Epístolas de Pablo, Pedro, Santiago, Juan y
Judas ignoran semejante prodigio
(como es el caso), es que en la época de su redacción nadie conocía dicho
relato. Y queda en pie una prueba perentoria, el pasaje siguiente de los Hechos
de los Apóstoles, en el que Pablo, entonces en Cesarea Marítima, en el año 58,
declara al rey Agripa y a la reina Berenice:
“Gracias al socorro de Dios persevero
firme hasta hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes y no enseñando otra cosa
sino lo que los profetas y Moisés han dicho que debía suceder: que el Mesías
había de padecer, que siendo el primero
en la resurrección de los muertos, había de anunciar la luz al pueblo y a
los gentiles”. (Cf. Hechos de los Apóstoles, 26, 23).[6]
De modo que Pablo ignora que el primer
resucitado de entre los muertos fue Lázaro, y no Jesús. Por lo visto ignora que
en el instante del último suspiro de éste en la cruz de la infamia, resucitaron
también numerosos muertos, que hasta entonces yacían en las tumbas del
cementerio ritual de Jerusalén, próximo a los Olivos, porque:
“La tierra tembló y se hendieron las rocas; se
abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron; y saliendo de los
sepulcros, después de la resurrección de Él, vinieron a la ciudad santa y se
aparecieron a muchos”. (Cf. Mateos, 27, 52-53).
Por consiguiente, si damos crédito a Juan y a Mateo,
Jesús no pudo ser el primer resucitado de entre los muertos. A menos que todo
eso fuera imaginado en los siglos IV y V.
Pero si los testigos del prodigio que constituyó la
resurrección de Lázaro tuvieron una existencia real, conviene desvelar la
superchería de que fueron víctimas o cómplices, pues vamos a ver la forma en
que se operó:
En todo Egipto, y principalmente en la península del
Sinaí, existe una solanácea llamada sekaron,
es decir, “la embriagadora”. Pertenece al subgrupo de los beleños, es la Hyoscyamus muticus.
De ella, los antiguos extraían el banj o bang, que, según la dosis utilizada, era un potente narcótico o un
simple alucinógeno.
Por otra parte, conviene saber qué era lo que se
entendía por tumba ritual en aquella
época, en Israel.
En una pared rocosa, se excavaba primero un estrecho
pasillo en suave pendiente y a cielo abierto, a menudo provisto de escalones, a
fin de alcanzar más rápidamente la profundidad requerida. Entonces, en la
fachada frente a la que iba a desembocar el pasillo, se practicaba una abertura
muy baja, que generalmente se obturaba con una losa de piedra. Si la tumba era
importante, se utilizaba una muela de grano, que se hacía rodar cómodamente por
una zanja practicada a derecha o a izquierda.
Tras la abertura así comenzada en la pared, se hacía
una primera cámara funeraria, en el centro de la cual se excavaba una pequeña
fosa. Alrededor de esta fosa corría un alzapié, especie de camino de ronda que
permitía circular.
En la pared del fondo de esta primera cámara, se
practicaba otra puerta, y se excavaba detrás de ella una segunda cámara
funeraria. Las paredes de esta última tenían nichos, en los que se depositaba a
los muertos. Esos nichos tenían una pendiente destinada a facilitar el flujo de
los líquidos orgánicos procedentes de la descomposición de los cadáveres, y
esos líquidos eran recogidos en canales que desembocaban en la fosa central de
la primera cámara.
Cuando los esqueletos estaban totalmente descarnados
y secos, se los retiraba de su nicho y se los encerraba en pequeños osarios
análogos a nuestros “féretros de reducción”. Los líquidos orgánicos se
evaporaban poco a poco en la fosa central, pero mientras ésta no se hubiera
secado, según los términos de la Ley judía se debía pintar de blanco, con cal
viva, todo el exterior de la tumba: escalera, losa de cierre, canal, marco de
la puerta. De donde la expresión de “sepulcro blanqueado”, sinónimo de “lugar
impuro”. Cuando Jesús trataba a sus adversarios con este mismo término, la
injuria no era leve, como se ve. Esto equivalía, en efecto, a calificarlos de
“carroña”, o de “podredumbre”.
