Libertad y Escocismo
La libertad es asunto de compromiso. Un compromiso entre el ejercicio voluntario de sus opciones, por un lado, y el respeto al otro y a la ley, por el otro.
El libre albedrío es asunto de juicio, alumbrado por la conciencia, sobre las elecciones y los actos, desde la perspectiva de la ética.
Así, la elección, que procede del libre albedrío, parece estar circunscrita a la libertad de encontrar un compromiso, el de realizar los propios deseos según la conciencia y en el respeto a la ley y al otro.
En un plano social, se acostumbra a decir que demasiada libertad incrementa las desigualdades, que demasiada igualdad atenta contra la libertad y que, en principio, la fraternidad permite el justo medio. Pero, ¿con decir esto se ha dicho todo ? ¿Qué conviene concederse a sí mismo y tolerar a los otros para tener una razonable libertad reciproca ? Detrás de lo que nosotros creemos que es nuestra libertad se esconden la mentira y el desconocimiento sobre nosotros mismos, la permisividad con nuestro interés, la indiferencia hacia los otros y la ignorancia o la transgresión de la ley. De hecho, la libertad necesita, de manera consustancial, una aptitud para el auto-dominio que deberá adquirirse a todo lo largo de una búsqueda personal.
Si la ética masónica, en su transmisión oral, invita a un humanismo de buena ley, los rituales del Escocismo, en cambio, señalan progresos y regresiones, tentativas provechosas y fracasos que pretenden ser pedagógicos y que no tienen otro objetivo que poner de relieve las debilidades humanas para construir la experiencia.
De esta forma, las sensaciones de libertad son guiadas sucesivamente por las emociones, los instintos, la empatía o la ley moral según los grados. Y los actos son conducidos, según los casos, por la vehemencia, el interés, la benevolencia o el deber. Y entonces, ¿cómo conciliar deseos, necesidad, creencias, alteridad y humanismo ?
El grado de Aprendiz, más allá de la constricción del silencio y de la euforia del descubrimiento, pone al Masón al pie del muro que debe edificar. La esperanza en la construcción de un mundo mejor se configura como el motor del devenir. Todo está por rehacer, como para conjurar las frustraciones profanas que han conducido a la Masonería. Un proyecto está en marcha.
El grado de Compañero, como prolongación del grado precedente, construye un verdadero espacio de libertad mediante el aporte esencial del trabajo como instrumento de emancipación, y para una obra colectiva con una dimensión humana y solidaria. Cada uno tiene el justo lugar simbólico que debe ocupar, según sus cualidades y sus competencias, bajo la autoridad incontestable de Maestros reconocidos. Todo parece evidente, en un mundo armonioso. Aquí no hay constricciones aparentes, excepto las de la disciplina del saludo. El Arte es la alegría de los hombres libres, dice un ritual.
El Grado de Maestro desestabiliza este edificio poniendo en escena la parte oscura del rostro humano. Saliéndose de sus prerrogativas y de las reglas establecidas, los Compañeros abusan de la libertad que les había sido dada y a la que no supieron corresponder.
Esta toma de poder homicida engendra desorden, dudas e iniquidades. Todo está por rehacer.
Los dos primeros grados, ¿son un engaño a la vista de cómo es el tercero y los siguientes ?
En el 4º grado, el Maestro Secreto pone de relieve su libre albedrío para intentar reconsiderar el uso de los valores, para percibir una verdad que se quiere distinta de la que se admite comúnmente, para aprender a pensar por si mismo, liberarse de las contingencias, de los engaños y de la idolatría. Se trata de sacar lecciones del pasado, de ver el mundo de otra manera, por deber y razón, y discernir los verdaderos incentivos de la acción.
En el grado 5º, el Maestro Perfecto, conservando lo mejor del Maestro difunto, emprende la superación de lo que ahora ya ha sido cumplido y prosigue así su propia liberación, su emancipación de la tutela de los falsos gurús.
En el 6º grado, el Secretario Íntimo, por su compromiso, su responsabilidad y la reconciliación que encarna, favorece una mejor comprensión social y se libera de las divisiones. Está en marcha un nuevo orden, activo y participativo.
En el grado 7º, los Prebostes y Jueces, los que tienen los planos del edificio, muestran su aptitud para mandar y para controlarse a sí mismos, con justicia y rectitud, orden y concordia, para evitar todo abuso. En este grado se instaura y se afirma, un poder regulador que se ejerce también sobre sí mismo.
En el grado 8º, el Encargado de Obras mantiene y mejora el edificio para apuntalar y asegurar este nuevo equilibrio liberador. Todo está ahora como es debido.
