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domingo, 9 de julio de 2017

El Antiguo testamento y las fuentes que lo confeccionaron

El Antiguo testamento y las fuentes que lo confeccionaron

La fe judeo-cristiana proclama que solo existe un dios verdadero y todopoderoso. Ese dios es el creador de todas las cosas y así, dicen, se manifiesta en la Biblia. Pues bien, si nos basamos en la biblia veremos que el actual dios hebreo es un compendio, plagio y adaptación de varios dioses y no el único que proclaman los creyentes.

La biblia es, más bien, una recopilación de textos escritos la mayoría por autores anónimos y compuesta por tantas fuentes como sacerdotes y lideres político-religiosos tuvo el pueblo hebreo.

Índice de Contenido 

Las fuentes que confeccionaron la Biblia

Tanto Henning Bernhard Witter (1711), como Jean Astruc (1753), como Johann Gottfried Eichhorn (1780) pusieron por escrito las evidencias que demostraron que el antiguo Testamento fue escrito principalmente por dos fuentes claramente distintas: Yahvista y Elohista. Como bien resume Pepe Rodríguez (Mentiras fundamentales de la Iglesia católica):

La observación que hicieron esos tres analistas fue tan sencilla como darse cuenta de que en los libros del Pentateuco (los cinco primeros de la Biblia, que tienen a Moisés por supuesto autor) había muchas historias que se duplicaban, pero que lo hacían con notables contradicciones al relatar los mismos hechos, usaban estructuras de lenguaje diferentes y, en especial, variaba de uno a otro el nombre dado a Dios: uno le identificaba como Yahveh y el otro como El o Elohim, de ahí el nombre que se dio a esas fuentes. Dado que ambos autores escribieron al dictado de los acontecimientos sociopolíticos que les tocó vivir y de las necesidades legislativas que se derivaron de esos momentos, el análisis de contenido de sus textos muestra claramente como el yahvista vivió en Judá mientras que el elohísta lo hizo en Israel. En algún punto de la historia ambas tradiciones se juntaron y fundieron en una sola.



En dicho análisis se demostró que la biblia (más bien el Tanaj o Antiguo testamento) estaba compuesta por varias fuentes:
La fuente J o yahvista (por usar el nombre de YHWH, transliterado como Jehová o Yahveh para Dios), esta fuente provendría del Reino del Sur y se localizaría alrededor del año 850 a. s. C.. Habría contribuido en los episodios en que Dios se manifiesta en conversaciones amistosas, en términos humanos y familiares, habla con Caín, Noé, el huésped de Abraham y sería el redactor de la Creación del capítulo segundo del Génesis.
La fuente E o elohista (por usar Elohim), del Reino del Norte, anterior al 721 a. s. C.. Aportaría los episodios en que Dios se manifiesta en sueños y visiones, como la zarza o la historia de José. Su estilo es más sobrio.

J y E escribirían buena parte de Génesis, Números, y Levítico.
La fuente D o deuteronómica (con estilo y vocabulario distintivos), localizable en Jerusalén en torno al año 621 a. s. C., durante la reforma de Josías. Estilo directo y cordial. Aportaría los libros del Deuteronomio, Josué, Jueces, Samuel y Reyes.
La fuente P (del inglés priestly o del alemán priestercodex-sacerdotal) proporcionó instrucciones rituales muy detalladas (ritos, sacrificios, leyes, prohibiciones, papel del shabat, genealogías). Localizable en la cautividad de Babilonia, siglo VI a. s. C., en la escuela sacerdotal de Ezequiel. Aportaría todo el Levítico, la mayoría de Números, la mitad de Éxodo y parte de Génesis, especialmente el episodio de la Creación de su capítulo primero.
Diferencias y similitudes entre los dos Dioses

La fuente Elohista:

El dios nombrado e identificado es El (en hebreo se llamaba ???.) y es una palabra semítica del noroeste, que tradicionalmente se traduce como ‘dios’ o ‘deidad’. Algunas veces, dependiendo del contexto, permanece sin traducción (quedando simplemente El).
Es un dios procedente de las tribus establecidas en Egipto. Los levitas esclavizados por el pueblo Egipcio.

La fuente Yahvista:

El dios nombrado e identificado es Yahveh (en hebreo ????, YHWH) y sus variantes conjeturales Yahweh, Yahvé, Yavé, Iehová, Jehovah y Jehová se refieren al nombre del Dios de la Biblia.
Es un dios procedente de las tribus establecidas en Canaán (Cananeo). Procede de la mitología cananea.

Tanto en una como en otra el dios descrito es «misericordioso y clemente, tardo a la ira, rico en misericordia y fiel, que mantiene su gracia por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero no los deja impunes, y castiga la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 34,6-7).

La fuente sacerdotal:

Dios es «justo», no «misericordioso» o «fiel» — conceptos que no emplea jamás—, por ello ha establecido un conjunto de reglas específicas mediante las cuales se puede obtener su perdón, aunque, eso sí, con el concurso del sacerdote, que es el canal adecuado para llegar hasta Dios, y haciendo la correspondiente ofrenda.

El pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) o Tanaj (Antiguo testamento) y Torá (“La ley” resumida en el Pentateuco) fue escrito en hebreo, griego y arameo. Pese a que los fieles y religiosos creen que es un conjunto de textos sagrados y profecías escritas, no es más que la suma de relatos y aspiraciones político-religiosas de un pueblo que jamas consiguió grandes logros. Sus relatos cuentan historias con batallas exageradas, mitos plagiados de varias culturas adaptados a su religion y leyes humanas. Para conocer la historia de la biblia, como y por que y quienes la compusieron, solo es necesario indagar en la historia misma del pueblo que la escribió.
Cronología histórica del pueblo hebreo y de las fuentes bíblicas

Achelense: Esta cultura esta datada entre 2,5 millones de años a 200.000 a. e. c (Oriente medio)

Se estima que el Olduvayense, o industria de modo 1, apareció en el este de África hace 2,5 millones de año, en tanto que elmodo 2 se originó hace por lo emnos 1,65 millones de años según los restos más antiguos encontradosen la región deTurkana occidental, en Kenya La tecnología achelense se extendió primero por el valle del Rift y África Oriental, como demuestran, por ejemplo, los hallazgos en la Capa II del yacimiento de Olduvai, en Tanzania y en la región de Konso, en el sur de Etiopía, que datan de aproximadamente 1,5 millones de años. 2 Se caracteriza por los bifaces, hendedores (bifaz al que han dado un golpe oblicuo) y por una elaboración más compleja, pudiendo dividirse en varias fases de perfeccionamiento. Se atribuye su primer uso al Homo ergaster Aunque la zona del oriente próximo fue ocupado hará cerca de dos millones de años (Riwat, Pakistán), hace 1,4 millones de años aparece el achelense por primera vez. En concreto, en el yacimiento de Ubeidiya, en Israel, y su presencia es constatada hasta hace al menos 200.000 años, enHolon, también en Israel. También se han encontrado restos del achelense en Pakistán y Siria (700.000 – 500.000), así como en otros puntos de oriente próximo, pero la gran mayoría de restos de todo el intervalo 1,4 – 0,2 m.a. proceden de Israel.

Ahmariense: Esta cultura está datada entre el 36.000 a. e. c. y 22.000 a. e. c.

Aparentemente deriva del Emiriense y es posible que, a su vez, genere un Kebariense temprano (o Kebariense laminar, 22 000 a. s. C.-13 000 a. s. C.). Se caracteriza por una tecnología fuertemente laminar: de hojas y hojitas, en cuyo instrumental abundan las piezas de dorso, y los cuchillos, pero el fósil director es la punta de base retocada o punta de El-Wad. En cambio, escasean los buriles, por lo que las piezas óseas son de factura muy diferente a las Auriñacenses, habitualmente confeccionadas con estos utensilios especializados.

Kebariense: Esta cultura esta datada entre el 16.000 a. e. c y el 13.000 a. e. c.

Cultura perteneciente al Epipaleolítico en el Próximo Oriente, concretamente es la primera cultura epipaleolítica situada en esta región, anterior al Natufiense. Podría proceder de la fase Ahmariense situada en el Paleolítico Superior. Se extiende hasta el desierto de Negev y por la costa hasta el Líbano. Cronológicamente, se inicia entre el 16.000 y el 13.000 a. s. C, cuando las condiciones ambientales de la zona mejoraron, pues se pasó a una fase más cálida y húmeda, y terminó aproximadamente en el año 11.220 a. s. C. Dicha mejora ambiental permitió expandirse a los cazadores-recolectores por la zona. El utillaje lítico comienza por la presencia de pequeñas láminas de borde abatido, denominadas puntas de Kebarah, y, en su fase final, destacan las laminillas y microlitos geométricos.

Natufiense: Esta cultura esta datada entre el 11.140 a. e. c y el 7845 a. e. c.

Cultura del Epipaleolítico Final y Mesolítico que se extiende por toda la zona del Próximo Oriente, desde el Eufrates hasta Egipto y los desiertos situados al sur. Cronológicamente está situado entre el 11.140 y 7.845 a. s. C aproximadamente. Su nombre fue definido por Dorothy Garrod en 1932, a partir del yacimiento de Uadi-en-Natuf, situado en Israel. De especial importancia es el yacimiento de Jericó, pues fue un poblado protegido por una inmensa muralla.

Entre el undécimo milenio a. s. C. y el noveno se desarrolla en Canaán la civilización Natufiense, seguramente nómada, de la que se encuentran algunos vestigios. Esta civilización estaría compuesta por dos grupos de poblaciones ligeramente diferentes, por una parte los antepasados de pueblos del tipo eurafricano (los que serían Canaán, Mesopotamia, Irán yAnatolia en tiempos históricos) y los ancestros de pueblos proto-mediterráneos, también numerosos en Canaán.

A partir del IX milenio a. s. C. las tribus neolíticas domesticaron plantas, animales, se sedentarizaron y practicaron la agricultura y la ganadería. Entre los años 10.000 y 8.000 a. s. C., las herramientas de hueso adquieren importancia y los útiles de piedra un desarrollo característico. Durante este período las condiciones climáticas son favorables a los asentamientos humanos, con más precipitaciones y temperaturas suaves.

A partir del séptimo milenio a. e. c.

La ciudad de Er Riha (Jericó) se alza como una de las más antiguas del mundo, es la época en que se constituyen las primeras ciudades. Durante el último cuarto de este milenio aparece la cerámica, así como otras formas de artesanía.

Canaán del 6000 al 5000 a. e. c.

Se suponen desplazamientos de población que pueden ser debidos a variaciones climáticas. Tanto las montañas como la región costera están ocupadas por una civilización de carácter forestal, como da prueba el predominio de instrumentos destinados al trabajo de la madera.

A mediados del quinto milenio a. e. c.

Los antiguos asentamientos del valle del Jordán, como Jericó, fueron ocupados de nuevo debido a la mejora de las condiciones climáticas.

Al final del V milenio a. e. c.

Canaán alcanzó un nivel de desarrollo económico y cultural que le acercaba al de las civilizaciones del norte de Siria que se habían beneficiado antes de influencias mesopotámicas.

IV milenio a. e. c. (4000 y el 3000 a. e. c.)

Pese a que la civilización sumeria acababa de inventar la escritura cuneiforme durante este siglo (3300-3200), el pueblo hebreo aun no poseía escritura, ni textos “sagrados” ni se había comunicado aun con su dios (o dioses). El primer texto hebreo se supone que es el relato del Génesis, el cual fue escrito cerca de 2200 años después de las tablillas encontradas por el Instituto de Arqueologia Alemán que ya narraban en el Poema de Gilgamesh el relato del diluvio y la construcción de un arca para salvar a todas las especies animales. Al parecer el Dios hebreo fue mas tardío en ponerse en contacto supuestamente con Moises que los dioses sumerios con los babilonios.

La civilización cananea se organizó con un sistema de ciudades-Estado, fruto de la fusión entre agricultores sedentarios y pastores seminómadas. En la primera parte del milenio llegaron desde el norte las técnicas metalúrgicas y el trabajo del marfil. Aparecieron estructuras técnicas y económicas adaptadas a las regiones secas: allí se instalaron pequeñas colectividades que vivían del cultivo de cereales y de la cría de ganado mayor y menor. En la segunda mitad del IV milenio comienza la influencia egipcia sobre la región.

