MIGUEL DE CERVANTES Y LA INICIACIÓN
Sirva esta entrada del blog para reivindicar el reconocimiento que los Masones de habla española tenemos pendiente de tributar al inmortal Miguel de Cervantes. Los anglosajones pronto supieron reconocer la presencia de la Iniciación en la obra de Shakespeare, de modo que en todos los países de habla inglesa aparece una Logia con el nombre del dramaturgo. Sin embargo, en el entorno de habla española parecemos ignorar el legado iniciático de figuras tan universales como Velázquez o Cervantes, con la única excepción de un puñado de hispanohablantes en suelo australiano que tuvieron el buen criterio de denominar Miguel De Cervantes Lodge a su Logia de Sydney, Australia, aunque esté por discernir si el propósito de estos Hermanos fue honrar a Cervantes como icono de su idoma o por la introducción de la Iniciación en el Quijote.
El paradigma imperante actual parece convertir en tabú todo aquello que parezca tener relación con la Iniciación. De hecho, buena parte de la Masonería actual parece más bien destinada a esconderla y negarla que no a buscarla, que es al fin y al cabo el objetivo de cualquier orden iniciática. La situación era notablemente distinta en el Siglo XVIII, donde, a pesar de la existencia de un entorno religioso férreo, la élite intelectual tenía más nociones de la Iniciación de lo que es habitual actualmente. No es por ello extraño que un adalid del catolicismo como Felipe II tuviese una notable biblioteca esotérica en El Escorial, o que posteriormente Velázquez concediese a la realidad iniciática tanto protagonismo en su obra pictórica.
La Cueva de Montesinos
Entrada y sección de la Cueva de Montesinos
Creo que cualquiera que se haya adentrado en el Quijote se habrá percatado de que el público al que se dirige Cervantes es un público distinto del masificado público actual. En pleno Siglo XVI el público era mucho más reducido, y necesariamente más elitista desde el punto de vista intelectual. Ello provoca que Cervantes se permita unas audacias inconcebibles hoy en día, que le llevan a jugar con el lector en una dinámica casi interactiva. Al adentrarnos en su obra conviene tener en cuenta no únicamente lo que dice, sino también a qué clase de público se dirige.
La obra cumbre de la lengua española no podía ignorar el tema de la Iniciación, de modo que Cervantes la plasma en un episodio de contenido simbólico complejo que ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones: la Cueva de Montesinos. Hoy en día nos encontramos demasiado alejados, tanto en el tiempo como culturalmente, del universo de Miguel de Cervantes, y por ello no pretenderemos interpretar toda la simbología de este episodio, pero si intentaremos mostrar las líneas en generales en las que el autor se basa.
Don Quijote es descendido a la Cueva de Montesinos.
Lo primero que llama la atención al leer el relato del descenso en la gran similitud que hay entre la forma en que descienden atado a Don Quijote y el ritual de Exaltación del Arco Real, en el que tiene lugar un episodio idéntico. En realidad, tanto en uno como en otro caso se está reproduciendo un antiquísimo patrón europeo de descenso a la gruta cuya primera versión conservada probablemente sea el descenso de Timarco al antro de Trofonio descrito por Plutarco, aunque la Odisea y la Eneida también narran sendos descensos a las cavernas. Una vez descendido a la cueva, Don Quijote debe optar entre la senda que lleva a la derecha o el camino que lleva a la izquierda. Esto es otra referencia a las estrechas sendas del la virtud y los amplios caminos del vicio, a los que el propio Cervantes hace referencia en el Capítulo VI de la obra. Del mismo modo llama la atención a la ubicación que otorga Cervantes a la cueva, pues mientras que Ossa de Montiel se encuentra en el extremo inferior de La Mancha, el autor dice que se encuentra en el corazón de La Mancha, otorgándole un peculiar cariz de ómfalos u ombligo del mundo (por cierto, la palabra Ossa tiene la misma etimología que Huesa: era un lugar de enterramientos).
