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lunes, 4 de marzo de 2019

De los constructores sagrados a los masones operativos 3 de 3

De los constructores sagrados a los masones operativos 3 de 3
Hurtado Amando.


La Orden del Templo había acumulado un enorme poder, constituyendo un auténtico estado dentro de los estados europeos y por encima de ellos, en muchos casos. Recaudaban más tributos que los mismos reyes y organizaban “provincias” templarias a las que dotaban de organismos semejantes o superiores en eficacia a los de las monarquías feudales de su tiempo. Los masones en Francia pagaban sus tributos a la Orden y no a la corona, dada la protección que recibían del Templo y su estrecha colaboración. Por ello, cuando a principios del siglo XIV, la muy decaída y rica Orden del Templo fue perseguida en Francia por el rey Felipe IV el Hermoso y fue disuelta por el papa Clemente V –tras la muerte en la hoguera de su último Gran Maestre, Jacques de Molai, y la dispersión por toda Europa de sus caballeros-, empezó a forjarse una leyenda, que se fue engrosando y decantando a través de los siglos posteriores y que culminó en el XVIII, que atribuiría a la Orden del Templo el origen de la Francmasonería especulativa o simbólica. Algo que es históricamente falso, aunque algunos grados superiores de la Masonería del Rito Escocés y del Rito de Cork recojan la gesta caballeresca templaria como motivo de meditación iniciática. Veremos, más adelante, en qué consisten esencialmente los grados masónicos y qué otras leyendas y mitos recogen con el mismo fin.

Hemos aludido antes a la práctica de ceremonias rituales, mediante las cuales se recibía en las cofradías gremiales a los nuevos miembros que entraban a formar parte de ellas como profesionales de alguno de los oficios. Se perseguía con ello seleccionar los reclutamientos mediante el control del número de profesionales existente en cada ciudad o villa y, al mismo tiempo, se intentaba asegurar la capacidad profesional normalizada de los candidatos para prestigiar el ejercicio de la profesión correspondiente.

En cada oficio existía una jerarquización de deberes y obligaciones, representada por distintos niveles profesionales: en todos los oficios había aprendices y oficiales o compañeros. Al frente de ellos, en cada taller concreto, había un “maestro”, que solía ser un oficial de mayor edad y experiencia que contaba, también, con mayor solvencia económica y comercial para hacerse cargo del patronazgo y de la dirección. Los obreros más cualificados de los talleres formaban cofradías o fraternidades laborales, de carácter local o regional, ya que, a diferencia de otros oficios, el de los constructores exigía frecuentes desplazamientos o viajes en busca de trabajo.

Cuando el candidato al ejercicio “normalizado” de un oficio deseaba ingresar en un taller, las normas establecían que tenía que prestar juramento de lealtad hacia sus cofrades o compañeros profesionales, y de honradez en el desempeño de su labor. Si ésta implicaba la aplicación de conocimientos técnicos especiales, que los miembros del taller en cuestión solieran practicar en sus trabajos, el candidato debía jurar que mantendría el “secreto” profesional correspondiente, a fin de no dañar los intereses de quienes le acogían. Con frecuencia, el candidato era sometido a alguna “prueba” que evidenciara su valor, su capacidad profesional u otras cualidades físicas y morales, según muy antiguas tradiciones nunca extinguidas, sino simplemente “revestidas” para respetar, al menos en lo formal, las creencias religiosas católicas socialmente imperantes. En esto consistía, a grandes rasgos, lo que suele llamarse la “iniciación” en los diversos oficios. Naturalmente, los aprendices debían, a continuación, pasar un tiempo (variable, según las épocas y circunstancias, entre siete años y más) aprendiendo de los oficiales la práctica del oficio en cuestión, antes de pasar a ser uno de ellos mediante nuevo juramento y previa aceptación de quienes iban a ser sus compañeros.

Las cofradías de constructores no eran excepción a este modus operando formal, puesto que, como hemos visto, sus raíces históricas llegaban muy lejos en el tiempo. En las cofradías de constructores o masones no ingresaban todos los obreros del oficio. El aspirante pasaba primeramente por un período de aprendizaje controlado, dependiendo durante esa etapa del “maestro” o jefe del taller para el que trabajaba. Transcurrido un tiempo, el aprendiz era propuesto a la cofradía y, en su caso, “registrado” como tal en las listas de la misma. A partir de aquel momento, el aprendiz pasaba otro período de aprendizaje antes de “entrar” o ser admitido como compañero de pleno derecho. Durante ese tiempo, era lo que los anglosajones llamaban un “entered apprentice”. Los historiadores masonólogos han venido analizando este tema de manera especial durante el último tercio del siglo XX, a partir de nuevas documentaciones, poniendo de relieve diferencias interesantes entre la organización del oficio en Escocia, Irlanda e Inglaterra, respectivamente. Los Estatutos llamados de Schaw (1598/99) señalan la existencia de maestros masones profesionales en Escocia, cuando en Inglaterra no existía esa categoría o grado laboral, que mucho después sirvió de base histórica para el desarrollo del grado iniciático de Maestro, en la Masonería simbólica o especulativa del siglo XVIII. Los ingleses contaban solamente con aprendices “ingresados” y compañeros (fellows) del oficio.