Además de la cultura mesopotámica, los egipcios también inventaron y usaron un tipo de escritura mucho tiempo antes que los hebreos. La escritura egipcia eran los Jeroglíficos, que aparecieron también sobre esta época (3300 – 3200 a. s. C). Dos culturas ya poseían escrituras que relataban acontecimientos culturales y religiosos propios mientras que los hebreos aun no poseían ni idioma ni escritura propios.

Hacia el final, la civilización de los agricultores y ganaderos desaparece sin que sea posible establecer vínculos con la formación de la civilización cananea del III milenio a. s. C. Hasta 2400 a. s. C. el clima fue un poco más húmedo que hoy día.El comienzo de intercambios entre Canaán y Egipto gracias al Camino de los Reyes que cruzaba el desierto de Sinaí, hacia el final del IV milenio a. s. C., es un acontecimiento de primera importancia ya que hasta entonces Canaán había sido un “callejón sin salida” sujeto solamente a influencias asiáticas. Estas relaciones tomaron una amplitud considerable, gracias a la utilización de bueyes como animales de tiro, capaces de cruzar los aproximadamente 200 kilómetros de casi desierto que separan el sur Cananeo del delta del Nilo. Por lo tanto, el Levante comienza a desempeñar el papel de zona de paso, donde se cruzaban las influencias, y a menudo las armas, de los grandes imperios de Egipto y el Oriente Próximo asiático.

Periodo Cananeo. Datado entre el 3000 a. e. c. y el 1500 a. e. c.

El tercer milenio a. s. C. es el de la civilización cananea que se extiende hasta tiempos históricos. Aunque la escritura no aparezca en la región antes de la segunda mitad del segundo milenio, habida cuenta del estado de superproducción, centralización y redistribución de los excedentes alimentarios, los historiadores consideran que este nuevo orden económico, social y político señala la entrada en la historia en el transcurso del III milenio. Debido a los intercambios con Egipto, la región se desarrolla y se enriquece, especializándose en el comercio de cerámica, mientras numerosas ciudades se desarrollan y consolidan. Al final del III milenio a. s. C. las poblaciones seminómadas cruzaron el Jordán y penetraron en Canaán, causando el hundimiento de las estructuras socioeconómicas existentes: se destruyeron y abandonaron las ciudades, y la economía volvió a la ganadería. A partir del siglo XIX a. s. C. comenzó un aumento de los asentamientos permanentes y una disminución del número de tribus, pero permaneciendo aún muy cerca de la organización tribal. Este período durante el cual los desplazamientos entre Asia, desde Mesopotamia, y Egipto eran intensos, corresponde a un momento de agitación interno que sirvió de preludio a la invasión de Egipto por los hicsos(Príncipes de los países extranjeros). Durante este mismo período, las ciudades Cananeas comenzaron a rodearse con murallas. La existencia de la ciudad cananea de Ourousalim(Jerusalén) se certifica en escritos que datan del siglo XXI a. s. C.

Es durante este periodo cuando ese pueblo seminómada coge y plagia costumbres religiosas y culturales que más tarde añadiría a su nueva religion monoteísta. El relato del Jardín del Edén y el del Arca de Noé son parte de esos relatos que más tarde se introducirían en los textos Yahvistas y Elohistas como propios por el pueblo hebreo al mezclarse en el siglo X a. s. C.

Los ataques e infiltraciones repetidos abrieron a los hicsos el camino hacia la parte oriental del delta del Nilo, donde se instalaron e hicieron de Avarissu capital en el siglo XVI a. s. C. En esta época, Canaán, parte de un imperio colocado bajo la autoridad de Avaris, alcanzó un nivel de civilización notable: potentes fortificaciones rodeaban las residencias de los reyezuelos cananeos, en guerra permanente unos contra otros y que recurrían a los carros de guerra arrastrados por caballos. Las desigualdades sociales se muestran claramente: Se construían espaciosas residencias que contrastaban con los cuchitriles que sus contemporáneos ocupaban. Las tumbas, cavadas en la roca, eran sepulturas generalmente familiares; armas y joyas de buena calidad acompañaban los restos de los difuntos afortunados. En el ámbito de la cerámica, las formas imitan al metal. Se ve extenderse por la región una alfarería hicsa: negra, pulida e incrustada de pasta de caliza blanca, así como trabajos sobre marfil de gran calidad; también son reputados los cananeos del norte (proto-fenicios) por el tinte en púrpura.

Hacia 1850 a. s. C. la ciudad de Ascalón se convirtió en capital de un reino y en puerto muy activo sobre el Mar Mediterráneo, desde donde se exportaban los productos del interior. Rodeada de una muralla de 2 km de circunferencia, la ciudad debía contar con cerca de 15.000 habitantes.

En esta época comienza la migración de las tribus de Israel hacia Canaán, posiblemente desde el sur de la región caucásica. No existe documentación histórica verificable. Según el Antiguo Testamento, es el periodo correspondiente a Abraham, Isaac y Jacob, que abarcaría hasta 1650 a. s. C.aproximadamente.

Completando la liberación nacional emprendida por los faraones de la décimo séptima dinastía, Amosis se apoderó de Avaris y expulsó a los hicsos hasta Asia. Así pues, hacia mediados del siglo XVI a. s. C. Egipto conquistó Canaán donde el protectorado egipcio se mantuvo durante tres siglos y medio, durante los cuales la situación internacional sufre numerosas modificaciones: los conflictos con los hititas y las frecuentes rebeliones de los beduinos acampados en el Negev y Sinaí implicaron destrucciones, saqueos, y deportaciones.

Gracias a esos conflictos y el contacto con el pueblo Hitita, el pueblo hebreo coge y plagia los códigos de vasallaje hititas (Código Hammurabi) para ser usados más adelante como la Torah, libro que se atribuye a Moisés (Moshes- Egipcio)

Periodo Egipcio (dominación egipcia- Exodo). Datado entre el 1550 a. e. c y el 1450 a. e. c.

En el Génesis se relata cómo algunos de los descendientes de Israel se convirtieron en esclavos egipcios. Se han dado varias explicaciones para explicar las circunstancias bajo las cuales esto ocurrió, algunos historiadores creen que pudo haberse debido al cambio de las condiciones políticas en Egipto: en 1650 a. C. el norte de Egipto fue conquistado por tribus de un pueblo llamado Hicso por los egipcios, al parecer una mezcla de semitas y de hurritas. Los hicsos fueron expulsados por Amosis I (1550 – 1525 a. s. C.), el primer faraón de la décimo octava dinastía con la que comienza el Imperio Nuevo. Amosis destruyó la capital de los hicsos en Avaris y sus sucesores conquistaron la ciudad de Saruhen (cerca de Gaza), y destruyeron confederaciones canaanitas en Megido, Hazor y Qadesh. Tutmosis III (1504 a. s. C. al 1450 a. s. C.) estableció el imperio de Egipto sobre el occidente del Cercano Oriente, derrotando a la confederación cananea en Megido y tomando la ciudad de Joppa, trasladando la frontera desde el Sinaí a la curva de Éufrates, logrando la máxima extensión territorial en la zona. (No son pocos los eruditos que lo mencionan como el emperador del Exodo) El dominio egipcio se mantuvo en la región de Canaán (zona en la cuál debían emerger Israel y Judá) hasta el reinado deRamsés VI, quien reinó circa 1150 a. s. C.

El Éxodo de Egipto de los israelitas y su cronología están en permanente debate. Kenneth A. Kitchen cree que ocurrió en el reinado de Ramsés II debido a las ciudades egipcias nombradas en el libro del Éxodo: Pithom (Pi-Atum) y Rameses. La evidencia de una presencia israelita en Canaán no se encuentra hasta seis años después de la muerte de Ramsés II, en la Estela de Merenptah, en una inscripción realizada por ese faraón sobre su campaña militar en tierras de Canaán hacia 1210 a. s. C.

El período entre el final de la décimo octava y principios de la vigésima dinastía fue particularmente confuso. La Biblia especifica que los israelitas salieron de Egipto 480 años antes de que el rey Salomón construyera el Templo (1ª Re 6:1). Esta construcción data aproximadamente del año 970 a.C. por lo que la fecha aproximada para el Éxodo resulta ser 1450 a. s. C. y ello refuerza las hipótesis de que Tutmosis III fue el “faraón del éxodo”.

1440 a. s. C.: reinado de Amenhotep II (circa 1450-1424 a. s. C.), durante el cual se encuentra en los textos egipcios la primera mención del pueblo Habiru (posiblemente hebreos). La evidencia recientemente descubierta parece indicar que muchos habirus hablaban hurrita; posiblemente era una casta social más que un grupo étnico, e incluso pueden haber estado incorporados en los grupos tribales de los primeros israelitas.

Circa 1400 a. s. C.: primera mención a los shasu en expedientes egipcios encontrados en el sur del Mar Muerto. Shasu es un nombre que contiene un grupo yavista, aunque la inscripción egipcia de Amenhotep III, en el templo de Soleb, “Yhw en la tierra del Shasu”, no utiliza el determinativo para un dios ni para la gente, sino para el nombre de un lugar.

1350-1330 a. s. C.: la correspondencia de Amarna da cuenta detallada de las cartas intercambiadas durante el período de dominación egipcia en Canaán durante el reinado de Akenatón. Los alcaldes locales, tales como Abdi Khepa de Jerusalén y Labaya de Siquem, eran delegados del faraón, y actuaban en su favor. Akenaton les informa de haber enviado a la región a un regimiento de Medjay (Nubia) para mantener orden. En este período comienza la expansión hitita en el norte de Siria, y se conoce la propagación de una epidemia en la región.

1300 a. s. C.: algunos comentaristas de la Biblia calculan el nacimiento de Moisés alrededor de esta fecha. Pero otros lo colocan antes del 1500 a.C.

1292 a. s. C.: comienza la Dinastía XIX con el reinado de Ramsés I. Ramsés II (1279-1213) firmó un tratado con los hititas después de cederles el norte del Levante. Condujo una campaña a través del territorio que más tarde sería Israel, después de la rebelión de los shasu que siguió a la batalla de Qadesh, estableciendo una guarnición egipcia en Moab.

Circa 1200 a. s. C.: el imperio hitita de Anatolia fue conquistado por tribus llegadas del oeste. Los cananeos de la costa norte, (llamados posteriormente “fenicios” por los griegos) pudieron haber sido desplazados temporalmente, pero regresaron tras la marcha de los invasores que no se asentaron en el lugar.

1187 a. s. C.: Invasión de Egipto por los Pueblos del Mar. Entre ellos estaba un grupo llamado P-r-s-t(primero registrado por los egipcios como P-r/l-s-t) identificado generalmente con los filisteos. Aparecen en una inscripción del templo construido por Ramsés IIIen Medinet Habu, donde describe su victoria contra los pueblos del mar. Los estudiosos de la biblia del siglo XIX identificaron la tierra de los filisteos (Filistea oPlesheth, con el significado hebreo de “invasores”) con Palastu y Pilista de las inscripciones asirias, según eldiccionario de la Biblia de Easton (1897). Otros grupos además de los filisteos eran los tjekker, dananeos y shardana. El contraataque de Ramsés III destruyó la mayoría de los sitios cananeos. El mismo faraón permitió más adelante a los filisteos y tjekker, y posiblemente también a los dananeos, reconstruir las ciudades del camino costero, llamadas en el Éxodo elCamino de los Filisteos, nombre que se utiliza para denotar la región costera habitada por este pueblo. Las cinco ciudades filisteas principales eran Gaza, Ashdod, Ekron, Gath, y Ascalón. La arqueología moderna sugiere intercambios culturales con Micenas. Aunque los filisteos adoptaron la cultura y la lengua local cananea antes de dejar cualquier texto escrito, se achaca un origen indoeuropeo para las pocas palabras filisteas conocidas.

