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lunes, 26 de septiembre de 2016

Dioses y Hombres 4 de 7

Dioses y Hombres 4 de 7
Walter F. Otto: Los Dioses de Grecia

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¿Qué distingue a los dioses de los hombres?

Los dioses son grandes en poder y saber; su vida no conoce ningún hundimiento. Sin embargo no hemos llegado al punto principal, porque a pesar de ser parecidos al hombre no son meros hombres divinizados y eternos. La «inmortalidad» es la virtud principal que los distingue de los hombres; y el mito puede ofrecernos relatos de hombres que mediante el otorgamiento de la inmortalidad han llegado a lo sobrehumano. Pero la idea del ser divino no se sustenta con el concepto de que un hombre, por medio de la elevación y la prolongación, pueda convertirse en dios. Lo esencial, como en todas las religiones, no se explicita.

El hombre es un ser contradictorio que participa en diversas esferas del existir. Día y noche, frío y calor, claridad y tormenta vienen a consideración. Esta pluralidad que es su placer y su tormento lo hace un ser más limitado y perecedero. Él es todo y nada a la vez en el sentido más positivo, contento de sí, es totalidad y plenitud de la forma vital. Él abarca toda la soledad, la penuria y la pérdida de la vida. En lo divino sería contradictoria esta naturaleza: lo temporal en lo eterno, lo contradictorio en lo sin contradicción. Entonces se dirige hacia lo perfecto. Sea el placer, sea el conocimiento, el mundo elevado ha irrumpido y, para señalar que ahí está, el yo y la personalidad son eliminados, ya que pertenecen a lo pasajero. Pero esta naturaleza terrestre no puede permanecer en este dominio de lo particular y lo general. Eso sólo le está permitido al dios. Sí, él mismo es este dominio y esta plenitud. Pero el hombre, que, no debe olvidarlo, es sólo hombre, se atreve siempre a arrojarse fuera de las pequeñas ataduras y seducciones del existir pasajero en dirección a la gran protoimagen de la deidad.

Quien considera la grandeza de esta diferencia entre hombres y dioses no puede maravillarse cuando el ser divino, en muchos pasajes, sigue otras leyes distintas de las de los hombres. Es lo que el juicio ha explicado al considerar atentamente las costumbres de los dioses griegos. Ciertamente no se puede negar que el relato señala muchos ejemplos, lo cual es compatible con la obligatoria lealtad y continencia. Para justificar tales libertades no queremos señalar que muchos mitos eróticos hayan recibido un carácter grave y que las distintas formas y hombres bajo los cuales se expresan a lo largo del tiempo se ligaban a un dios, cuyo compañero de trono en distintos lugares aparecía con diversos nombres y debía mostrarse en la tradición como un desdichado amante. Los griegos

homéricos no han tropezado con la vida amorosa de sus dioses. Y la verdad es que la deidad olímpica se concilia con el pensamiento de una ligazón en pareja. Esto es digno de ser tomado en cuenta porque los antiguos cultos relacionan al dios con la diosa, y el tiempo sagrado pertenece a las fiestas verdaderas del antiguo culto. Hera, la divina suavidad de las parejas, no puede ser considerada soltera, sin dejar de reconocer que ella es mucho más esposa que Zeus marido. Lo cual no es ningún juego del poeta, ni liberación de la moral, sino la consecuencia necesaria de la fe homérica, que no podía pensar al dios «casado en la forma humana», sino únicamente en el apasionado lazo del amor. Ahora bien, cuando esta fe comienza a cavilar, como si se jugara con la expresión del dios, las aventuras amorosas podrían tomar un carácter sensual. No es sorprendente que ya en los primeros tiempos griegos la crítica se hiciera escuchar. La especulación abstracta y el racionalismo que se enfrentaron con el modo y la forma humana de los dioses se han sentido lastimados por esas transgresiones, y así Jenófanes hizo los más duros reproches a los dioses de Homero y de Hesíodo por sus adulterios.

Pero en los primitivos y piadosos tiempos se esperaba de los eternos, que se exponían en la pura humanidad, solamente lo extraordinario. Y verdaderamente la más recia naturaleza no es capaz de desencantar tanto como el orden y el decoro de los buenos burgueses. Las antiguas estirpes nobles descendían de la unión de una mujer con el dios, pero no como fruto de felicidad cuyo amor pusiese en juego su honra, sino que pensaban con piadosas imágenes las grandes horas, allí el señorío del cielo descendía sobre la esposa terrenal amorosamente. Y en la noche de bodas, la deidad podía igualmente servir a los planes maravillosos. Ya la poesía de Hesíodo da un ejemplo: «El padre de los hombres y de los dioses —se dice allí (27 y sigs.)— se preguntaba cómo podría auxiliar a los dioses y a los hombres. Y él bajó del Olimpo con sentidos divinamente cubiertos, languideciendo por el abrazo de la espléndida Alcmena...». El fruto de este amor fue Heracles, el salvador, la protoimagen de todos los héroes.

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