En el 9º grado, el Maestro Elegido busca liberarse de una parte de sí mismo mediante el uso de la fuerza justiciera. Saciando una venganza simbólica necesaria contra el mal oculto en su propio interior, intenta vencerse, superarse, con el fin de poder forjarse una libertad y obtener la absolución de su conciencia por la brutalidad del método empleado.
En el 10º grado, el Ilustre Elegido de los Quince, mediante un castigo público ejemplar, pretende la liberación violenta de lo que pesa en su conciencia. Aunque los métodos y las reglas de conducta son todavía desproporcionados, parece que la animalidad ha sido vencida simbólicamente.
En el grado 11, el Sublime Caballero Elegido, repartiendo las responsabilidades, instituye una administración liberadora del peso de las pasadas iniquidades y coacciones. Esta distribución de responsabilidades, más allá de la división aparente, no tiene otro objeto que el de poner en marcha unos sistemas de poder para lograr un equilibrio regulador. El procedimiento de la justicia está en marcha.
Pero, ¿cuál es la libertad real del solicitante en estos tres grados de Elegidos, cuando la selección se hace echando suertes, por designación y por eliminación ?
En el grado 12, cambia el registro : el Gran Maestro Arquitecto desarrolla su voluntad para liberarse de las circunstancias aleatorias del diseño. Funcionando ya las instituciones y estando satisfecha la venganza, puede relanzarse un nuevo proyecto. Se gira aquí deliberadamente hacia la transformación y el universalismo. Cada quien puede participar : las puertas ya no están custodiadas.
Pero nada es perenne. La libertad también depende de los otros. Las sociedades, los edificios, por bien que estén construidos, no resisten al destino y a las luchas de las civilizaciones. El Templo, anhelado como un símbolo de poder, es destruido.
En el grado 13, el Caballero del Arco Real, esclavo de la materialidad, explorando las ruinas del pasado, pero también sus propios subsuelos para buscar antiguas verdades, bordea los límites de su conocimiento, de su cultura y de su entendimiento para encontrar el horizonte de su propio ser, la medida de sí mismo, de su propia libertad, la de moverse en su espacio interior, la de hablar según su pensamiento y su lenguaje. Las puertas se abren sobre lo indecible y lo imposible, tanto por el azar de las palabras, como por sus virtudes.
En el grado 14, el Gran Elegido de la Bóveda Sagrada, Perfecto y Sublime Masón, satisfecho por sus hallazgos, afirma su identidad. Pero despojado de ilusiones, debe retornar entre sus semejantes en la cautividad de Babilonia, ciudad de la esclavitud a un poder ajeno, símbolo de la apariencia y de la ilusión, mundo de servidumbres. No obstante, se supone que él ha desmitificado la cultura comúnmente admitida y ha tomado la medida de lo posible. Sin complacencia, él se ha confrontado consigo mismo para afirmarse. Sabe que está siempre preso de su condición, de su cultura, de su pasado, de sí mismo y de sus semejantes (el centro de la idea reside entre una palabra indecible y un símbolo vacío) ; sabe que él es plenamente responsable de su sumisión, de su sujeción, por necesidad casi siempre, a veces también por componenda o compromiso. La palabra que pronunciará será sin duda alguna liberadora, ya que a través de los grados de perfección, ha podido entrever las debilidades de sus pensamientos y de sus actos, el sentido de su finitud y de su temporalidad.
En el grado 15, los Caballeros del Oriente y de la Espada son liberados por su carcelero, Ciro, que, temeroso por las predicciones entrevistas en un sueño que había tenido, les instruye en el arte de la guerra para dejarles, luego, partir para reconstruir el Templo. Habría mucho que decir desde una perspectiva psicoanalítica : el verdugo es aquél por medio del cual puede llegar la libertad. Pero nada puede darse por supuesto, puesto que tienen que combatir al enemigo para pasar el puente que lleva al mundo prometido. Esta “libertad de pasar” es una conquista colectiva pero temporal, en la medida en que los constructores deben todavía luchar para reconstruir el templo, la trulla en una mano y la espada en la otra. Aquí, “libertad de pasar” reúne la libertad de pensar y de vivir en común, pero en la confrontación y la adversidad. El triangulo emocional y dramático que este grado pone en escena (Ciro dominador, Zorobabel victima y los Samaritanos como chivos expiatorios), donde el papel de salvador pasa de las manos de Ciro a las de Zorobabel y sus tropas, da al desarrollo del tema de la libertad un rostro nuevo y complejo, que va mucho más allá de la simple “libertad de pasar” evocada esencialmente en este grado. La relación entre los protagonistas, con quienes cada uno a su vez se puede identificar, se vuelve poco a poco ambigua y un poco perversa. Sin embargo, cada bando parece lograr su interés, con excepción de los Samaritanos, nuevos enemigos, usurpadores de la identidad inicial, culpables de representar al ser antiguo del que los héroes buscan diferenciarse a toda costa, obnubilados por la reconstrucción. En este grado, se ha superado lo divino, lo místico y la magia, (planteados mediante el paso y las ruinas de los dos grados precedentes), para adoptar una táctica, una estrategia guerrera de reconquista, incluyendo la reedificación del Templo. El Masón se ha vuelto Caballero. Ahora está armado, y entra en la lógica del honor y del combate.