1150 a. s. C.: problemas internos de Egipto conducen a la retirada de las guarniciones egipcias asentadas en Bet She’an, en el valle del Jordán, Megido y Gaza, durante el reinado de Ramsés VI.

Documentos egipcios registran la ocupación de altos cargos de la corte por asiáticos y la destrucción por éstos de varios templos. El sirio Bay (Ay) usurpó temporalmente el poder real desde el puesto de Visir, y la reina Tausert, madre del faraón Siptah, sustituyó a éste a su muerte como reina-faraón hasta que Setnajt se hizo con el trono y acabó con el caos. Estos acontecimientos pueden falsear las fechas que relató Osarsep, un sacerdote de Osiris en Heliópolis fuente de la Aegyptiaka de Manetón divulgada más tarde por Flavio Josefo.

Periodo de los Jueces (los Israelitas conquistan Canaán). Datado entre el 1400 a. e. c. y el 1100 a. e. c.

Claramente, el proceso de la infiltración israelita en Canaán es más complicado que lo narrado en la Biblia. El patrón del establecimiento y la génesis de Israel como pueblo fue un proceso complejo que implicaba principalmente a grupos nativos de pastores de Canaán (quizás incluyendo habiru y shasu), con una cierta infiltración de grupos exteriores, tales como hititas y arameos del norte así como grupos meridionales de shasus tales como los keinitas, alguno de lo cuales puede haber venido de otras zonas controladas por Egipto. Cuando Israel conquistaba Canaán, Egipto estaba nominalmente en control de la región. Genéticamente, los judíos demuestran tener conexiones con el pueblo kurdo y otros grupos del norte de Iraq, sugiriendo ésta como el área de la cual la mayoría de sus antepasados vinieron originalmente, un hecho confirmado arqueológicamente a partir del período Khirbet Kerak, período medio de la Edad del Bronce, con la expansión de los hurritas (horreos en el Tanaj), y con la de los shasu (= egipcio) y de ahlamu (= en acadio asirio, arameos) al principio de la Edad del Hierro. Según la Biblia, tras salir de Egipto, los israelitas vagaron por el desierto durante una generación, para invadir luego la tierra de Canaán destruyendo ciudades cananeas, como Ai, Jericó y Hazor bajo las órdenes de Josué. Sin embargo, este hecho también se lo adjudica Ramses II que asegura haber conquistado Canaán y destruido Jericó y otras ciudades circa 1200 a. C., a pesar del hecho de que Ai y Jericó parecen haber estado deshabitadas en este tiempo, desde que habían sido destruidas cerca del 1400 a. C. Muchos otros de los sitios mencionados en el Libro de Josué también parecen haber estado abandonados en el 1200 (fecha sugerida por Mattfield como la más probable para el Éxodo), pero estaban ocupados en el siglo VII a. s. C.. Otros grupos podían haber desempeñado un papel protagonista en la destrucción de centros urbanos durante la última edad de bronce, como los pueblos del mar, entre los cuales estaban los filisteos y los mismos egipcios, que invadieron la zona muchas veces. Las guerras entre las ciudades-estados vecinas han desempeñado probablemente un papel importante.

Si los israelitas regresaron a Canaán hacia el 1400 a. C., ésta era una época en que los grandes poderes de la región estaban concentrados entre Egipto y los ascendientes Hititas. Posteriormente, hacia el año 1200 a. s. C. fue la época de los “pueblos del mar”, en la que filisteos, tjekkers y posiblemente dananeos se instalaron a lo largo de la costa desde Gaza en el sur a Joppa en el norte. El Oriente Medio parecía vivir en una edad oscura, de la que tardó siglos en salir. La recuperación parece que comenzó en las ciudades comerciantes del área filistea, siguiendo hacia el norte, a las fenicias antes de avanzar hacia las zonas interiores, las colinas de Judea y Samaria (que recibirían los beneficios del comercio recién a finales del Siglo X a. s. C.). En sus ataques iniciales bajo Josué los hebreos ocuparon la mayoría de Canaán, que repartieron según las líneas familiares tradicionales derivadas de los hijos de Jacob y de José (las tribus de Israel). No había ningún gobierno formal, y el pueblo era guiado por los jueces. Los Jueces eran los líderes carismáticos de su tiempo, personas supuestamente inspiradas por el Espíritu Santo (Jue 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6,19; 15:14,19). Eran los pastores del pueblo que generalmente pertenecían a las familias más importantes de sus tribus (2ª Sam 7:7). En este tiempo, el nombre “Israel” se mencionó por primera vez en una fuente arqueológica contemporánea, la estela de Merenptah.

Época de los Reyes de Israel: Datada entre el 1100 a. e. c. y el 920 a. e. c.

Hacia el Siglo XI a.C, los hijos de los sacerdotes-Jueces tomaban “lo mejor de las ofrendas para sí mismos”. Se daban a la avaricia, el soborno y pervirtieron el derecho (1ª Sam 2:14; 8:3). Asimismo Trataban con desprecio la ofrenda del Señor (1ª Sam 2:17). La cohesión israelí y la protección que Dios brindaba a esa nación dependía de “seguir el camino del Señor”, por lo cual iban camino a la disolución. Al mismo tiempo la prosperidad volvió a la región al final de la edad de bronce, se recuperó el comercio con Egipto y Mesopotamia, y se abrieron nuevas rutas comerciales, desde Cadesh-Barnea al sur, de Hebrón, Jerusalén y Lakís en Samaria, a Siloé, Siquem y a través de Galilea, a Megido y todo el valle de Jezreel. Esta ruta amenazaba el monopolio comercial de los filisteos, que intentaron dominarla tanto directamente, con unaintervención militar contra las tribus de Israel, como indirectamente, promoviendo a mercenarios a posiciones de poder como los Achish de Gath, posteriores aliados de David. Según lo permitido en el capítulo 7 del Deuteronomio, Israel decidió elegir un rey para luchar con eficacia (I Samuel 8:6, 20) contra la amenaza de sus vecinos. Según los libros de Samuel, el último de los jueces, la nación pidió un rey porque los hijos de Samuel, que habían sido designados como jueces, emplearon mal su cargo. Aunque él intentó disuadirlos, los israelitas estaban resueltos, por lo que Saul ben Qish, de la tribu de Benjamín, fue ungido como rey por Samuel. Desafortunadamente no se ha encontrado ninguna evidencia independiente sobre la existencia de Saúl, aunque el primer período de la Edad del Hierro era una fase de expansionismo filisteo, lo que está de acuerdo con el relato bíblico.

Los filisteos se apoderaron del Arca de la Alianza (c. 1050 a. s. C.) y destruyeron, entre otros, Sión y el templo de Silo —el lugar de culto nacional más importante en esos días—, haciendo desaparecer con ello a su clero (que también practicaba artes adivinatorias en nombre de Yahveh), todo Israel se volvió hacia los profetas y los encumbró, sobredimensionando su papel social y, claro está, su importancia en los escritos bíblicos.

El Reino de Israel (en hebreo: ???????, Maljut Yisrael) abarcaba en la época de máxima expansión una extensión muy superior a la del actual estado de Israel, ya que se extendía del sur del Líbano a la península del Sinaí y del mar Mediterráneo al río Jordán, según las descripciones de Samuel. Las controversias aparecen constantemente: Según Finkelstein y Silberman, en la época de los reinados de David y Salomón Jerusalén parece estar despoblada o con solo unos cientos de habitantes: insuficientes para gobernar un imperio que abarcase desde el Éufrates a Eilath. Aseguran que la primera referencia independiente para el Reino de Israel es de 890 a. s. C., mientras que para el de Judá es aproximadamente 750 a. s. C. Sugieren que, debido a los prejuicios religiosos, los historiadores posteriores (es decir, los autores bíblicos) suprimieron los logros de la dinastía de Omrí(que la Biblia describe como politeístas) achacándolos a una supuesta edad de oro de los gobernantes monoteístas.

1020 a. e. c – Reinado de Saúl

El reinado de Saúl fue corto, gobernó relativamente pocos años y fue acusado de corrupto, aunque algunos manuscritos antiguos dan la cifra de 40 años (cf. Nuevo Testamento, que le da un reinado de cuarenta años); aunque basándose en el número de las batallas que se le atribuyen, es probable que reinase veintidós años. Murió en batalla contra los filisteos; (combate de Gilboá) batalla en la que David no participa, pues, siendo perseguido, tuvo que refugiarse al lado de un líder filisteo (Aquis). Según las fuentes, David y Saúl se habían convertido en enemigos, por lo menos desde el punto de vista de Saúl. Las fuentes describen a Jonatán, hijo de Saúl, o bien a Michal, su hija, (fuente anti-monárquica y monárquica respectivamente) como quien ayudó a David a escapar de Saúl, aunque asumiendo la reconciliación antes de su muerte. David ya había sido “ungido” como rey por Samuel (antes de la muerte de Saúl), pero un heredero, Ishbaal ben Saúl, asumió el control de Israel. Este gobernó solamente dos años antes de que lo asesinaran.
1007 a. e. c. – Reinado de David. (Judá)

Acabada la guerra con los filisteos, en medio del enfrenta-miento entre Saúl, primer rey hebreo (c. 1020-1010 a. s. C.), y David, el monarca ordenó matar a todos los sacerdotes levitas de Nob (I Sam 22), escapando sólo uno, Abiatar. Tiempo después, cuando el rey David subió al poder (c. 1010-970 a. s. C.), trasladó el Arca de la Alianza a un santuario de Jerusalén, previo todavía a la construcción del templo — con lo que convirtió a este emplazamiento en la «ciudad santa» que aún es hoy— y estableció un peculiar sacerdocio oficial, pensado para favorecer su necesidad de propiciar la unión política entre el norte y el sur de su país.

Dado que, en esos días, la religión invadía todos los ámbitos sociales, un monarca debía alcanzar legitimidad religiosa, buscado el apoyo de los profetas y sacerdotes, si querían gobernar sin problemas; por esta razón, y para satisfacer a los pobladores del norte y sur de Israel, el rey David nombró a dos sumos sacerdotes en Jerusalén que representaban ambas partes del país. Por el norte puso a Abiatar, el sacerdote levita que había escapado de la masacre que Saúl ordenó en Silo al ser protegido por David; por el sur eligió a Sadoe, sacerdote que, como todos los de su ciudad, Hebrón (la que fue capital de David en Judá), era considerado descendiente de. Aarón. De esta manera unió a las dos familias sacerdotales más antiguas y poderosas, la de Moisés y la de su hermano Aarón, pero la hábil componenda política duró bien poco. Acabada la guerra con los filisteos, en medio del enfrenta-miento entre Saúl, primer rey hebreo (c.1020-1010 a. s. C.), y David, el monarca ordenó matar a todos los sacerdotes levitas de Nob (I Sam 22),escapando sólo uno, Abiatar. Tiempo después, cuando el rey David subió al poder (c. 1010-970 a. s. C.), trasladó el Arca de la Alianza a un santuario de Jerusalén, previo todavía a la construcción del templo —con lo que convirtió a este emplazamiento en la «ciudad santa» que aún es hoy— y estableció un peculiarsacerdocio oficial, pensado para favorecer su necesidad de propiciar la unión política entre el norte y el surde su país.

Dado que, en esos días, la religión invadía todos los ámbitos sociales, un monarca debía alcanzarlegitimidad religiosa, buscado el apoyo de los profetas y sacerdotes, si querían gobernar sin problemas; por esta razón, y para satisfacer a los pobladores del norte y sur de Israel, el rey David nombró a dos sumossacerdotes en Jerusalén que representaban ambas partes del país. Estableció un sacerdocio oficial, los profetas siguieron gozando del prestigio adquirido durante los años de ocupación filistea; pero las transformaciones sociales internas que se originaron en esos días de gloria forzaron también el cambio del contenido y dirección de los dardos verbales propios de los profetas. Por el norte puso a Abiatar, el sacerdotelevita que había escapado de la masacre que Saúl ordenó en Silo al ser protegido por David; por el sureligió a Sadoe, sacerdote que, como todos los de su ciudad, Hebrón (la que fue capital de David en Judá),era considerado descendiente de. Aarón. De esta manera unió a las dos familias sacerdotales más antiguasy poderosas, la de Moisés y la de su hermano Aarón, pero la hábil componenda política duró bien poco.

