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viernes, 20 de junio de 2014

LEYENDAS ANTIQUISIMAS DE FRANCMASONERIA.

LEYENDAS ANTIQUISIMAS DE FRANCMASONERIA.
Vicente Alcoseri.

Muchas leyendas narran  sobre una antiquísima Francmasonería, que ha perdurado siglos y hasta milenios, siempre están basadas en algún hecho histórico o biblíco. En los últimos cien años, las investigaciones de hermanos masones han demostrado el significado histórico de muchas leyendas francmasónicas, aparentemente fantásticas. La leyenda de la Construcción del Templo del Rey Salomón, que Filón de Alejandría reconstruyó de forma escrita  a partir de unos fragmentos gerogrificos de origen Egipcio que le llegaron, fue considerada por Flavio Josefo no como una ficción, sino como un hecho real. 


Ahora se vuelve a hablar de la historia Francmasónica por tantos libros best seller y películas recientes relacionadas sobre el tema, para asociarla con la prodigioso cambio social que se ha experimentado durante 300 años de que la Francmasonería apareció como institución establecida en 1717, y todo lo relacionado con las revoluciones que destruyeron el Antiguo Orden Mundial y la primitiva forma de pensamiento anticientífico. 


La realidad es mucho más asombrosa que las leyendas que giran en torno a la Francmasonería, por ejemplo: La leyenda de la construcción de la Torre de Babel está relacionada, casi con toda seguridad, con la destrucción, hace unos cuatro mil años, del Ziggurat de Borsippa por un meteorito de tanta energía que miles de toneladas de ladrillos de barro se vitrificaron, generándose un intenso campo magnético que todavía puede detectarse hoy a una distancia de cinco millas. Un maestro mío hace años visitó este lugar y trajo unos trozos de
ladrillo vitrificado que, según unos químicos, ha tenido que calentarse hasta 2.700°, temperatura que es muy difícil que se produzca al aire libre en la superficie de nuestro planeta. No debió quedar un ser vivo en varias millas a la redonda, lo que explica que no hayan quedado testimonios escritos del hecho. Pero, sin embargo, se creó la leyenda. Los israelitas la pasaron a Babilonia e hicieron de ella el ejemplo del castigo que sufrieron los hombres que querían
emular a Dios y perecieron en su propio pecado. 

Existe una leyenda o tradición masónica que menciona que los constructores de la Torre de Babel eran unos primitivos Francmasones y que éstos desde antes de los albores de la historia, formaban un grupo de hombres sabios o “Maestros” que han velado por el destino de la humanidad y han intervenido, de vez en cuando, para advertir calamidades o cambiar el curso de los acontecimientos, introduciendo nuevas formas de pensamiento según las necesidades que imponía el cambio de los tiempos. Esta leyenda está muy arraigada en muchos francmasones de Europa y como es lógico, asociándola con la creencia en que Hiram era parte de este grupo de hombres. Las escuelas sufíes, especialmente las que proceden de Bactria y Sogdiana, aseguran que hay una jerarquía perpetua, encabezada por el Kutb-i-Zaman o Eje de la Era, que recibe revelaciones directamente de la Intención Divina, a través de los Abdal o Transformados y sus seguidores. La tradición de una jerarquía perpetua es mantenida por escuelas sufíes tan remotas como los Bektashis y los Naq’shbandis. Estas dos remontan su origen a la ciudad de Balkh antigua capital del imperio Bactrio, pero son casi diametralmente opuestos en sus métodos y doctrinas. Los bektashis son en su mayoría turcos, se hicieron cargo de la situación en el revuelto siglo XIV, cuando cayó el imperio de los turcos Seljuk y Asia Menor estaba en el caos. 

Hadji Bektash Veli recurrió directamente al pueblo. Era un reformador que desechó muchas prácticas tradicionales; por ejemplo, permitió que las mujeres le hiciesen miembros de las comunidades Bektashi y alentó el libre intercambio con los monjes cristianos de Capadocia. Los  Naq’shbandis eran una orden aristocrática, que se mantenía alejada de  la política y guardaba una rígida observancia del código islámico,  ejerciendo una extraordinaria influencia en todo el mundo musulmán, a  causa de su reputación de poseer una sabiduría y unos poderes  secretos. Tanto los Bektashis como los Naq’shbandis enseñan que  siempre hay un Kutb o cabeza suprema espiritual. Ellos creen en el  profeta oculto Khdir, asociado misteriosamente al Arcángel Gabriel, y  que está  buscando, entre los hijos de los hombres, a quien pueda  transmitir sus secretos de salvación. Estos son los “Maestros de la  Sabiduría”, los Khwajagân que aparecieron en la historia hace unos mil  años. 

