Por: Nicolás Quiles
Una de las tres columnas sobre las cuales descansa la masonería especulativa es la Libertad, que podemos definirla, desde el punto de vista filosófico, como la capacidad que posee el ser humano de poder obrar según su propia voluntad a lo largo de la vida lo que, lo hace además responsable de sus actos. El estado de libertad define la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto, ni impedido al deseo de otros de forma coercitiva. La libertad permite al hombre decidir si quiere hacer algo o no, haciéndolo también responsable de sus actos. Si el hombre no es responsable de sus actos, se entiende la libertad como libertinaje. Así la libertad implica una clara opción por el bien, solo desde esta opción, se estaría actuando desde la concepción de la teleología.
La primera representación escrita del concepto de libertad, se cree que es la palabra sumeria escrita en cuneiforme
Ama-gi
que traducida literalmente significa “volver a la madre”.
En castellano, la palabra proviene del latín “libertas – atis”. La palabra inglesa correspondiente es “freedom” que proviene de una raíz indoeuropea que significa “amor”; curioso resulta que en la misma lengua, la palabra “afraid” que significa “miedo”, tiene la misma raíz.
Hay filósofos que señalan una importante diferencia entre la “libertad de” (libertad negativa) y “libertad para” (libertad positiva); en cuanto al primer caso, el hombre no es libre de desafiar la realidad; pero si es libre de intentarlo, pues nada se lo impide. En el segundo caso, la ausencia de obstáculos en el camino de la acción, faculta para tomar decisiones que conduzcan a ser libre.
La libertad tiene como precepto la autoconciencia y la responsabilidad moral, por lo que es individual en esencia, pues no puede nadie dar su propia libertad a otro, así mismo, esto hace que sea imposible eliminarla o contradecirla y es por ello que todos los actos humanos pueden ser imputables (libre albedrío). Puesto que está situada en la interioridad de la persona, lo define. No se puede concebir que se sea realmente humano sin el deseo y el ánimo de ser libre de verdad.
Desde un punto de vista interior del ser, se define la libertad, para una persona, como la autonomía interna o la maestría sobre la condición interna, que nos brinda o nos permite la posibilidad de actuar de acuerdo a los dictados de la razón, sus valores y en conformidad también con los valores universales como el bien y la verdad.
Ahora bien, todo lo expuesto es una explicación clara de lo que, según el razonamiento lógico, es la libertad desde la cosa consciente, construida desde la cultura y en concordancia con lo que la sociedad define como “hombre libre”. Pero si somos un poco más acuciosos y no estacionamos nuestro pensamiento solo en lo racional, observaremos que: Si aceptamos como buena, la idea de que el hombre es alma y cuerpo, y tenemos necesariamente consciencia de que, lo que realmente define al hombre, no es su cuerpo, sino su alma, ya que esta es la que le concede la vida al cuerpo. En concordancia con lo que conocemos sobre el cuerpo, sobre su finitud, enfrentada a la infinitud del alma, veremos qué: La conjunción que configura al ser, es una incómoda configuración, pues un elemento finito en el tiempo y el espacio, es recipiente de otro elemento infinito en forma y perdurable en el tiempo. Lo cual nos dice intuitivamente, que el alma está atrapada en el cuerpo, limitada, en espera de ser liberada, por lo que indefectiblemente será el fin del cuerpo que ocupa. Habiendo acordado que el ser es así descrito, tenemos que decir indudablemente que no existe hombre, en su condición natural, que pueda asegurar que es libre, pues el elemento que lo define está atrapado, restringido en sus capacidades y por ende limitado.
Aceptando hasta aquí, que el hombre común, por definición es esclavo de sí mismo, la libertad es un anhelo y un deseo propio del alma, con lo cual, escapa del mundo manifestado y es entonces un anhelo inalcanzable en el plano manifestado, sin embargo, no es imposible, puesto que la prisión que así se plantea es limitada en el tiempo. Visto así, el trabajo no debería ser de buscar la libertad en sí misma, pues esta llegará; parece más bien estar orientado a prepararse para el momento de la liberación, dado que este momento llegará sin duda, pero se puede llegar a él en una condición adecuada o no, y esto dependerá de la preparación que se haya hecho para el momento en que se alcance el estado de liberación.