David se convirtió en rey (pero únicamente de la tribu sureña: Judá). Gobernaría desde la ciudad de Hebrón durante siete años, para recién después ser designado rey de toda la nación (Israel y Judá). Cierto número de críticos y eruditos bíblicos han sugerido que David consiguió esa ansiada unificación de las 12 tribus en base a su carisma, pero lo que realmente parece legitimarlo es su férrea determinación de hacer cumplir la Ley de Yahvé (Jehová). [Los líderes de las tribus le dijeron:“hueso y carne tuya somos” (2ª Sam 5:1-3)]. El líder judío sería –con su valentía y piedad- el unificador de las tribus israelíes. Consiguió también hacer de Jerusalén la capital de la nación y algo largamente añorado por los fieles: recuperar y traer el Arca de la Alianza (cuyo culto había perdido intensidad en tiempo de los Jueces ) (Jos 7:6; 2ª Sam 6:2) De acuerdo a las Escrituras, en la segunda mitad de su reinado aparecen desvíos, algunos crímenes y ciertas conjuras que culminan con Absalom, hijo de David, propuesto como nuevo rey. La Biblia entonces describe como un gran sector del pueblo se rebela y asume el control de Judea, forzando a David al exilio al este del Jordán. Según Samuel, David lanzó un contraataque y triunfó, aunque con la pérdida de Absalom, su hijo. Reconquistada Judea, y afirmado el control sobre Israel, David regresa al oeste del Jordán, aunque continúa sufriendo rebeliones por parte de Israel, superando con éxito cada una.

1000 a. e. c – Reinado de David (Jerusalén)

Según las escrituras, David emprendió campañas militares contra los enemigos de Judá e Israel, y derrotó a enemigos tales como los filisteos, amonitas y arameos, consiguiendo así que las fronteras permanecieran seguras, aunque sufrió la sublevación de su hijo Absalom, erigido como rey en Hebrón, que fue derrotado y muerto por las tropas de David. Tras arrebatar Jerusalén a los jebuseos, trasladó a esta ciudad fortificada la corte, que estaba en Hebrón, y el Arca de la Alianza, que se encontraba en Quiryat Yearim. Bajo su gobierno, Israel pasó de reino a imperio, y su esfera de influencia militar y política en el Oriente Medio se amplió, controlando a estados más débiles como a los filisteos, Moab, Edom, Ammon, y convirtiendo en vasallas a algunas ciudades-estados arameas (Aram-Zobah y Aram-Damasco). Las fronteras iban del mar Mediterráneo al desierto árabe, del mar Rojo al río Éufrates.

Algunos arqueólogos modernos, aunque minoritarios, creen que el área bajo control de Judá e Israel en esta época, excluyendo los territorios fenicios en la costa mediterránea, no excedía de 34.000 km²; de éstos, el reino de Israel abarcaba cerca de 24.000 km². Sin embargo, La interpretación de la evidencia arqueológica sobre el alcance y la naturaleza de Judá y Jerusalén en el siglo X antes de Cristo es un tema de intenso debate. Israel Finkelstein y Zeev Herzog de Universidad de Tel Aviv piensa que el registro arqueológico no apoya la opinión de que Israel en ese momento era un estado importante, sino más bien un pequeño reino tribal. Finkelstein dice en su La Biblia desenterrada(2001): “[O] en la base de estudios arqueológicos, Judá se mantuvo relativamente vacía de población permanente, muy aislados y la derecha muy marginal hasta después de la hora prevista para el David y Salomón, sin grandes centros urbanos y sin jerarquía pronunciada de caseríos, aldeas y ciudades. De acuerdo con Zeev Herzog “la monarquía unida de David y Salomón, que es descrito por la Biblia como un poder regional, era a lo sumo un pequeño reino tribal “. En el otro [[William G. Dever |] William Dever], en su ¿Qué hicieron los escritores bíblicos y que sabían?, sostiene que la evidencia arqueológica y antropológica apoya el relato bíblico amplia de un Estado de Judea en el siglo 10 antes de Cristo. Encuestas de la superficie se encuentra destinada a la localización y cambios en los patrones de asentamiento de población han demostrado que entre los siglos 16 y 8 a. s. C., período que incluye los reinos bíblicos de David y Salomón, toda la población de la región montañosa de Judá, no era más que unos 5.000 personas, la mayoría de ellos pastores errantes, con la zona urbanizada toda consta de una veintena de pequeños pueblos.
965 – 930 a. e. c – Reinado de Salomón

Las más antiguas recopilaciones de tradiciones que aparecen en Génesis, Éxodo, Levítico y Números se remontan a algún momento, de fecha imprecisa, dentro de la denominada época de los reyes, que es cuando se desarrolló la historiografía israelita como resultado del esplendor político de esos días. En estos libros aparecen claramente identificables los textos pertenecientes a dos fuentes tradicionales muy distintas, el yahvista y el elohísta.

Tras la muerte de David se produjo un enfrentamiento sucesorio en el que, obviamente, tuvieron un protagonismo fundamental dos sacerdotes, Abiatar y Sadoc, que tomaron partido, respectivamente, por Adonías y Salomón, hermanos y aspirantes al trono. Con las diferencias políticas entre Abiatar y Sadoc se recrudecieron también las viejas rencillas entre el sacerdocio levita y el aarónida. Al vencer Salomón en la disputa, dado que en el templo de Jerusalén estaba depositado el tesoro nacional y, por ello, el clero debía ser de la máxima confianza real, Sadoc pasó a ser la autoridad única del clero de Jerusalén y Abiatar fue expulsado de la ciudad. Sadoc, para fortalecerse ante el pueblo, inició una campaña de desprestigio contra los sacerdotes rivales, con especial atención a los descendientes de Helí de Silo (I Sam 2); de ahí la profecía, escrita cuando ya habían sucedido los hechos, del anuncio de la ruina de la casa de Helí (I Sam 2,27-36) y el establecimiento de un clero del gusto de Yahveh, cosa que, a fin de cuentas, no era más que la materialización de la pretensión de Sadoc de instaurar un clero hereditario, semejante a la realeza, que finalmente fue calificado de «alianza de un sacerdocio eterno» (Núm 25,12). Tanto David como Salomón firmaron alianzas con el rey Hiram I de Tiro, y a cambio de la entrega de tierras llegaron en gran número artesanos, trabajadores expertos, dinero, joyas, madera de cedro y otras mercancías. El palacio de David y el templo de Salomón se suponen construidos con la ayuda de recursos tirios y gracias a sus arquitectos, como Hiram. Salomón reconstruyó gran número de ciudades importantes, como Megido, Hazor, y Gazer (ésta ha sido excavada por arqueólogos, y se han descubierto grandes construcciones, como los establos para los caballos de Salomón, junto con fuentes para abrevaderos). Emprendió numerosas obras arquitectónicas, entre las que destaca por encima de todas la construcción del Templo de Jerusalén como asiento para el arca de la Alianza; también levantó un palacio y realizó obras públicas como un terraplén que unía el templo con la ciudad de Jerusalén.

Reinó durante 40 años, durante los cuales pudieron ‘formar un pueblo’, tener prosperidad, y vivir ‘siguiendo los preceptos del Señor’ (1ª Re 3:20, 8:25). Salomón había obtenido Sabiduría–la cual estaba basada en Seguir los mandamientos de Dios- (Sal 119:98,104 –ver 1ª Re 2:2; Job 28:28-). Durante ese período, la seguridad interna y el control de las vías de comunicación facilitaron la expansión del comercio, lo cual incrementaba la prosperidad aunque se acercaba peligrosamente al modo de vida de los cananeos (que la Ley de Yahvé repudiaba) . Mantuvo relaciones con Ofir y Saba. Llegó a ser el rey más rico de todos (1ª Re 9:26; 10:4). Pero en la última etapa de su reinado, la corrupción iba en aumento; la corte y la burocracia se expandían (1ª Re 4; 11:3). En la conclusión de las transacciones con el rey Hiram I de Tiro demostró no ser justo, sino que trató de sacar ventajas (1ª Re 9:12-14). En medio de una vida suntuosa permitió el ascenso de muchos sacerdotes que eran indignos (2ª Re 23:13, 5). Era evidente que los inconvenientes no tardarían en surgir.

A la muerte de Salomón circa 926 a. s. C., dejando como heredero a su hijo Roboam, las tensiones entre el norte de Israel (que contenía las 10 tribus norteñas), y la sección meridional con las tribus de Judá y Benjamín con capital en Jerusalén, alcanzaron un punto de crisis. Cuando en 920 a. s. C. Roboam desoyó las quejas económicas, Israel quedó partido en 2 reinos: el de Israel (incluyendo Siquem y Samaria) en el norte y el de Judá (con Jerusalén) en el sur; la mayoría de las provincias no-hebreas se separaron. El reino de Israel, al norte, se mantuvo como estado independiente desde el año 930 a. s. C. hasta el 720 a. s. C., cuando fue conquistado por el imperio asirio. El reino de Judá, existió hasta el 586 a. s. C., cuando fue conquistado por el imperio babilónico.

La construcción del templo de Jerusalén, la obra más querida de Yahveh, requirió que Salomón explotara tanto a las tribus del norte que éstas, finalmente, hacia el año 922 a. s. C., rompieron su alianza con el sur. De la mano de Jeroboam se constituyó en el norte el reino de Israel, independiente del de Judá, que siguió gobernado por la dinastía davídica representada por Roboam, hijo de Salomón.

El Faraón Sisac (Sehsonk I – 945-924 aC) invadió Israel y Judá en el año 925 a. C. y se llevó los tesoros del templo de Jerusalén. La Biblia registra el ataque desde la perspectiva de Judá en 1 Reyes 14:25 y 2 Crónicas 12:1-12, pero el Relieve de Sisac en el Templo de Karnak da muchos más detalles. La mayoría de los estudiosos coinciden en que las ciudades bíblicas que se mencionan son: Arad, Beth-Horon, Beth Shean, Gabaón, Mahanaim, Meguido, Rejob y Taanac.

Época de los dos Reinos (Norte de Israel y Judá). Datados entre el 922 a. e. c y el 586 a. e. c.

Sobre esta época (920 – 850 a. s. C) es cuando se escriben los textos Yahvista y Elohista (primeros textos biblicos en hebreo antiguo). La primera escritura hebrea es la Estela de Mesha (Piedra Moabita). Noten que el pueblo hebreo, nómada y seminómada hasta entonces, ya había mantenido contacto con culturas religiosas mucho más antiguas como la mesopotámica y la egipcia. El pueblo hebreo, en su mayoria, provenía de dichas culturas, de las cuales obtuvo los conocimientos culturales que mas tarde adoptaria como suyos dandoles una nueva entidad.

Hay un problema sobre la monarquía dividida, y es que la Biblia de los setenta, los textos masoretas y los de Flavio Josefo mencionan diferentes figuras. Otro problema en que se desconoce si los dos reinos utilizaron el mismo calendario, además de si los años de los reinados son completos o en parte, y se ignora si hubo corregencias. Lo que sí es claro, es lo que transmiten los profetas: ambos reinos Israel y Judá persiguen solamente el lucro (Is 9:18-21). Aquellas prácticas corruptas que se encontraban en los pueblos vecinos (ambición, envidia, opresión de los más débiles…) fueron introducidas en Israel contrariando la Ley de Yahvé. La antigua advertencia (vivir aparte… no imitar las costumbres de las demás naciones) (Deuteronomio 12:29,30) se había echado al olvido . Se dejó de lado aquel sentido de ‘pueblo religioso’(Dt 12:5,14) y las tribus se dividieron debido a un problema de índole económico (los tributos) (1ª Re 12:15, 18)
Reino del norte (Israel)

Alrededor del 920 a. s. C., Jeroboam lideró la rebelión de las tribus norteñas estableciendo el reino de Israel (I Reyes), con capital en Siquem. B. S. J. Isserlin asegura que el reino de Israel era similar a los cananeos de su entorno geográfico, tanto en su política y economía como en los planteamientos urbanos, artísticos e industriales.

