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domingo, 3 de marzo de 2019

De los constructores sagrados a los masones operativos 2 de 3

De los constructores sagrados a los masones operativos 2 de 3
Hurtado Amando.


En China, Mesopotamia, India, México, Perú, como en Egipto, en Fenicia, en Grecia o Roma, se desarrollaron civilizaciones en cuyo origen lo trascendente, lo que se calificaba como “divino”, ocupó un lugar preeminente. Todas ellas contaron con constructores de templos excepcionales. En el Mediterráneo, fue Egipto el más brillante exponente del nivel alcanzado por la arquitectura sagrada y de él partieron conocimientos que, aprovechados por los inteligentes maestros fenicios, dieron lugar a construcciones como el templo de Salomón. Los constructores desempeñaron, simbólicamente, la función de vinculadores de lo terrestre con lo celeste.

En Roma, las cofradías profesionales alcanzaron cotas muy importantes de influencia social. Los llamados Collegia Fabrorum o Colegios de Oficios, ostentaron, en muchos momentos, una fuerza social comparable a la de los modernos sindicatos. Eran asociaciones profesionales de artesanos cuya existencia se remontaba al siglo VIII a. de C. Los Tignarii, carpinteros constructores militares en sus expediciones y asentamientos, contaban, como los restantes colegios, con deidades tutelares propias y con signos y toques mediante los que se reconocían entre sí, aludiendo con ello a sus secretos profesionales. Los rituales del culto que rendían a las divinidades tutelares específicas de cada oficio contenían elementos alusivos a las profesiones y acumulaban una vieja herencia o tradición que procedía de antecesores profesionales de otras latitudes (Grecia, Egipto, Mesopotamia, etc.). Por razones políticas, los emperadores romanos asumieron el título de Sumo Pontífice (o intérprete de la jurisprudencia sagrada de los Collegia) y se aseguraron con ello la presidencia de los gremios. A partir del siglo VI d. de C., tras la destrucción del Imperio Romano occidental, los obispos cristianos de la vieja ciudad imperial asumieron también ese título, subrayando su dimensión simbólica.

Los maestros constructores imperiales se habían extendido por diversas regiones del Imperio y sobrevivieron a las invasiones bárbaras en algunos puntos concretos. Los lombardos respetaron a los maestros constructores de la región italiana de Como,, al norte de Italia, que conservaban el acervo de conocimientos sobre geometría euclidiana, aritmética, geología (fuerzas telúricas), astronomía y demás ciencias conectadas con la arquitectura que de forma tradicional, no escrita, habían heredado y desarrollado a lo largo de siglos. Lo mismo sucedió en el sur de Francia y en España, regiones en las que se asentaron los visigodos, que respetaron también a los profesionales, favoreciendo así la conservación de las técnicas de construcción romanas.

Muchos de aquellos constructores se refugiaron en los lugares más respetados por los belicosos invasores: los conventos cristianos, que, en aquellos siglos (VI y VII), eran los de la Orden de San Benito. Allí conservaron los maestros lo que luego se llamó el estilo románico o viejo estilo godo que luego se diferenció del nuevo estilo godo, llamado gótico, y salido igualmente de los conventos benedictinos, según señala paul Naudon (La Francmaconnerie). Los maestros acompañaron a menudo a los frailes benedictinos que predicaban y se asentaban en los territorios que hoy son Austria, Alemania, Dinamarca, Bélgica, Inglaterra e Irlanda. Ello suponía la realización de largos viajes, superando innumerables obstáculos y, también, interesantes contactos con las tradiciones de los pueblos paganos de las regiones evangelizadas. Los constructores especializados en la edificación de los nuevos templos convivían con los benedictinos e intercambiaban con éstos sus conocimientos. Ellos fueron los que recibieron, en los pueblos germánicos, el nombre de metzen y machun que se transformaría en Francia, definitivamente, en macon o mason, como se ha indicado anteriormente.