El protagonismo de las cuerdas no es menor al que se observa en la Masonería tradicional, donde la cuerda es un elemento omnipresente: en el Grado de Aprendiz es la Soga que el Candidato lleva en su cuello. En el Grado de Maestro es la Lienza, y en el Arco Real son las cuerdas de que se sirve el Candidato para descender a cripta (en el Grado de Compañero no aparece, pues se trata de un Grado de génesis tardía). La presencia de la cuerda es un recordatorio del elemento más socorrido de la Iniciación, mencionado en el Eclesiastés:
Acuérdate de Él antes que se rompa el cordón de plata, se quiebre el cuenco de oro, se rompa el cántaro junto a la fuente, y se haga pedazos la rueda junto al pozo.
Eclesiastés 12:6
A título particular, he de decir que otro elemento que me llamó la atención es la secuencia que se produce durante el descenso de Don Quijote a la Cueva, en el siguiente párrafo:
Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien brazas de soga y fueron de parecer de volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda. Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro, y creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse; pero llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegraron.
El hecho de que me llamase la atención se debe a que la secuencia esfuerzo - comodidad - esfuerzo es un tópico muy antiguo de la Iniciación. Walter Leslie Wilmshurst lo comentaba al explicar cómo era el corredor que lleva a la Cámara del Rey en la Gran Pirámide: primero un pasaje muy bajo que obliga a recorrerlo penosamente agachado (que Wilmshurst relaciona con el esforzado Grado de Aprendiz). A continuación viene una parte de mayor altura que se puede recorrer cómodamente erguido (que Wilmshurst relaciona con el Grado de Compañero, mucho menos oneroso en términos de purificación), para finalmente tener que acometer un esfuerzo supremo y tener que introducirse por una angosta apertura que transforma ese momento en un auténtico parto (y que Wilmshurst relaciona con el momento del Tercer Grado). Realmente me pregunto si esa forma de mostrar la dinámica de Don Quijote en la cueva, desde la perspectiva de los que quedaron fuera, no sería un guiño a los lectores versados en la Iniciación.
Son interesantes también las expresiones que emplea Sancho Panza, quien le dice antes de descender: "Dios te guíe, otra vez, y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida". Al salir de la cueva Sancho lo acoge con estas palabras: "Sea Vuesa Merced muy bien vuelto, Señor Mío, que ya pensábamos que se quedaba allá". Si recordamos que para los antiguos la iniciación suponía una conversión (metanoia), comprenderemos que la expresión "muy buen vuelto" no puede ser más acertada. Sea como fuere, el Ingenioso Hidalgo permanece en el interior de la cueva "como media hora", saliendo de ella "con muestras de estar dormido". Al despertar, "mirando a una y otra parte como espantado" exclama: "Dios os lo perdone, amigos; que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún ser humano ha visto ni pasado. En efecto, acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, se marchitan como la flor del campo".
Don Quijote es despertado a su salida de la cueva.
En la narración del Quijote este descenso a los infiernos es más bien una visión de los Campos Elíseos. Cuando Sancho y el primo del licenciado intentan despertar a Don Quijote, sacudiéndole, le suplican que les diga " lo que en aquel infierno había visto". "Infierno le llamáis" -contesta don Quijote- "Pues no le llaméis ansi porque no lo merece, como luego veréis".
El Romance de Durandarte y Belerma
Belerma es un personaje creado por los juglares del Siglo XVI que viene a representar el arquetipo de la Dama ideal, de modo que protagoniza numerosos romances. En el relato Oh, Durandarte, dos primos, Durandarte y Montesinos vuelven de una batalla. Durandarte está muy malherido y está a punto de morir. Pero antes de fallecer, Durandarte se acuerda de su amada, Belerma, a la que había estado cortejando durante siete años, y ahora que ella le hacía caso, el moría. Durandarte le pide a su primo Montesinos que cuando muera le saque el corazón y se lo entregue a Belerma, ya que así su amor estará siempre con ella. Durandarte muere y Montesinos le cava una tumba, pero antes de enterrarlo, cumple la promesa que le hizo, le saca el corazón con una daga y lo envuelve en una tela para entregárselo a Belerma.