Económicamente el estado de Israel parece haberse desarrollado mejor que su vecino del sur, debido a las mayores precipitaciones y unos sistemas agrícolas más productivos pero sobre todo, debido a su posición estratégica para aprovechar el comercio regional. La Biblia indica que Yahvé estaba “indignado” con las tribus norteñas por el modo de vida ostentoso, desigual y corrupto que practicaban. A su vez, la tribu de Judá se mantenía apenas “un poco menos infiel… reconoce todavía a Dios” (Oseas 4:15; 11:12; Amós 2:4-8).

Según el relato bíblico, que no se puede comprobar por fuentes exteriores, hubo 19 reyes en Israel. Políticamente fue menos estable que Judá, manteniendo una dirección carismática por méritos, y la competencia entre las familias predominantes parece depender mucho más de acuerdos (de trasfondo comercial) con poderes exteriores, como Tiro, Aram o Asiria que en su propia autoridad. Esta necesidad de aplacar a vecinos importantes comenzó ya en el reinado de Jeroboam, cuando, a pesar de las fortalezas de Tirzah, Siquem, y Penuel, Israel fue invadido por el faraón Sheshonq Ide la dinastía XXII. El reino de Israel parece haber sido más poderoso en la segunda mitad del siglo IX a. C., cuando Omrí (885-874 a. s. C.) fundó una nueva dinastía con capital en Samaria, ciudad mejor protegida, con la ayuda de la ciudad fenicia de Tiro, reforzando esta alianza al casar a su hijo y sucesor, Acab (874-853 a. s. C.), con la hija del gobernante de Tiro, Itobaal, y a su hija Atalía con el hijo del rey Josafat de Judá, el futuro rey Joram. Acab formalizó múltiples alianzas entre los pequeños reinos y contribuyó con 2.000 carros y 10.000 soldados a la coalición que derrotó a Salmanasar III en Qarqar (853 a. s. C.). La Sagrada Escritura nos informa que estaban imitando el materialismo de Asiria y naciones vecinas (2ª Reyes 17:13-16). Y Dios transmitía: “¡ay de ellos cuando yo llegue a abandonarlos!” (Oseas 9:12; ver Dt 28:36). Efectivamente, el dinero abundaba pero las desgracias se precipitarían. Son advertidos: “Sobre sus riquezas crecerá la hortiga” (Oseas 9:6; Miqueas 2:3) “Haré que seáis deportados…” “el asirio será su rey…”(Is 7:17-8:4; Amós 5:27; 6:14; Os 11:5).

Doce años más tarde, Jehú, con ayuda del reino de Aram, dio un golpe en el cual Acab y su familia fueron asesinados, y es ungido rey de Israel por el profeta Eliseo. La Biblia no hace ninguna referencia al hecho, pero las fuentes asirias se refieren a Jehu como un monarca de la casa de Omri, lo que puede indicar que este golpe era el resultado de luchas dentro de la misma familia predominante.

Hacia el 838 a. s. C. se aviene a pagar un tributo a Salmanasar III para defenderse de los arameos de Damasco. Jehú se muestra arrodillado ante el monarca asirio en el obelisco negro de Salmanasar, y es el único monarca de cualquiera de ambos estados del que se conserva un retrato.

La escisión de Israel condujo necesariamente a una reforma religiosa que apartó a los israelitas del templo de Jerusalén para dirigirles hacia los nuevos santuarios nacionales de Betel y Dan, construidos con este propósito por Jeroboam I. También se intentó implantar en Israel una monarquía sucesoria en nombre de Yahveh —del estilo de la davídica de Judá—, proclamada por los profetas, tal como era preceptivo por la tradición, pero, a pesar de la promesa de tener «una casa estable» que Yahveh le hizo a Jeroboam por boca del profeta Ajías de Silo, la historia posterior demostró que los sucesores de Jeroboam no tuvieron la menor estabilidad y fueron asesinándose los unos a los otros hasta que el reino fue destruido por los asirios hacia el año 722 a. s. C.

En el 853 a. s. C. Salmanasar III de Asiria y posteriormente Sargón II en el 722 a. s. C. conquistaron las diez tribus norteñas de Israel destruyendo su capital, Samaria, y enviando a la población al exilio y cautiverio. La mayoría de los habitantes, incluyendo la clase dirigente, fue deportada a otras tierras ocupadas por el imperio asirio y se trajeron gentes de esos lugares a Samaria. Así, dispersados entre otras naciones, asimilados en nuevas culturas, llegaron a perder su identidad original. Nunca volvieron, como pueblo, a la tierra de Israel, se les llamó las diez tribus perdidas. Como resultado de estos cambios, Israel, al igual que su vecino meridional Judá, cayó dentro de la influencia del reino arameo de Damasco. El rey Hazael guió a los arameos contra Joram de Israel y Ocozías de Judá, derrotándolos en Ramoth-Gilead. Tras esta batalla, Hazael rechazó dos ataques asirios contra los territorios israelitas situados al este del Jordán, y la ciudad filistea de Gath e intentó tomar Jerusalén (II Reyes, 2 12-17). Una inscripción descubierta en Tel Dan se considera erigida por Hazael, después de la batalla de Ramoth-Gilead. Jeroboam II fue coronado rey de Israel en 787 a. s. C. Luchó contra Damasco y Moab en un intento de expansión, mientras los asirios amenazaban a los reinos judíos. Jeroboam II murió en el año 747 a. s. C. en una rebelión popular, y con él acabó la dinastía de Jehú. De la sangrienta rebelión, Menahem se erigió en rey el 745 a. s. C., y aceptó pagar tributo a Tiglath-Pileser III.

Este fue el contexto histórico que hizo evolucionar a los profetas hebreos de la época en una dirección diferente a la de sus antecesores, y en el que los principales profetas bíblicos, mezcla de agoreros, moralistas estrictos y portavoces de la conciencia social, desarrollaron su papel.

Le sucedió su hijo Pecajías, que perdió el trono ante Pecaj. Pecaj intentó una coalición con Rasón de Damasco y Ajaz de Judá, para combatir a los asirios. Pero Ajaz apoya a Asiria, lo que llevó a la caída de Israel en poder del rey asirio Sargón II, que lo incorporó a su imperio en el 720 a. s. C. (II Reyes 17, 3-6) (Se cumplió así la profecía bíblica de Oseas 11:5). La evidencia arqueológica demuestra que mucha gente huyó al sur, hacia Judá cuya capital (Jerusalén) parece haber crecido cerca del 500% en este tiempo. En esta época muchas tradiciones norteñas comenzaron a seguirse en la región de Judá. Este período del eclipse de Israel coincidió con la aparición de una línea de profetas independientes, los denominados «profetas escritores» bíblicos. que aparecieron a partir del siglo VIII a. s. C. y siempre pusieron especial cuidado en no ser confundidos con los profetas extáticos que aprendían su oficio de un maestro, en cofradías especializadas en técnicas oraculares —señalados despectivamente por los bíblicos como «hijos de profeta» (Am 7,14-15): Amós, Oseas, Isaías, Miqueas y Nahúm (en el período comprendido aproximadamente entre los reinados de Ozías o Azarías y Ezequías, en el siglo VIII a. s. C.); Jeremías, Baruc, Habacuc, Sofonías, Ezequiel y Daniel (en el periodo comprendido aproximadamente entre el reinado de Josías y el fin del destierro babilónico, en los siglos VII y VI a. s. C.), y Ageo, Zacarías y Malaquías (en el periodo que va desde el fin del cautiverio hasta el siglo IV a. s. C.).

A pesar de ser conocidos como «escritores», casi ninguno de esos profetas escribió ni una sola palabra de los textos que se les atribuyen en la Biblia, que son recopilaciones de sus supuestas prédicas y oráculos elaboradas mucho después —en algún caso hasta dos siglos después— de la muerte del profeta que los firma. Los textos añadidos por los recopiladores posteriores son tan frecuentes e importantes que el supuesto mensaje de los profetas ha quedado tergiversado hasta un grado difícil de conocer con exactitud. Ésta es también la causa de los muchos anacronismos que se dan en los libros profetices; así, por ejemplo, en el Libro de Isaías, tradicionalmente adscrito al profeta del mismo nombre, mientras la primera mitad del texto sí es posible fecharla en tiempos de Isaías, los capítulos 40 a 66 pertenecen claramente a uno o dos redactores que vivieron un par de siglos después.

Atribuir esos textos a Yahveh no fue, ni en el mejor intencionado de los casos, más que un recurso retórico, necesario, en esos días, para obtener autoridad; un hecho parecido al de otros escritores bíblicos que firmaron sus textos y opiniones personales bajo el nombre de Moisés o de diversidad de profetas del pasado, ya que de ellos se derivaba la autoridad que emana de la tradición.

«Cada uno de ellos tiene ideas y sentimientos propios —hace notar el profesor André Caquot—, que hacen que el dios de Oseas no tenga la misma fisonomía que el de Amós o el de Isaías. Existen, no obstante, ciertas preocupaciones y reacciones comunes, determinadas sin duda por la situación de crisis social y política en que los profetas del siglo VIII a. s. C. toman la palabra. Amós, Oseas y quizá también Isaías al principio de su carrera, contemplan y denuncian los abusos sociales que aparecen como contrapartida de la prosperidad mercantil de los reinados de Jeroboam II en Israel y Ozías en Judá. Oseas asiste a la decadencia del reino del norte, e Isaías interviene en el momento en que Judá se ve sacudida primeramente por la amenaza aramea e israelita, y más tarde por la del imperialismo asirio. Estas desgracias públicas están en el centro de su reflexión y determinan su desarrollo. Para ellos Israel es una unidad sagrada, constituida por YHWH, que ha otorgado la ley y exige la lealtad y la. obediencia de su pueblo.»

El culto a otros dioses es una traición que los profetas no dejan de condenar. Pero lo específico deesta ley de YHWH es precisamente que une a los mandamientos rituales los preceptos éticos y sociales, y son justamente estos preceptos los que aparecen a los profetas como radicalmente violados, a la vista de la crisis social: la destrucción de los lazos de solidaridad nacional revela tanto como el culto a los dioses extranjeros la general deslealtad hacia Dios. La fidelidad que se muestra en la ejecución de los ritos tradicionales es por sí sola ilusoria. De ahí la continua referencia de los profetas a las fiestas y a los sacrificios, incluso los celebrados en honor de YHWH, con la mayor aspereza. Pero no hay que olvidar que los profetas hablan siempre como polemistas, ni hay que silenciar el grave anacronismo que se comete interpretando sus severas alusiones como un rechazo sistemático de las formas exteriores del culto. En el contexto histórico en que se movían, los profetas no pueden haberse presentado como predicadores de un culto “espiritual”; lo que hacen es simplemente recordar a las autoridades la vigente necesidad de retornar A la fidelidad de YHWH, poniendo fin a los diversos abusos de orden social, que son el síntoma de la crisis.

Así, el profeta Elías, que vivió en tiempos de los reyes Acab y Ocozías (c. 874-852 a. s. C.) y vio cómo se atacaba gravemente a la fe yahvista hebrea con el renacimiento del culto al dios Baal, empleó todas sus energías para luchar contra ese y otros cultos paganos que relacionaban la naturaleza y sus manifestaciones y ciclos con la personalidad de Dios, y clamó con fuerza también contra los sacrificios cruentos y contra la propia importancia que se atribuía al culto en sí mismo —vacío e inútil, según la concepción que tenía el profeta, para quien lo único deseable e importante debía ser la regeneración espiritual individual centrada en el cumplimiento de la Ley—. Para convencer de la verdad de su visión religiosa, Elías profetizó la cólera de Yahveh puesta de manifiesto a través de una próxima aniquilación del pueblo de Israel… una profecía que, en el dudoso caso de ser fechada realmente en esos días, no dejaba de ser la certificación de una obviedad vista la decadencia imparable de la monarquía israelita.

