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domingo, 17 de noviembre de 2013

Los secretos de la carrera espacial rusa.(1)




La alocada carrera del ego

El lanzamiento en octubre de 1957 del Sputnik, el primer satélite artificial de la historia, por parte de la Unión Soviética fue un duro golpe para Estados Unidos. El mismo cohete utilizado para esta misión podía servir para depositar una ojiva nuclear sobre territorio estadounidense. Sorprendida por la repercusión de su hazaña, la URSS no tenía intención de detenerse aquí: tras la puesta en órbita de un ser vivo, la Luna sería su siguiente objetivo. Se iniciaba así una auténtica “guerra fría” de carácter cósmico.

La puesta en órbita del Sputnik por parte de una nación que hasta aquella fecha había sido considerada atrasada en el campo de la Astronáutica cogió por sorpresa a Estados Unidos, que vio en esta iniciativa un nuevo tipo de amenaza militar. ¿Cómo había podido ocurrir? La explicación es sencilla. Mientras los estadounidenses afrontaron su proyecto de satélite desarrollando casi desde cero un nuevo cohete con tal fin (el Vanguard, pequeño y poco potente), la URSS tomó un atajo y escogió su mayor vehículo disponible, el gigantesco R-7, un misil intercontinental. El presidente de EE.UU. en aquel momento, Dwight D. Eisenhower, creía que un satélite podía retrasar el desarrollo de los misiles Atlas y prefirió separar ambas actividades. Además, pensaba que el uso de un misil podía no agradar a la opinión pública, teniendo en cuenta que la misión del primer satélite debía ser de carácter científico y civil. En cambio, el presidente soviético Nikita Jruschov permitió el uso del ICBM militar atraído por la promesa de que una victoria en aquella carrera supondría un gran prestigio para los ideales comunistas.

Paradójicamente, el R-7 soviético era un misil muy grande debido a la ineficacia de los ingenios nucleares de la URSS, demasiado pesados. Gracias a ello, el ingeniero jefe del proyecto, Serguéi Korolev, y sus ayudantes dispusieron de un cohete formidable cuya capacidad de ponerse en órbita no sería superada por la de los artefactos estadounidenses en muchos años. Una ventaja que permitía trazar un plan de misiones muy ambicioso, tanto como para alcanzar la Luna.

VENTAJA SOVIÉTICA

A Korolev no le resultó difícil convencer a Jruschov de que valía la pena mirar hacia nuestro satélite. Tras la experiencia del Sputnik el escenario espacial se había convertido en un lugar muy atractivo para dirimir rivalidades. El prestigio que estaba proporcionando la gesta a la URSS era increíble. Por eso en apenas un mes se ordenó el lanzamiento del Sputnik-2, con la perrita Laika a bordo, y se autorizó otros proyectos, entre ellos la soñada visita a la Luna.

Por su parte, EE.UU. se encontraba inmerso en una espiral frenética de toma de decisiones. Solo alcanzar la Luna podía superar la gesta del primer satélite, de modo que Eisenhower encargó a los servicios militares el diseño de misiones lunares dentro del programa Pioneer. Pero llegar a la Luna era complicado. El cohete preciso tenía que vencer la gravedad terrestre, es decir, alcanzar una velocidad de al menos 40.000 km/h, frente a los 28.000 necesarios para ponerse en órbita alrededor de la Tierra. Los ingenieros estadounidenses tendrían un largo trabajo por delante.

En la URSS, sin embargo, el problema era más sencillo. Su cohete estaba tan sobrado de energía durante el despegue (había sido diseñado para transportar bombas nucleares de 4 o 5 toneladas) que solo necesitaba un motor suplementario en su cúspide para conseguir la velocidad de escape. Dicho y hecho: el 10 de julio de 1958 se lanzó desde el cosmódromo de Baikonur un cohete R-7 equipado con una maqueta de lo que sería esa etapa de propulsión suplementaria.

En cuanto a la sonda que viajaría sobre el vehículo, existían informes desde abril de 1957, elaborados por el ingeniero soviético Mijaíl K. Tijonravov, que describían cómo debía ser y cómo funcionaría. La propuesta de Korolev respecto a la misión fue presentada el 28 de enero de 1958 al Comité Central del Partido Comunista. La sonda se llamaría Object-E y tendría distintas configuraciones para llevar a cabo diversas misiones, todas ellas con gran impacto mediático.

Se utilizarían cuatro tipos de sonda. La primera (E-1) buscaría un impacto directo contra la Luna, la segunda (E-2) fotografiaría la cara oculta de nuestro satélite, la tercera (E-3) haría lo mismo con cámaras más potentes y la cuarta (E-4) volvería a intentar impactar contra la Luna, transportando esta vez una bomba nuclear. A mediados de 1958 la opción nuclear fue descartada. Sin embargo, no se había solucionado el problema de cómo demostrar que la sonda había alcanzado su objetivo para llamar la atención pública. Se pensó en cargar explosivos convencionales a bordo de la E-1, pero finalmente se optó por dotarla de un transmisor cuya señal se vería interrumpida cuando se produjese el choque definitivo.