Aunque parezca extraño, la tradición de los maestros de la sabiduría es casi desconocida en la India. Cuando la Francmasona iniciada en México Helena Blavatsky publicó sus libros La Doctrina Secreta e Isis sin velo, uno de sus principales apoyos fue haber encontrado personalmente algunos de los Maestros en México y el Tíbet. La creencia en los maestros se convirtió en una parte fundamental de la doctrina teosófica, pero se le dio un carácter oculto que disminuyó su credibilidad. Parte del misterio de los maestros constructores de Catedrales viene de su supuesta localización en la Caldea, aunque la misma Helena Blavatsky aseguró que sus cuarteles generales estaban más allá de las montañas, en la legendaria “Shamballa”. Nunca se me ocurrió pensar que esto fuese algo más que una pura invención, hasta que hace muy poco, Idries Shah sugirió que podría derivarse de Shams-i- Balkh, el Templo del Sol bactrio, cuyas ruinas pueden verse todavía en Balkh, junto a la frontera norte de Afganistán. Rudolf Steiner asociaba Balkh con Hraniratta, el centro mitraico de adoración solar … 

Todo esto viene a decir que la creencia en una tradición antigua y  continua tiene una fuerza especial en las regiones de Asia Central,  donde el masón Hindú Kipling autor de The Man that Would be King (El Hombre que sería Rey) que luego sería película, ahí Kipling concentró más su investigación. Si vamos a plantearnos la pregunta de si existe o no verdaderamente una jerarquía Francmasónica suprema espiritual. En cambio, voy a examinar con cuidado la hipótesis de que el nombre de “Maestros de la Sabiduría” proceda de los Khwajagân, que tan extraordinaria influencia tuvieron en el corazón de Asia entre los siglos XI y XV de la era cristiana. La palabra Khwaja significa sabio
o maestro estando aún mejor traducida como Maestro de Sabiduría. Lo mismo que la palabra inglesa Mister, ha perdido su eminente significado quedando ahora reducido a algo más que profesor. Tengo pocas dudas de que Rudyard Kipling hubiese oído hablar de los Maestros en su juventud y de que el principal objeto de sus viajes a Turkestán, Afganistán y el Tíbet era descubrir vestigios de su actividad con el fin de reconstruir su doctrina. 

Debo la mayor parte de mi conocimiento de los Khwajagân a las traducciones al turco de una destacada serie de libros escritos en persa en los siglos XV y XVI y, de forma especial, al admirable estudio hecho por Husan Lutfi Susud, eminente sufí, a quien tuve acceso hace unos años en un viaje por Turquía. El trabajo de Susud, llamado Khwjadân Hanedani, o la Dinastía de los Maestros, se publicó en 1958 y se ha traducido en parte al inglés. Las fuentes persas más importantes son el Reshahat Ayn el Hayat, el Nefahat el Uns, y el Risalei Bahaiyye. He usado también la Historia de los turcos de Asia Central, de Wilhelm Bartold, publicada en el Welt des Islams en 1926.

También se habla de los Khwjagân en muchos estudios rusos sobre el Turquestán, a los que pudo haber tenido acceso Kipling en su juventud. Hacia 1901, el mismo Kipling conocía la importancia de esta escuela
francmasonica en Asia Central por ello así se proyecto en la película de Hollywood – El hombre que debió se Rey Con Sean Connery ; pero, al menos hasta donde se ha podido averiguar, la película no dio de ello más referencias en su película.

 El estudio que sigue sobre los Khwajagân y su papel histórico puede parecer fuera de lugar en un libro dedicado principalmente a Gurdjieff; pero sólo podremos formar un cuadro perfecto de su importancia si estudiamos el entorno de sus propias averiguaciones. 

Al entrar en contacto con los sucesores de los Khwajagân, la Congregación Naq’shbandi, empecé a convencerme de que había adoptado muchas de sus ideas y técnicas. 

Antes de seguir con Asia Central, vamos a ver como se sucedían los acontecimientos en Europa, hace más de mil años y que dio origen a la Francmasonería Europea. Entre los siglos III y VII de la era cristiana, Europa se vio sacudida por las hordas que irrumpieron desde Asia Central y destruyeron el Imperio Romano. En medio de este cataclismo, surgió el considerable fenómeno del monacato cristiano, fundado por San Benito y sus sucesores. Los monasterios de Europa devolvieron la estabilidad y la confianza, hicieron que se volviese al cultivo de la tierra y crearon una cultura nueva, que duró ochocientos años, hasta que fue superada por el Renacimiento. Pocas personas podrían estar preparadas para asociar estos hechos con los “Maestros” en sentido masónico, con seres sobrehumanos, ocultos para los mortales ordinarios. Sin embargo, el fenómeno es un hecho histórico, que no es
fácil de explicar. 