Los abusos y la inseguridad que se apoderaron de esa sociedad colocaron a profetas como Amós, Oseas, o los posteriores Isaías y Miqueas, ante la obligación de tener que atacar con dureza la explotación que sufrían sus conciudadanos, en especial aquellos más débiles o desprotegidos (huérfanos, viudas, extranjeros, esclavos), y lo hicieron argumentando que lo que deseaba Yahveh no eran sacrificios rituales sino la aplicación del derecho y la justicia a su pueblo. Amós es el predicador –fundamental de la justicia divina —de la que Dios exige a su pueblo y de la que Dios imparte a los que incumplen su Ley— y para ello anuncia «el día de Yahveh» (Am 5,18-20), el momento de la manifestación de la cólera de Dios sobre los israelitas, un argumento que, en el futuro, se convertirá en uno de los motivos centrales de la escatología hebrea.

El profeta Oseas, por su parte, que concebía la relación de Yahveh e Israel como un vínculo carnal en el que la segunda engaña al primero con «prostituciones» —a imagen de su propia historia personal, ya que declara estar casado con una mujer que le engañaba (Os 3,1-3)—, no vio otra posibilidad de salvación que la derivada de Yahveh, razón por la cual repudió los intentos de los reyes de pactar con otros imperios para asegurarse la supervivencia (léase el vasallaje de Judá hacia Asiría para evitar correr la suerte de Israel).

El redactor deuteronomista, que se opuso a partes fundamentales de la concepción religiosa que había defendido—según los intereses del rey Ezequías— el autor de los textos sacerdotales, fue heredero de muchos aspectos del pensamiento de los primeros grandes profetas, pero también es cierto que fue un despiadado manipulador de las fuentes que pudieron haber recogido las supuestas prédicas atribuidas a esos personajes. Tal como apunta el profesor André Caquot, «la utilización de esta fuente, no obstante, no puede hacerse sin una crítica previa, ya que el recensor deuteronomista de Reyes, actuando como si lo hubieran hecho un Tucídides o un Livio, pone a menudo en boca de los profetas discursos compuestos por él mismo, que sirven de vehículo a las ideas que le son más queridas. Ignoramos, pues, cuál pudiera ser el mensaje de un Elías o un Eliseo, profetas de indudable renombre, pero cuyos oráculos no nos han sido transmitidos por ninguna recopilación»

En los textos deuteronomistas es curioso observar hasta qué punto su autor y el escriba fueron incapaces de dejar al margen su oficio oracular y, tal como salta a la vista de cualquier lector, en esos escritos se hace del cumplimiento de los anuncios de Yahveh la sanción de la verdadera profecía. El mecanismo es impecable: el anuncio consta escrito en el clásico lenguaje oracular y, a párrafo seguido, se da fe de haberse cumplido tiempo después, con lo que se concluye que la profecía había sido auténtica y procedente de Dios. Lo único que desvirtúa ligeramente esta prueba de divinidad, sin embargo, es que en las profecías que se han podido estudiar adecuadamente se ha demostrado que su redacción e inclusión en los textos bíblicos correspondientes fue siempre posterior al momento en que ocurrieron realmente los hechos «anunciados por Yahveh» (recuérdese, por ejemplo, entre las profecías ya mencionadas, I Re 11,31-39 o Dt 4,25-30).
Reino de Judá

En 922 a. s. C. el reino de Israel fue dividido, las tribus de Judá y Benjamín permanecieron fieles a Roboam, formando el reino de Judá con capital en Jerusalén. Roboam luchó contra el rey de las tribus norteñas (Jeroboam de Israel), guerra que mantuvo su hijo Abías o Abiyam (II Crónicas 12 y 13), acabando con su ejército y tomando Betel. Le sucedió su hijo Asa, que prohibió el culto a los ídolos, rechazó a los madianitas y a los etíopes que habían invadido Judá, y luchó contraBasa, rey de Israel, con la ayuda de Ben-Hadad, rey de Siria. La dinastía de Omri extremó la guerra contra Judá, ayudada por su alianza dinástica con Tiro. El rey Ocozías, hijo de Joram, fue asesinado en el año 846 a. s. C., su madre Atalía se hizo con el poder e inició en Jerusalén una persecución contra los que se oponían al culto del dios Baal. Seis años después, Atalía fue asesinada.

En 838 a. s. C. Joás, hijo de Ocozías, fue coronado rey de Judá y en Jerusalén se destruyó el templo de Baal, expulsándose a sus sacerdotes. Se restauró la religión de Yahvé, la misma actitud que toma Yehú en Israel destruyendo el templo de Baal en Samaria. Joás aceptó pagar un tributo a Salmanassar III para defenderse de los arameos de Damasco, y en el 800 a. s. C. Damasco fue vencida por el rey asirio Adadnarari III, conquistando Joás en el año 802 a. s. C. las zonas que habían dominado los arameos en Galilea.

Durante el reinado de Acaz, la población de Jerusalén creció enormemente como resultado de la llegada de muchos refugiados israelitas que huían del norte, pasando de ser un pequeño mercado local a una ciudad importante.

Durante el reinado de Ezequías (725 aprox-696 a. s. C.), su hijo, la población había crecido alrededor de un 500%. Ezequías realizó grandes obras, incluyendo la ampliación de las murallas para incluir la nueva población tanto en Jerusalén como en Lakís, construyó la piscina de Siloé para dar a la ciudad una fuente independiente de agua en el interior de la ciudad y también amplió el Templo. Este monarca realizo también una reforma religiosa que materializó la división entre sacerdotes y levitas, tal como se indica en las Crónicas o Paralipómenos (un texto claramente aarónida) , dando así la legitimidad sacerdotal a los aarónidas y rebajando a los levitas a ser una especie de clero de segunda. Eso explica la razón por la que en los textos del sacerdotal se denosta (con finas pero mortíferas sutilezas, ciertamente) a la figura de Moisés, modelo y cabeza de sus sucesores levitas, mientras que, por el contrario, se ensalza a Aarón, su hermano, modelo y cabeza de los aarónidas

El sacerdotal debió ser un sacerdote aarónida que escribió después del año 722 y antes del 609 a.C.. Phillip Davies y otros sugieren que en este tiempo Jerusalén estableció su propia escuela de escribas (fuente sacerdotal), reuniendo las fuentes de tradición oral que se conocen como Tradición yavista y elohista y haciendo una clara critica hacia ellas. La Biblia también explica que Ezequías emprendió importantes reformas religiosas, procurando sin éxito centralizar las prácticas religiosas en el Templo y erradicar la adoración a la serpiente Nehustan, culto que duraba desde los tiempos de Moisés (al cual estaba dedicada). Parece haber seguido el camino de Salomón, recopilando la sabiduría (lo cual se basaba en “seguir los mandamientos del Señor” (Dt 4:6; Sal 119:98; Baruc 4:1) atribuida a este monarca y privilegiando así al clero aarónida.

Quizá incitado por los faraones de la dinastía vigésimo sexta egipcia formó y dirigió una coalición con los filisteos intentando unificar Judá e Israel. Los asirios, que dominaban la zona filistea le vencieron reduciendo Lakís a cenizas y cercando los alrededores de Jerusalén.Senaquerib se jactó de haber “encerrado a Ezequías en Jerusalén como a un pájaro en una jaula”, pero la Biblia habla del ángel del señor que golpea violentamente a los sitiadores asirios, relato que parece señalar algún tipo de epidemia. Los asirios debieron retirarse, pero pudieron imponer un tributo que empobreció a la población de Judá durante una generación y condujo a la total revocación de las reformas de Ezequías.

Durante el reinado de su hijo Manasés (697-642 a. s. C.), bajo la más suave dominación de los reyes Asarhaddón y Asurbanipal, se produjo una recuperación económica, aunque en desmedro de la justicia y rectitud. Se sabe que pasó cierto tiempo con Asarhaddón en Babilonia y que acompañó a Asurbanipal en la invasión de Egipto. El hijo de Manasés, Amón, tuvo un reinado insignificante antes de que fuera asesinado el año 639 y pasara el trono a su hijo Josías, todavía un niño.

Reinado de Josias (639 – 609 a. s. C) Setenta años después de la muere de Ezequías, invirtió lo hecho por Ezequías dando en exclusiva el poder a los sacerdotes levitas y efectuando otro gesto de fácil comprensión por todos: profanó los «altos» o altares que el rey Salomón! había construido en Jerusalén (II Re 23,13). En medio de este contexto histórico, saltan a la vista las razones que diferencian, hasta hacerlos irreconciliables entre sí en muchos puntos, los documentos procedentes del sacerdote aarónida autor de la fuente sacerdotal y los redactados por el levita Jeremías, autor de los escritos deuteronómicos.

«Son fascinantes los lazos existentes entre estos dos reyes y los dos grandes documentos sacerdotales, D [deuteronomista] y P [sacerdotal] —afirma Friedman—. Hubo dos reyes que establecieron la centralización religiosa, y hubo también dos obras que articularon dicha centralización. Las leyes e historias de P [sacerdotal] reflejan los intereses, acciones política y espíritu de la época de Ezequías, del mismo modos» que la fuente D [deuteronomista] refleja la época de Josías».

En 633 a. C. el sacerdote Helcías, padre de Jeremías, encontró supuestamente un libro de la Torá perdido (II Reyes 22:8) que atribuyó a Moisés (Deuteronomio) lo que condujo a reformas importantes del culto.

El Deuteronomio y los seis libros que le siguen en la Biblia, los de los denominados «Profetas anteriores» (Josué, Jueces, I y II Samuel y I y II Reyes) fueron escritos probablemente en Jerusalén por la mano de un recopilador, Jeremias, que se basó en tradiciones y documentos ya existentes para narrar la peripecia del pueblo de Israel desde su llegada a Palestina hasta la toma de Jerusalén por Nabucodonosor hacia el año 587 a. s. C. (fecha en que dio comienzo la época de exilio y cautividad). El profeta Jeremías, fue con toda probabilidad el colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 a. s. C., ya que así lo sugiere una multiplicidad de evidencias. Así, por ejemplo, en el libro de Jeremías se encuentran el mismo lenguaje, giros, metáforas y puntos de vista -sobre aspectos troncales— que en los escritos deuteronómicos, y una tal semejanza sólo puede indicar que el autor de todos esos textos debió ser, necesariamente, el mismo, esto es el firmante de Jeremías. En esta labor no fue ajeno, ni mucho menos, Baruc, el escriba del profeta (Jer 32), cuya mano experta debió de ser la encargada de editar y completar todos los textos de que venimos hablando. Ambos, Jeremías y Baruc, presenciaron los hechos históricos que narran y estuvieron en Jerusalén y en Egipto cuando se escribió la primera y la segunda ediciones, respectivamente, del Deuteronomio. Tras las investigaciones científicas modernas, resulta evidente que el Deuteronomio así como el resto de los escritos deuteronómicos, fue redactado para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad («el libro de la Ley» se atribuyó a Moisés/Dios) en la que fundamentar definitivamente su reforma religiosa, que centralizó la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén, y dotó de gran poder a los sacerdotes levitas. Nos encontramos, por tanto, ante lo que ya en 1805 fue calificado de «fraude piadoso» por el investigador bíblico alemán De Wette.

Este reinado vio el eclipse y derrumbamiento del imperio asirio, lo que llevó a Josías a seguir la trayectoria de Ezequías centralizando toda el culto en Jerusalén, e instituyendo el Pésaj. Intentó unificar los reinos judíos y luchó por liberarse de Asiria, y tras la caída de ésta (612 a. s. C.), por liberarse de Egipto. Murió en batalla, resistiendo el avance del faraón Necao II en 609 a. s. C.

En el 608 a. s. C. Necao II impuso como rey a Eliaquim, con el nombre de Joaquim.

Los egipcios fueron derrotados por los babilonios el 605 a. s. C. en Karkemish, y Egipto quedó sometido por el rey babilonio Nabucodonosor II, que influenciaba también sobre Judá.

605 a. s. C.: primera diáspora. La “parte noble” del pueblo judío (entre ellos el profeta Daniel) se ve forzada a vivir en territorio imperial y bajo sus lineamientos.