En el grado 16, el Príncipe de Jerusalén está obligado de nuevo a solicitar al dominador extranjero, Darío, al otro, al poderoso, para obtener la libertad de construir juntos la legitimidad del poder. Una vez más se hunden las ilusiones de haber adquirido cada uno un lugar en el mundo y en la propia etnia. Jerusalén simboliza lo que se ha perdido y lo que todavía importa aquí reencontrar en este estadio de la iniciación : la edad de oro, el ideal del grado de Compañero. Pero las condiciones han cambiado. Una autoridad de justicia social institucionalizada concede el permiso para trabajar y, de hecho, el poder de mandar. Legitimidad, libertad, autoridad y mando van a la par. La lucha continúa. La represión y las leyes (aunque fueran ilusorias) mantienen la creencia en un futuro mejor.
En cierta forma, los grados 13, 14, 15 y 16 forman un todo coherente donde cada actor tiene un papel particular, que evoluciona entre exigencias, necesidades, deseos y fantasmas.
Nabucodonosor representa al conquistador, al poderoso, al rival agresivo y destructor, megalómano y envidioso del esplendor del Templo, de su excelencia y su gloria. Simboliza la frustración, la codicia y el poder. Su fuerza conduce al pueblo de los israelitas a la prueba del exilio, como castigo por haber levantado tan magnífico edificio.
Ciro aparece a los ojos de los israelitas como el liberador, el salvador. En realidad, corroído por los remordimientos y el miedo a la pérdida de su poder después de un sueño premonitorio en el que vio encadenado a Nabucodonosor, entra en una fase de negociaciones, seducciones, manipulaciones, chantajes y cambalaches con Zorobabel, aunque, por otra parte, todas sus maniobras resultan infructuosas. Si inicia al pueblo en el arte de la guerra para reconquistar Jerusalén, es porque el considera verdaderamente que el Templo en ruinas no vale un pimiento a la vista de su probable decadencia. Sus motivaciones no tenían nada de altruistas.
Darío encarna una autoridad legítima que culmina el episodio y permite un nuevo proyecto de vida mediante la ley, el decreto. Su interés es convergente con el de los israelitas.
El pueblo simboliza a los iniciados. Es un pueblo poderoso y fuerte, al principio envanecido por un Templo tan majestuoso a los ojos de otros que despierta su envidia, lo que acabará llevando a los israelitas a la lucha y al exilio. Después, ya sometido y esclavizado, el pueblo se manifiesta algo masoquista, no habiendo más que sufrimiento y haciéndose responsable de su culpabilidad. Va a evolucionar al hilo de la progresión de los grados. El pueblo es conducido por el mago Guibulum a través del interior de las bóvedas subterráneas del Templo para recuperar sus raíces, intentar descubrir los misterios del pasado y medir los límites de su identidad. En adelante toma como jefe militar a Zorobabel, que según el ritual, era “de la tribu de Judá, príncipe de la sangre de David, el primero entre los iguales, libre por naturaleza y cautivo por desgracia”, y que resiste al fuego y camina sobre las aguas…
Zorobabel, incorruptible, resistente a la tentación de las riquezas y del poder en un primer momento, conducirá a su pueblo hasta la victoria, pero sin gloria. Al principio fracasa en su lucha armada, y no obtiene finalmente la “libertad de pasar” más que abandonando a sus adversarios los símbolos de la delegación de poder (los anillos y condecoraciones) que Ciro le había concedido. Pero sobre todo, en adelante va a saciar su voluntad de poder por la reconquista y la reconstrucción del Templo en ruinas. Pasa de ser víctima a ser dominador, perseguidor y acosador de los Samaritanos, pensando que está investido de la misión y del deber de retomar el bien de sus antepasados. ¿Engaño, voluntad deliberada o víctima de la manipulación de Ciro en la trampa en la que ha caído a sus espaldas ? En fin, no habiendo logrado por la trulla que cimienta y la espada que defiende, él se remite al poder y a la ley de Darío para actuar, como si la fuerza sola fuera inoperante. ¿Nuevo fracaso personal, o bien éxito total a cualquier precio ?