Volvamos ahora a Lázaro. Supongamos que este último
aceptara desempeñar el papel de “compadre” en una superchería destinada a
inflar desmesuradamente la reputación taumatúrgica de Jesús, y a facilitar así
el reclutamiento y la acción del movimiento zelote.[7]
Absorbería el banj
o un potente narcótico equivalente. Tras un simulacro de enfermedad de
evolución rápida y muerte oficial, le llevarían a una tumba, siempre dormido, y
le abandonarían en el rodapié funerario, enrollado dentro del sudario habitual
y provisto de los vendajes rituales, y a continuación cerrarían la tumba. El herbario secreto del vudú africano o
antillano posee recetas que permiten hacer creer en una muerte aparente sin
discusión posible. Era con semejantes procedimientos que se obtenía, no hace
aún demasiado tiempo, a los famosos zombies,
y el Código penal haitiano se vio en la obligación de dictar penas
extremadamente severas para luchar contra estos asesinos mentales. En el caso
de Lázaro no se trata sino de un sueño muy corto. La permanencia de cuatro días
en esa capilla funeraria sería facilitada mediante el aporte de víveres y de
agua por Marta y María. La impureza ritual y el miedo supersticioso a los
muertos descartaban cualquier indiscreción nocturna. No quedaba ya sino
prevenir a Jesús y esperar su llegada, el “milagro” estaba a punto. En cuanto
al olor de putrefacción, era fácil de obtener en el último momento con una
pieza de carne pasada, en el fondo de la cueva.
¿Quién puede saberlo? Quizá la pseudo-resurrección
de Lázaro no fue en realidad otra cosa que una
tentativa de ensayo de la que proyectaba Jesús. La crucifixión vino a
trastornarlo todo.
NOTAS COMPLEMENTARIAS
Se
observará que:
1.
María es la hermana de Lázaro, alias Andrés (Juan,
11, 1-4).
2.
Andrés es el hermano de Simón-Pedro, por lo tanto lo
es también de Jesús (véase el capítulo 8).
3.
María es por lo tanto la hermana de Jesús, por vía
de consecuencia, lo mismo que Marta. Esas son las hermanas anónimas citadas en
Mateo (13, 56), y en Marcos (6, 3).
4.
Ahora bien, María es la mujer que unge a Jesús con
nardo en Betania (Juan, 1-4).
5.
Y la mujer que unge a Jesús es precisamente la
pecadora pública de la ciudad, una prostituta, según Lucas (7, 38).
6.
María, hermana de Jesús, es por lo tanto una mujer
de mala vida.
7.
Y Jesús la anima a perseverar, a pesar de los reproches
de Marta, su otra hermana (Lucas, 10, 42).
Empieza
a comprenderse aquí por qué Jesús declara, en Mateos (20, 31 y 32), que las
prostitutas adelantarán a los otros creyentes en el reino de Dios, y por qué
las gentes “de mala vida” le ofrecen un festín en la casa de Leví (Mateo, 9,
10; 11, 19; Marcos, 2, 15-16; Lucas, 5, 30; 14, 1; 15, 2).
[1] Véase
el capítulo 8.
[2] ¡Como
si Betania no estuviera en Judea! Los escribas ignaros del siglo IV no tenían
ninguna idea de la geografía de Palestina.
[3] Un
estadio equivale a 185,015 metros.
[4]
Observemos que el tema de una resurrección final estaba lejos de ser una
creencia oficial en el Israel de aquella época. En cuanto a la idea de un Hijo
de Dios en el sentido que nosotros le damos hoy, hubiera sido blasfematoria.
[5] Cf. Jesús o el secreto mortal de los templarios:
“Las piezas del expediente”, catálogo de los manuscritos, pp. 24-36.
[6] Eso
son afirmaciones gratuitas, y a un Doctor de la Ley de aquella época no le era
difícil demostrar que Saulo-Pablo ignoraba todo sobre las Escrituras en lo que
concernía al Mesías esperado.
[7]
Durante las guerras tribales que desolaron el ex-Congo belga, los brujos
vendían a los guerreros negros un “agua mágica” destinada a hacerlos casi
inmortales.
TOMADO DE: LOS SECRETOS DEL GOLGOTA DE ROBERT AMBELAIN.
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