El año 598 a. s. C. : Nabucodonosor II eliminó a Joaquim, que se negaba a pagar tributo. Su hijo Joaquín tampoco colaboraba, así que el ejército babilonio encarceló a Joaquín y a toda la aristocracia del reino de Judá.

El profeta Ezequiel (597- 570 a. s. C), que vivió deportado en Babilonia junto a la élite de Jerusalén, reflejó a la perfección el sentir de los judíos durante esos años. En su texto leemos que Dios anunció por su boca que la nación hebrea volvería a nacer gracias a un soplo de Yahveh (Ez 37,1-14); que el pueblo sería purificado gracias al retorno a la práctica de la Ley, eso es merced al establecimiento de «un pacto de paz que será pacto eterno» (Ez 37,26-28); que Israel y Judá volverían a unificarse de nuevo (Ez 3,15-28); que la dinastía
davídica sería restablecida mediante el Mesías denominado «mi siervo David» (Ez 34,23 y 37,24-25), etc.

Tales profecías no pasaron de ser puros anhelos de un colectivo que se aferró a la esperanza para no sucumbir. Por otra parte, Ezequiel, como miembro de la clase sacerdotal que era, no se limitó a redactar metáforas de futuro sino que, más pragmático, fortaleció todo aquello que pudiese facilitar el poder del clero (ritos, jerarquización, descanso semanal con sacrificios…) con vistas a disponer de un sistema de control social que fuese capaz de reorganizar la nación he-brea cuando llegase la ocasión.

Nabucodonosor II nombró a Matanías rey de Judá en el año 589 a. s. C. y, bajo el nombre de Sedecías, fue el último rey judío. El imperio babilónico arrasó Jerusalén, su Templo fue destruido en 587 a. s. C. y la elite judía fue obligada a vivir en Babilonia.(II Reyes 25:1-9).

De los escritos deuteronómicos se realizaron dos ediciones. La primera, redactada en el tiempo de Josías, es un relato optimista sobre la historia de los israelitas y pictórico de esperanza ante el futuro; pero los desastrosos gobiernos de los sucesores de Josías y la destrucción de Jerusalén en el año 587 a. s. C. volvieron absurdo e inservible el texto.

587-586 a. s. C.: Babilonia conquista Judá (y su capital Jerusalén). Gran parte de la población, sobre todo la nobleza, fue deportada a Babilonia. A esto se refiere comúnmente la expresión Cautiverio de Babilonia. Muchos consiguieron huir a Egipto, Siria, Mesopotamia, o Persia. El rey de Judá (ciego y sometido) conservaba su título nominal (Jer 52:31) y los hebreos “valiosos” eran ubicados en la administración imperial -en cargos importantes- (Dn 1:19; 2:49). No obstante, los judíos se sentían “esclavos” ya que quien impartía los dictámenes en relación a la vida, el ritual y culto era el monarca babilónico (Daniel 3:10; 37). Los judíos estaban cautivados… (Jer 50:33). Ya no podrían regir sus vidas pues las fuerzas imperiales los conducirían hacia la idolatría [forma de vida en la que se priorizaba el materialismo] (Je 52:30). Allí, en Babilonia, los judíos pasarían más de setenta años.

La época de exilio, que comenzó en el año 587 a. s. C., supuso un trauma psicológico tan terrible para los hebreos que determinó en gran medida su futuro y el de la religión judía que estaba a punto de nacer. A pesar de que comúnmente se habla de deportaciones masivas, la lectura de Jer 52,28-30 o de II Re 24,14-16 indica que sólo fue llevada a Babilonia una pequeña parte de la población —«cuatro mil seiscientas almas», según Jeremías-— que, eso sí, constituía la élite social e intelectual de Jerusalén, y se dejó a la población rural en sus territorios originales.

La élite exiliada fue forzada a vivir en condiciones miserables y la sensación de paraíso perdido inflamó su sentimiento de pecado y de culpa y, en consecuencia, su búsqueda de perdón. La humillación del destierro les hizo replantearse la conciencia nacionalista y, bajo el pretexto de no corromperse al mezclarse con los babilonios, cerraron filas en espera de tiempos mejores, cosa que llevó a acentuar el legalismo de la religión israelita y el cumplimiento estricto de la Ley, base sobre la que acabará formándose una hierocracia o poder del clero que perdurará algunos siglos y dejará su huella indeleble en los escritos sacerdotales de la Biblia.

La intensa angustia que generaba la conciencia de haber pecado contra Yahveh se unía a la necesidad imperiosa de expiar las culpas mediante sacrificios cruentos, según mandaba la tradición; pero el drama psicológico se volvió irresoluble puesto que no podían disponer ya del templo de Jerusalén para ir a expiar los pecados de la nación. La adaptación, virtud humana que agudiza el ingenio y permite la supervivencia, empujó a los exiliados a buscar fórmulas sustitutorias que desembocaron en actividades cultuales centradas en torno a la oración y a la homilía, es decir, se comenzó a caminar hacia formas de culto de cariz espiritualista. Del giro ideológico radical al que se ven obligados los hebreos del exilio da fe el Salmo 51 cuando, sin rubor alguno, expresa:

«Líbrame de la sangre, Elohim, Dios de mi salvación, y cantará mi lengua tu justicia. Abre tú, Señor, mis labios, y cantará mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que tú quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. Mi sacrificio, ¡oh Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no lo desprecies. Sé benévolo en tu complacencia hacia Sión y edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarás de los sacrificios legales…» (Sal 51,16-21).

Siete decenios después, el autor de la biblia redacta un mensaje que Dios transmitía al rey de Babilonia: “Tu imperio… será dado a los persas” (Dn 4:24; 5: 20-28).

Ya desde el exilio de Egipto, se elaboró una segunda edición deuteronómica en la que, básicamente, se añadieron los dos últimos capítulos del libro segundo de Reyes, actualizando así el relato inspirado por Yahveh, se intercalaron algunos párrafos para poder configurar profecías en un momento en que ya se habían producido los hechos, y se interpolaron textos con tal de readaptar el hilo conductor de la historia y el destino de Israel a la nueva realidad que les tocaba sufrir. Fue sin duda de esta forma como se hizo aparecer en el Deuteronomio la conminación de Yahveh advirtiendo del castigo a sufrir si se rompía su alianza; estando el redactor deuteronomista ya en Egipto, tiempo después de haberse producido la diáspora y la cautividad de los israelitas, no podía hacérsele decir a Dios otra cosa que no fuese:

«Cuando tengáis hijos e hijos de vuestros hijos y ya de mucho tiempo habitéis en esa tierra, si corrompiéndoos os hacéis ídolos de cualquier clase, haciendo mal a los ojos de Yavé, vuestro Dios, y provocando su indignación —yo invoco hoy como testigos a los cielos y a la tierra—, de cierto desapareceréis de la tierra de que, pasado el Jordán, vais a posesionaros; no se prolongarán en ella vuestros días; seréis enteramente destruidos. Yavé os dispersará entre las gentes, y sólo quedaréis de vosotros un corto número en medio de las naciones a que Yavé os arrojará. Allí serviréis a sus dioses, obra de las manos de los hombres, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. Allí buscaréis a Yavé, vuestro Dios, y le hallarás si con todo tu corazón y con toda tu alma le buscas» (Dt 4,25-30).

Este texto describe bien la situación en la que ya se encontraban los israelitas, e incluso da un atisbo de esperanza de volver a encontrar a Yahveh, aspecto fundamental para lograr mantener cohesionada a la nación derrotada, pero no deja de ser un caso equiparable al de un profeta actual que, por ejemplo, advirtiese del derrumbe del sistema soviético dando como causas y «señales» aquello que ya conocemos todos por la prensa.

559 a. s. C.: Ciro II el Grande se convirtió en rey de Persia, conquistando Babilonia en el 539 a. s. C. El imperio persa gobernó Asia occidental, incluyendo a Israel, hasta el 333 a. s. C.

Como la mayoría de los grandes emperadores de la Edad del Hierro, Ciro permitió a sus súbditos practicar su propia religión mientras incorporasen al rey en su adoración como un dios o semidios, o al menos le hiciesen ofrendas. Tomó la medida de acabar con el estatus de nación esclava, aunque la relación personal seguía siendo la de amo-esclavo. Estas reformas se reflejan en el cilindro de Ciro y en los libros bíblicos de I Crónicas y de Esdras, que indican que sacó a los israelitas de la servidumbre en Babilonia y les concedió permiso para volver a la tierra de Israel (aunque no les permitiría ser independientes).

Reconstruccion del Templo (Segundo Templo)

Ciro permitió que Sesbasar, príncipe de la tribu de Judá, y Zorobabel llevaran a los judíos de Babilonia a Jerusalén. Se les permitió volver con los objetos del Templo que los babilónico habían tomado, y comenzaron la construcción del segundo templo (Esdras 1 y ss., (Isaías) 44 y 45), que se concluirá en 525 a. s. C. bajo la dirección espiritual de los profetas Ageo y Zacarías. En este tiempo Tierra Santa era una satrapía persa conocida como Yehud.

El profeta Zacarías incluso puso el sello mesiánico a Zorobabel, el rey de la casa davídica que Darío I impuso como gobernador de Judá,56 aunque también es cierto que repartió el papel mesiánico con el sumo sacerdote (Zac 4,11-14) debido a la tremenda importancia que adquirió el clero durante el exilio; de hecho, desde esos días se comenzó a hablar de un mesianismo sacerdotal que acompañaba al mesianismo real davídico y, en ocasiones, le sustituía. Sin embargo, a pesar de las promesas oraculares de Yahveh a los profetas Zacarías y Ageo, ni con Zorobabel ni con sus sucesores llegó ningún «reino de Dios» y eso enfrió bastante la componente nacionalista radical típica de la religión hebrea; aunque, quizá como una muestra del futuro celestial que cabía esperar, durante los dos siglos que permanecieron bajo la dominación del imperio aqueménida (persas) se consagró al clero como la máxima autoridad del país.

Bajo el liderazgo de Zorobabel, los arreglos para reorganizar el desolado Reino de Judá fueron hechos casi inmediatamente, luego de su desaparición setenta años antes. El grupo de peregrinos, de 42.360 personas incluyendo niños (junto a sus 7.337 sirvientes y 200 músicos, según Esdras 2:65), habiendo completado el largo y lúgubre retorno a casa desde las riberas del Éufrates hasta Jerusalén y animados en todo el proceso por un fuerte impulso religioso, una de sus primeras preocupaciones fue restaurar su antigua casa de adoración, reconstruyendo el destruido templo y restituyendo sus rituales.
Con la invitación de Zorobabel, el gobernador, quien les mostró un notable ejemplo de liberalidad contribuyendo personalmente con 1.000 dáricos de oro, además de otros regalos, la gente entregó sus regalos al tesoro sagrado con gran entusiasmo (Esdras 2). Primero levantaron y dedicaron el altar de Dios en el punto exacto donde se encontraba antiguamente, y luego limpiaron los montones de escombros carbonizados que ocupaban el sitio del antiguo templo; y en el segundo mes del segundo año (535 a. s. C.), ante la emoción y júbilo del público emocionado (Libro de los Salmos 116-118), se pusieron los cimientos del segundo templo. Hubo gran interés en este movimiento, aunque fue recordado con sentimientos mezclados por los espectadores (Hageo 2:3; Zacarías 4:10).

Siete años después de este episodio, Ciro el Grande, que ordenara y declarara la construcción del templo, murió y fue sucedido por su hijo Cambises.

Tras su muerte le siguió Esmerdis, que ocupó el trono por cerca de siete u ocho meses, cuando ascendió Darío I (521 a. s. C.). En el segundo año de su reinado se retomaron los trabajos de reconstrucción del templo hasta su finalización, bajo el estímulo de los consejos y premoniciones de los profetas Hageo y Zacarías. En la primavera del 516 a. s. C. estaba listo para la consagración, más de veinte años después del retorno desde el cautiverio. El templo fue terminado el tercer día del mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío (Esdras 6:15).