Los Samaritanos son los chivos expiatorios en este escenario. En la leyenda no son enemigos ancestrales. Habitantes de Samaria, representan a 10 de las 12 tribus de Israel, (que se enumeran al citar la pertenencia de los 12 inspectores, en la instrucción del grado 11) ; es decir de Samaria son todas las tribus con la excepción de Judá y Benjamín (palabras que se pronuncian como acompañamiento del toque en el grado 15). Los Samaritanos, antaño, habían contribuido a la construcción del Templo transportando los cedros del monte Líbano. Según Esdras (4, 1-3), incluso propusieron a Zorobabel y los suyos reconstruir juntos el Templo. Pero, sus ofrecimientos fueron rechazados por los otros, posesivos y orgullosos. Y a partir de ahí, los Samaritanos buscarán maneras de obstaculizar la construcción. Resisten a la espada en el grado 15, para doblegarse luego, en el grado 16, bajo el efecto de una pseudo-legitimidad extranjera, ya que el Templo, avasallado, permanece como propiedad de Babilonia… (Señalemos que no son citados en el ritual del 15 de Burdeos, y que son los enemigos a combatir sobre el puente del Éufrates en el ritual de la página web de la jurisdicción del REAA).
Entonces, este pueblo y sus líderes con los cuales se supone que ha de identificarse el iniciado masón, ¿son víctimas de otros o víctimas de si mismos ? ¿Son verdugos de si mismos o verdugos de otros ? ¿Cuál es el margen de maniobra que los rituales les dejan ? Se dice que los ritos sirven para preservar la paz en las sociedades primitivas, ¡pero que tienen la función de condicionar a la gente en nuestras sociedades llamadas civilizadas ! ¿Son, entonces, objeto de su destino, de su obstinación en construir y reconstruir un Templo que tienen por demasiado sacralizado ? ¿Están manipulados por su entorno, la sociedad y sus leyes ? ¿El arte de la guerra, el manejo de las armas, en lo que han sido iniciados, les ha servido realmente ? Etapa iniciática necesaria, responderán algunos, como para probar su sentido guerrero…
En el grado 17, cambia la decoración : el Caballero de Oriente y Occidente encarna al justo, en conciencia consigo mismo, aquél que piensa y actúa sin error ni desviación, aquél que ha rectificado numerosas veces y que puede así juzgar con toda serenidad porque está liberado de sus contingencias individuales. Es libre y lo suficientemente fuerte como para aceptar todas las destrucciones. “Habrá siempre ante él una puerta abierta y que nadie podrá cerrar”, dice el ritual. Las verdades selladas del libro interior para sí (misterios del cielo, enigmas de los orígenes, perspectivas insondables del porvenir : fin de los tiempos, juicio último de los hombres, llegada de un tiempo nuevo) se abren en un estruendo apocalíptico que los seres libres, puros y fuertes son capaces de superar, mientras que los impíos serán simbólicamente castigados. La libertad es puesta a prueba por la destrucción.
Pero cambiar al hombre, no es cambiar el mundo. Desordenes e iniquidades perduran. Los Templos están de nuevo demolidos y, lo que es peor, las herramientas han sido dispersadas. Conviene diseñar una nueva enseñanza y aprender a vivir de otra manera, sin templo, y pronto en el vagabundeo y en el nomadismo. Así es la vida.
En el grado 18, el Caballero Rosa+Cruz no tiene necesidad de un espacio sagrado : el templo está destruido, está (finalmente) abierto y no se volverá a cerrar enseguida. La libertad parece toda entera en la liberación del yugo y en el abandono (¡provisional !) de la obsesión creciente que se ha tenido por el Templo a lo largo de los grados, ya que él no era un fin en sí mismo, ni siquiera aunque fuera solo simbólico. Y nadie duda que el Templo sustitutivo, sea místico, profético o extático, no es más que un callejón sin salida para bastantes de entre nosotros. El caparazón necesario en el proceso iniciático para llevar a cabo una aculturación respecto al mundo profano ha dejado de tener utilidad. Todo se ha vuelve transparente, la apertura rompe las barreras entre el interior y el exterior. La libertad interior permite y pone disponible la alteridad. Una nueva ley, más humanista y más fuerte, abre las perspectivas de un mundo nuevo. Impulsado por la fe, portador de una palabra de esperanza, liberado de sí mismo, el Caballero podrá quizá trabajar para el mejoramiento de la sociedad. Pero, ¿cuál es la parte de libertad que les queda a los Masones, que tienen de este grado una visión sacrificial y dolorida, a pesar del lema ritual que dice “tengo ese placer” ? ¿Libertad para sacrificarse o bien simple ejercicio del deber ? ¿En qué momento el deber se convierte en sacrificio ?
