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miércoles, 18 de julio de 2012

EL ENIGMATICO REY SALOMON (IX)


Posted: 09 Jul 2012 10:13 AM PDT MASONES DE LA LENGUA ESPAÑOLA NUEVA YORK
El enigmático Rey Salomón y la misteriosa Arca de la Alianza

Aunque August Dillmann preparó un resumen del contenido del Kebra Nagast, no hubo disponible ninguna parte substancial de la narración hasta que F. Praetorius publicó una versión en latín. 35 años después, en 1905, el orientalista alemán Carl Bezold publicó el texto completo acompañado de unos comentarios. Hoy en día el Kebra Nagast está publicado en inglés en dos ediciones, la de G. Hausman (1997) y la de M. F. Brooks (1995). En francés hay una publicación muy reciente realizada por el Dr. S. Mahler, y en italiano el Kebra Nagast se encuentra en una edición publicada en Julio 2007, traducida por el Dr. Lorenzo Mazzoni, escritor y estudioso de historia y filosofía Rastafari. En Mayo de 2010 fue publicada la primera traducción al castellano de este antiguo texto de Etiopía, “Kebra Nagast, La Biblia secreta del Rastafari”. El texto se había traducido a lo largo de los siglos en varios idiomas, pero aún resultaba imposible encontrarlo hasta ahora en una edición en español. Las únicas publicaciones relativas al Kebra Nagast en España datan del siglo XVI y se trata de dos ediciones incompletas que se limitan a pocos capítulos, traducidos probablemente de portugués a castellano. Todas las publicaciones del Kebra Nagast en circulación en diferentes idiomas han tenido un éxito notable. La importancia de éste libro etiope del siglo IV d.C. radica en su relato de la historia del hijo del hombre desde Adán hasta Jesucristo; porque narra y explica la interesante tradición religiosa del antiguo Imperio de Etiopía. Pero sobre todo se trata del texto sagrado de un movimiento espiritual que se ha afirmado cada vez más y en más países, gracias a la música Reggae y a cantantes como Bob Marley: el movimiento Rastafari. La traducción alemana de Bezold se basa en textos vertidos del etíope al árabe por los etíopes Isaak y Jemharana-Ab el año 409 d. C. Los dos traductores dicen en su prólogo: “Hemos traducido esta Escritura de un libro copto al árabe… en el año de gracia de 409, en la nación de Etiopía y bajo el reinado de Su Majestad el rey Gabra-Masqal, llamado también Lalibala, siendo Abba-Gijorgis nuestro amado obispo… Rogad por mí, vuestro humilde siervo Isaak, y no me censuréis por la pobreza de la expresión. Naturalmente, vamos a perdonarle al humilde siervo Isaak el haber introducido en su digno trabajo interpolaciones de doctrina cristiana y premoniciones del advenimiento de Cristo que de ningún modo podía contener la Kebra Negest originaria”.

No podía contenerlas, ya que fue escrita mucho antes de la Era cristiana. ¿Cómo pudo el rey Salomón, que vivió hacia el 965-926 a.C., hablar sobre Jesús, su crucifixión y su resurrección? Conviene saltarse los añadidos cristianos para leer el contenido precristiano y no perder de vista el rastro delArca de la Alianza. A las pocas páginas del Kebra Negest nos encontramos ya con el Arca: “Fabricad un Arca de madera incorruptible; tú la revestirás de oro puro, y guardarás en ella la palabra del Testamento, escrita por mis propias manosEl Arca es de un material y un color prodigiosos, semejante al jaspe, al azabache, al topacio, al diamante, al cristal de roca y a la luz, pues arrebata la mirada y la deleita, perturbando los sentidos, hecho de obra del Señor y no de la mano de un artista terrenal, pues él mismo la eligió (el Arca) para sede de su magnificencia… Había también en ella un gomor de oro, con una medida rebosante de maná del que ha descendido del cielo; y la vara de Aarón, que verdeció cuando no era más que un bastón seco, y sin que hubiese sido humedecida siquiera; que luego se rompió por dos partes y fue tres varas cuando no había sido más que una”. Plausible descripción de un aparato, de cuyo funcionamiento no tenían la menor idea los etíopes de aquellos tiempos. Por eso tomaron de su vocabulario aquellas nociones que al menos permitiesen describir la cosa de un modo aproximado. Lo mismo hizo Ezequiel cuando describió «la gloria del Señor» en términos de ámbar, de zafiro, de brillante y de cristal. Lo mismo intentó Enoc cuando describió, en el Apocalipsis de Abrahán, al jefe de los extraterrestres con estas imágenes, entre realistas y surrealistas: «Su cuerpo era como un zafiro y su rostro como un crisólito…, una luz poderosa, indescriptible, y en medio del resplandor aparecieron unas figuras…». Imágenes muy parecidas. Salomón podría haber pasado a la Historia como “el Rey de los viajes“. Según los textos antiguos, el enigmático monarca de Israel era capaz de cubrir enormes distancias en periodos de tiempo impensables para la época. De esta forma, visitaba cada mes a su amada Makeda, Reina de Saba, y empleaba en el trayecto tan sólo medio día.