La ocasión que buscaba Ezequías se dio, finalmente, en el año 520 a.C., cuando el rey persa Darío I —que necesitaba tener una colonia agradecida en Palestina para usarla como una posible base útil que facilitara su intención de emprender la conquista de Egipto— ordenó el regreso a Judá de toda la élite hebrea que aún permanecía en el exilio babilonio. La liberación se produjo sesenta y siete años después de la derrota de los judíos ante Nabucodonosor y, la ocasión la pintan calva, no faltó tampoco el consabido sacerdote redactor que añadió al libro de Jeremías una profecía a posteriori en la que se anunciaban los pormenores de la invasión de los babilonios, de las condiciones del exilio, que se mantendría durante setenta años, y de la llegada de los persas (Jer 25,8-14).

El siglo siguiente, eso es el V a. s. C., ya no sería tiempo de profetas sino de escribas, legisladores y sabios, es decir, de los burócratas que diseñarán el judaismo. Ello no obstante, aún aparecieron profetas como Malaquías que alzaron su voz… aunque ahora lo hicieran contra los mismísimos sacerdotes, que eran quienes detentaban el poder. Así, por ejemplo, Malaquías anunció de nuevo el «día de Yahveh», pero él, a diferencia de sus antecesores Amós o Sofonías, vio en ese escatológico día la ocasión para depurar el sacerdocio, para restablecer la alianza entre Dios y el clero (Mal 2,4) y para «purgar a los hijos de Leví» (Mal 3,3).

El profeta Malaquías, de hecho, fue el primero que clamó en favor del advenimiento de un Mesías sacerdotal, y su demanda no estaba exenta de fundamento si tenemos presente que, debido al poder clerical nacido del exilio, el sumo sacerdote de Jerusalén era un cargo hereditario y eso, como en el caso de la realeza, no garantizaba en absoluto el acceso de los mejores al cargo; antes al contrario, ya que si leemos las Antigüedades judaicas, del historiador judío Flavio Josefo, veremos perfectamente que los altos sacerdotes de esa época sobresalían más por su ignorancia y maldad que por sus virtudes, razón por la cual, dentro de la religión hebrea, empezaron a adquirir una importancia capital los escribas y los doctores de la Ley.

Los papiros de Elefantina (circa 450 – 419 a. s. C.) de la colonia militar judía en Egipto demuestran que en este tiempo algunos judíos seguían siendo politeístas, y consideraban que Yahveh tenía como esposa a la diosa Anat.

En 445 a. s. C. Artajerjes nombró virrey de Judá a Nehemías, que fortificó Jerusalén para defenderse del gobernador de Samaria. Los pocos miles de judíos retornados estaban despojados de las riquezas materiales. La vida se les tornaba difícil bajo el dominio persa. La reformada vida israelí fue conducida por los escribas judíos Nehemías (Nehemías 1-6) y Esdras; este último instituyó la sinagoga y sus servicios de rezos, y coronó la Toráh leyéndola en público ante la gran asamblea que instaló en Jerusalén. Comenzaba a renacer el impulso de comunidad religiosa, logrando que Dios volviera a estar en medio de ellos (Ageo 2:5,6,20).

Por su parte los samaritanos construyeron su propio Templo en el monte Garizim en 428 a. s. C. (II Macabeos 6,2).

Esdras y Nehemias componen lo que a partir de entonces seria el “Dios unico” y “La Torah”. Entre el 431 y 430 a. e. c.

Después de tanto esfuerzo, lucha y manipulación de textos, acabó por producirse lo que Friedman, con gran acierto, califica como «la gran ironía»:

«La combinación de P [sacerdotal] con J [yahvista], E [elohísta] y D [deuteronomista] fue algo mucho más extraordinario de lo que había sido la combinación de J y E vanos siglos antes.
El texto P era polémico. Se trataba de una torah-respuesta a J y a E.
En JE se denigra a Aarón.
En P se denigra a Moisés.
JE asume que cualquier levita puede ser sacerdote.
P dice que únicamente pueden ser sacerdotes los descendientes de Aarón.
JE dice que hubo ángeles, que ocasionalmente los animales podían hablar, y que en cierta ocasión Dios se mostró sobre una roca, o caminando por el jardín del Edén.
En P no aparece nada de eso.

Por su lado, la fuente D procedía de un círculo de personas tan hostiles a P, como el círculo de P lo era con respecto a JE.

Estos dos grupos sacerdotales se habían esforzado a lo largo de los siglos por obtener prerrogativas, autoridad, ingresos y legitimidad. Y ahora resultaba que alguien juntaba todas estas obras. »Alguien combinó JE con la obra escrita como una alternativa a la propia JE. Y dicha persona no se limitó a combinarlas, situándolas una al lado de la otra, como historias paralelas. El autor de la combinación se dedicó a cortar e interseccionarlas de un modo muy intrincado. Y al final de está colección combinada y entretejida de las leyes e historias dé J, E y P, esta persona colocó como conclusión el Deuteronomio, el discurso de despedida de Moisés. Alguien se dedicó a mezclar las cuatro fuentes diferentes, y a veces opuestas, haciéndolo de un modo tan hábil que se tardó milenios en descubrirlo. Ésta fue la persona que creó la Torah, los cinco libros de Moisés tal y como los hemos estado leyendo desde hace más de dos mil años, Esdras. De hecho, la propia tradición judía ha conservado el recuerdo de Esdras como restaurador de la ley mosaica (Cfr. Historia de las Religiones. Siglo XXI, Vol. 5, pp. 160-161.)

«Cuando el redactor combinó todas las fuentes —concluye Richard Elliott Friedman41—, también mezcló dos imágenes diferentes de Dios. Al hacerlo así configuró un nuevo equilibrio entre las cualidades personales y trascendentales de la divinidad. Surgió así una imagen de Dios que era tanto universal como intensamente personal. Yahvé fue el creador del cosmos, pero también “el Dios de tu padre”. La fusión fue artísticamente dramática y teológicamente profunda, pero también estaba llena de una nueva tensión.

Representaba a los seres humanos entablando un diálogo personal con el creador todopoderoso del universo. »Se trataba de un equilibrio al que no tenía intención de llegar ninguno de los autores individuales. Pero dicho equilibrio, intencionado o no, se encontró en el mismo núcleo del judaismo y del cristianismo. Al igual que Jacob en Penuel, ambas religiones han existido y se han esforzado desde siempre con una divinidad cósmica y, sin embargo, personal. Y esto se puede aplicar tanto al teólogo más sofisticado como al más sencillo de los creyentes. En último término, las cosas están en juego, pero a todo ser humano se le dice: “El creador del universo se preocupa por ti.” Una idea extraordinaria, Pero una vez más, tal idea no fue planeada por ninguno de los autores. Probablemente, ni siquiera fue ése el propósito del redactor. La idea se hallaba tan inextricablemente inmersa en los propios textos, que el redactor no pudo hacer más que ayudar a producir la nueva mezcla en la medida en que se mantuvo fiel a sus fuentes. »La unión de las dos fuentes produjo otro resultado aún más paradójico. Creó una nueva dinámica entre la justicia y la misericordia de Yahvé (…). La fuente P [sacerdotal] se enfoca fundamentalmente en la justicia divina. Las otras fuentes se enfocan sobre todo en la misericordia divina. Y el redactor las combinó. Al hacerlo así, creó una nueva fórmula en la que tanto la justicia como la misericordia se encontraban equilibradas como no lo habían estado hasta entonces. Ahora eran mucho más iguales de lo que lo habían sido en cualquiera de los textos de las fuentes originales. Dios era tan justo como misericordioso, podía mostrar tanta cólera como compasión, podía mostrarse tan estricto como dispuesto a perdonar. De ese modo surgió una poderosa tensión en el Dios de la Biblia. Se trataba de una fórmula nueva y extremadamente compleja. Pero fue ésa precisamente la fórmula que se convirtió en una parte crucial del judaismo y del cristianismo durante dos milenios y medio (…).»

De ese modo, ambas religiones se desarrollaron alrededor de una Biblia que representaba a Dios como un padre amante y fiel, aunque a veces encolerizado. .En la medida en que esta imagen hace que la Biblia sea más real para sus lectores, el redactor alcanzó mucho más éxito de lo que quizás había pretendido. En la medida en que la tensión entre la justicia y la misericordia de Dios se convirtió por sí misma en un factor importante de la Biblia, en esa misma medida la Biblia ha llegado a ser algo más que la simple suma de sus partes.»

La época e influencia Helenística (331 – 164 a. e. c.)

Los persas fueron derrotados por Alejandro Magno, en el 331 a. s. C., en cuyo imperio estaba incluido Israel. Se dice que no atacó Jerusalén después que una delegación de judíos lo convencieran de su lealtad, mostrándole las profecías contenidas en las escrituras que esto debía ocurrir.

Daniel 11:3-4
Se levantará luego un rey valiente, el cual dominará con gran poder y hará su voluntad. Pero cuando se haya levantado, su reino será quebrantado y repartido hacia los cuatro vientos del cielo; no a sus descendientes, ni según el dominio con que él dominó; porque su reino será arrancado y será para otros fuera de ellos.

Daniel 8:8-9
Y el macho cabrío se engrandeció sobremanera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo. Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho al sur, y al oriente, y hacia la tierra gloriosa.

En el 323 a. s. C. moría Alejandro, y en la lucha por el poder Israel cambió de manos por lo menos cinco veces en apenas veinte años. Babilonia y Siria fueron gobernadas por los seléucidas, y Egipto por los ptolomeos.

Durante el reinado de Ptolomeo II (281-246 a. s. C.) se tradujo la Septuaginta en Alejandría. En esta época comenzaron a tomar importancia algunas sectas, como los fariseos, saduceos y esenios.

El rey seléucida Antíoco IV Epífanes atacó y venció a los ptolomeos y conquistó su imperio, saqueando Jerusalén para usar los fondos del Templo.

Entre 174-163 a. s. C. promulgó varias ordenanzas para conseguir la helenización de los judíos: trató de suprimir el culto a Yahveh, prohibió el judaísmo suspendiendo toda clase de manifestación religiosa y trató de establecer el culto a los dioses griegos. Las imposición de ideas griegas hacía sentir ‘esclavizados’ a los judíos (1ª Mac 8:18).

“…los sacerdotes ya no mostraban celo por el servicio del altar; sino que …descuidando los sacrificios, …eran invitados a lanzar el disco”(2ª Macabeos 4:14,15). Pero el sacerdote judío Matatías y sus dos hijos (los Macabeos) consiguieron levantar a los “judíos piadosos” (jasidim) en su contra y lo expulsaron. La fiesta judía de Jánuca conmemora este hecho (I Macabeos).
Reinado Asmoneo (164 – 63 a. s. C.)

Judas Macabeo recuperó Jerusalén en 164 a. s. C., purificando el Templo, reanudando los sacrificios; en 150 a. s. C. se expulsó a los sirios de Jerusalén, formándose Judá como Estado judío independiente. Comenzaba el reinado de los Asmoneos, apoyado por los fariseos (168-142 a. s. C.). cuando el imperio seléucida cayó en 129 a. s. C., el estado judío adquirió plena autonomía.

Juan Hircano, hijo de Simón Macabeo y Sumo sacerdote, gobernó desde Jerusalén entre 134 y 104 a. s. C., pero no fue reconocido como rey al no ser descendiente de David. Se anexionó Jordania, Samaria, Galilea e Idumea, con el apoyo de Roma. Los idumeos fueron forzados a convertirse al judaísmo.

En 105 a. s. C. el nuevo rey y sumo sacerdote de Judá, Alejandro Janneo, cambió el apoyo de los fariseos por el de los saduceos

Nota: Este articulo contiene una recopilación de textos provenientes de diversas fuentes (Todas comprobadas) que han sido copiados e incrustados para dar forma y cronología a la historia misma.

Fuentes:


Hipótesis Documentaria por Jullius Wellhausen (1844 – 1918).


Historia del pueblo hebreo: El Orígen de los hebreos (Egiptomania)



http://www.ateoyagnostico.com/2010/09/03/el-antiguo-testamento-y-las-fuentes-que-lo-confeccionaron-4/

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