La emancipación progresiva vivida en el curso de estos grados capitulares proporciona toda su cualidad al Iniciado que, del “muy buen masón” reconocido en las Logias de Perfección, deviene en el Franc-Masón, el Masón emancipado del grado 18, tal como fue prometido por el cursus masónico. Se ha abandonado (provisionalmente) la fuerza, para magnificar la alteridad, el altruismo, el agapé. Pero, ¿la empatía y la acción altruista son suficientes para la construcción de un mundo mejor y más progresista ? Si esta etapa capitular constituye el corazón del proceso iniciático, nadie duda que la continuación de la iniciación sea necesaria para desarrollar el método simbólico indispensable para la acción individual y social. Se van a abrir múltiples vías que es preciso conocer para hacer un buen uso de ellas.
En el grado 19, el Gran Pontífice no se bate más sobre puentes, pero los construye para relacionar las dos orillas, dos mundos. Es él quien da ahora la libertad de pasar. Es un mediador que abre vías hacia una espiritualidad, pero, no lo dudemos, la Jerusalén celeste del ritual, edificio místico para algunos, no reemplazará las ruinas del antiguo templo. No será más que una esperanza, una promesa, una creencia, una ideología, una ilusión suplementaria. Pero que, también, forma parte de nuestro imaginario antropológico, cultural y cultual.
En el grado 20, el Maestro Ad Vitam parece tener la eternidad de la maestría delante de él. ¿Es esto un engaño, una ilusión, la reminiscencia de prácticas de comienzos del siglo XVIII, o es una posibilidad adquirida por la sabiduría ? Si lleva en él la luz de sus antepasados, como dice el ritual, sería lamentable que se tomara la libertad de abusar. Nada es perenne, todo no es mas que tentativa y provisionalidad, pero existen las tentaciones de poder.
En el grado 21, el Caballero Prusiano sufre el fracaso de haber querido construir una torre que llegara hasta las puertas del cielo (como había sido rechazado a la puerta de su infinito en el grado 14), para reencontrarse arrojado a las minas prusianas de sal. La libertad tiene sus límites, tanto en las profundidades como en las alturas, pero es preciso atreverse a explorarlas para tomar la medida de lo posible, con el riesgo de la dispersión y del exilio.
En el grado 22, el Príncipe del Líbano, armado con un Hacha Real, corta los cedros ya que ellos no pueden elevarse hasta el cielo. Su utilidad es mayor sobre la tierra, para apuntalar y construir…Rompe así los lazos con lo ilusorio, se desembaraza de lo inútil para liberarse y encontrar el uso justo.
En el grado 23, el Jefe del Tabernáculo ve los limites de la razón y pierde una parte de su libertad en la medida en que prefiere sacrificios y ofrendas que sin duda manifiestan creencias mágicas. Este retorno hacia atrás, a la travesía del desierto, evoca bien la impronta con la que está marcado el espíritu y su parte irreflexiva, dispuesta a prácticas idolátricas que se podrían creer olvidadas. Nuestro inconsciente es también nuestro destino y frecuentemente nos maneja sin que lo sepamos.
En el grado 24, el Príncipe del Tabernáculo, dispuesto a santificar el Templo, se extravía en los mismos hábitos supersticiosos frente a la actitud anómala del indestronable Salomón, capaz de poner la institución en peligro. No solamente los límites están puestos, sino que las regresiones son siempre posibles. El iniciado saldrá sin embargo engrandecido, liberado de la idolatría que consagraba la imagen de “juez implacable” cuya emblemática sabiduría ya estaba decaída al final de sus días. Todo pasa. No se ve vuelve a mirar con los mismos ojos.
En el grado 25, el Caballero de la Serpiente de Airaín está liberado de sus cadenas que son un obstáculo para su libertad, para efectuar su ascensión a la montaña y enfrentarse al reptil que cura las mordeduras de la vida. Pero el talismán que el erige con la serpiente alrededor del Tau no debe convertirse en un nuevo amuleto, en una nueva superstición que le aprisionaría todavía… ¿Potente símbolo de vida y de esperanza necesaria o pequeñez y negligencia de un espíritu fetichista que necesita usar amuletos como apoyo ?