Pero jugaba con ventaja. Su sabiduría le había hecho poseer secretos tecnológicos que utilizaba con la ayuda de unos pequeños genios llamados “djins“. ¿Qué misteriosos conocimientos poseía Salomón para llevar a cabo tales hazañas? ¿De dónde los extrajo? Si indagamos un poco, descubriremos que Salomón (996 a.C. – 926 a.C.) era hijo del Rey David y de Betsabé, y que llegó a ser uno de los monarcas más ricos, poderosos y sabios de su época gracias a muchas de sus virtudes, entre ellas las de organizar el Estado de Israel en 12 provincias, crear un poderoso ejército equipado con numerosos carros de combate, y construir, el soberbio Templo de Jerusalén, tan apreciado por los Templarios. También se le atribuye una de las mejores flotas marinas del mundo, cuyo puerto estaba situado enEzion-Gueber, cerca de Elat. Sus barcos los construían los hebreos, pero, curiosamente, los tripulaban los fenicios, que eran mejores navegantes. El oro entraba a raudales y lo buscaban en un lejano y fabuloso país llamado Parvaim o Paruim (¿Perú?).

Pero si conocida es su flota marina, no lo es tanto su enigmática y casi desconocida flota aérea. La Tradición hace referencia a que el Rey Salomón (Suleimán para los árabes) poseía la capacidad de trasladarse por los aires en “aparatos voladores“, y esta información, aunque parezca mentira, procede, directa o indirectamente, de al menos tres textos religiosos: el Corán, el Kebra Negast y elTargum. Pero antes veamos una leyenda que tiene como protagonistas a Salomón y a unos extraños personajes, llamados djins o genios, en la mitología musulmana. Conocedor de los nombres secretos de todas las cosas, Salomón dominaba a estos genios y los hacía trabajar para él. Sabido es que conocer el nombre secreto de alguien, y más si atañe a estos espíritus de la naturaleza, es conocer su punto débil y conseguir su completa sumisión. Esa misma Tradición dice que Salomón llegó a reunir la insignificante cantidad de sesenta millones de djins para una batalla que, por supuesto, ganó. Los djinsle suministraron no sólo ayuda, sino poder y conocimiento. En los versículos 12 y 13 de la Sura XX-XIV del Corán se lee este extraño pasaje: “Y a Sulayman (le subordinamos) el viento que en una mañana hacía el recorrido de un mes y en una tarde el de otro. E hicimos que manara para él un manantial de cobre fundido. Y había genios que trabajaban para él con permiso de su Señor… Hacían para él lo que quería: templos escalonados, estatuas, jofainas como aljibes y marmitas que no se podían mover“. Las tradiciones orientales recogidas por el Corán hacen veladas alusiones al conocimiento que debió tener Salomón sobre alguna técnica aérea. Un Rey al que estaba “subordinado el viento tempestuoso, que corría obedeciendo su mandato hasta la tierra que habíamos bendecido“, que conocía el “lenguaje de las aves” y para el cual “se reunieron sus ejércitos de genios, hombres y pájaros y fueron puestos en orden de batalla“. Salomón tenía muchos de estos serviciales espíritus guardados en recipientes herméticamente cerrados.