Todo lo dicho es válido para el hombre común, pero podemos decir que hay hombres no tan comunes, que han podido liberarse de las ataduras del cuerpo, según lo señalan infinidad de relatos, en los que, siendo de diferentes orígenes y creencias, parecen coincidir en que es posible la separación temporal de la unidad que constituye el ser, vale decir, la separación temporal del cuerpo y el alma. Separación esta que parece lograrse en planos diferentes al manifestado, al menos por el hombre que ha hecho un trabajo serio para superar las limitaciones propias del hombre común. Es innegable que este trabajo es un trabajo que requiere un esfuerzo ubicado en la voluntad, pues sin ella es imposible superar los linderos y limitaciones propias al hombre común.
El trabajo del esfuerzo de voluntad que nos hará libres, aun cuando sea temporalmente, debe hacerse con ejercicios en el plano manifestado; pues en él habitamos y de él no podemos salir, en la condición cotidiana. ¿Cómo deben ser esos ejercicios? ¿Cuáles son y cuando se hacen?, no es tema de este artículo. Aquí me conformo con que el lector acucioso, tome conciencia de que no es realmente libre, pero puede serlo, aun cuando sea temporalmente. Ese ejercicio de libertad temporal es, de hecho un acercamiento o un atisbo a esa libertad definitiva y permanente que se alcanzara finalmente; así es como, es necesario que hagamos ejercicios tendientes a prepararnos para el momento definitivo en el que todos alcanzaremos esa libertad, para poder recibirla adecuada y convenientemente; a favor de lo cual, el hombre común debe procurar su elevación mediante el esfuerzo que implica el uso de la voluntad y la perseverancia.
El esfuerzo que conlleva al logro es de hecho, en sí mismo un trabajo de voluntad, pues implica superar la condición cotidiana o de comodidad, en la que el hombre existe comúnmente. La lucha se plantea pues, venciendo obstáculos, quizá físicos, en el ejercicio de emulación que permite los atisbos temporales, pues es hecho en el mundo físico. Pero ese esfuerzo activa en nosotros un intento interior, por el efecto de la perseverancia, jugando así una finta a la razón que activa el salto necesario que permite escapar a nuestro carcelero, aun cuando estos escapes sean solo momentáneos.
Conviene aquí recordar que el tiempo no es más que la suma de momentos, así pues la temporalidad marcada por los instantes, puede vencerse sumando instantes, intentando aumentar los períodos y al mismo tiempo la frecuencia de estos. Dicho así, pareciera que se plantea un problema de cantidad, pues según la razón, llenar la temporalidad conlleva a la permanencia. Sin embargo, en los asuntos fuera del tiempo y el espacio, pesa menos la cantidad que la armonía, por lo cual es necesario, buscar en el ejercicio la armonía con el entorno, la unidad con el todo, a fin de que la temporalidad desaparezca y gane fuerza el estado en sí mismo.
Innegable es que vida es movimiento y que vida en libertad, es sin duda movimiento en libertad, por ello el movimiento a voluntad y sin restricción es de hecho un ejercicio para prepararse para el momento final de verdadera libertad. Nuestro cuerpo tiene dos tipos de movimientos, uno voluntario, que el ser controla a través del manejo de sus acciones, la inteligencia y la razón y otro involuntario determinado por el funcionamiento interior de nuestro organismo, vale decir, la respiración, la circulación, las funciones relacionadas con la alimentación entre otras muchas. Dado que estos movimientos no son ejercidos por la voluntad, nos atan y nos limitan, de forma que vencer estas funciones involuntarias por la voluntad es un ejercicio de libertad y por tanto de liberación. Lo anteriormente dicho es la razón por la cual, las culturas orientales, de forma generalizada, tienen en la meditación una herramienta para vencer y doblegar a voluntad los movimientos que hasta ese instante, son involuntarios en el ser.
El aquietamiento de los movimientos involuntarios, por la voluntad, es equivalente a abrir una puerta de escape de nuestra alma. En Occidente, el equivalente a la meditación es la oración, pues por repetición incesante de frases que además se orientan a generar calma en nuestra mente, puede llegar a relajar el trabajo que continuamente hace la mente en el control del accionar del cuerpo, llegando a distraerla concentrándola en la sola repetición de frases.
Parece contradictorio que, con ejercicios de dominación liberamos; pero esto se debe a que para ejercer la voluntad es necesario que sea esta, la que establece el orden necesario para el control. Por otra parte, el control ejercido sobre sí mismo, es una manifestación de libertad, pues es un control que se ejerce por voluntad; entendiendo al sujeto como el que controla la acción y no la acción la que controla al sujeto.
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