En el grado 26, el Escocés Trinitario, Príncipe de Mercy, busca librarse de su miedo moral y físico, ahora que ha elegido lanzarse al vacío, pero percibe claramente su dependencia del mundo material, durante la ascensión por la escala de las virtudes teologales que lleva hacia un tercer cielo perfecto, abierto, pero que queda por explorar. Sin embargo, la Verdad establecida en palladium en este grado, aunque pueda redimir del error, no debe reducirse tampoco a otra idolatría, porque las alas de las que está revestido el recipiendario no le permitirían el vuelo… Permanece amarrado durante el salto, ligado a la vida, aunque quizá se encuentre algo más fuerte ante su destino. ¿El tercer cielo es de este mundo ?
Estos 4 grados añadidos al rito de Perfección, procedentes de la Orden de los Escoceses Trinitarios, lindan con un fetichismo ligado a antiguos cultos que conviene relativizar.
En el grado 27, el Gran Comendador del Templo tendrá las manos libres de sus trabas tal como será anunciado : “os declaro desligado del yugo de la servidumbre de los hombres, no estaréis más sometido a hermano alguno, todos os respetarán, no os iguala más que vuestro soberano Tribunal”. Igualdad, respeto, libertad, y deberes recíprocos, son los valores cardinales de este grado reunidos alrededor de una mesa redonda.
En el grado 28, el Caballero del Sol se libera de sus últimas ilusiones, mediante un retorno a las Leyes de la Naturaleza, ahí donde “el mal y sus manifestaciones forman parte de la armonía universal” y donde “toda armonía se renueva sin cesar por el juego de fuerzas contrarias”, (incluso aunque estas nociones hayan sido introducidas tardíamente). Es por esto que algunos rituales dejan la libertad necesaria para entrever la misma acción según dos puntos de vista opuestos (uno interesado y vil, el otro humanista y sabio), como bajada del pedestal edénico en el que los hombres se colocan con demasiada frecuencia. Es preciso decidirse a ver el mundo y los hombres tal como son. Sin angelismo, un simple restablecimiento lúcido de la perfectibilidad del hombre, ahí está el capital de la Masonería. La violencia parece inscrita en nuestros genes y la Verdad esta toda entera contenida en nuestro corazón, allí donde se ha refugiado por temor de lo que los hombres han hecho. No se manifiesta más que si se sabe encontrar y liberar, más allá del bien y del mal.
En el grado 29, el Gran Escocés de San Andrés, caballero constructor, comete el error de querer imponer su verdad en lugares orientales habitados por otras costumbres, otras creencias. Infiltrados por el enemigo, los Caballeros regresan, acogidos como vencedores en Escocia. Los límites a la libertad están planteados de nuevo, allí donde las creencias o la razón se conviertan en dogma. “Venerar la pura razón, servir la Verdad, proteger la Virtud, combatir por el Derecho”, que son los credos del grado, no son universalizables mas que en la medida del respeto a otras culturas. Así se muestra que es preciso saber regresar de los viajes necesarios, que no deben limitarse a guerras ideológicas, santas o colonialistas (o de conquista mercantil, se podría añadir hoy).
Este tercer punto de retorno (después de los de los grados 13 y 21) no será el último del proceso, el escalón más alto de la escalera en el grado siguiente será otro.
En el grado 30, el Caballero Kadosh, que clama “Haz lo que debas, pase lo que pase”, parece conquistado por una libertad total, la de un justiciero, que busca reparación desde un campamento itinerante. La progresión iniciática, con sus conocimientos adquiridos, sus virtudes probadas y sus vicios reprobados, podría así permitir la acción en oposición a las “potencias del mal”. El Caballero Kadosh, que busca “la luz de la libertad para quienes no abusan de ella”, no se conforma con estar sometido a una legislación, se erige en legislador. En “soldado de lo universal”, se prescribe la ley a la que obedece para lograr su libertad. Ya que la libertad no puede existir fuera de toda ley. Teniendo la razón como juez de la moral, el hombre tiene la facultad de darse a sí mismo la ley que no puede encontrar en nadie sino en él mismo. Su conciencia le da un incremento de su autonomía por su propia determinación en relación a esta ley, para su buen uso en la acción. Pero ¿cómo el Caballero Kadosh, en su cruzada y su combate reparadores, en su conjuración de los maleficios, puede enorgullecerse de la suficiencia de su deber, de la inocencia de su intención, de la rectitud de su acción, de la impunidad de las consecuencias de sus actos, cuando, aunque sean puras sus armas, pueden volverse contra él ? La convicción, aunque sea lúcida, ¿es suficiente para justificar la acción ? Y este nec plus ultra que domina los conocimientos, los valores y las virtudes de la escala, ¿está en la cumbre de la conciencia del Masón Escocista o más bien en el abismo de su indigencia ?