La construcción de templos exigió siempre conocimientos que elevaban el oficio a un nivel científico (algunos de aquellos masones eran verdaderos arquitectos y geómetras de su época), teniendo en cuenta que la ciencia tenía como fin la búsqueda de la Verdad y que la Verdad se encuentra representada en la naturaleza, siendo ésta, a su vez, manifestación de un orden universal. De este modo, los constructores sagrados abrían su mente a lo trascendente, emprendiendo el camino hacia lo que se halla más allá de lo físicamente concreto, es decir, hacia lo metafísico.

Así, pues, durante aquellos primeros siglos posteriores a la caída del Imperio Romano, los masones dependieron, para mantener su profesión, de las autoridades eclesiásticas que los patrocinaban. A partir del siglo XI los masones –que llamamos constructores operativos para distinguirlos de los modernos masones simbólicos o filosóficos- comenzaron a organizarse en grupos o cofradías administrativa y económicamente independientes de los conventos. Aceptando los trabajos en condiciones pactadas y adaptando su actividad a normas reglamentarias. Las cofradías de constructores surgieron como nuevas formas organizativas laicas, pero conservando su tradición sagrada, al calor de la evolución social de la Alta Edad Media. Las libertades o franquicias logradas por los municipios, frente a los señores feudales, y el mayor desarrollo del comercio, favorecieron las migraciones de artesanos hacia las ciudades y fueron así los municipios (y luego, los reyes) los que señalaron a los oficios sus condiciones de trabajo de forma estatutaria. Guildas gremiales de constructores, y de otros oficios, fueron apareciendo de este modo también en los países de Europa central y nórdica, a lo largo de los siglos XI y XII. Es importante anotar que, aunque los oficios se organizaron a partir de entonces, para alcanzar metas profesionales y de ayuda mutua, subsistieron las cofradías originales, o se formaron otras nuevas, a fin de conservar el espíritu sagrado de los oficios tradicionales, siempre representado simbólicamente por un vestigio o símbolo de lo “divino”, en forma de santo patrono o santa patrona.

No es difícil comprender que los masones constructores de oficio fueran motivo de preocupación para los reyes y grandes señores medievales, ya desde los tiempos de Carlomagno, en los siglos VIII/IX y a lo largo de los siglos posteriores. La aparición de los gremios de constructores durante la Edad Media es un tema socio-histórico apasionante que no es posible abordar aquí, pero que estuvo muy relacionado con la importancia progresiva adquirida por la construcción de edificios civiles y de defensa de las ciudades como forma libre de trabajo, frente al trabajo servil de los campesinos sometidos a los señores feudales. Apuntaban al nacimiento de una burguesía que no cesaría de desarrollarse en adelante. De esa importancia de los “oficios” y de las inquietudes que la relativa liberalización que conllevaban producían a las autoridades antiguas, daba fe el Libro de los oficios, de Boileau, antes mencionado. En esta obra se describían también las formas ritualizadas de ingreso en las cofradías que agrupaban a los profesionales de diferentes oficios medievales.

A partir del siglo XII, y sobre todo durante el XIII, la nueva Orden del Templo, cada vez más pujante y poderosa, patrocinó importantes obras de construcción. Fortalezas, albergues e iglesias constituían el objeto de un específico sector laboral para el que los caballeros templarios necesitaron a los talleres o logias de masones que, tanto en el imperio alemán como en Francia, se hallaban ya organizados como nadie para llevar a cabo aquellos trabajos. El buen entendimiento entre los patrocinadores templarios y los realizadores francmasones (masones libres) fue cada vez mayor. Algunos maestros masones acompañaron a los templarios a Oriente durante aquel período y, tanto unos como otros, adquirieron en Palestina, Siria y Egipto interesantes conocimientos que se habían conservado en las regiones dominadas por el Islam, procedentes de las antiguas culturas orientales. Los templarios mantuvieron estrechas relaciones no sólo bélicas, con sus equivalentes musulmanes, también caballeros defensores de aquellos territorios. Y recibieron de ellos datos culturales desconocidos o perdidos para la cultura europea de aquel tiempo. Ello contribuyó más tarde, de manera importante, al desarrollo de la “leyenda templaria”.

http://dialogo-entre-masones.blogspot.com/2014/01/de-los-constructores-sagrados-los_2.html

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