La manera en que narra Cervantes lo que acontece en esta curiosa experiencia es una curiosa mezcolanza de referencias literarias y humor. El guión básico está extraído de una gran obra iniciática: La Eneida, de Virgilio. Don Quijote ve a Dulcinea encantada en el mismo lugar que Eneas contempla a Dido. El lector versado en La Eneida deduciría entonces de manera refleja que ese lugar sería el infierno, pero Don Quijote se apresura a afirmar que no es el infierno, sino un lugar maravilloso. Del mismo modo Cervantes da la vuelta al relato de Virgilio cuando afirma que salen cuervos y pájaros de la gruta, pues en el caso de Virgilio...
(...) abre una profunda caverna su vacío inmenso, (...) y las aves no pueden tender las alas y surcar impunemente los aires por allí, (de donde viene que los griegos hayan dado el nombre de Aornos a este lugar).
Eneas, como Ulises antes que él y Don Quijote siglos más tarde, desciende a la caverna del infierno. La indiferencia que Dido muestra ante el dolor de Eneas se ve reproducida en la que ahora muestra Dulcinea ante Don Quijote, pero si en el caso de Eneas la aparición de Dido es dramática, pues aparece sangrando, cuando finalmente Dulcinea se aparece al caballero andante lo hace para ¡pedirle doce reales, mientras Don Quijote dice que solo tiene cuatro!
Ovidio
En la época de Cervantes, Ovidio era apreciado entre otras cosas por el hecho de que su versificación estaba muy unida con una narración dinámica, pero era apreciado además por la ironía de sus textos al hablar de los misterios y los tesoros poéticos y filosóficos que encierra la mitología. Las transformaciones de Durandarte y Belerma, Dulcinea, Montesinos, Merlín y todos los caballeros andantes que habitan la cueva de Montesinos, responden a las mutaciones que imperan en las Metamorfosis, donde Lineo se transforma en Lince, Níove es convertida en piedra, unos labriegos en ranas, etc., de modo que Cervantes juega con el cambio de estado que sufren los personajes por raptos alucinatorios o encantamientos, aunque nuevamente vuelve a introducir el humor:
-¿Y los encantados comen?- dijo el Primo-. "No comen -respondió don Quijote-, ni tienen excrementos mayores; aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos. "¿Y duermen por ventura los encantados, señor?" -preguntó Sancho-. No por cierto -respondió don Quijote; a lo menos en estos tres días que yo he estado con ellos ninguno ha pegado el ojo; ni yo tampoco.
La procesión de doncellas en la cueva de Montesinos.
Otro aspecto a tener en cuenta para un correcto entendimiento del episodio es el discurso del primo, que por momentos va exponiendo puntos de vista de Virgilio, Ovidio, y de otros autores contemporáneos de Cervantes a los que este contesta e incluso ridiculiza, como Virgilio Polidoro de Urbino o Villén de Vieda,. La inesperada alusión a la invención de los naipes pretende mofarse de Villén de Viedma, quien en su Suplemento a la invención de las antigüedades de Virgilio Polidoro pretende atribuirse la invención de los naipes.
Ya que soy manchego, discúlpeseme la vanidad de poner una foto mía a los 22 años en los campos de Albacete, de donde procedo (el peculiar saturado de esta foto tomada con cámara de carrete se debe al sol abrasador del verano). Tras 18 años de vivir en la Comunidad Valenciana, donde el entorno es más amable, creo que he tomado progresivamente conciencia de lo ásperos que son los campos de La Mancha para el ser humano. Creo que jamás leí una descripción tan acertada de La Mancha como la escrita por Benito Pérez Galdós:
Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierra surcada por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentarse la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades, que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre, o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien lo ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, los cuales no necesitaban sino hablar, para asemejarse a colosos inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores.
Bailén, de Benito Pérez Galdós.
Don Quijote y Sancho Panza, por Antonio Mingote.
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