En Alemania y Francia, donde los masones constructores de catedrales dejaron las más monumentales huellas, el desarrollo de sus cofradías merecería un análisis específico. La historia del Compañerazgo en Francia, donde perdura aún, a través de una larga y accidentada trayectoria, ha constituido y sigue constituyendo objeto de numerosos estudios, como uno de los posibles antecedentes de la Francmasonería filosófica o simbólica.

La construcción, mucho más que otros oficios, requería la participación en las obras de personas expertas en disciplinas cuyo conocimiento no era impartido de manera general y no estaba al alcance de todos, en sociedades en las que el desarrollo cultural se ceñía a pautas sociales y dogmáticas demasiado estrictas. Los masones conservaban su propia tradición cultural y la transmitían oralmente, mediante la iniciación y a lo largo del período de aprendizaje. Sin embargo, no todos los constructores pretendían ni alcanzaban una iniciación superior en el Arte de la construcción. La mayor parte de ellos eran solo lo que hoy llamaríamos obreros del oficio. El “arte” va más allá de la mera técnica rutinaria, destinada a conseguir un fin inmediato, y no todos los que realizaban esa labor poseían idéntica capacidad o circunstancias favorables para desarrollarlo. Por eso, sólo determinados miembros de las cofradías de masones abordaban el aprendizaje de conocimientos que, estando implícitos en la base del oficio, eran, a su vez, fuente del posible despliegue de posibilidades que éste encerraba.

Ha llegado hasta nosotros buen número de manuscritos estatutarios de los antiguos masones medievales, como los de Bolonia (Italia), del siglo XIII, y los de Ratisbona (Alemania), del siglo XV. Los deberes reglamentados de los cofrades masones medievales ingleses fueron recogidos en diversos manuscritos, de los que los más antiguos conservados se remontan a los siglos XIV y XV. Se trata de las Ordenanzas de Cork y los manuscritos llamados Regius y Cooke. A través de ellos y de otros posteriores, englobados bajo el nombre de “Old Charles” (Antiguos Deberes), sabemos que la Geometría era considerada por los masones como ciencia madre de todas las demás ciencias, puesto que todo, en el universo, tiene medidas que pueden traducirse en formas, y viceversa.

El conocimiento de la Geometría comportaba el de otras disciplinas, ya que éstas, en definitiva, no pueden abordarse sin considerar la medida o intensidad, en el espacio y en el tiempo, de vibraciones sonoras o luminosas. Los antiguos manuscritos mencionados definen la Francmasonería como el “conocimiento de la naturaleza y la comprensión de las fuerzas que hay en ella”. El arte masónico o “arte real”, término utilizado ya por el neoplatónico Máximo de Tiro, se identificaba con la geometría, una de las ciencias del quadrivium pitagórico. La constancia de la Geometría (y de la expresión de la medida, que el Número) en todos los niveles de la naturaleza, manifestaba, para los masones iniciados, la presencia constante del Gran Arquitecto del Universo en todo lo existente. El concepto de “Gran Arquitecto del Universo” plasmaba, en parte, la idea del “Dios-Constructor” o “Dios-creador” del medio social y cultural cristiano en el que se desarrollaban las cofradías medievales de constructores . La Unidad, primera manifestación del Ser, desdoblándose y expresándose a través de la pluralidad, la Trinidad, resumiendo el gran principio dual del universo en su conjugación ternaria, y otros tantos conceptos pitagóricos, se hallaban en la interpretación geométrica del mundo heredada por los masones medievales.


La rica y vieja tradición de los constructores sagrados había pervivido en culturas diferentes, manteniéndose al margen de las definiciones teológicas y teogónicas imperantes en cada una de ellas, pero facilitando siempre una ósmosis que permitía traducir sus valores como valores “geométricos”. Veremos que los fundadores de la neomasonería o Masonería simbólica, en el siglo XVIII, aludirán a ello indicando que los nuevos masones ya no tendrían que observar la religión de los lugares en que se hallasen sus talleres, como habían hecho hasta entonces, sino la religión natural que conduce al desarrollo de la Virtud personal, en armonía con lo universal.

http://dialogo-entre-masones.blogspot.com/2014/01/de-los-constructores-sagrados-los_3.html

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