Según el calendario establecido, la primera sonda lunar soviética debía volar en agosto o septiembre de 1958.

FRENÉTICA CARRERA LUNAR

Aunque albergaba sospechas sobre la determinación soviética por llegar a la Luna, el Gobierno de Estados Unidos no tenía certeza alguna al respecto. Su propio programa lunar, aprobado el 27 de marzo, se había iniciado con mal pie. El 17 de agosto despegaba desde Cabo Cañaveral la primera sonda Pioneer a bordo de un cohete Thor-Able-I con la ambiciosa meta de colocarse en órbita alrededor de la Luna. Pero la Pioneer explotó con su cohete a 15 km de altitud, lo que devolvió a la URSS el primer puesto en la carrera lunar. La sonda soviética E-1 era esférica y sencilla, la única forma de construirla a tiempo para una misión tan avanzada. Solo pesaba 157 kg y tenía 80 cm de diámetro. Su bautismo espacial, sin embargo, fue casi idéntico al de su competidora estadounidense. A los 93 segundos del despegue, que se produjo el 23 de septiembre, su cohete sufrió unas extrañas vibraciones y estalló en el aire. El resultado se mantuvo en estricto secreto.

Las ventanas de lanzamiento a la Luna se sucedían con una periodicidad mensual. La siguiente se abrió para la URSS el 12 de octubre, pero sus ingenieros fueron incapaces de encontrar en tan poco tiempo las razones del fallo del anterior cohete. Como la ventana de Estados Unidos se había abierto un día antes, Korolev ordenó colocar en la rampa de despegue otra sonda. Si el rival estadounidense despegaba, también lo harían ellos, y, dado que su cohete era más potente, podría alcanzar una mayor velocidad y permitir que su sonda llegase antes a la Luna, el crucial objetivo de la misión.

La Pioneer-1 estadounidense despegó, efectivamente, pero después de un cuidadoso análisis se descubrió que la velocidad alcanzada por su cohete no había sido suficiente, por lo que cayó a la Tierra tras alcanzar una distancia de 114.000 km. Sin embargo, como estos cálculos no fueron dados a conocer de inmediato (la Pioneer chocó contra nuestro planeta 43 horas después del despegue), Korolev, creyendo que esta vez EE.UU. había logrado su objetivo, ordenó el lanzamiento de su propio e inseguro vehículo.

El 12 de octubre la segunda E-1 soviética partió desde Baikonur, pero el resultado de su periplo fue el mismo que el de su antecesora: las vibraciones del cohete la destruyeron a los 104 segundos. Resultaba obvio que cualquier nuevo intento terminaría de igual forma si el problema inicial no era identificado y resuelto. A la sazón, el examen de los restos de los vehículos estrellados permitió averiguar que las vibraciones habían aparecido al colocar sobre el misil primitivo el motor suplementario para alcanzar la velocidad de escape hacia la Luna. Se aplicaron las medidas correctoras, que fueron probadas en noviembre, y el sistema estuvo de nuevo a punto para volver a intentarlo.

El tiempo empleado en la resolución de la anomalía no permitió a la URSS participar en la ventana de noviembre. Estados Unidos, en cambio, sí lanzó la Pioneer-2 el día 8, si bien otro fallo de propulsión dejó a la nave muy lejos de su objetivo: solo alcanzó los 1.500 km de altitud.

En octubre inició sus operaciones la NASA, creada por la Administración estadounidense para hacerse cargo de todos los programas espaciales civiles. Este organismo tendría que confeccionar su propio programa de sondas lunares y también supervisar los puestos en marcha por los militares. La primera misión controlada por la agencia había sido la Pioneer-2, aún patrocinada por la Fuerza Aérea. El Ejército lo intentaría a partir de diciembre con un cohete (Juno-II) y una sonda nuevos.

Los repetidos fracasos de la versión de la Fuerza Aérea estadounidense habían permitido a los soviéticos seguir aspirando al triunfo final. El 4 de diciembre una nueva E-1 partía desde Baikonur, pero, aunque el problema de las vibraciones no apareció, otro fallo terminó con la misión a los 245 segundos del despegue. La desesperante fragilidad del sistema hizo temer a Korolev la derrota en la carrera lunar.

El 7 de diciembre la Pioneer-3 presentó su propia candidatura. Sin embargo, el éxito tampoco sonrió en esta ocasión a los ingenieros estadounidenses. La sonda solo alcanzó 100.000 km de distancia.

Artículo de Victor Arenas en Revista Más Allá de la Ciencia nº 234

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