Las hordas godas se convirtieron de destructores en creadores, de tal forma que se puede pensar en fuerzas espirituales que actuaron entre ellos, igual que en las poblaciones europeas que conquistaron. Es posible que esas fuerzas procediesen de Asia Central. 

Hay un notable paralelismo entre la historia de Europa que acabamos de describir y las convulsiones que agitaron la mayor parte de Asia entre los siglos XI y XVI. Hordas de godos y tártaros, turcos y mongoles barrieron los decadentes imperios de China y la India. Destruyeron los recién nacidos reinos de Khwarezm y Azerbaijan y los califatos de Bagdad y El Cairo. El climax llegó entre 1220 y 1230, cuando Gengis Khan y sus mongoles rompieron toda resistencia y devastaron las viejas culturas. Gengis Khan es una de las figuras más importantes de la historia. A partir de él se produjo una situación completamente nueva, que cambiaría el mundo desde China hasta Europa. Los mongoles, dirigidos por él en una vertiginosa carrera de conquistas, entre 1210 y 1225 eran nómadas, completamente ajenos a la agricultura y a la vida en una comunidad urbana y no tenía idea del significado de una religión teísta. Adoraban al Gran Espíritu y se creían en posesión de poderes espirituales. La transformación que se produjo en el breve período de veinticinco años no podía haber tenido lugar sin una influencia especial, muy parecida a la que surgió con el monacato cristiano seiscientos años antes. Sabemos que en veinticinco años los mongoles se convirtieron al Islam y adoptaron la lengua y la cultura persas. El paralelismo con la forma de asimilar los godos la lengua y la cultura de Europa puede ser más que una coincidencia. Al empezar el siglo XIV, los descendientes de Gengis Khan eran los principales patrocinadores del arte en el mundo y Samarkanda; la antigua Sogdiana, era conocida como el mayor centro cultural. Aunque en China se produjeron transformaciones de igual espectacularidad, su efecto fue transitorio y, al cabo de un siglo había desaparecido virtualmente la influencia mongol. 

Es un hecho histórico que el papel más importante en la transformación de Asia Central estuvo a cargo de la sociedad o agrupación de sabios conocida como los Khwajagân o Maestros. Aunque eran musulmanes y eran considerados generalmente como sufíes, sus doctrinas y métodos diferían radicalmente de los seguidos por otras escuelas sufíes de Arabia, África y España. Raramente se habla de los Khwajagân en los libros de sufismo, aunque sus sucesores, los Naq’shbandi son el grupo más numeroso e influyente de la comunidad sufí del mundo. La razón de esto es que el Sufismo se ha conocido, sobre todo, a través de la literatura. Muchos han oído hablar de los grandes poetas sufíes, como Nizami, Hafiz, Jellalludin, Rumi y Attar, y los nombres de los que han escrito grandes obras filosóficas, Mudyiddin Ibn Arabi e Iman Gazali, son también muy conocidos. Los Khwajagân escribieron muy poco, excepto manuales prácticos hasta el siglo XV. Por suerte, dan detalles de la vida y obras de muchos de los grandes Maestros y el resto puede complementarse con documentos de la época. Algunos de estos documentos los facilitaron viajeros europeos, como Guy de Ruysbrouck, un monje que viajó por Turquestán y Mongolia en 1253, y el famoso Marco Polo, que visitó la corte china de Kublai Khan, el nieto de Gengis Khan. El explorador árabe Ibn Batuta habla también de la influencia de los Khwajagân en las regiones de Sogdiana y Koreen Lin. 

Los historiógrafos persas, como Ibn Rashid, enemigos de los mongoles, se refieren directamente a los Khwajagân y aceptan, como algo real, que establecieron relaciones amistosas con los Khans, en beneficio de toda la región. 

Pero, ¿quiénes eran estos hombres, tan poco conocidos en el oeste, a pesar de su influencia durante cinco siglos? Los Maestros constructores de Catedrales Góticas antecesores de nosotros los Francmasones no surgieron de la nada.

Mucho antes de que apareciesen, fluía por Asia Central una potente corriente de espiritualidad. Cuando Zoroastro vivió en Balkh, la “Madre de las Ciudades”, en el siglo VI antes de Cristo, heredó una tradición más antigua todavía. Los primeros himnos del pueblo ario, según pruebas convincentes, se han compuesto en el norte hace unos diez mil años. Creo que, siguiendo el hilo de una tradición continua, podemos remontarnos hasta hace más de treinta mil años, cuando Asia Central era una región fértil y punto de encuentro de diferentes culturas, mucho más antiguas que la Egipcia, la Mesopotámica y la India, que surgieron hace seis o siete mil años. 