En el grado 31, el Gran Inspector Inquisidor Comendador adquiere la libertad de juzgar en el Gran Tribunal del mundo, pero con equidad y responsabilidad, por tanto, sin pronunciar sentencia. La libertad del grado consiste en interpretar la ley, haciendo caso omiso a los casos particulares, para borrar las desigualdades. Pero ejercer su facultad de juzgar, es también saber discernir en el límite del entendimiento, según un esquema de lectura ética de la vida y de los valores morales de referencia. También, la libertad está subordinada a los principios judiciales inherentes a las costumbres, y más todavía, a lo humano. El masón reencuentra en este grado un lugar pacificado, en el que la ley y la justicia reemplazan a los combates trágicos de la libertad contra la fatalidad. El orden está simbólicamente restablecido. Es el final de la venganza, del castigo, de la justicia arcaica, sea salomónica o divina, que hacían el oficio del destino. Una función nueva de regulación y moderación ha tomado su lugar.
En el grado 32, el Valeroso y Sublime Príncipe del Real Secreto, practica un arte de vivir fundamentado en un ideal de libertad razonable, ya que saber hacer y saber qué hacer son cosas que van a la par. Pero, si el ritual evoca una convergencia solidaria y una atención a las circunstancias, es para proseguir el combate por “el derecho a la libertad de conciencia” en el campo del compromiso, objetivo final, donde se procurará estar dispuesto a asentar el Templo inicial convertido en ciudadela, ya reconstruido, fortificado y ocupado por otras comunidades de pensamientos y convicciones diferentes, enemigos ancestrales. La lucha continua y la guerra no tendrán salida más que para aquéllos que mueran. “Yo he sido lo que sois vos, y vos seréis lo que yo soy” recuerda útilmente el ritual. El hombre parece condenado a vigilar y guerrear por su supervivencia, pero también por las creencias, incluso por las ideologías con las que se identifica.
La Masonería fundamenta su método iniciático sobre el tema de la construcción de un edificio sólidamente anclado, luego sigue con el tema de su apropiación por todos los medios, intentando una posesión sedentaria que resulta ilusoria, para terminar, después, en exilios y destrucciones, en reconstrucciones y fracasos, en un deambular nómada, primero reparador, luego justiciero y por último combativo. ¿Es éste el destino del Masón ? Liberar sus frustraciones o su agresividad en la provisionalidad, batirse por o contra cualquier cosa, estar forzado a destruir, destruir lo que otros han construido, destruir (voluntariamente o no) lo que él mismo ha construido, cualquiera que sea el coste.
Este análisis esquemático, ¿limita la esperanza de libertad del iniciado, héroe trágico en el camino del devenir ?
En el grado 33, el Soberano Gran Inspector General está dividido entre el sentimiento de culminación de un recorrido ya terminado y el de perspectiva de un ciclo a recomenzar sin cesar en un mundo abierto. El grado invita a mirar con lucidez la evolución masónica para percibir que un grado no llega para superponerse a otro anterior. El compromiso con la Orden incita a practicarlos todos simultáneamente, como si un frente que contiene pasado y presente avanzara en la temporalidad, para un porvenir prometedor. La liberación, en tanto que se realiza, no se practica por el olvido, incluso aunque el recorrido invite a depurar los conocimientos.
La libertad del Escocismo es ante todo compromiso y responsabilidad en un mundo improbable en marcha, y todos los grados contienen su parte de verdad.
En efecto, si la mayoría de los grados pone en perspectiva una libertad respaldada por la conciencia de una voluntad razonable, están interrumpidos por otros menos humanistas, pero también humanos (¡demasiado humanos, quizá !), que ponen en escena la satisfacción de necesidades inmediatas, frecuentemente por la fuerza y la violencia. Estos últimos, cuyo origen puede ser atribuido a las necesidades, pero sin duda también esencialmente a las creencias, se saldan frecuentemente en fracasos formadores que relanzan la epopeya del Escocismo. Otros grados, en cuyo fundamento está la conciencia de un mundo más grande que uno mismo, ponen de relieve la apertura del espíritu y la alteridad. Hay otros, por último, que exacerban la necesaria expresión del ego y el horizonte de su finitud en la cual está circunscrita la libertad.