En tiempos de Mahoma, la historia de este Rey judío y sus diablos o genios, que tenía encerrados en una botella, debió ser lo suficientemente conocida como para dejar su huella en los suras del Corán. En este texto sagrado se confirma que las huestes de genios colaboraban con él en arduas tareas, como la construcción de tres poderosas fortalezas y del grandioso Templo, para albergar dignamente el santuario del Arca de la Alianza, como testimonio imperecedero de su sabiduría. Mientras, otros genios “buceaban para él, buscando perlas y gemas, realizando, aparte de eso, otros trabajos” (Sura XXI). Con el paso del tiempo, las hazañas que efectuaban estos genios embotellados para uso y disfrute de Salomón, incluido el transporte aéreo a lejanas tierras, se atribuyeron también a otros personajes reales como Paracelso. Aparte de su valor simbólico, la mención de estos djins viene a constatar que diversos relatos, para explicar el enorme poderío que tuvo Salomón, se empeñan en atribuirle ayuda sobrenatural en forma de estos serviciales espíritus. La fama de la sabiduría y la riqueza de Salomón superó los confines de sus dominios y atrajo a su Corte a la Reina de Saba, procedente, al parecer, de Etiopía, aunque otros dicen que esta soberana era de Yemen. El hecho es que, a pesar de las 700 mujeres legales y las 300 concubinas que tenía Salomón, Makeda se enamoró de él y juntos vivieron un apasionado idilio que dio su fruto: un niño llamado Menelik. Aquí tenemos que acudir al Kebra Negast para saber que el Rey Salomón poseía un carro celeste con el cual recorría en un día la distancia que de otro modo habría tardado tres meses en cubrir a caballo: “El Rey y todos cuantos obedecían su mandato volaron en el carro sin enfermedades ni padecimientos, sin hambre ni sed, sin sudor ni fatiga y con él cubrieron en un día el recorrido de tres meses“. Cuando la Reina de Saba, llamada Makeda en el Kebra Negast, descubrió que iba a tener un hijo de Salomón, se marcha de Jerusalén, y aquél le ofreció algunos regalos. El libro I de los Reyes es parco en palabras en este sentido: “El Rey Salomón dio a la Reina de Saba todos cuanto ella deseó… Después se volvió ella a su tierra con sus servidores“.

Pero el Kebra Negast detalla cada una de estas ofrendas: “El le dió las exquisiteces y riquezas más codiciables, cautivadores trajes y todas las magnificencias deseables en el país de Etiopía, camellos y carros en número de seis mil, cargados con costosos y apetecibles utensilios“. Además de todo esto le ofreció “carruajes con los que recorría el país y un carro que podía desplazarse por el aire que él mismo había confeccionado con arreglo a la sabiduría que le confiriera Dios”. Veinte años después, su hijo Menelik regresó a Jerusalén para ver a su padre, quien inmediatamente le reconoció y le ofreció toda clase de honores. Al cabo de un año de estancia, los ancianos de Israel se quejaron de que Salomón tenía excesiva preferencia por él e insistieron en que debía regresar a Etiopía. El Kebra Negast afirma que fue Menelik I, quien, en venganza, robó el Arca y alguno de sus “carros volantes“. Eso sí, antes sustituyó el Arca auténtica por una copia y luego se la llevó “por los aires” hasta ocultarla en Axum (Etiopía). Precisamente en uno de estos carros aéreos regresó a su tierra con todo su séquito. El largo viaje que hizo Menelik desde Jerusalén hasta Etiopía no fue tan penoso como cabría suponer. Se puede leer textualmente: “Y cargaron los carros y los caballos y las mulas a fin de partir… Y, en cuanto a los carros, ninguno cargó el suyo… Y ya fuesen hombres, caballos, mulas o camellos cargados, todos fueron elevados del suelo hasta una altura de un codo; y todos los que iban sobre los animales fueron elevados sobre sus lomos a la altura de un palmo de un hombre y todas las diversas clases de equipaje que iban cargadas en los animales, así como quienes iban montados sobre ellos, fueron elevados a la altura de un palmo de un hombre, y los animales fueron alzados a la altura de un palmo y todos viajaron en los carros…. como un águila cuando su cuerpo se desliza sobre el viento“.