En el próximo capítulo estudiaremos estas antiguas tradiciones.

Nos equivocamos si pretendemos comprender el porque de las Catedrales  Góticas sin llegar a captar su idea sobre el significado histórico de las tradiciones espirituales. Sabemos que son inevitables los cambios
periódicos, pero también estaba convencido de que hay un núcleo de
sabiduría, inmutable y eterno, al que puede acceder siempre la
humanidad. Hablaba con frecuencia de tradiciones de cuatro o cinco mil
años de antigüedad, que aún se conservaban cuando viajó por Asia, lo
mismo que de otras enseñanzas más antiguas, que se remontaban a los
orígenes de la humanidad. 
La tradición mazdeista dejó un camino al cristianismo y al maniqueismo y éstos, a su vez, fueron absorbidos por el Islam. Pero el Islam debe algunos de sus principios más vitales a Persia y Asia Central. Según la tradición musulmana, Selman el persa, que fue el primer converso de la religión mágica del Islam y uno de los más próximos acompañantes del profeta, pertenecía a la escuela de sabiduría que floreció durante unos dos mil años en Balkh. Era la escuela de los Maestros. 

El título de Khwaja se dio por primera vez a Yusuf, de Hamadan, al noroeste de Irán. Hamadan es una de las principales vías desde el Turquestán hacia Turquía y Mesopotamia y, con seguridad, fue visitada por buscadores de la verdad en unos de sus primeros viajes. Yusuf Hamadani nació en 1084 en Bozenjir, un pueblo cercano a Hamadan, que era la capital donde estaba el primer Sultán Seljuk , Maghrib Beg. 

Yusuf creció en vida de su sucesor Malik Shah, a cuyo servicio estaba el famoso Nizam-ul-Mulk, que se enfrentó a los conocidos asesinos del Monte Elburz, que al final lograron matarlo a él. Por aquel tiempo, Yusuf dejó Hamadan y se fue a Bagdad a prepararse con el famosísimo maestro Ibn Ishaq, uno de los sucesores de Ibn Hanifa. Ishaq lo mandó a otros maestros de Ispahan a Bokhara y Samarkanda, regiones que todavía eran de mayoría cristiana, de la secta nestoriana o unitaria. 

Es posible que se le encomendase una misión especial, porque, según el Fasl ul Hitab, se le dijo que dejase toda enseñanza ordinaria y se dedicase a la oración, el ascetismo y la purificación propia. También se dice que fue iniciado por Sheikh Alí Farmidi, que también fue maestro de Iman Gazali, uno de los mayores filósofos y místicos islámicos. 

Cuando tenía treinta años, Yusuf ya era conocido como maestro y los indagadores (salikin) venían a él de todas partes de Asia. Esto no era normal, ya que pocos Khwajas aceptaban alumnos antes de haber completado un aprendizaje de veinte o treinta años. Pasó algún tiempo en Horasan, otra temporada mucho mayor en Bokhara y, finalmente, se estableció en Merv, donde fue enterrado. A Yusuf lo han descrito como alto, delgado y de ojos chispeantes. Era amable y compasivo y se relacionaba fácilmente con gentes de otras religiones. También se ha dicho que tenía marcas de viruela. Siempre llevaba un mando de lana remendado. Su principal ejercicio espiritual era el zikr con retención de la respiración, que llevaba a tal extremo que durante su oración se le cubría el cuerpo de sudor. 

Mantenía una actividad incesante. Cientos de investigadores venían a él, desde lugares muy remotos, pero trabajaba con un interés muy especial con un grupo de once hombres que se fueron con él de Hamadan a Bokhara. En el año 1205, Sheikh Evhadduddin Kirmani informaba a Muhyddin Ibn Arabi que Khwaja Yusuf había ocupado el puesto de “maestro de maestros” durante sesenta años. Murió yendo de Herat a Merv en 1140, a la edad de 92 años. 


En la literatura de los Khwajagân se pueden encontrar muchos detalles de su vida y narraciones de los milagros que hizo él y sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar esto? Era conocido por todas partes como el supremo dirigente espiritual de su época, el Kutb-i-Zaman. Algunas de las ramas más importantes de derviches remontan sus orígenes hasta él. Aunque evitó la vida política, los gobernantes de aquella época no sólo le consultaban, sino que seguían su consejo. El título de Maestro de la Sabiduría se convirtió en la prerrogativa de una estirpe de hombres importantes, que ejerció una enorme influencia en Asia Central y Europa durante cinco siglos. La imagen que ofrecen difiere mucho de la que los teósofos y los libros Tíbetanos de la Francmasona Alice Bailey nos dan de los Kwajagân, eran hombres prácticos que cumplían misiones prácticas.

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