El recorrido masónico del REAA, a través de su simbolismo, sus escenificaciones y sus mitos, hace aparecer así las facetas de una Libertad compleja, no monolítica y sin cesar puesta en cuestión. Y por tanto, el sentido filosófico del recorrido permite pensar que el Mason tiene la vocación de ser un hombre justo, un hacedor de leyes, que debe crear según va avanzando por el camino de la vida. En contrapunto, la postura del Masón en los Consistorios, los últimos espacios de trabajo en el REAA, dan la impresión de que el recorrido iniciático, lejos de haberle cambiado, le han proporcionado por el contrario las armas y los instrumentos necesarios para confortarle en sus convicciones iniciales. Solamente su mirada sobre sí mismo y sobre el mundo cambia, pero su fuero interno permanece inmutable. Mejor equipado y mejor armado, aguerrido en el arte de la retórica, frecuentemente revestido con su ropaje de pensamiento masónico, sabrá usar la elocuencia necesaria para explicar lo que es él, en lo que cree, con las referencias culturales adquiridas en Logia, pero sin fondo ético, el que ha permitido su cooptación inicial en el seno de la Orden, para continuar siendo él mismo. En efecto, tan pronto como el consenso humanista es superado en el discurso en Logia, cada uno permanece acampado en sus posiciones. Son raras las conversiones, sean progresivas o catárticas. Parece comprobarse aquí el adagio que dice : “Uno se convierte en lo que es, porque es en lo que uno se ha convertido”. Las creencias de cada uno son en definitiva el motor de la existencia, lo que permanece en uno mismo, sin que se sepamos verdaderamente el porqué.
Entonces, ¿la masonería es una coartada para darse a uno mismo una buena conciencia humanista ?
La vida es una lucha permanente, contra la entropía para todos, pero también contra el miedo para algunos (¿menos afortunados ?), que se pelean contra sí mismos y contra los otros para existir. ¿Combates necesarios o vanas gesticulaciones ? ¿Combates mediocres o buenos sentimientos ? Y por tanto, es a este precio como se conquistan las libertades. Un ser que pierde su energía vital pierde su lugar entre sus congéneres ; es la dura ley de la evolución de las especies. También se puede estimar, a falta de otras explicaciones, que habría un instinto salvador, frecuentemente belicista, superior a la legalidad, que se transluce en las costumbres y que escapa a la cognición, porque es necesario para sobrevivir. Las luchas nos confirman que vivimos, y la masonería no se escapa de estos combates. Teóricamente no sometido, el Masón debe no obstante defenderse de eso que se llama la Orden, noción por otra parte masónicamente vaga, con el riesgo de comprometer una parte de su libertad. Así, las luchas son inmorales en el grado 3º para adquirir un poder ilusorio, vengativo en los grados 9º y 10º para reencontrar un equilibrio psicológico, –a la vez guerrero, salvador e ilusorio en los grados 15 y 16–, para encontrar una libertad tan esperada y poder continuar construyendo, como reparadores en el grado 30, y conquistadores en los grados 29 y 32, pero ¿esas luchas son legitimas ?
Curioso destino el del hombre, que se cree libre pero que no hace más que “bailar encadenado”… Solo su conciencia y su libre albedrío pueden ser sus guías. ¿Pero que libertad cabe esperar de lo necesario y de la acción contingente ? ¿Disponemos de libertad para nuestras elecciones ? Freud responde a esta cuestión con un pesimismo realista, sin ninguna duda parcial, planteando la reflexión de que “el libre arbitrio es la elección de la neurosis”. Esta idea de liberación en la constricción muestra en resumen que el hombre es prisionero de su condición, no puede superar la altura del mito y de la cultura que genera, y en la espesura del lenguaje, se opone muy frecuentemente a la búsqueda de la palabra verdadera, a la liberación del sentido aprisionado.
“Sin suelo, sin orden, sin origen, el ser no es nada, dijo Heidegger, le es necesario tener una historia”
“La vida, cuando no es sufrimiento, es juego” declara Cioran y, cualquiera que sea el medio empleado (orden, violencia, fuerza, altruismo, amor), la libertad se sitúa entre creencia, deseo y necesidad. ¿La sabiduría no es, finalmente, más que una aceptación, un compromiso con el destino, a la vez que la disciplina de los deseos ? Está bien, que se reivindique nuestra libertad de pensar, en tanto que estamos dotados de razón y de espíritu crítico, de voluntad y de determinación, pero estamos simplemente condenados a esperar…
Mundo inteligible | Mundo sensible | Mundo intuitivo | Mundo inconsciente |
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Consciencia de una voluntad razonable | Satisfacción de necesidades inmediatas | Consciencia de un mundo más grande que uno mismo | Expresión del ego |
Actuar por deber | ctuar por interés | Actuar por compasión | Actuar por impulsos |
La ley moral obliga | Los instintos guían | La empatía es lo que prima | La emoción conduce |
Humanismo | Necesidades y Creencias | Benevolencia | Deseos |
1, 2, 4, 6, 7, 8, 11, 12, 15, 16, 17, 20, 22, 30, 31, 32, 33 (27, 28) | 3, 9, 10, 21, 23, 24, 25, 29 (28) | 5, 18, 19, 26 (27, 28) | 13, 14 (28) |
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