¿Qué gran nave o carro podría albergar a tantos hombres y animales? Según el texto etíope, cuando los sumos sacerdotes indagaron y preguntaron a sus vecinos egipcios, éstos les contestaron que “hace largo tiempo que las gentes de Etiopía pasaron por aquí, conduciendo un carro como los ángeles y más veloces que el águila en los cielos“. Pero no sólo el Kebra Negast nos suministra información sobre las máquinas volantes de Salomón. En el Targum, libro de los judíos que contiene las glosas caldeas de las Sagradas Escrituras, se comenta que Salomón dominaba los vientos y que éste realizó, con “un medio de transporte sobrenatural“, el recorrido de La Meca a Yemen, entre la salida y la puesta de la estrella Canope, excursión que de otra forma hubiera requerido un mes. Uno de los aspectos más sorprendentes de Salomón era su afán viajero, recogido en las leyendas locales y en la toponimia de algunos enclaves geográficos. Una y otra vez se encuentra de improviso en lugares separados miles de kilómetros unos de otros. Ya sabemos que cada mes visitaba a su amada Reina, cubriendo la distancia Jerusalén – Marib (Yemen) o Jerusalén – Etiopía, en tan sólo medio día. También viajó 5.000 kilómetros más al oriente, edificando templos y residencias megalíticas en determinados montes “estratégicos” en los actuales países de Irán, Pakistán y Cachemira. Todos estos montes reciben el nombre de Takh-i-Suleiman (Trono de Salomón). Uno de ellos está situado cerca de la ciudad de Srinagar, en el valle de Cachemira. Las leyendas locales dicen que Salomón llegó aquí con su trono volante, encauzó el torrente y desecó los pantanos. Por eso a Cachemira se le denomina también “Huerto de Salomón“. Otro de los montes estaría al oeste de la ciudad pakistaní Dera Ismail Khan, con sus 3441 metros de altitud. El tercer “trono de Salomón” se situaría al noroeste de Irán, con 2400 metros de altitud.

Algunos investigadores, entre los que destaca, tal como ya hemos comentado, Erich Von Däniken, especulan con la posibilidad de que estas instalaciones fueran estaciones de aterrizaje de naves voladoras de Salomón. Avala esta hipótesis el hecho de que el historiador árabe Al-Masudi (siglo X d.C.) refiriera que los templos edificados por Salomón en el Takh-i-Suleiman tenían admirables paredes pintadas que representaban los cuerpos celestes, las estrellas, la Tierra con sus continentes y las regiones habitadas, así como “otras cosas sorprendentes“. Si el pionero de estos “carros” hubiera sido el propio Rey Salomón, cabría dudar de que, efectivamente, poseyera tales artefactos. Pero muchos años antes que él, la navegación aérea parecía ser moneda corriente. La pregunta sería si este medio “sobrenatural” de transporte del que disponía Salomón pertenecía a la familia de los vimanas,palabra sánscrita sinónima de “máquina voladora“, pilotados por los avsnis y utilizados en la India miles de años atrás, según aseguran el Ramayana y otros textos sagrados hindúes. Y antes que ellos, algunos manuscritos chinos hacen referencia a los “barcos voladores” de los dropa o en un papiro del Faraón Tutmosis III se hace referencia a “ruedas o discos de fuego“. La firme y universal creencia en la existencia de un legado salomónico que contenía la clave de muchos secretos del mundo fue firmemente compartida por eruditos cristianos, musulmanes y judíos a lo largo de la Edad Media, destacando sobre todo los Templarios (Orden del Templo de Salomón). Y esto dio pié a que circulasen documentos mágicos atribuidos a Salomón, los cuales, se asegura, contenían todos estos secretos. Para unos, el secreto de la sabiduría de este monarca residió en la construcción del Templo, otros lo atribuyen al anillo de Salomón, donde está inscrito su Sello, mientras que otros hablan del conocimiento del Nombre de Dios primordial y otros de sus avanzados conocimientos aéreos.

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